BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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5. EL INCONSISTENTE Y MÍTICO MONOPOLIO DE LAS ARMAS

Es evidente que el recurso a la violencia como prerrogativa del estado es uno de los rasgos más relevantes en la realidad histórica moderna y, en este sentido, el estado moderno se vale de un medio especifico que es la violencia, pero ese no es de ningún modo el único medio del estado; por consiguiente, resulta excesivo definir el estado sobre la base de un instrumento que no es el único principal fundamento del poder político.

Gloria Gallego200 .

Mientras las divisiones de clase y de otro tipo no se puedan resolver por medios pacíficos, las teorías del Estado y de la revolución deben aceptar que un escenario de guerra es normal.

Tony Negri201 .

5.1 Ciudades transidas por el ejercicio bélico

Colombia ha asegurado nominalmente en sus instituciones la salvaguarda del monopolio de la violencia y de las armas202, como queda contemplado en el artículo constitucional 223, el cual establece que “sólo el gobierno puede introducir y fabricar armas, municiones de guerra y explosivos. Nadie podrá poseerlos ni introducirlos sin permiso de autoridad competente”, con lo cual se sobreentiende que la función fundamental de un gobierno no es la eliminación de la violencia y de las armas sino su institucionalización203; y queda dicho también que en este campo el Estado no ha podido hacerse a monopolios absolutos.

Así, si bien portar armas no corresponde al estatus constitucional de los derechos ciudadanos, de múltiples formas a lo largo de su historia el Estado colombiano ha garantizado selectivamente la legalización del armamento en manos de particulares, con lo cual, en términos prácticos, termina por ocurrir que en un sistema estatal moderno ciudadanía y porte de armas no son categorías antitéticas, idea sobre la cual volveré en este capítulo.

El espíritu de nuestro tiempo204, nuestra historicidad vuelta acción política relata que en el proceso de constitución y consolidación del Estado colombiano conflictos sucesivos provocaron cierto agrietamiento estructural205 de nuestra nación y que las consecuentes rupturas de lo nacional como idea colectiva, como comunidad imaginada, le habrían hecho disfuncional para intentar imponer no sólo su presencia sino igualmente una idea de orden generalizada y socialmente aceptada que, por ejemplo, le permitiese detentar un poder monopólico sobre las armas y erigirse como una fuerza mayor que las fuerzas desinstitucionalizadas.

Así, a lo largo del siglo XIX el país se va amalgamando entre la sangre y las balas, teniendo como protagonistas a los grandes federacionistas, señores de la guerra, igualados por el ejercicio bélico, y distantes de la construcción de acciones colectivas o de nación 206 .

En el mismo sentido, sin trenzar necesariamente líneas continuas, las dinámicas bélicas expresadas a mediados del siglo veinte representarán intereses sectarios de corte excluyente, producto de la escisión de la nación en manos de liberales y conservadores, imponiéndose el recurso a las armas como sustento de las bodas de sangre entre política y sociedad207 .

Tres décadas después las ciudades colombianas, especialmente Medellín, serán presas del pavor producido por las acciones de los narcotraficantes, los sicarios y el pulular de bandas organizadas o no, la mayor de las veces directamente relacionadas con carteles de la droga208, las cuales logran instaurar de nuevo el imperio del miedo allí donde no pudo imperar la ley209 .

Igualmente la década del ochenta, identificada por la CEPAL como la década perdida para América Latina, será para los habitantes de esta ciudad un tiempo vivido en un espacio de zozobra permanente en el que no le resultará posible a la gran mayoría de su población “el cuidar de su propia preservación y conseguir una vida más dichosa”210 .

En la misma dinámica, la década del 90 traerá el dibujo de una ciudad desgarrada, cuya geografía muta en el silencio posterior a los balazos, los carros bombas, el desplazamiento intraurbano y el engrisamiento de los actores del conflicto armado.211

Estos fenómenos evidencian cómo a lo largo de nuestra historia y en particular en las últimas tres décadas el signo de la violencia ha dejado una huella aparentemente indeleble en la vida ciudadana marcando los ritmos de la vida con los compases de la muerte y de la guerra212 , generando además la visión omnipresente del estado como tímido generador de un orden precario al tiempo que autor de una violencia mayor al orden que genera.


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