BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales


CIUDADANÍA ARMADA

Arleison Arcos Rivas



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3.2 Ciudadanía de la carencia

Los hechos concretos ponen en juego contraposiciones entre distintas concepciones de la ciudadanía que necesariamente deben sopesarse en relación con los contextos reales y no solamente teóricos en los que se concreta la ciudadanía: Por un lado el ciudadano liberal moderno, ilustrado, informado, capaz de participar, de reclamar sus derechos, habilitado para hacer coincidir su subjetividad con actitudes cívicas proporcionales, referido a la nación y al Estado como soportes de su identidad en la medida en que participa de una comunidad imaginada y civilizada112 .

Por otro lado, la imagen de un ciudadano carente de derechos muchas veces, con limitaciones económicas, sociales y educativas para participar, prisionero de necesidades, insatisfecho y volcado a la satisfacción de la supervivencia antes que a la acción publica.

Dos imágenes que se imbrican en el contexto de una nación a medio hacer como la colombiana, con un Estado en deuda permanente con la realización de los derechos de sus ciudadanos, los cuales ni le esperan ni le exigen a la hora de tomar la iniciativa sobre su propio destino, actitud que se enraíza en el incumplimiento estatal que no logra aportar un sustento material generalizado para la concreción de la ciudadanía.

Es en este contexto que se articula nuestra ciudadanía. Más que las provisiones y ampliación de las opciones113 para la concreción de una ciudadanía de pleno derecho, lo que ha caracterizado la construcción social y política de la ciudadanía colombiana ha sido la carencia. Esta segunda concepción, la ciudadanía de la carencia por oposición a la ciudadanía del bienestar, no se emparenta con una concepción de lo publico como escenario de la participación, en la medida en que lo publico y la política son vistos como un terreno privado114 , presa de acciones personalistas o corporativas y en función de intereses de clase.

El contexto capitalista en el que se suceden las implicaciones económicas de la vida social y política evidencia cómo los ciudadanos son desplazados y arrumbados en un terreno tan frágil como conflictivo en el que la exclusión significa fundamentalmente la carencia no solo de mínimos políticos para la vida publica sino igualmente de mínimos vitales para la supervivencia, lo cual patéticamente es visto desde cierta lectura como “un error de diseño de la comunidad política y de las redes de relaciones sociales que definen las oportunidades básicas de acceso”115

La riqueza de expresiones y adjetivos con los cuales se procura precisar nuestra ciudadanía contrasta con la carencia real y objetiva desde la que se construye una ciudadanía como la descrita en este trabajo. En términos comparativos resulta obvio que la nuestra es una sociedad de privilegios caracterizada por los cierres, recortes y fronteras, evasiones institucionales que apocan las posibilidades de alcanzar una ciudadanía de derechos garantizados y membresía política plena.

Esta situación repercute en la vida cotidiana de modo tal que la sabiduría popular mientras afirma que la política es para los señores, asevera que la ley –y la cárcel por extensión-son para los de ruana. Posturas antinómicas e irreductibles desde las cuales los señores y los de ruana le apuestan a lo suyo, y cuyo único punto de encuentro se ha dado por la pervivencia del gremialismo y el corporativismo que iguala intereses estratégicos en ambos lados, antes que por alguna visión del interés general, para lo cual el derecho y el sistema penal han sido instrumentos convenientes a la implementación de un modelo de sociedad tan clasista como clientelar, vestida con los ropajes de la democracia.

De hecho el interés general defendido en las instituciones, en la práctica, no pasa de ser el interés de grupo, de familias clientelares que perpetúan la tenencia de la tierra, la ocupación de las franjas significativas del mundo de la producción y la satisfacción jurídica que el control de los espacios políticos les permite, sumado a su presencia como productores o controladores de la opinión y de los medios mediante los cuales ella se induce o construye.

Las referencias a la política que perciben los ciudadanos virtuales se ensaya en el Congreso, se escenifica ante micrófonos y cámaras y se decide en las juntas directivas de los grupos empresariales. Es la política de la no participación o, dicho de otro modo, de la democracia no participante, especializada, esotérica y no exotérica, en la medida en que se la percibe como un campo cerrado, privado, ajeno.

La carencia, el privilegio y la exclusión se expresan así en todos los ámbitos de la vida individual y colectiva, desnudando los resortes históricos, económicos y políticos desde los cuales la construcción de ciudadanía terminó por hacerse a sí misma entre nosotros no como una colcha de retazos, antojadiza y de una variedad ingobernable, mas si como una mixtura acrisolada cuyo precipitado da cuenta de los grandes ideales subyacentes a los mitos fundadores pero también de los grandes abismos entre clases, territorios y escenarios de la vida disímiles, descentrados, sin los referentes públicos que los hitos republicanos demandaban; amalgamada en el espíritu de cuerpo y por lo tanto visto cada individuo como un agregado social, cuya voz es la del colectivo.

No es este el ciudadano total aristotélico, pero si hace parte de un todo orgánico para el cual los partidos políticos construyeron, entre la cruz y la espada, la parroquia nacional, de fuerte arraigo comunitario. Con razón afirma la profesora Uribe que el producto del proceso histórico de la configuración de la ciudadanía en Colombia fue la concreción de una ciudadanía como agregado social y el surgimiento de “naciones hibridas de republicanismo sui generis” 116 .

Puede afirmarse que una estructura hibrida genera contextos híbridos igualmente, de manera que ese proceso de hibridación puede observarse con detenimiento si se indaga por los sujetos en los cuales -o desde los cuales-pudieran advertirse las características del mismo. Buena prueba de ello son los sectores populares de nuestras ciudades, construidos y constituidos como ya se ha dicho desde la huida, la invasión y la carencia117 .

Su propia gesta es la evidencia de la construcción de ciudadanías sociales definidas sin la recurrencia al reconocimiento estatal, aferrados a un territorio a pesar del Estado y de los rentistas de la tierra, insertos precariamente en el mundo de la producción y de la industria. Estos individuos se hacen ciudadanos no por la vía de la garantía de derechos individuales sino en la pelea por la satisfacción de derechos colectivos como las vías, los espacios recreativos y de esparcimiento aun hoy precarios, los servicios públicos, la vivienda y la satisfacción de seguridad118 .

La brega que estos ciudadanos emprenden en tales circunstancias los afilia a un nosotros compartido y representado desde la carencia. Lo que les identifica es lo que no tienen, aquello que anhelan, lo que aun no es pero se convierte en el sustento programático de las acciones emprendidas. Una noción de “lo por venir” que estructura las acciones sociales de tal modo que se actúa con el concierto de la comunidad para enfrentar a quienes podrían entrar a afectar la concreción del sueño de futuro compartido.


 

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