NOTAS SOBRE GLOBALIZACIÓN

NOTAS SOBRE GLOBALIZACI?N

Galo Viteri Díaz

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CAPITULO XIV. EFECTOS DE LA GLOBALIZACIÓN EN AMÉRICA LATINA

Cartas(187) sostiene que América Latina no se incorporó desde un inicio a la ola globalizadora, ya que mantuvo su política proteccionista hasta la primera mitad de la década del ochenta. Dentro de la gran reforma estructural posterior encarada por los países de la región, uno de sus instrumentos fue la apertura económica, orientado a mejorar la eficiencia productiva, incrementar la competitividad en el mercado interno y servir como control a los precios internos. En forma paralela, hubo una redefinición del papel y funciones del Estado, disminuyendo significativamente sus actividades productivas e intervencionistas, y concediendo al mercado la función de asignador de recursos; al mismo tiempo, la estabilidad de precios se constituyó en condición indispensable para el desarrollo económico, pasándose del descontrol fiscal y monetario a una disciplina presupuestaria estricta. Finalmente, se impulsó una mayor eficiencia económica, fomentando la competencia en los mercados internos, desmantelando barreras a la entrada de bienes y oferentes y eliminando subsidios.

Sobre el particular, el SELA(188) indica que en la década del noventa los países de la región dieron inicio o profundizaron varias reformas institucionales de carácter interno y de alcance internacional. Entre las reformas a las políticas nacionales, el traspaso de empresas estatales a empresas privadas nacionales e internacionales, que empezó como una modalidad de disminución de la deuda externa y de reducción del déficit fiscal, se convirtió en uno de los soportes de las reformas estructurales promovidas en la región. Igualmente, a través de modificaciones legislativas muy favorables se abrieron a la inversión privada directa, principalmente extranjera, sectores anteriormente reservados al Estado y se establecieron distintas formas de relación entre el sector público y los particulares que favorecían la participación privada en nuevas áreas. La apertura al comercio exterior constituyó una de las políticas de mayor impacto para el funcionamiento de las economías de la región y para su inserción en los mercados internacionales. La rebaja de los niveles arancelarios y la simplificación de la estructura tarifaria por casi todos los países de la región se acompañó de la eliminación de prohibiciones y restricciones cuantitativas, lo cual condujo a una dinamización de las exportaciones e importaciones.

Mortimore, Vergara y Katz(189) señalan que una consecuencia evidente del proceso de globalización en la región durante los últimos años es sin duda el relativo fortalecimiento de las empresas extranjeras y el debilitamiento de las estatales. En efecto, las empresas transnacionales incrementaron su presencia en América Latina; consolidaron su inserción en el sector manufacturero, especialmente en la industria automotriz, y aumentaron su participación en las exportaciones regionales. En el sector de los servicios, se valieron de los procesos de liberalización, desregulación y privatización para ingresar con fuerza en áreas anteriormente prohibidas a la inversión extranjera directa. Dentro del grupo de las mayores empresas de la región, el aumento de las transnacionales concordó con la desaparición relativa de las estatales y el estancamiento de las empresas nacionales privadas. Aspectos que condicionan un verdadero proceso de transnacionalización en la región, convirtiendo a estas empresas en los agentes económicos dominantes.

Al respecto, indican que durante la década del noventa, de las 500 mayores empresas de acuerdo a sus ventas netas, el número de empresas extranjeras aumentó de 149 a 230 y su participación en las ventas totales se incrementó de 27.4% a 43.0%. Las empresas estatales disminuyeron de 87 a 40 y su participación en las ventas cayó de 33.1% a 18.7%. Las empresas privadas nacionales se redujeron de 264 a 230 y su participación en las ventas disminuyó de 39.4% a 38.2%.

Según Ffrench-Davis(190), la globalización ha uniformado los patrones de consumo, pero no los niveles. En efecto, el ingreso promedio de un latinoamericano es cerca de 80% menor que el de un habitante típico de los países desarrollados; como la desigualdad regional es mayor, buena parte de la población en sectores medios y bajos de nuestros países se halla aún más lejos de su contraparte en las naciones desarrolladas.

América Latina, de acuerdo a Boye(191), es objeto de un proceso de segregación más que de integración en las nuevas condiciones de la globalización, siendo un ejemplo claro de esta situación su participación en el comercio mundial. En 1960 la región contribuía con 8% del comercio mundial, que fue disminuyendo de forma constante hasta alcanzar el 4% en 1995 y el 5% en el 2000.

Información adicional(192) sobre la cuestión menciona: “A pesar de las reformas neoliberales que orientaron las economías de la región hacia el exterior en los últimos 20 años, entre 1970 y 2005 el comercio mundial de América Latina ha decrecido. En 1970, el comercio latinoamericano representaba 5% del total global y 35 años después era casi de 1 punto porcentual neto, indica un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI)”.

Según Ocampo(193), las altas tasas de crecimiento prometidas por la globalización resultan ser un espejismo. En América Latina, la región en donde más se ha avanzado en el proceso de reformas, en los años noventa el crecimiento fue de solamente 3.2% anual, ritmo significativamente inferior a las cifras registradas en el transcurso de las tres décadas de industrialización liderada por el Estado (entre los años cincuenta y setenta) de 5.5% por año.

Particular que es reforzado por la siguiente información(194):

En el último cuarto de siglo (1980 a 2005) el crecimiento en América Latina y el Caribe ha sido el más bajo entre todas las regiones del mundo: solamente 2.4% anual. La tasa promedio del PIB mundial ha sido 3.4% anual; en los países desarrollados 2.8%; en Asia 7.1% (en China 9.5%); en Oriente Medio 3.5%; y en África 2.8%.

Esa tendencia continúa en los años más recientes. Durante lo que va del presente siglo, todas las regiones del mundo en desarrollo crecen por encima del promedio mundial (3.8% anual), excepto América Latina y el Caribe. Asia ha mantenido tasas elevadas de crecimiento (7.3%); también se ha acelerado el ritmo de progreso económico en Medio Oriente (5.1%) y en África (4.4%). Solamente en América Latina y el Caribe el crecimiento promedio sigue preocupantemente bajo (2.5% anual), inferior al promedio del PIB mundial y apenas por sobre el crecimiento alcanzado por las economías desarrolladas en ese período (2.1% anual).

Al introducir las variables demográficas y el peso de los valores absolutos sobre los que se aplican las tasas de crecimiento, la comparación del dinamismo económico de las regiones en desarrollo con los países industrializados da resultados altamente preocupantes. En 1980 el PIB por habitante en América Latina y el Caribe era más de la mitad del promedio en los países industrializados (55%), pero en 2004 ya es solamente una tercera parte (35%). En Oriente Medio, la caída fue de 44% a 28% y en África cayó de 18% a 10%. Incluso en Asia, a pesar de que el PIB por habitante ha crecido aceleradamente, su nivel sólo alcanza al 17% del PIB por persona de los países desarrollados.

En este orden de ideas, es importante resaltar el hecho de que el panorama social de la región es crítico. Como afirma Vacchino(195), los efectos negativos de la globalización acentúan las profundas fallas estructurales que existen en los países de la región y que se exteriorizan en una realidad secular de pobreza, exclusión y desigualdad social.

En efecto, la CEPAL(196) manifiesta:

- No obstante los logros en materia de mejoramiento de las condiciones de vida de la población latinoamericana y de los significativos avances en el incremento y protección del gasto público social, la pobreza afecta a más personas que antes, fenómeno que ha sido reforzado por la persistente desigualdad en la distribución del ingreso y por las características del desempeño del mercado laboral. El mercado de trabajo no ha sido capaz de incorporar la mano de obra a la economía formal, aumentando la informalidad y el desempleo.

- A finales de los noventa, la pobreza en América Latina afectaba al 35% de los hogares, en tanto que la indigencia o pobreza extrema alcanzaba al 14%. En términos del volumen de población en situación de pobreza, éste ascendía en 1999 a poco más de 211 millones de personas, de las cuales algo más de 89 millones se encontraban bajo la línea de indigencia.

- Alrededor de 1999, la desigual distribución de los ingresos continuaba siendo un rasgo sobresaliente de la estructura económica y social de América Latina, valiéndole ser considerada la región menos equitativa del mundo. La distribución del ingreso en la región resalta en el contexto internacional, principalmente por la elevada fracción de los ingresos totales que reúne el 10% de los hogares de mayores recursos (30%), en contraposición, la fracción del ingreso recibida por el 40% de los hogares más pobres es muy reducida (entre el 9% y el 15% de los ingresos totales).

- Durante la década del noventa, más de 10 millones de personas engrosaron las filas de la desocupación, la cual alcanzó en 1999 al 8.6% de la fuerza de trabajo a nivel regional (poco más de 18 millones de personas), en contraste con el 4.6% de 1990. A la falta de dinámica del mercado de trabajo contribuyeron tanto la disminución del papel del Estado en la generación directa de puestos de trabajo como la reestructuración del sistema productivo, en particular en los sectores primario y secundario, mismos que registraron una pérdida de participación en el empleo, mientras que la generación de nuevos puestos de trabajo se concentró en actividades terciarias, cuya modernización progresiva sobre la base del uso intensivo de nuevas tecnologías hace prever una menor capacidad de generación de puestos de trabajo en el sector estructurado o formal.

Información más reciente proporcionada por la CEPAL(197) correspondiente al año 2006, indica que en ese año un 36.5% de la población de la región se encontraba en situación de pobreza y la extrema pobreza o indigencia abarcaba a un 13.4% de la población, por lo que, el total de pobres alcanzaba a 194 millones de personas, de las cuales 71 millones eran indigentes.

Por otro lado, la intensidad del proceso de reestructuración económica llevado a cabo en la región define nuevos ganadores y perdedores. De acuerdo a la CEPAL(198), la heterogeneidad estructural, característica de los sistemas productivos de América Latina, se ha acentuado con la ampliación de las diferencias de productividad entre las empresas grandes, líderes de los procesos de modernización y el numeroso y diverso espectro de unidades rezagadas, que concentran el grueso del empleo; situación que no solamente sienta las bases materiales de mayores desigualdades sociales, al acentuar las brechas internas de productividad e ingresos, sino que también afecta la capacidad de crecimiento, al limitar el enlace entre diferentes sectores productivos y la difusión del progreso técnico, así como el efecto de arrastre de las exportaciones.

Para el caso particular de Centroamérica, Pérez(199) enfatiza en la cuestión laboral manifestando que “la nueva modernización globalizada implica la permanencia de tendencias de exclusión laboral, especialmente en su manifestación más explícita como lo es el desempleo. Esta persistencia es la otra cara de la generación insuficiente de empleo por parte de las nuevas actividades acumulativas. Pero, a la vez, ha emergido un nuevo fenómeno de naturaleza altamente paradójica: la migración transnacional. Por un lado, supone una modalidad de exclusión extrema conllevando desarraigo territorial. Pero, por otro lado, incorpora plenamente, aunque de manera penosa, a la fuerza de trabajo al proceso globalizador”.

Elias(200) realiza un profundo análisis de la temática en los siguientes términos:

Uno. El impacto de la globalización imperialista en una nueva división internacional del trabajo "privilegia" a nuestro continente con el papel de proveedor de materias primas con poco valor agregado, condenándonos al atraso tecnológico y a la expulsión permanente de fuerza de trabajo.

Asimismo, en un claro proceso de neocolonización implementado, básicamente, por las empresas transnacionales, se efectiviza la apropiación de nuestras riquezas naturales, los sectores económicos estratégicos y los mercados de servicios públicos.

En tercer lugar, la globalización imperialista amplifica el neoliberalismo como ideología dominante, el cual mantiene, más allá de discursos encendidos, enormes mecanismo de reproducción.

En la mayor parte de nuestros países las fronteras económicas han sido desmanteladas, los aparatos de estado han sido "rebajados" por el Consenso de Washington y las reformas de segunda generación, los medios de comunicación "reescriben" la realidad en función de los intereses dominantes y el sistema de educación reproduce el pensamiento único.

La frutilla "política" de la torta la constituye la mayor parte de las fuerzas políticas y dirigentes, incluida la autodenominada izquierda pragmática, que trabajan denodadamente para evitar que el pueblo asuma la participación efectiva en todos los ámbitos de la vida pública. Como contrapartida, esos mismos dirigentes, colocan alfombras para recibir a los héroes modernos, a los nuevos salvadores de nuestra América: los inversores extranjeros.

Dos. El neoliberalismo incrementó sustancialmente la brecha tecnológica, financiera y productiva entre los países centrales y los periféricos, reflejada en la evolución del PBI per cápita de los principales países industrializados y de las mayores economías de América Latina.

Si se compara el ingreso por persona de los seis países industrializados más importantes - Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Inglaterra e Italia- con el de siete países latinoamericanos ¬ Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México, Perú y Venezuela ¬ en diferentes años se verá que el crecimiento de la brecha es alarmante.

En 1950 el ingreso per cápita de esos siete países latinoamericanos era el 54% del per cápita de los países centrales señalados; en 1973 bajó al 42% y en 2004 llegó al 12%. El PBI per cápita promedio, del año 2004 alcanza a 32.344 dólares para los seis países industrializados y a sólo 3.839 para las siete mayores economías de Latinoamérica. Pese a ser el modelo emblemático del neoliberalismo, Chile no escapa a la misma tendencia, pasando de 60% en 1950, a 37% en 1973, para caer a 15% en 2004. Da vértigo.

Junto con la ampliación de la brecha económica se produjo un aumento de la pobreza. En América Latina las personas que viven con menos de dos dólares por día aumentaron 30% en dos décadas, pasando de 99 millones de personas a 128 millones entre 1981 y 2001, según el Banco Mundial.

Tres. En América Latina, por experiencia histórica reiterada, las fuerzas políticas y sociales que cuestionan y enfrentan al neoliberalismo y al proceso de globalización tienen un marcado carácter antiestadounidense.

La heterogeneidad política de América Latina se ha acentuado, hay países que han impulsado programas de gobierno con diferentes grados de cuestionamiento al neoliberalismo, en tanto otros, profundizan su integración dependiente al sistema capitalista, mediante la apertura económica que facilita la expansión capitalista a través de acuerdos de libre comercio con Estados Unidos (entre otros, México, Colombia, Perú y Chile). Los que cuestionan al neoliberalismo pretenden recuperar el control de sus recursos naturales y de los sectores estratégicos de la economía (fundamentalmente Bolivia, Venezuela y Ecuador).

En un espacio intermedio se encuentran los países fundadores del Mercosur, aunque existen claras diferencias entre, por un lado, Brasil, Uruguay y Paraguay que aplican un programa económico ortodoxo - similar a los que recomendó y recomienda el Fondo Monetario Internacional - y, por otro lado, Argentina que implementa un modelo heterodoxo que le ha dado muy buenos resultados: el producto creció a 9% promedio en los últimos cinco años y las reservas en dólares aumentaron sustancialmente.

Cuatro. La globalización amplía los espacios de operación del capital, aumentando los niveles de concentración y centralización del mismo. Esto provoca que los llamados "capitales nacionales" pierdan crecientemente ese carácter.

Las burguesías "nacionales" con cierta fortaleza económica se asocian con el capital transnacional y, a través de esa alianza, se mimetizan asumiendo la defensa plena del proceso de globalización y del sistema institucional jurídico, cultural e ideológico que lo sostiene.

Otros sectores de las burguesías "nacionales", por múltiples razones, asumen la bandera del proteccionismo como forma de supervivencia aunque, paralelamente, muchos de ellos pretenden alcanzar niveles de competitividad internacional a expensas de los salarios y de las condiciones laborales de los trabajadores.