LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO
LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

LAS RELACIONES FAMILIARES EN EL CONTEXTO DE LA CRISIS EN LA CIUDAD DE ROSARIO LAS MUJERES EN LAS ESTRATEGIAS DE SOBREVIVENCIA

Ana María Ciancio

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4.- LOS TIPOS DE FAMILIAS:

Hacer una historia del desarrollo de la familia desde los tiempos primitivos hasta la actualidad excedería los propósitos del presente trabajo. Sin embargo, no podemos soslayar el hecho de que es la primera institución que se recorta dentro del espacio social, y por lo tanto, la misma adquiere un carácter universal.

Si bien cada sociedad le asigna determinadas funciones, como la satisfacción afectiva y sexual de la pareja conyugal, la protección psicosocial de sus miembros (fundamentalmente el cuidado y la educación de los hijos) y la transmisión de los valores de la cultura a través del proceso de socialización; las organizaciones familiares y de parentesco asumen formas muy variadas y esto obedece a que, como toda creación humana, dicha institución está inmersa dentro de culturas con estructuras productivas y organizaciones político-sociales diversas.

La antropología se ha dedicado extensamente a historizar la heterogeneidad de las estructuras familiares, desarrollando al respecto una variada clasificación, según patrones de autoridad imperantes, linajes y clanes, reglas de endo o exogamia y cantidad de integrantes. Sin embargo, dicha heterogeneidad cultural presenta elementos comunes, ya que en todos los casos se trata de visualizar cómo se organiza la convivencia diaria, la sexualidad y la procreación.

Estas dimensiones se transforman en la medida en que cambia la estructura social, la organización económica, el sistema del poder político y la cultura religiosa que determinan en qué lugar se emplaza la familia y qué tipo de forma adopta la misma; es decir que se va organizando y estructurando a partir de reglas y normas de convivencia que rigen en la sociedad, pero como ésta evoluciona constantemente, las enseñanzas y modelos que se imparten van variando con las distintas generaciones.

Si bien el grupo familiar tiene una importante incidencia afectiva e ideológica sobre el individuo a lo largo de toda su vida, cada uno de esos grupos realiza una interpretación específica de sus propios códigos; esto significa que la familia no es una receptora pasiva de contenidos que le vienen de “afuera” y que ella se encarga de reproducir (léase copiar); por el contrario, hay un grado de participación familiar en la configuración de los sistemas ideacionales de la sociedad.

Es por ello que las interacciones familiares son intermediarias de los discursos sociales, si bien pueden reproducir, también pueden producir nuevos significados. De esta forma, se constituyen en instancias mediadoras de las estructuras socio económicas en un momento histórico determinado.

En la práctica, las políticas económicas y sociales tienen un claro impacto sobre la vida de las familias y sus miembros. En nuestro país los cambios económicos y la transformación del papel distribuidor del Estado han trasladado a la esfera familiar una gran cantidad de funciones con la consiguiente sobrecarga y aumento de tensiones que ello implica, introduciendo transformaciones en los modelos de organización familiar.

Al respecto, Jelin, E. (l997) . manifiesta: ”Vivimos en un mundo en que las tres dimensiones que conforman la definición clásica de familia (la sexualidad, la procreación, la convivencia) han sufrido enormes transformaciones y han evolucionado en direcciones divergentes...” .Esto significa claramente que hay una multiplicidad de formas de familia y de convivencia.

A pesar de que la familia nuclear completa que se estructura en torno a la figura paterna quien, en su calidad de “jefe de familia”, tiene poder de control y decisión sobre el resto de los integrantes, sigue siendo la forma más frecuente de vivir en familia, no es la única.

Hablar de “la familia” nos remite al modelo cultural dominante ideal (idealizado) de una estructura familiar “intacta”, ”normal”, con funciones y atribuciones distribuidas a cada uno de sus integrantes de acuerdo a su ubicación genérica y etárea dentro de la misma; pero además ha sido presentada como el paradigma de lo que significa “vivir en familia”. Esta consideración lleva implícita una actitud descalificante de otras formas de convivencia como si fueran anómalas, disfuncionales.

La consideración del concepto ”tipos de familias” utilizado en este trabajo tiene la función de cuestionar dicho modelo y permitir el reconocimiento de que existen una gran heterogeneidad de arreglos familiares -tanto en su composición, como en su funcionamiento- y que son una realidad a partir de los procesos de mayor individuación personal que conllevan al reconocimiento de intereses y espacios propios en las decisiones vitales: el aumento de las tasas de divorcio, uniones consensuadas donde la conformación y la perdurabilidad de la pareja y las formas de convivencia entre adultos y entre ellos y los jóvenes cambian, hogares monoparentales, reconstituídos, prevalencia de la mujer jefa, parejas que no conviven bajo el mismo techo, parejas homosexuales.

A lo anterior, es necesario agregar la incidencia de las condiciones macroestructurales de la producción sobre los microespacios familiares, de lo cual dependen el tipo de estrategias implementadas tales como el número de miembros que pueden insertarse en el mercado de trabajo formal y/o informal -según su disponibilidad y según el comportamiento de dicho mercado-, la mayor o menor incorporación de otros miembros al núcleo familiar, los mecanismos destinados a la reducción de gastos; lo cual introduce la dimensión de clase y que nos va a permitir ir recortando los distintos tipos de hogares de acuerdo a su inserción socioeconómica.

Pero el análisis sería parcializado si desconociéramos los aspectos ideacionales que son construidos por los sujetos a nivel de lo social y el grado en que los mismos son negociados o legitimados en los microespacios familiares. Nos referimos al estilo de las relaciones genéricas y generacionales que incluyen la forma en que se asumen y se comparten o no las tareas domésticas, el ejercicio de la autoridad y sus fuentes de legitimación; en definitiva el tipo de “cultura familiar” vigente.

Lo anterior implica que la familia está compuesta por seres sexuados que orientan su conducta de acuerdo a las pautas que la sociedad (en general) y su entorno familiar (en particular) les impone a través del cumplimiento de sus roles genéricos; es decir, como manifiesta Jelin,E. (1994) al referirse a la unidad familiar: ”...no es un conjunto indiferenciado de individuos. Es una organización social, un microcosmos de relaciones de producción, de reproducción y de distribución, con una estructura de poder y con fuertes componentes ideológicos que cementan esa organización y ayudan a su persistencia y reproducción, pero donde también hay bases estructurales de conflicto y lucha”.

Un aspecto que se convierte en eje central de nuestra investigación es si los factores económicos de la producción han ido produciendo cambios en la organización familiar en cuanto a desplazamiento de espacios, redefinición de roles lo cual nos permitirá establecer si van surgiendo nuevas modalidades familiares.

Según hemos observado, el proceso de empobrecimiento ha afectado a grandes sectores de la población.Ya no se trata simplemente de las “villas de emergencia”, localizadas en las periferias y fácilmente reconocibles; en la actualidad a sus “originales “ pobladores hay que agregarles, por un lado, a aquellos que -como hemos visto- se desplazan desde el medio rural al urbano, y por el otro, se les suman los que pertenecen al medio local quienes han sufrido un notable deterioro en su situación económico-social.

De acuerdo a lo expresado precedentemente, creemos necesario clarificar procesos y conceptos que se consideran claves para el análisis de uno de los temas del presente estudio, tales como la pobreza, sus manifestaciones y las formas de dimensionarla.

El informe realizado por la Fundación del Banco Municipal de Rosario refiriéndose a este tema expresa que “Cuando se alude al concepto de “pobreza” se hace referencia a una categoría descriptiva, basada en la carencia de bienes y servicios mínimos que una sociedad determinada considera como indispensables para todos sus miembros (Jaume,F.l989). En su conformación se combinan distintas necesidades que afectan tanto a lo biológico como a lo social. Es también un concepto relativo, puesto que en cada etapa histórica la pobreza corresponderá a realidades diferentes, y también se medirá con parámetros distintos.

Pobreza, entonces, es un concepto que permite calificar la condición concreta de existencia de determinados grupos sociales, que por contraste o comparación con otros grupos de la sociedad son “no pobres”.

Consideramos que hay dos elementos constitutivos y complementarios para dicha medición: la insuficiencia de ingresos que impiden cubrir una canasta básica de bienes y servicios y Las Necesidades Básicas Insatisfechas que implican la falta de acceso a bienes y servicios, tales como vivienda, salud, educación, red cloacal, agua, luz. Se consideran indigentes a los hogares que sólo pueden acceder a los alimentos indispensables, por cierto cada vez más “recortados” en cantidad y calidad.

Dentro de la población calificada como “pobres” existen dos grupos: los que siempre sufrieron carencias y configuran la parte más desfavorecida de la sociedad, a los que se denomina “pobres estructurales” y los llamados “nuevos pobres o empobrecidos” que son los que han visto caer sus ingresos, y en consecuencia, enfrentan situaciones de privación relativa.

En este sentido, Minujin, A. aclara: “...el conjunto de hogares pobres está conformado no sólo por aquellos que sufren carencias básicas de infraestructura sanitaria y de vivienda, que conforman las villas miseria y los asentamientos precarios, grupo que denominaremos de “pobreza estructural” (o NBI), sino que se incorporan otras familias, algunas “ex pobres estructurales” y otras pertenecientes a sectores medios, “nuevos pobres”, que conforman otro grupo, extremadamente heterogéneo, que se suele denominar pauperizado y que en este trabajo mencionaremos como “empobrecido”.

De esta forma, las unidades domésticas de distintas clases sociales varían en su capacidad de obtener, acumular y transmitir recursos y esto depende de condiciones macrosociales como la situación del mercado laboral, el grado de inserción dentro del mismo, el tipo de ocupación que se desempeña. Esto nos permite centrar el análisis en todas aquellas actividades que se estructuran en torno al mantenimiento de la organización familiar en una estructura productiva determinada, y dentro de este enfoque, la unidad familiar se convierte en un agente mediador entre los fenómenos del nivel macro y microsocial.

Siguiendo este lineamiento, y de acuerdo al trabajo de campo que realizamos, hemos incluido a los “pobres estructurales”, a los “nuevos pobres” y a un grupo que -de acuerdo a su inserción socioeconómica- lo consideramos en una situación intermedia

Estos diferentes tipos de familias además atraviesan distintas etapas del ciclo familiar, tales como la cantidad de miembros que pueden o no aportar ingresos monetarios y/o no monetarios, la presencia -a veces numerosa- de niñas/os en edad escolar y/o de adolescentes que no tienen ninguna posibilidad de acceder a la estructura productiva, y estos elementos determinan también que difieran en las problemáticas con las que se enfrentan y las maneras como las resuelven.

Las mismas incluyen una multiplicidad de acciones que se van implementando para la resolución del mantenimiento -tanto material como simbólico- de la vida cotidiana; la forma en que las mismas se estructuran e involucran a sus miembros -según su ubicación (léase “posicionamiento”) genérica/generacional- pone sobre el tapete los aspectos más relevantes que hacen a la estructura y a la dinámica de dichas familias, y al mismo tiempo, nos van advirtiendo acerca de las transformaciones que se van perfilando.

En la mayoría de los casos que hemos analizado, constatamos que los efectos de la crisis recesiva ha introducido cambios -y hasta traspaso- en los roles económicos entre mujeres y varones, dados fundamentalmente por la mayor incorporación femenina al mercado laboral; en algunos hogares ese incremento de la fuerza laboral de las mujeres ha sido para complementar la caída de los ingresos del esposo y/o compañero, mientras que en otros dichos ingresos se han convertido en la única fuente de obtención de recursos monetarios.

La imposibilidad por parte de los varones de no poder seguir desempeñando el papel que anteriormente detentaban, de ser los únicos o principales “proveedores económicos” (con la carga simbólica que esto trae aparejado; es decir, el cuestionamiento de su “jefatura” por parte del resto de los integrantes del grupo familiar) y al ser éste mayormente desempeñado por sus esposas/compañeras, hijas/os, van produciendo tensiones, conflictos y hasta la disolución del vínculo conyugal, ya que dichos cambios han sido impuestos por las condiciones adversas y no consensuados.

Estas situaciones se potencian más cuando se trata de hogares que tienen expectativas tradicionales de roles genéricos, nos referimos a la familia “nuclear tradicional”, estructurada sobre la base de relaciones sociales asimétricas. Dentro de esta concepción se desprende una clara división sexual del trabajo que atribuye (léase privilegia) la actividad “productiva”/ extradoméstica al varón, reservando para la mujer la actividad “reproductiva”/doméstica, circunscripta a la esfera “privada “del hogar. Por lo tanto, la organización familiar no sólo se constituye, sino que también se organiza sobre la base de la figura paterna quien es la autoridad máxima en la toma de decisiones que involucra a los demás miembros.

La adscripción de esta posición -legitimada socialmente- tiene un efecto ordenador interno de la estructura familiar, ya que supone como contrapartida la ubicación de los demás miembros -en virtud de su edad y de su sexo-, en posiciones de dependientes que, si bien pueden tener iniciativas propias y ejercer algún poder, están finalmente subordinados a dicha autoridad.

Sin embargo, y de acuerdo a los datos que han surgido de las entrevistas realizadas, estamos en condiciones de afirmar que la existencia de relaciones sociales asimétricas no significa la inexistencia de áreas -estereotipadas en función del sexo- que se van sometiendo a modificación. De hecho, la “salida” de las mujeres al “espacio público” para insertarse en el mercado de trabajo formal y/o informal y la posibilidad de generar un salario -complementario o que mantiene la estructura familiar-, les posibilita participar en mejores condiciones de negociación dentro de la pareja.

Negociar significa disponer de un espacio- por pequeño que sea- de toma de decisiones propias, de cierto grado de autonomía y de cambiar su posición dentro de la relación, de modo que le permita reconocer sus propias necesidades e intente darles cabida dentro de la estructura relacional y que vaya llevando a todos sus integrantes a reconceptualizar sus representaciones genéricas. Aquí volvemos a encontrar una diferencia sustancial, basada en la adjudicación del cumplimiento del rol genérico, y es el hecho de que las mujeres - a diferencia de los varones- siempre tienen que negociar en este campo.

Lo expuesto no significa que nuestra intención sea la de presentar una situación causa-efecto entre desocupación y/o subocupación masculina y el surgimiento de la jefatura femenina (con los traspasos de roles y redefinición de espacios que ello implica), ni tampoco que la misma sea un proceso lineal y unilateral aplicable a toda organización familiar como si se tratara de un modelo nuevo y único que se va perfilando en la sociedad.

Esto no invalida el hecho de que se vayan dando procesos que, en general, ponen de manifiesto una mayor democratización de las relaciones familiares (incluyendo a todos sus integrantes), en temas como manejo del dinero, toma de decisiones, división más flexible de las tareas domésticas -incluída la crianza y educación de las/os hijas/os y/u otros miembros- y hasta el reconocimiento a veces explícito (aunque en la mayoría de los casos es velado por las mismas mujeres, como si se tratara de evitar avergonzar al esposo/compañero) de la existencia de la jefatura femenina, lo cual deviene del ejercicio real de la misma.

Estas circunstancias van permitiendo un mejor posicionamiento de las mujeres dentro de dichas relaciones, dependiendo el mismo de las tendencias y expectativas genéricas que existen (y a veces preexisten en cada familia). El nivel de persistencia de las mismas dependerá, por una parte, del tipo de cultura familiar vigente; pero, por otra parte (y fundamentalmente) del grado de internalización que las propias mujeres puedan ir haciendo del traspaso de roles, afianzando más su autonomía o asumiendo conductas subordinadas.

Las familias con las que hemos trabajado, no sólo difieren en su situación socioeconómica y grado de educación formal, lo cual incide en la forma en cómo se insertan en el aparato productivo y los tipos de recursos humanos que utilizan para la satisfacción de sus necesidades, sino que además presentan una variada gama de situaciones: si bien en todas ellas la conformación de la pareja ha sido producto del consenso (en algunos casos mediado por un embarazo), algunas se han reconstituído luego de una separación; otras están en vías de la disolución del vínculo, en otros casos dicha unión ha sido precedida por una separación (legal o no) de uno/a de los miembros de la pareja, el aumento del número de hogares con jefatura femenina; todo lo cual pone en tela de juicio a la familia nuclear como modelo cultural predominante y como la única forma posible de “vivir en familia”.