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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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EL BURÓCRATA

El burócrata es el personaje más influyente en toda administración pública tercermundista. Los ciudadanos tienen en general un concepto del gobernante, muy semejante al concepto que tienen del funcionario que los atiende. Son pues los burócratas, causa de popularidad o desprecio para muchas administraciones. El empleado tiene por tanto un gran poder; sólo que su mando no sirve para construir, sino para obstaculizar y destruir.

El oficinista nunca toma decisiones; siempre ejecuta órdenes, revisa documentos, sella papeles, da formatos, recibe solicitudes o declaraciones, envía correspondencia, etc. Si es diligente, las cuestiones oficiales marchan a pedir de boca; pero si no lo es, los trámites se retrasan, los proyectos no se cumplen, se desarticulan las acciones, los ciudadanos tienen que echar muchas vueltas, se enfurecen y se ganan lo mismo, y como única opción murmuran y guardan rencor hacia el gobierno.

Para los ciudadanos, el burócrata es el gobierno; aunque legalmente no es así; pero la cosa es que cuando una persona va a una oficina gubernamental, nunca trata con los que toman las decisiones, que son los que están ahí por sus votos; sino con secretarias o empleados malgeniosos, que lo tratan como se les antoja, sin que el usuario pueda hacer nada.

En términos generales, el burócrata piensa que está mal pagado y que hace mucho para lo que le pagan; se le figura que es víctima del sistema, del gobierno, de todos; y entonces se siente con derecho a tomarse algunos desquites cada que tiene oportunidad para hacerlo: y las oportunidades le llueven. El sabe que puede tardarse un poco más en cierto papel, que puede ponerle algunos “peros” de más a la forma fulana, o simplemente decir que ya es muy tarde para hacer cierto trámite porque tiene mucho trabajo; que vuelva mañana.

Para él es muy fácil decir regrese mañana, mientras que para el ciudadano representa pérdida de tiempo, viajes extra, dinero tirado... El burócrata sabe todo esto y se hace como que lo ignora, esperando que al razonar el ciudadano piense, si vuelvo mañana, perderé tiempo y dinero y pierdo menos si le ofrezco dinero a cambio de que acelere mi trámite, y tal como lo planeó nuestro amanuense, el usuario del servicio le ofrece “para los cigarros” y el oficinista, medio haciéndose el remolón, procede a resolver como correspondía, y se echó unos centavos extras a la bolsa.

El burócrata sólo se porta bien, cuando es un novato en su trabajo; al poco tiempo se da cuenta de su poder para retrasar los trámites y empieza a ponerse sus moños; al cabo, termina convirtiéndose en el más temible tirano con que tengan que lidiar los ciudadanos.

Cuando sea usted gobernante, amigo lector, sea cual fuere su tamaño o jerarquía, tenga en cuenta que la efectividad de un gobierno está en relación a su capacidad de trabajar como equipo y que éste es como una cadena en la que una cabeza da una orden y ésta pasa de mano en mano hasta llegar al último empleado, el que está a la vista del público y que él será el que finalmente ponga en práctica la ley o reglamento en cuestión; por lo que de él depende el que se hagan las cosas como deben ser o al “ai se va”.

Generalmente los gobernantes piensan en cambiar las leyes o normas, pero no cambian al burócrata que las pondrá en práctica ni revisan su funcionamiento y por ello todo sigue igual.

Es por esto que la administración de todo gobernante es juzgada de acuerdo al concepto que se tenga del empleado que atiende al público. Así como las flores del jardín de la casa dan la bienvenida al visitante o un jardín descuidado nos invita a no llegar, igualmente un recepcionista atento y cortés o engreído y sangrón, formará el concepto que el público tenga de cualquier oficina; y es responsabilidad de la cabeza de cualquier administración pública, asegurarse que sus ayudantes atiendan al público como patrón que es y no como a un pordiosero que pidiera caridad.


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