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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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EL BARCO DE JUAN

Juan quiere ser admitido en el grupo del barrio y sonríe aceptando lo que no sabe que propusieron los demás. Hace lo que ve que hacen, aunque no le queda claro de qué se trata; porque quiere ser considerado como uno igual a ellos.

Fuma porque ve que lo hacen; utiliza los mismos ademanes que los demás, y lo hace con la frecuencia con que ve que los otros lo hacen. Sonríe con los otros, de chistes que no entiende; y trae un corte de pelo difícil de definir, pero que sus amigos le dijeron que se veía bien.

¿Y qué es lo que quiere? ¿Es que quiere fumar? No, si ese fuera el caso, él podría hacerlo en otro lugar y con otras gentes. ¿Por qué se ríe de lo que hacen los demás? ¿Por qué tiene tanto interés en agradar a sus amigos? ¿Es que está seguro de que esa forma de comportarse es la mejor? ¿Qué es lo que pasa?

Quizá sea sólo como un barco perdido en busca de puerto seguro en donde atracar. Quizá sólo sea un corazón solitario que busca su identidad personal. Hay quienes lo atacan. Hay quienes lo censuran. Hay quienes dicen que es un bueno para nada. Que a todo le tira y que a nada le pega. Que en la escuela nunca fue nada de provecho y que no hay trabajo donde siente cabeza. Que utiliza esas modas cochinas, esos peinados raros y esas compañías ordinarias que nada bueno le traen.

Pero el punto es que Juan necesita tener la seguridad de que será aceptado por alguien, que tiene un lugar. El punto es que quizá los “amigotes” de Juan, son los únicos que le han reservado un poco de atención, y Juan los sigue porque es la única opción que tiene. Quizá los “buenos”, los que “se preocupan porque lo quieren”, esos, no han tenido tiempo de escucharlo y no han tenido para darle algo más que regaños y “buenos consejos”.

Juan sigue por ahí. Sigue con sus “malos amigos”, y no puede entender por qué sean malos. Porque no tiene un punto de comparación: son su única opción. Buenos o malos, los tiene que tomar; y para ello, para que lo acepten, debe ser más semejante a sus amigos. Quizá, si los “buenos” tuvieran un poco de tiempo disponible para él, si le ofrecieran un lugar entre ellos, entonces él... en vez de su peinado raro y “malas compañías”, se peinaría “bien” e imitaría a los “buenos”. Pero mientras los “buenos” sólo tengan tiempo para censurarlo y señalarlo, Juan seguirá siendo lo que es: un pequeño barco perdido que busca un puerto donde atracar.

Y hay comaladas de “juanes”. Y hay una gran cantidad de barcos: pequeños y grandes, bonitos y feos, cercanos y lejanos. Y todos tienen en común: su falta de puerto, su falta de faro. Y todos esos “juanes” tienen un gran vacío. Y todos esos “juanes” lo tratan de llenar con algo. Y a falta de un alguien concreto y cálido, lo llenan con humo, con música fuerte, con peinados raros, con modas extrañas.

Y es que al ver los barcos a la distancia, como no se aprecian bien, nunca los identificamos adecuadamente. Necesitaríamos acercarnos a ellos, para verlos como realmente son. Pero, ¿Cómo acercarnos, con tantos defectos que les vemos a lo lejos? ¿Cómo acercarnos a verlos bien?


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