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TEMAS

Francisco Javier Contreras Horta

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DON ESTEBAN

Don Esteban estaba esperando el camión. Calzaba un tenis y un zapato…, viejos hasta la jija…, pero bien abrochados. Tenía una indumentaria raída, descolorida, pero la portaba con dignidad: parecía un buen padre al que abandonaron sus hijos. Sólo su sombrero avisaba a gritos que más que haber sido dado, después de usado, había sido recogido de la basura. El era delgado, un poco enjuto, y unas barbas ralas y canientas mal ocultaban su sonrisa.

Don Esteban esperaba el camión y yo hacía lo mismo, y entre éstas y las otras comenzamos a platicar. Yo le dije que lo había visto días antes atendiendo una siembra de maíz en el área de servicio de la carretera de Paredones y sí, me platicó que era su siembra. Le pregunté que si no tenía problemas con alguien del gobierno por sembrar ahí. Sonrió y me dijo. - ¿Qué me queda? No tengo más donde sembrar. Y tengo que comer.

Así seguimos platicando. Era un hombre que sabía mucho y había leído bastante, pero la desgracia había sentado sus reales en él. Me comentó que cuando ya no le alcanzaba, entonces iba a la iglesia y al fin de la misa les pedía apoyo a los feligreses. - Siempre dan - me decía mostrando sus escasos dientes todos chuecos, - a uno de viejo si le dan.

Me admiro de su pobreza física, pero su entereza y sonrisa franca me hacen suponerlo poseedor de una gran riqueza espiritual. Me pregunto cómo le hace para conseguir qué comer todos los días, y me hago mil preguntas más y a fin de cuentas termino concluyendo que sólo tengo que aprender de él. Así seguimos platicando hasta que vemos que allá en el crucero viene un autobús. Y entonces le pregunto que a dónde va. - A Milpillas, - me responde - tengo allá un hijo que está muy pobre y tiene re mucha familia: Voy a llevarle un socorrito.

Llega su camión y se va. Yo me espero: voy a Tepa. Pero me quedo pensando y pensando en Don Esteban. Me parece un monumento viviente a la paternidad. Creo que es el prototipo de un buen padre, que no obstante la adversidad se aferre en aniquilarlo, sabe darse cuenta de que puede con sus años y aún sabe dar la mano a su hijo que pasa por suerte semejante.

Y entonces me avergüenza recordar, cuántas veces yo me he caído al primer empujón...


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