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J.M. KEYNES, EL PROFETA OLVIDADO

Mario Guillermo Gómez Olivares

 

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2.5.3. Las consecuencias del regreso al padrón-oro.

La política de laissez-faire monetario estaba tradicionalmente unida a la creencia milagrosa en el sistema de padrón-oro, el cual según Keynes nunca funciono satisfactoriamente, aunque dominase durante breves períodos, siendo interrumpido frecuentemente por crisis financieras. El verdadero dilema británico en los años Veinte del siglo XX estaba ligado a la reintroducción del padrón-oro, que era para Keynes el intento de reintroducir la estabilidad en el valor de la moneda con recurso al laissez-faire implícito en el sistema de padrón-oro.

El hecho de Londres haber transformado en un centro financiero internacional a partir del siglo XIX, hizo con que las condiciones de crédito en el mundo fuesen dictadas por el Banco de Inglaterra, “the conductor of the international orchestra”; las variaciones en las condiciones de los prestamos dependían en larga medida de la oportunidad atribuida por el Banco de Inglaterra a la expansión de sus reservas de oro.

Los economistas atribuyeron éxito a las políticas de laissez-faire como tales y no a las peculiaridades transitorias de la posición británica. Con el regreso al padrón-oro, las formas peculiares de organización financiera inglesa encontraran dificultades ex-traordinarias en la solución de sus desequilibrios: “The mentality of the City is deeply impregnated with simple-minded maxims, such as one still reads in old-fashionable financial weeklies” .

Los automatismos atribuidos al padrón-oro eran, para Keynes, la consecuencia de una posición de hegemonía económica conseguida por la Corona Británica, siendo esos en la realidad inexistentes, aunque los más conservadores los admitiesen como una verdad adquirida e irrenunciable.

En las relaciones económicas internacionales, la idea tradicional basada en el principio del laissez-faire, consideraba que las prestamos externos nivelarían la tasa de interés internacionalmente y que, por consiguiente, cantidades de trabajo de igual eficiencia deberían ser combinadas con cantidades iguales de capital en cualquier parte, resultando una eficiencia marginal del trabajo por igual en cualquier parte, y por tanto la misma proporción del producto para el trabajo en cualquier parte.

Si el movimiento del capital fuese libre y los riesgos fuesen los mismos, los salarios tenderían para un mismo nivel, por lo que, en un país con salarios altos, tenderá a producirse un desequilibrio negativo de su balanza externa, exigiendo una deflación de los lucros a fin de preservar su stock de oro, hasta que, por presión del desem-pleo y de la deflación de ingresos que tiene lugar, el nivel de los salarios regresará a un nivel igual al de los otros países: “(...) the workers in an old country cannot obtain directly the benefit of its large capital accumulation, in the shapes of higher wages, ahead of the workers in the rest of the world..” .

Evidentemente que la movilidad del capital, sea de corto o de largo plazo, es un fuerte argumento a favor de la existencia de tasas de cambio estables y de un padrón internacional estable. ¿Pero será sabio tener un sistema monetario internacional con un ámbito más amplio que el sistema bancario, el sistema de tarifas o el sistema salarial nacional? ¿Se puede permitir un grado desproporcionado de movilidad de un elemento singular del sistema económico, manteniendo otros elementos rígidos? El problema, según Keynes, que no existe una movilidad internacional en todos los elementos del sistema tal como existe movilidad nacional .

Para Keynes el error estaba en la creencia, de acuerdo con las presupuestos del laissez-faire, de que la inversión exterior y los empréstitos exteriores son una y la misma cosa, por lo que una libra fuerte iría empujar las exportaciones por medio del aumento del crédito externo, papel tradicional asumido en el período preguerra y que habría llevado los productos ingleses a toda a parte: “If English investors, not linking the outlook at home, fearing labour disputes or nervous about changes of government, begin to buy more american securities than before, why should it be supposed that this will be naturally balanced by increased British export ? For, of course, it will not” .

Inglaterra estaba en un estado de transición con serios problemas económicos, que deberían conducirla a grandes cambios en su estructura industrial y social. La guerra solo catolizó esos problemas, colocándolos en la orden del día: “The forces of the ninetenth century have run their course and are exhausted. The economic motives and ideals of that generation no satisfy us: we want to find a new way and must suffer again the malaise, and finally the pangs, of a new industrial birth” .

La industria exportadora inglesa era poco concurrencia, mantenía un nivel de actividad abajo del nivel de preguerra, presionada por la subida de los precios que tenía su epifenómeno en la mayor demanda de materia-primas por parte de los Estados Unidos. Keynes compartía la idea de que las soluciones para resolver el problema del desempleo deberían ser una mayor acumulación de capital, un mayor progreso de la ciencia, una mayor productividad del trabajo, un mayor sentido común y ‘public spirit‘. Todas estas soluciones exigen tiempo, en relación con un problema que se presentaba en el corto plazo.

Keynes vislumbraba que el factor determinante de corto plazo del desempleo residía en la inadecuada y desajustada política monetaria resultante del regreso al padrón-oro, que elevaba la tasa de interés a fin de mantener estable la tasa efectiva de la libra, consagrando una libra fuerte y la restauración orgullosa de Londres como principal plaza financiera mundial. Keynes discordaba de los que pretendían el regreso al padrón-oro en las condiciones pretendidas, pues el regreso al padrón-oro provocaría un aumento desmesurado del desempleo.

En alternativa a los defensores del regreso al padrón-oro, Keynes propuso una reforma monetaria que defiende la redundancia del oro, lo que permitiría hacer lo que fuese necesario para conseguir los objetivos sociales y la alejarían de la preocupación de que, abandonando el oro como padrón de valor, se obtuviese un padrón menos seguro que en tiempos anteriores.

Keynes pretendía seguir una política que mantuviese estable el nivel de precios, esperando restaurar la antigua paridad dólar-libra sin el recurso al oro, seguido de una política de inflación involuntaria vinculado-se al oro, cuando este se tuviese depreciado o suficiente. Alternativamente, defendía una política de convertibilidad al oro en la base de una paridad fija, a ejemplo de lo que había sido efectuado en Suecia.

El desarrollo y modernización del sistema de crédito, implicaba para Keynes una mayor utilización de formas fiduciarias de circulación monetaria, en el sentido de la substitución y economización del oro en la circulación, hasta al punto en que se podría prescindir de su utilización como reserva privilegiada; de ese modo, la cantidad de oro necesaria para la existencia de un nivel de precios y la cantidad existente de oro no mundo podrían divergir.

La valorización de la libra, sin alteración del nivel salarial y del costo de vida interno, levo a una pérdida de lucros de las empresas equivalente a sobre valorización de la libra. La industria exportadora inglesa perdía cuotas de mercado exteriores y cedía en su mercado interno a los productos extranjeros. Para Keynes, el secreto de la remoción del desempleo estaría, así en la reforma monetaria que restaurase la con-fianza, eliminando el temor generado por expectativas frustrantes, permitiendo la utilización del ahorro nacional en la ocupación domestica dirigida por el Estado, en la construcción de viviendas y no en inversiones en el extranjero.

Keynes pensaba sobre todo que no existían mecanismos que transformasen el ahorro en inversión, primero por la ineficacia de la política de la tasa de interés bancario, dados los constrangimientos del padrón-oro y el interés de los rentistas, y segundo, por haber descubierto ulteriormente que la ligación ahorro-inversión no era directa.

Para Keynes, la desocupación tenía lugar, fundamentalmente, en las industrias ex-portadoras, afectadas por un valor de la libra exageradamente alto, provocado por el regreso al padrón-oro. Como la disminución de la actividad de esas industrias no era consecuencia de la disminución de la demanda mundial, el ‘remedio’ para su ‘cura’ exigía una clarificación de la relación entre los problemas reales y los problema monetarios.

Esto conduce necesariamente la discusión de la influencia de las fluctuaciones del poder de compra del dinero sobre las magnitudes reales, en desacuerdo con las reglas clásicas de la conducta inspiradas por el padrón-oro y por la fe en el mercado, que permitían el regreso al equilibrio solo por la flexibilidad de los precios y salarios. Así, de la creencia en la inexistencia de mecanismos automáticos deberá pasarse a la justificación teórica de la inflexibilidad que impide de operar esos mecanismos.

Para conseguir la efectividad de nuevos remedios inexplorados seria necesario abandonar el laissez-faire. Podemos ver que la necesidad de recorrer a medidas drásticas de combate al desempleo, evidencia, por un lado, que la empresa privada sola no estaría en condiciones de realizar esos objetivo y, por otro, que el Estado debería intervenir para dirigir una buena parte del ahorro ”into capital enterprise at home”.

Keynes debate las verdades articuladas en el principio del laissez-faire, señaladamente, la existencia de automatismos que aseguran que el reequilibrio es posible al mismo nivel de producción y empleo. El padrón-oro presupone que los movimientos de oro se realicen en el largo plazo de modo harmónico, de modo a mantener el nivel de precios estable en todos los países, de acuerdo con la teoría monetaria de Hume, para lo que debe existir una movilidad perfecta de los factores, de modo a que la remuneración del capital y de los salarios se igualen en varios países. Keynes disiente, alegando que las exportaciones de capital (salida de oro) amparadas en una libra fuerte no aumentan las exportaciones, por lo contrario, disminuyen el ahorro y la inversión interna, y con este la producción y el empleo. La libra fuerte s la causa del desempleo en el corto plazo, pues las exportaciones no son competitivas y las empresas encierran, la falta de inversión produce la decadencia de la industria en el largo plazo. El mecanismo automático previsto por el laissez-faire no tiene una base teórica sólida ni vive con un concepto de largo plazo smithiano.

Keynes, contrariamente a los mentores del regreso al padrón-oro, pensaba que el tiempo corría en el sentido de la necesidad de una mayor autonomía y acción independiente por parte de los Estados, y de una actividad de estos para conseguir objetivos de bienestar, por lo que deberían libertarse del grillete del padrón-oro.

Por otro lado, la estabilidad del padrón monetario - la base del sistema de confianza que atribuye el ahorro al inversionista y la producción al empresario-, no podría ser confiada al capitalismo individualista, caracterizado por la acción aislada de muchos individuos interactuando de manera independiente, por el contrario, debería ser fruto de una acción deliberada por parte del Estado.

Las preocupaciones de Keynes sobre la actividad económica estaban centradas en los problemas monetarios, así como en sus consecuencias sobre el output y en el empleo. Las explicaciones de Keynes sobre el desajuste, referidas a los años Veinte, resultan de una apreciación sobre los comportamientos y motivaciones de los agentes, de los cambios que se imponen al sistema sin los viejos remedios de las décadas anteriores.

Para Keynes la existencia de un padrón de moneda estable era muy importante para conseguir la estabilidad de los precios, pero ese padrón era una convención social que actuaba como una ancora psicológica para los agentes económicos. El padrón-oro había servido los intereses de la iniciativa individual, del capitalismo industrial, al permitir una base de confianza y de expectativa optimista sobre el valor de la moneda, lo cual aseguró la expansión del ahorro y de la inversión.

La reintroducción del padrón-oro con base en la experiencia del siglo XIX es, para Keynes, el regreso a un dogma. La realidad del siglo XX era otra, la psicología del inversionista había mudado, las expectativas del proletariado eran otras, los empresarios tenían perdido sus ´animal spirits´, ya no eran los garantes de la inversión que aseguraban el pleno empleo, la armonía de la nación y el bien común. En concreto, la reintroducción del laissez-faire monetario había significado para Inglaterra condenar su industria a la decadencia y los trabajadores a la desocupación. Lo que no seria necesario, dado que un padrón de moneda basado en una otra convención posibilitaría una mayor estabilidad de los precios, la utilización del ahorro nacional en el propio país es la mejor inversión. Esa reforma monetaria no podría ser realizada espontáneamente, era imprescindible la regulación del estado.

Las implicaciones políticas del fin del laissez-faire eran múltiplas, los propios objetivos de la política económica eran colocados en causa. Keynes pretendía libertar la tasa de interés para tareas más dignas que la de solo sustentar la libra, quería más inversión, era prioritario el empleo, pero su grande objetivo era mantener el capital industrial británico en condiciones de garantizar el poder necesario a fin de conseguir el bien-estar de la sociedad del siglo XX. Su perspectiva reformista lo llevó a criticar un principio sacrosanto del liberalismo, el laissez-faire, lo que lo hace aventurarse en profecías y deseos.

Esas alternativas serían necesariamente cimentadas y construidas en un plano diferente de la doctrina: el de la teoría económica. Keynes tendría que construir las teorías auxiliares que demostrasen por que motivo los mecanismos automáticos de autorregulación capitalista no funcionan. El convencimiento de que esos mecanismos no funcionan da un grande impulso a la descubierta científica keynesiana. El mundo exterior era el desagradable y feo mundo del desempleo, problema que representa un desafió científico, la búsqueda de explicaciones convincentes, las cuales no encontraba en la teoría clásica.


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