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EL TURISMO EXPLICADO CON CLARIDAD
Autopsia del Turismo, 2ª parte


Francisco Muñoz de Escalona

 

 

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III. TURISMO ES LO QUE DICEN LOS EXPERTOS

En este capítulo expondré la noción de turismo de los expertos, de los que se ocupan de estudiar lo que es, de su funcionamiento y de su gestión y manejo. Los expertos de turismo constituyen una comunidad generalmente bien avenida aunque muy heterogénea en su composición. Entre los expertos en turismo pueden encontrarse los titulados más variopintos, desde geólogos hasta letrados de algún parlamento autonómico, desde arquitectos, proyectistas o urbanistas, hasta biólogos, desde ecologistas hasta filósofos, desde lingüistas hasta geógrafos, muchos geógrafos, y también sociólogos, ingenieros de todas las especialidades y economistas o asimilados. También hay autodidactas entre los expertos de turismo. Como alguien ha dicho, experto es quien no tiene que pensar porque ya pensó para serlo.

La dificultad que se presenta en esta ocasión es que hay tantas nociones de turismo como expertos, aunque también podría decir que solo hay una única noción con infinitas variantes.

Mientras que para la gente, turismo es lo que hacen los turistas y para los empresarios, turismo es lo que ellos elaboran y venden a los turistas, es decir, todo aquello que los turistas utilizan para desplazarse, alojarse y alimentarse y divertirse en el lugar de referencia, para los expertos turismo es tanto lo que dice la gente como lo que dicen los empresarios. Tanto lo que hacen los turistas como lo que venden los empresarios. En definitiva, turismo para los expertos es cualquier cosa que hagan los turistas, incluyendo lo que ven, compran, consumen y usan. Pero también es turismo la investigación del fenómeno, la enseñanza, la publicidad, la promoción, la distribución y la comercialización de lo que compran los turistas y venden los empresarios. Los expertos no se limitan a estudiar lo que hacen los turistas y las relaciones de intercambio comercial en las que intervienen. Los expertos van más allá e involucran en el turismo, en la realidad y en la investigación, todas las relaciones imaginables, entre las que, curiosamente, ocupan un lugar secundario las de naturaleza comercial. Aunque heredaron e hicieron suyas las nociones de turismo de la gente y de los empresarios, los expertos las exponen de un modo más formalizado o, si se quiere, más alambicado.

Siguiendo el método que espontáneamente aplica la gente, quienes estudian el turismo también parten del turista, al que diferencian del viajero. Para ellos como para la gente, turistas son los que se desplazan de un lugar a otro por ocio, para divertirse y recrearse cuando las obligaciones negociosas se lo permiten. Turistas son quienes viajan por motivos autónomos, los viajeros en tiempo libre o vacacional. Para los expertos, como para la gente, un turista se diferencia netamente del que viaja en tiempo de trabajo o cumpliendo obligaciones impuestas por un negocio o una profesión. Un profesor universitario que viaja para entrevistar a un colega no es turista. Un viajante del comercio o comisionista, no es turista. Un albañil que se traslada a otra ciudad para trabajar en la construcción de un edificio, no es turista. Sin embargo, el viaje que Alfonso XIII hizo a París el año 1905 se transformó en turismo después de la ceremonia oficial de recepción porque el rey hizo después lo que hacen los turistas, asistir a teatros, museos, casinos o salas de fiesta, visitar pinacotecas y monumentos emblemáticos. Casos como este fueron objeto, en el pasado, de fuertes discusiones entre los expertos. Hoy ya no se polemiza por tales cuestiones. Las pasadas polémicas dan testimonio de una forma superada de aproximarse al estudio del turismo, aunque, como veremos, solo en parte. El tiempo que se dedicó a polemizar por cuestiones claramente bizantinas podía haberse dedicado a cuestionar las nociones de la gente y de los empresarios antes de fundirlas y asumirlas acríticamente para fundar sobre ellas un corpus teórico de solidez más que discutible pero que nadie discute.

Y, sin embargo, a pesar de todo, algún sentido tiene la insistencia de los tres colectivos en tratar de distinguir un turista de un no turista. En el caso de la gente del lugar, no cabe la menor duda de que quien viaja por trabajo y quien viaja por divertirse son viajeros diferentes que hay que identificar con nombres diferentes. Lo mismo cabe decir de los empresarios. Ellos necesitan identificar lo mejor posible a unos y otros porque cada uno crea oportunidades de negocio que sin duda son comunes pero también diferentes. Los expertos se esfuerzan en distinguir a los diferentes tipos de viajeros de la forma más correcta y segura posible. No solo para uso de la gente y de los empresarios sino, sobre todo, para uso de los gobernantes, siempre interesados en conocer los motivos por los cuales un extranjero atraviesa las fronteras del país o lugar de referencia. Pero los expertos asumieron las ideas de la gente y de los empresarios sin someterlas a crítica antes de fundar sobre ellas unas teorías que adolecen de falta de precisión y que son tan descriptivas como las originarias.

Cuando estuvo claro que la utilización de ciertos servicios públicos por parte de unos viajeros es diferente de la que hacen los residentes y otros viajeros se agudizó en los gobiernos la necesidad de distinguirlos para contarlos y, en definitiva, para hacer previsiones de cara al futuro a fin de dimensionar correctamente las inversiones públicas correspondientes. Y los expertos se ocuparon de formular las leyes que explican las llegadas de los viajeros turistas y de cuantificar los efectos de sus gastos sobre la economía del lugar visitado. Es decir, se limitaron a estudiar los efectos del turismo, no el turismo.

Porque una cosa estaba clara para los primeros expertos. Así como las visitas de los viajeros noturistas se realizan en función de las necesidades de compras y ventas de las empresas y del conjunto de las actividades productivas del lugar, las visitas de viajeros turistas se realizan en función de necesidades diferentes y en principio poco tipificables. En aquellos primeros años era evidente que los países dotados con recursos naturales o culturales de gran relevancia podían conseguir beneficios invirtiendo en empresas de servicios de accesibilidad, transporte y hospitalidad. Con esto bastaba para conseguir un número creciente de esos voraces consumidores que son los turistas. Se llegó a decir que el turismo (ese conjunto de servicios) tiene la virtud de hacer rentable cosas que no lo son.

Había otra razón, tal vez la más relevante, si no la única en algunos casos: la economía de un lugar podía estar estancada por razones de demanda: saturación de las necesidades de los residentes, de las exportaciones y de las visitas de noturistas. La reanimación de los negocios se consigue entonces provocando la demanda de quienes, gracias a las técnicas que vencen la distancia y a los precios en descenso de sus servicios, pueden viajar por motivos diferentes a los de la producción y los negocios, es decir, por distracción y ocio, para lo cual había que invertir en más mejoras de la accesibilidad y en mejores servicios de transporte, comunicaciones y hospitalidad, siempre que el país contara con recursos turísticos, es decir, un destacado patrimonio cultural o natural y con servicios de animación y diversión. Por su parte, los turistas se ocuparon de provocar la oferta de estos servicios en los lugares que querían visitar y no los tenían o eran de mala calidad.

El interés por el crecimiento de los viajes turísticos responde a una mezcla de las razones apuntadas. La necesidad de su estudio es evidente, tanto si el país recibe turistas como si no los recibe pero aspira a recibirlos en cantidad significativa.

Como digo, los expertos basan sus investigaciones en la distinción entre el viajero turista y el viajero noturista y aceptaron acríticamente las dos nociones que heredaron, la de la gente y la de los empresarios, en primer lugar la de estos últimos. Más tarde dieron prioridad a la noción de la gente y postergaron la empresarial. A mediados del siglo XX, los expertos conjugaron las dos nociones, las caras de una misma moneda. La noción de los empresarios se considerada económica y la de la gente, sociológica.

Lo que acabo de exponer resume el ya secular proceso seguido por la formación de las nociones de turista y de turismo que profesaron los expertos hasta 1991, año que marca una verdadera divisoria gracias a la celebración de la Conferencia Mundial de Ottawa, convocada por la Organización Mundial de Turismo. Como diría un periodista, Otawa’91 marca el antes y el después en lo que se refiere a las nociones de turista y de turismo que profesan los expertos. Pero, aunque, en efecto, puede parecer que Otawa’91 establece una línea divisoria, ambas nociones siguen siendo básicamente las mismas. Ambas coinciden con las de la gente y los empresarios, ligeramente retocadas, eso sí, ahora como antes, con el embellecedor barniz académico. El hecho de que los expertos formulen su noción de un modo variado y a veces hasta ingenioso no oculta la presencia de la noción de la gente y los empresarios en las nociones que profesan. Cuando se aplica el mismo método es inevitable que se obtenga el mismo resultado.

Demostrarlo obliga a una accidentada excursión a lo largo de más de un siglo de pensamiento turístico. Quisiera que fuera breve y amena la excursión que propongo pero será más larga y tediosa de lo deseable. Si me decido a hacerla es porque creo de gran interés que quede constancia de que los expertos lidiaron durante muchos años con serias dificultades de orden conceptual, que fracasaron en su intento y que, a la postre, se escudaron en la complejidad de la materia para desistir del intento. La historia de las ideas turísticas es la historia de un descomunal fracaso que los expertos prefieren olvidar y, de paso, escamotear a los legos en la materia. El lector tiene el antídoto en sus manos contra la excursión, no leer el resto de este capítulo ni el siguiente y continuar por el capítulo V.

El método que utilizan los expertos es el mismo que emplea la gente. El primero que lo siguió fue, como ya he dicho, Maurice Alhoy, en 1848. Se basa en distinguir a un turista de un noturista por notas diferenciales, generalmente de tipo conductual, aunque también las hay de otro tipo. No es fácil ofrecer la relación completa de las notas diferenciales que han aportado los expertos durante el siglo y medio que tiene la literatura especializada en turismo. Como el común de la gente, los primeros expertos fueron testigos de que, a partir de una determinada época de la historia, cuyo inicio se puede fijar a mediados del siglo XIX, la capacidad de transporte de alojamiento de viajeros había aumentado tanto que desbordó las necesidades derivadas de los viajes de negocio. Una solución al exceso de oferta se encontró en el fomento de la demanda derivada de los viajes de ocio, algo siempre atractivo por ser parte del modo de vida de las clases más pudientes. El momento era propicio gracias a la insurgencia de sucesivas clases urbanas enriquecidas por el desarrollo económico que trajo la revolución industrial, clases ansiosas por imitar los viajes de la vieja clase ociosa, ya entonces en vías de extinción.

Así como los viajes de negocio dependen del crecimiento de las necesidades generadas por las actividades productivas, el crecimiento de los viajes de ocio, aunque también depende del aumento de la riqueza, es función de numerosos factores en gran parte imprevisibles y de mecanismos aparentemente no sujetos a reglas o sujeto a reglas no conocidas y de difícil conocimiento. Lo primero que hubo que vencer fue la resistencia a viajar por capricho de la gente que teniendo medios para hacerlo no lo hacían por estar anclada en la alta propensión al ahorro característica de la moral burguesa y victoriana entonces imperante. Los viajes de negocio se distinguen de los viajes de ocio en numerosos aspectos, pero había uno que los primeros expertos destacaron especialmente. Mientras los primeros son dependientes del rígido cumplimento de las obligaciones laborales, empresariales y sociales, los segundos son independientes de ellas. Los viajes de ocio no dependen más que de la voluntad del viajero potencial. Y la voluntad, por caprichosa, no puede someterse a reglas.

De la convicción de que turista es quien viaja durante su tiempo libre o de ocio para recrearse, divertirse y descansar, los expertos deducen que los turistas, cuando hacen turismo, son solo consumidores, esto es, que han dejado, temporalmente, de ser productores. La continua aparición de nuevas clases enriquecidas activa el proceso de socialización del ocio. El ocio se considera el privilegio que tuvo en el Antiguo Régimen la minoría dirigente. Sus miembros eran los únicos que viajaron en el pasado y por esta razón hablamos de motivos de placer ignorando que el ocio es la actividad que estatutariamente tenían encomendada. El ocaso de la clase ociosa impuso a todos la obligación de ser productores o negociosos, y, en contrapartida, confirió también a todos el derecho al tiempo libre. La condición subyacente consiste en la adecuada regulación legal de los tiempos dedicados al negocio (trabajo y producción) y al ocio (descanso y consumo)

Ambos tiempos generan flujos de viajeros, pero mientras el flujo de viajeros de negocio tiene su propia dinámica, la de la producción, como ya he dicho, el flujo de viajes de ocio ha de ser impulsado deliberada y eficientemente si se quiere que alcance un volumen que enjugue el exceso de capacidad existente en los servicios de transporte y de hospitalidad, aumente la demanda interior y dinamice la economía del lugar visitado.

Hoy todos somos productores y, a veces, hacemos viajes de producción o negocio. Todos somos hoy, también, consumidores. Pero, desde mediados del siglo XIX, todos, o casi todos, hacemos también viajes de consumo u ocio, dejando pasajeramente de ser productores. Son los dos tiempos alternantes que definen la vida de los pueblos ricos.

Algunos expertos, muy pocos, defienden una noción de turistas en la que se incluya tanto a los viajeros de ocio como a los viajeros de negocio. La noción de turismo que profesan es la llamada noción amplia.

La mayor parte de los expertos sostuvieron con firmeza hasta 1991 la noción estricta o tradicional del turismo. Para ellos, solo quienes viajan por ocio son turistas y solo lo que ellos compran y utilizan constituye el contenido del turismo como fenómeno, como sector, como actividad económica y como disciplina de estudio. Esta es la postura defendida por la Asociación Internacional de Expertos Científicos en Turismo (AIEST), fundada en St. Gallen, Suiza, en los años cuarenta del siglo pasado, por Walter Hunziker con el apoyo de su estrecho y asiduo colaborador Kurt Krapf.

Los expertos que se opusieron a ellos fueron minoritarios y, sobre todo, no contaron con una organización tan fuerte y combativa como la AIEST.

A mediados del siglo XX se planteó una aguda polémica entre ambos grupos de la que salieron victoriosos los agrupados en la AIEST. A fines de los años sesenta se planteó una revisión de los argumentos esgrimidos por ambos contendientes que terminó con la convicción de que la noción estricta tenía que abrirse hasta la noción amplia. La idea matriz en la que se basa la noción estricta es la de que, en las motivaciones de los desplazamientos de los turistas, no puede haber el menor indicio de aspiración al lucro, hasta el extremo de que solo han de tenerse en cuenta los llamados gastos improductivos, una denominación conflictiva donde las haya, con la que se hace referencia exclusivamente al consumo final, no al consumo intermedio, industrial, el que se hace con fines productivos. Los gastos improductivos se hacen para vivir y disfrutar, para satisfacer las necesidades, y no se recuperan nunca, mientras que los gastos productivos se hacen para producir y así obtener beneficios materiales cuando son recuperados con creces a través de las ventas lucrativas de los productos obtenidos.

El primer golpe de gracia a la noción estricta de turismo sostenida primero por la AIEST y más tarde por la OMT se dio con la constatación de que el turismo dejó hace tiempo de ser una forma de consumo de lujo y ostentoso para convertirse en la necesidad que tiene todo trabajador de refaccionar las fuerzas perdidas durante el trabajo y seguir produciendo con eficacia. Para quienes utilizan este razonamiento, ninguna diferencia hay entre turismo de ocio y turismo de negocio pues tanto los que viajan en tiempo de vacaciones como los que viajan en tiempo de trabajo lo hacen para ganar algo, los primeros, para reponer las fuerzas físicas y psíquicas gastadas en el proceso productivo, y, los segundos, para obtener beneficios empresariales.

Sin embargo, a pesar de que la polémica se cerró, con el definitivo triunfo en 1991 de los que defienden la noción amplia de turista, razón por la que desde hace un cuarto de siglo es posible hablar de turismo de negocio sin caer en la contradicción de antaño, lo cierto es que aun sigue latente la noción estricta entre los miembros de la AIEST y en la Organización Mundial de Turismo.

La OMT mantuvo la vigencia de la noción estricta con el apoyo de la AIEST y la Comisión de Estadística de la ONU. Solo en 1991, en la Conferencia de Ottawa, cedieron todos a las presiones que se venían haciendo desde fines de los años sesenta en el sentido de abrir la cerrada noción de turista que propuso la AIEST a mediados del siglo pasado.

Para establecer la noción de turismo que profesan los expertos hay que conocer la historia de las ideas turísticas o del pensamiento en turismo. En el trabajo que en 1991, el año de Ottawa, presenté en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Complutense de Madrid para optar al grado de doctor, hice una introducción a la historia del pensamiento turístico que abarca el periodo 1884 - 1990. De momento nadie que yo sepa ha continuado esta investigación. Algunos han utilizado algunas partes de mi investigación sin citar su procedencia, pero la continuación de esta línea es muy necesaria para el conocimiento del turismo.

No es este el lugar apropiado para hurgar en los casi infinitos recovecos por el que deambularon los expertos de turismo que en el mundo han sido. Pero debo repetir una vez más que, a pesar de las numerosas diferencias que los expertos creen encontrar entre las abundantes nociones existentes, el método que utilizan para formular sus nociones coincide esencialmente con el que implícita y espontáneamente utiliza la gente desde que, en la primera mitad del siglo XIX, se popularizó la voz turista con el significado expuesto en el capítulo I. Es más: prestigiosos expertos en turismo se amparan en la identidad entre su noción y la de la gente para demostrar que la noción que sostienen es la única posible y científica.

A pesar de la coincidencia básica que existe entre las nociones de los expertos y la noción de la gente, las de los expertos se caracterizan por basarse en un abigarrado abanico de notas diferenciales expuestas de un modo formalizado. Tantas nociones de turismo han propuesto los expertos que, ya a mediados del siglo XX, pudo decir el austriaco Paul Bernecker que había tantas definiciones de turismo como autores. El ritmo de elaboración de nociones de turista y de turismo disminuyó a partir de los años setenta. Tuvo mucho que ver en ello el rechazo que sintieron los especialistas en marketing que se interesaron por el turismo al ser llamados en su ayuda por los gobiernos y por muchos empresarios de servicios de transporte y de hospitalidad alarmados por las elevadas cotas de saturación del mercado que ya entonces había.

Como digo, el punto de partida de la búsqueda de las diferencias que distinguen a un turista de un noturista lo marcó el escritor francés Maurice Alhoy en 1848. Según el escritor francés, el viajero descubre y el turista visita lo que antes descubrió el viajero. En esta noción late la idea de turista de la gente y de su punta de lanza, los escritores. El turista prefiere la seguridad y la comodidad y huye de la aventura y de sus peligros, justo lo contrario que el viajero.

Siglo y medio después, el escritor canadiense Paul Teroux propuso una nueva distinción entre turista y viajero: el turista no sabe de donde viene, el viajero no sabe a donde va. Una vez más, la distinción repite con otras palabras la que propuso Alhoy hace siglo y medio, que el turista se desplaza a lugares explorados y trillados mientras que el viajero se siente atraído por lugares ignotos. El viejo método sigue siendo aplicado por escritores y sociólogos recreativos, como ya expuse en el capítulo I. Hacen gala de ese ingenio que José Antonio Marinas sitúa a medio camino entre el elogio y la refutación. La cuestión, sin embargo, no está en el gusto de los escritores por las nociones más o menos ingeniosas sino en que los expertos los emulen con nociones parecidas que generalmente tienen escaso o nulo valor analítico, explicativo y operativo.

El litigio y la polémica han acompañado a los intentos de formación de una noción científica del turismo que lograra delimitar con cierta precisión el objeto de estudio y del negocio. Las confrontaciones llegaron a ser tan frecuentes entre los miembros de la comunidad de expertos que se consolaron pensando que no encontrar una definición definitiva y universalmente aceptada del turismo es la consecuencia inevitable de la extrema complejidad del fenómeno y de que no contar con una definición convincente de lo que es el turismo no obstaculiza investigar las causas que lo explican y los efectos que produce. Admitieron de buen grado que, si se sigue trabajando sin desmayo para aportar estudios empíricos y, sobre todo, respetando la tradición clásica, algún día se alcanzará la definición definitiva, que tendrá la virtud de responder con muy pocas palabras a la vieja y correosa cuestión de qué es el turismo.

Los expertos han acuñado expresiones ambivalentes y no conflictivas como travel and tourism industry. En español es frecuente la expresión industria de los viajes y el turismo. Hoy se cree que no hay motivos de polémica y, a quienes tratan de desenterrarla, se les tilda de equivocados, marginales, heterodoxos y arcaicos, y son excluidos de la llamada comunidad de expertos científicos en turismo, maniobra tras de la que puede haber algún funcionario autoerigido en custodio de la ortodoxia al amparado de algún organismo internacional. Olvidan los tardíos epígonos de Torquemada que pueden topar con un tozudo investigador para el que la censura es acicate para trabajar con rigor e independencia.

¿Qué es entonces el turismo?, se preguntaba en 1911 el economista austriaco Herman von Schullern zu Skratenhofen, un brillante discípulo del fundador de la Escuela de Economía de Viena, Karl Menger, para responder que, aunque todo el mundo piensa en esencia lo mismo, no resulta fácil encontrar una definición correcta del concepto. Basta, según él, con decir que turismo es el conjunto de todos aquellos procesos, sobre todo económicos, que ponen en marcha las llegadas, las estancias y las salidas de turistas a y desde una determinada comunidad, región o estado y que se relacionan directamente con las citadas llegadas, estancias y salidas. La teoría del turismo que desarrolló Von Schullern se diferencia de la noción de la gente en que especifica en qué consiste el turismo como realidad y como materia de estudio, pero es tributaria de ella ya que turista, para este experto austriaco, es aquel que, no residiendo habitualmente en la localidad de referencia, pasa estancias temporales en ella por motivos ajenos a la obtención de lucro. Sólo en la temprana superación de la condición de extranjero que la gente suele exigir a un no residente para tenerlo por turista, radica la diferencia entre la noción de la gente y la de Von Schullern.

A la aportación del economista austriaco al concepto científico de turismo añadiré otra igualmente digna de ser tenida en cuenta porque destaca la existencia de lo que se llamó el doble sentido del turismo, el positivo y el negativo. El sentido negativo lo materializan las salidas y el positivo, las llegadas. La salida es negativa para el país abandonado y la llegada, positiva para el país de acogida. Hago solo una pregunta inocente: ¿por qué no dicen los expertos que el turismo es positivo para quien lo hace? Más adelante daré una respuesta.

Von Schullern fue uno de los primeros expertos de turismo que consiguió imprimir a sus trabajos un nivel científico. Además de destacar la existencia del turismo que llamó interior junto al internacional, puso de manifiesto la trascendencia de las salidas y las llegadas, resaltando el hecho de que el concepto solo se venía usando en sentido "activo" o "positivo" ("receptor" se dice hoy), olvidando el “pasivo” o “negativo” (“emisor” decimos ahora). El análisis del turismo debe tener en cuenta, según él, ambos sentidos a la vez, a fin de elaborar la balanza de flujos turísticos, como se hace con las exportaciones y las importaciones para construir la balanza comercial de pagos y cobros que reflejan las operaciones comerciales de un país con otros.

En tiempos de Von Schullern no era posible realizar un análisis que tuviera en cuenta el doble sentido del turismo por la sencilla razón de que no había datos estadísticos. Su aportación teórica aún sigue sin ser practicable por la misma razón. Los países que elaboran estadísticas sobre personas que salen hacia otros países por motivos turísticos o por otros motivos son muy escasos, y los que las elaboran no facilitan datos desglosados como los que se publican sobre llegadas al país. Los flujos turísticos se estudian y cuantifican de un modo unilateral, destacando solo el lado llamado positivo, el de las llegadas.

Hay un aspecto de las aportaciones de Von Schullern que me interesa destacar, el enfoque desde el que las elabora. Según sus propias declaraciones, Von Schullern estudió el turismo desde el punto de vista de la economía política, no desde el punto de vista de la economía privada. Quería decir que su análisis era macroeconómico, no microeconómico, sectorial o empresarial. Su noción de turista buscaba ser útil para cuantificar las llegadas de estos viajeros. Respondía a las necesidades del recuento estadístico, una finalidad que aun hoy sigue marcando el norte de la investigación del turismo por parte de organismos internacionales como el Comité de Expertos en Estadística de la ONU, de Eurostat (UE) y de la OMT, a cuyas nociones me referiré más adelante. Se trata de contar con estadísticas comparables internacionalmente y de ahí la necesidad de aplicar criterios homogéneos. Sin embargo, a pesar de los grandes esfuerzos que en este sentido realizó la Unión Internacional de Organismos Oficiales de Turismo y se siguen realizando por su heredera, la OMT, aún no se dispone de series verdaderamente homogéneas sobre llegadas de turistas a cada país por países de procedencia. Las cifras que se manejan sobre flujos turísticos mundiales, basadas en criterios casuísticos, son aproximaciones orientadas a lo publicitario con muy escaso valor científico.

Las citas y referencias que Von Schullern hace a la economía son muy abundantes. No obstante, al definir el turismo como conjunto de procesos desbordó los límites de la economía aunque resaltara los de naturaleza económica. Al generalizar el turismo a todos los procesos o relaciones, Von Schullern inició una tradición que aún sigue en vigor, la que se justifica por la creencia de que el fenómeno turístico es extraordinariamente complejo y que por ello no se agota en lo económico.

Von Schullern propuso un concepto de turismo que va más allá de lo económico, pero en la práctica su estudio responde al modelo convencional que se sigue aplicando hoy al estudio económico del turismo. Concibió la llegada de turistas a un país como aportación de riqueza y bienestar, (el turista aporta dinero al país al que se dirige y lo detrae del país en el que reside) y creyó necesario estimar en que grado tiene lugar esa aportación. Pero para ello no basta con conocer el número de turistas que llegan al país y la duración de la estancia. No sólo hay que tener en cuenta las necesidades y el poder adquisitivo de los turistas que llegan (dos aspectos económicos). Es preciso conocer, además, sus pautas de comportamiento y su modo de vida (dos aspectos culturales y morales, es decir, sociológicos)

Estudió, pues, el turismo rebasando los límites de la economía y penetrando en el campo más amplio de lo que hoy conocemos como sociología y psicología social. Puso el análisis de la demanda turística sobre bases más sociológicas que económicas. Aportó un tratamiento teórico del turismo de indudable importancia, pero siguió utilizando, en gran parte, el método descriptivo que lleva a la noción que tiene la gente de turista, y ello a pesar del gran esfuerzo que realizó para matizarla, lo que le llevó a superar tanto la extranjeridad como la ausencia de motivaciones de lucro.

Hay expertos que sostienen que el análisis científico del turismo encuentra su punto de partida en la llamada Escuela de Berlín. Aunque no lo comparto, admito que los expertos que formaron parte de ella hicieron aportaciones significativas a la concepción del turismo. Josep Stradner, muy próximo a esta escuela, hizo hincapié en los efectos positivos del turismo para la balanza de pagos, prestando especial atención a los motivos que impulsan a las personas a efectuar un viaje, diferenciando entre los que surgen de una decisión individual - como, por ejemplo, el deseo de conocer el mundo, la moda - y los que tienen su origen en el desarrollo de la vida económica, social, política y cultural.

Morgenroth fue uno de los pocos expertos que distinguió dos conceptos de turismo, el turismo en sentido amplio y el turismo en sentido estricto. Dentro del primero incluyó cualquier tipo de viaje y, en el segundo, solo los desplazamientos de personas que se alejan pasajeramente de su residencia para consumir bienes económicos y culturales.

El principal representante de la escuela de Berlín fue Robert Glucksmann, fundador y director del Instituto de Turismo en la Escuela Superior de Comercio de Berlín. En su corta vida (1929-1934), el instituto, dotado de una excelente biblioteca y de un archivo excepcional sobre temas turísticos, se convirtió en el centro más prestigioso del mundo en materia de investigación turística. Su publicación mensual Monatlichen Mitteilung y, sobre todo, la trimestral Archiv für den Fremdenverkehr, editada durante el periodo 1930/31-1934/35, constituyen una valiosa cantera para quien se interese por la economía del turismo. La labor de Glucksmann influyó de un modo decisivo tanto en la recopilación de datos estadísticos como en la consolidación de la doctrina turística por medio de la realización de conferencias regulares, estudios y trabajos de investigación aplicada. La primera definición del turismo de Glucksmann es muy singular: Turismo es el vencimiento del espacio por parte de quienes llegan a una localidad en la que no tienen su residencia. El espacio, o lo que es lo mismo, la distancia, se ha percibido desde siempre por el hombre como un serio obstáculo que dificulta la satisfacción de ciertas necesidades. La necesidad de vencer o dominar este obstáculo deriva de la aspiración a satisfacer las necesidades. Años más tarde, Glücksmann facilitó una nueva definición: El turismo es el conjunto de relaciones que tienen lugar en una localidad entre los residentes y quienes no siendo residentes se encuentran pasajeramente en ella. Incluyó, pues, como Von Schullern, todas las relaciones que se establecen entre forasteros y residentes. Abandonó su primer interesante enfoque y adoptó el enfoque sociológico de Von Schullern llevándolo hasta sus últimas consecuencias puesto que no puso en primer lugar las relaciones económicas y no resaltó, como Morgenroth, la satisfacción de necesidades económicas y culturales. El enfoque sociológico quedó así consagrado en los estudios del turismo, lo que no quiere decir que se menospreciaran los aspectos económicos y empresariales, sino que estos fueron relegados a un lugar secundario, al menos académicamente hablando.

A partir de 1935 se reconocía ya implícitamente lo que se admitiría explícitamente en 1942, que la investigación del turismo está más cerca de la sociología que de la economía. El enfoque económico y empresarial quedó subsumido en el sociológico, más comprehensivo y apto para estudiar una realidad percibida como un fenómeno complejo y multifacético, que no se agota en los aspectos económicos y empresariales.

Del mismo modo, el acento quedó puesto, definitivamente, en las localidades de acogida o receptoras, quedando relegado y olvidado el planteamiento de Von Schullern, que aspiraba a tener en cuenta también la perspectiva de las localidades de residencia de los turistas, las llamadas emisoras. Se abandonó, en consecuencia, el llamado sentido negativo del turismo, en frase poco lograda, aunque no descarto que fuera intencionado o, en todo caso, subconsciente. La frase trasluce un sentido que se admite sin discusión: que los beneficiados por el turismo son los países receptores de turistas y que los emisores son perjudicados. Así se entiende desde los comienzos del turismo masivo y de su estudio. Se da por sentado que el país que vende (el visitado) es el país que se beneficia a costa del país donde residen los que compran, olvidando la sólida premisa en la que se sustenta toda relación comercial y la misma economía de mercado como modelo de organización social, la del intercambio igual, en el que las dos partes se benefician porque ambas mejoran su situación de partida. El comprador aumenta su utilidad, lo que le reporta mayor bienestar. El vendedor aumenta sus beneficios, lo que le reporta más riqueza y con ella aumenta su bienestar.

Las bases de la concepción científica del turismo estaban puestas ya en la década de los años treinta gracias a las aportaciones que se hicieron entre 1911 y 1935, un cuarto de siglo lleno de acontecimientos que cambiaron el mundo occidental, como la Primera Guerra Mundial, la Revolución de Octubre y la Gran Crisis de la economía, los cuales, con sus efectos sobre la producción y el empleo, así como sobre el comercio internacional, contribuyeron a que los gobiernos de muchos países prestaran mayor atención a la llegada de turistas al territorio que administraban como fórmula de emergencia para aumentar las ventas de productos propios al margen de las exportaciones convencionales en crisis. La aportación de dinero al país de acogida que Von Schullern atribuyó al turismo quedó reconocida universalmente y el interés empresarial por el fenómeno dejó de estar limitado a determinadas ciudades y comarcas de Suiza, Francia, Italia y Austria para convertirse en un instrumento de política económica de los gobiernos nacionales. El primer país que lo vio en toda su dimensión y lo aplicó como política económica fue el gobierno italiano de Mussolini con la creación del ENIT, Ente Nazionale Italiano de Turismo, que ha servido de modelo a organismos similares en numerosos países.

Con este cambio de interés por el turismo, la proliferación de estudios se hizo abrumadora, sí, pero no se llevó a cabo el esfuerzo necesario para mejorar las bases conceptuales de lo que se entiende por turista y por turismo, que siguieron siendo prácticamente las mismas y coincidentes con las que sostienen la gente y los empresarios. Mientras que la concepción de turismo siga dependiendo de la noción vulgar de turista no se puede afirmar que disponemos de bases científicamente sólidas para aplicar el instrumental analítico de las ciencias económicas y ponerlo al servicio de la maximización de los beneficios empresariales, locales y nacionales de los países visitados por los turistas.

Desde 1925 hubo en la Universidad de Roma una cátedra dedicada a la enseñanza de la economía del turismo. El economista italiano Angelo Mariotti fue uno de los primeros expertos en turismo que se encargó de impartir un curso académico sobre los fundamentos de lo que llamó economía del turismo, denominación que empleó en 1933 para dar título a su primera obra sobre la materia. El uso de la expresión economía del turismo levantó en Italia fuertes críticas entre los puristas del idioma y de la economía por considerar, los primeros, que el vocablo turismo no es italiano, y los segundos, que la economía del turismo no es más que un capítulo de la economía general. Según Mariotti, el primero que utilizó esta polémica expresión fue el italiano Achille Loria en 1927, aunque él mismo parece que la utilizó ya en 1923. Hasta entonces se utilizaba el binomio economía y turismo, como hizo Von Schullern en 1911. Mariotti justificó la expresión basándose en que el turismo sirve para fomentar la producción y en que todo lo que aumenta la producción es objeto de la economía. Entre las actividades que tienen esta propiedad, situó el movimiento de forasteros, la industria de los viajeros, denominación empleada por Josef Stradner en 1884. Situado Mariotti en una perspectiva eminentemente académica, su definición del turismo la formuló con referencia a la disciplina que cultivaba: Se llama economía del turismo a la materia que se ocupa del movimiento de viajeros por deporte, salud, estudio u ocio, incluyendo todo lo que directa o indirectamente se relaciona con él. Sigue presente en ella la noción de turista de la gente junto con la línea omnicomprensiva que había abierto dos décadas antes Von Schullern, más tarde consolidada por Glücksmann y que, como ya he dicho, desbordó lo económico para asentarse de lleno en el campo de la sociología.

Definido lo que entiende por economía del turismo, Mariotti pasó a estudiar el turismo desde varios puntos de vista. Desde el punto de vista del lugar, distinguió el turismo activo y el turismo receptivo. Turismo activo es el que comprende las actividades que directa o indirectamente facilitan el desarrollo del movimiento de viajeros en forma de estímulo, impulso o iniciativa. El turismo activo es el que se practica en los lugares de residencia de los turistas. Turismo receptivo, por su parte, es el que tiene en cuenta las actividades orientadas a la acogida de viajeros. Entre ellas destacan las que ordenan los elementos del ambiente receptor y las condiciones de hospitalidad en el lugar de estancia pasajera. El turismo receptivo es el que se practica en los lugares de acogida de los turistas. Mariotti clasificó el turismo de acuerdo con el método de estudio utilizado. De acuerdo con este criterio, contempla dos modalidades, turismo estático y turismo dinámico. El primero es el que estudia la industria del forastero y la actividad que éste lleva a cabo en un momento determinado. Como ejemplos de turismo estático cita la investigación de la planta hotelera de un país en un momento concreto, la regulación de los centros de estudios para profesionales de agencias de viajes y la publicación de folletos de propaganda.

Turismo dinámico es el estudio comparativo del movimiento de viajeros y la política del turismo. Como objeto de estudio de turismo dinámico cita el desarrollo de la corriente de forasteros durante una serie de años, la comparación de la situación hotelera antes y después de la guerra, la elaboración de una serie de servicios para el viajero y la propaganda en el extranjero. Al referirse al extranjero demuestra hasta qué punto es el turista no nacional el que le interesaba. Mariotti estudió el turismo desde el punto de vista de la nación, no desde el punto de vista de una región o ciudad, y desarrolló el punto de vista que llamó de la categoría fundamental del fenómeno. Desde este nuevo punto de vista, distinguió la economía del viaje y la economía de la estancia, distinción que reproduce los conceptos antes expuestos de turismo activo y turismo pasivo aunque con diferente enfoque.

Mariotti recomendó usar los últimos términos porque "receptivo", en su opinión, tiene un matiz de pasividad que no refleja bien la esencia del turismo, el movimiento. Economía del viaje y economía de la estancia son términos que no presentan el inconveniente de las expresiones turismo activo y turismo pasivo, la contradicción entre el adjetivo "estático" y el sustantivo "turismo", pues turismo, al aludir a movimiento lleva implícito el significado de “dinámico". El riesgo de confusión entre turismo y viaje fue advertida años más tarde por Pierre P. Defert. Mariotti cayó en él. La expresión "movimiento turístico" es redundante, según Mariotti, pero también son redundantes “viaje turístico” porque tur es viaje, y “circuito turístico”, porque tur, más precísamente, es viaje redondo, circular o de ida y vuelta y, sin embargo, también se usan una y otra vez sin que, al parecer, lo adviertan los expertos.

Entre los expertos del turismo de la década de los años treinta citaré a F.W. Ogilvie y a A.J. Norval, el último, profesor de la Universidad de Pretoria y autor de un estudio del turismo en Sudáfrica por encargo del gobierno y de la South African Railways and Harbours. Para Ogilvie, turistas son quienes satisfacen dos condiciones: que se alejan de su domicilio por un periodo inferior a un año y gastan en el lugar visitado medios de pago que no ganaron en él. Como Ogilvie destaca el gasto, su definición se clasifica entre las nociones económicas del turismo. Pero, si prestamos atención a la primera parte de la definición, parece más lógico clasificarla entre las nociones estadísticas, pues estadística es la finalidad que hay que atribuir a la condición de que la estancia sea inferior a un año en el país de acogida para que el viajero sea considerado turista. Por otra parte, es una condición insuficiente pues para que cumpla esta función no basta fijar la estancia máxima, hace falta fijar también la estancia mínima. Años más tarde fue establecida, a efectos estadísticos, en 24 horas, o en una pernoctación, como mínimo, por la Unión Internacional de Organismos Oficiales de Turismo, criterio mantenido por la OMT. La definición de Ogilvie responde, como tantas otras, a la búsqueda de las notas que distinguen a un turista de otros viajeros, algo que siempre está presente, de un modo o de otro, en las nociones de los expertos porque todas tienen finalidades estadísticas más o menos declaradas. El objeto de la investigación de Norval era determinar la significación económica de la industria turística para Sudáfrica, su valor relativo en la economía nacional, sus potencialidades, las posibilidades de su futuro desarrollo y los instrumentos y los canales con los que, y a través de los cuales, ello puede conseguirse de forma que produzca los máximos beneficios para el país. Norval se adelantó medio siglo a los modernos estudios del turismo.

Como he señalado, los grandes acontecimientos que tuvieron lugar años antes y que tantas influencias ejercieron en la producción y el comercio mundiales, condujeron a que los gobiernos se interesaran por el turismo. Fue así como el turismo pasó de tener un interés meramente local a tenerlo, sobre todo, nacional. La dimensión local con la que venía considerándose no se perdió, pero sí quedó relegada a la práctica, desapareciendo casi completamente de los planteamientos teóricos hasta pasada la década de los setenta del siglo pasado. Al convertirse el turismo en un instrumento de la política de desarrollo económico, aumentaron espectacularmente los medios puestos a su alcance para su estudio y fomento. En la década de los treinta del siglo XX existía ya una situación que no se diferencia cualitativamente de la actual en el terreno político, industrial y científico en lo que concierne al turismo. La obra de Norval, profesor de comercio y economía industrial de la universidad de Pretoria, constituye, como la de Angelo Mariotti, un estudio de economía aplicada del turismo que es plenamente actual.

Norval realizó un análisis histórico del movimiento turístico desde los tiempos más remotos, utilizó una serie de varios años del movimiento turístico de diferentes países para cuantificar la importancia económica del turismo, realizó entrevistas personales para medir el gasto medio por turista y la duración de las estancias medias, estudió la industria hotelera, considerada como un factor determinante del tráfico turístico, realizó numerosos viajes (very extensive tour es la expresión que curiosamente utilizó el autor, dando implícitamente con ello la calificación implícita de turismo a sus viajes de trabajo) por la mayor parte del país estudiado, Sudáfrica. Con el fin de conocer los centros de interés para los turistas, entrevistó a numerosas personas públicas y privadas relacionadas con la llamada industria turística y, finalmente, realizó una encuesta postal dirigida a empresas, asociaciones, turistas y agencias de viajes, organismo públicos y otras organizaciones de Sudáfrica y otros países. La similitud del estudio de Norval con los estudios que habitualmente se realizan hoy en cualquier país, no es solo metodológica. La semejanza se advierte incluso en el tono de las conclusiones, perfectamente acordes con la tendencia que ya era predominante en tiempos de Von Schullern, la que mantienen aquellos que afirman que el turismo es una fuente de riqueza y de creciente bienestar para los países a los que se dirige, por lo que no caben dudas de que es el lado positivo del turismo, mientras que la salida de un país es el lado negativo porque equivale, aunque no se diga, a una pérdida de riqueza. Como puede comprobarse, se resalta el beneficio de los empresarios que atienden a los turistas en el país de acogida y se olvida el beneficio que obtienen los turistas adquiriendo lo que no pueden adquirir en el país de residencia. Es como si en las relaciones comerciales ganaran los que venden y perdieran los que compran cuando si hay compraventa es porque ambas partes se benefician.

La investigación de Norval puso de manifiesto un espectacular desarrollo del tráfico turístico en numerosos países a partir de la Gran Guerra. La importancia económica nacional e internacional que se le daba ya; el papel que juega en la vida de las naciones, económica, sociológica, cultural y políticamente; su significación como factor de desarrollo de los mercados exteriores, la inversión de capital que exige y de intensificación de mano de obra cualificada; la creciente conveniencia para los gobiernos nacionales, por estas y otras razones, de que asuman el control y la dirección del tráfico turístico del país y la inmensa cantidad de medidas adoptadas por los gobiernos y otras instancias para intensificar el tráfico turístico al máximo de todas las formas posibles. El estudio de Norval presenta el mismo contenido, en forma de mosaico de temas inconexos, que se aprecia en la obra de Mariotti. Su noción de turista es la siguiente: Turista es la persona que llega en un país extranjero para cualquier fin que sea distinto a la fijación de su residencia permanente o trabajar regularmente y que gasta en dicho país de estancia temporal el dinero ganado en otro lugar. Esta nota diferencial estaba llamada a jugar un papel sustancial en la noción de turista a partir de este momento entre los expertos en turismo por ser considerado el gasto la esencia de lo económico. La noción de Norval es muy parecida a la de Ogilvie. Sessa la considera igualmente entre las nociones de naturaleza económica. Pero Norval sigue manteniendo el carácter de extranjero en la noción de turista, siguiendo así, más claramente que Ogilvie, la noción de la gente, aunque acepta que el turista cumpla, sin perder su carácter, una misión de trabajo, siempre que no sea regular. Se aproxima más, en este aspecto, a la noción de Von Schullern.

También Norval trasluce una concepción de matiz psicológico del turismo al poner dos ejemplos de viajes turísticos en la antigüedad. En primer lugar, el que la reina de Saba hizo a Salomón, en su corte de Jerusalén, movida, dice, por la curiosidad de contemplar el lujo y el boato con el que vivía el israelita. El segundo ejemplo que puso fue el abandono de la casa paterna y posterior retorno del hijo pródigo de la parábola cristiana. Con ambos ejemplos muestra Norval una concepción del turismo basada en las notas que distinguen el viaje del turista de los demás viajes. Tiene también su noción la finalidad estadística que pretenden todos los expertos del turismo.

Norval y Ogilvie resaltan lo que los expertos consideran uno de los elementos esenciales de la noción de turismo: el desplazamiento o viaje. Pero, como expondré más adelante, el viaje o desplazamiento de un lugar a otro no es más que un elemento del turismo entre otros. Se comprende que el geógrafo francés Pierre P. Defert advirtiera que el viaje (desplazamiento) y el turismo son dos nociones que muchos confunden a menudo.

Los trabajos del Seminario de Turismo de la Escuela Superior de Comercio de St. Gallen, Suiza, fueron decisivos para la consolidación del enfoque sociológico aplicado desde principios de siglo XX a esta materia. El director del seminario, Walter Hunziker, era también director de la Asociación Suiza de Turismo, entidad en la que trabajaba como jefe del Departamento de Economía y Estadística uno de sus colaboradores más prestigiosos, Kurt Krapf. Ambos publicaron en 1942 la obra cuyo título en alemán se traduce por Fundamentos de la doctrina general del turismo, obra considerada muy pronto como un clásico entre los expertos y sus autores como los padres del turismo. La Doctrina General del Turismo (DGT) fue concebida por ellos como una disciplina que se encuentra más cerca de la sociología que de la economía, y la industria del turismo como la industria que está del lado del hombre (en el sentido de consumidor final). Apurando las cosas, la consideraron una rama específica de la Sociología de la Cultura, ya que, hasta la primera mitad del siglo XX, el comportamiento de los turistas consistía básicamente en visitar ciudades y lugares ricos en grandes obras del arte universal. Paul Bernecker, veinte años después, estaba convencido de que la obra de Hunziker y Krapf supuso un paso decisivo en el tratamiento científico del turismo, una ordenación valiosa del concepto y una sistematización de sus principios y de sus funciones.

La noción de turismo de Hunziker y Krapf fue durante décadas la definición oficial de la Asociación Internacional de Expertos Científicos en Turismo, fundada y presidida por el primero. Como definición oficial de la AIEST, adquirió el rango de noción canónica: Turismo es el conjunto de relaciones y fenómenos que se derivan de la estancia de forasteros en tanto que no dé lugar a radicación para el ejercicio de una actividad lucrativa principal permanente o pasajera. Con ligeras variantes, la noción canónica sigue plenamente vigente a pesar de que han pasado sesenta años, un periodo de tiempo en el que han tenido lugar cambios muy drásticos en todos los sentidos.

La noción canónica no es, como se ve, de carácter económico, algo que por supuesto no pretendieron sus autores. Incluso llegó a desaparecer de ella la referencia que hicieron otros expertos a las relaciones económicas. Hunziker y Krapf no destacaron las relaciones económicas sino que las subsumieron entre las demás hasta ocupar un lugar secundario. Las relaciones económicas en el turismo son evidentes y por ello pensaban que se podía proponer una noción del turismo de carácter económico, pero advirtieron que tal noción sería incorrecta por reduccionista. La noción oficial y canónica de turismo es, pues, la de un fenómeno social complejo y multifacético que no es posible estudiar, en ningún caso, como una pura categoría económica. En su afán por delimitar el contenido de la nueva disciplina científica, cuyas bases sin duda consolidaron, Hunziker y Krapf afirmaron que turismo no es lo mismo que transporte, ni siquiera lo mismo que transporte de personas. Tampoco se puede considerar el turismo, según ellos, como un simple conjunto de relaciones ya que incluye también los fenómenos que están en conexión y que se derivan de la estancia de forasteros, considerada esta como el centro de gravedad de los procesos de tráfico que se forman, pero de un tráfico, movimiento o desplazamiento entendido en sentido muy amplio.

Para mayor claridad, Hunziker y Krapf ofrecieron el gráfico que reproduzco a continuación. Con él aspiraban a ilustrar el universo conceptual del turismo en sentido amplio según los autores, es decir, en el de mero desplazamiento de un lugar a otro (Verkehrsvorgang).

(Gráfico 1)

Con este gráfico los autores dan la impresión de que pretenden que los lectores comparen subliminalmente el turismo con un diamante, el cristal multifacético en el que cada cara ilumina y es iluminada por las demás. Simula, en efecto, la estructura cristalina de la codiciada joya. Estos chovinismos son tan frecuentes entre los expertos que son parte consustancial de la literatura turística al uso. Los cantos dedicados a realzar y ensalzar los aspectos positivos del turismo son hagiográficos. Los que muestran los aspectos negativos son púdicamente silenciados.

Michele Troisi, profesor de la Facultad de Economía y Comercio de la Universidad de Bari, se dedicó intensamente a estudiar el fenómeno turístico desde el punto de vista de las ciencias económicas a partir de los años treinta del siglo pasado. En 1940 publicó su famosa teoría de la renta turística y pasó a formar parte de la Doctrina General del Turismo.

Troisi desarrolló una noción del turismo acorde con la vertiente del gasto que los turistas realizan en el país visitado, pero entroncada con los planteamientos de Guyer-Freuler, experto suizo en gestión hotelera que escribió en 1905 una frase tan semejante a la de Troisi que reproduzco a continuación que parece un plagio: El ritmo febril de la vida moderna ha hecho surgir nuevas necesidades entre las cuales se encuentra el descanso más o menos breve de la actividad diaria. Durante la interrupción del trabajo, los individuos, en número creciente, se alejan de su residencia habitual para desplazarse a aquellos lugares en los que las bellezas naturales, la salubridad del clima y el descanso vigorizan el organismo y tonifican la mente. Esta necesidad fisiológica se manifiesta ya de una forma intensa y generalizada entre las diferentes clases sociales por reacción a la angustia e insatisfacción de la que tratan de huir. Con mayor intensidad que en el pasado, sentimos el impulso que nos lleva a abandonar el medio laboral para poder vivir libremente y gozar de las múltiples y atractivas ofertas tanto de la Naturaleza como de la industria que está del lado del hombre, la denominación que se dio en el pasado al turismo como industria. Es así como surge ese flujo o movimiento de personas desde la ciudad al campo, a los lagos, a los montes y al mar. El transporte, al ser más barato, cómodo y seguro que en el pasado, facilita los desplazamientos de las multitudes de un lugar a otro. Los fines de semana, los días de fiesta y, sobre todo, en determinadas estaciones del año, el tráfico turístico llega a alcanzar proporciones desorbitadas.

El análisis precedente describe una Europa que aun estando en plena guerra parece actual. Troisi desgrana las razones que, a su juicio, explican la aparición y el desarrollo del turismo moderno. Entre ellas incluye la salud, la devoción religiosa, la diversión y las necesidades intelectuales y culturales. Pero no consideraba suficiente la mera presencia de necesidades para que alguien haga turismo. Exigía que, además, el sujeto que las siente conozca los bienes que las satisfacen. Por esta razón pone en primer lugar la información sobre la existencia y localización de tales bienes, es decir, la publicidad, en sus diversas formas, a la que sitúa delante de la exigencia de que el sujeto que siente la necesidad tenga renta para cubrir el coste del desplazamiento hacia la localidad en la que se encuentran los bienes deseados.

El turismo es concebido así como movimiento de personas en el territorio para satisfacer ciertas necesidades, teoría que no hace más que poner de relieve el significado que los hablantes ingleses dieron a la voz francesa tur pero aplicada a personas, no a cosas: girar, dar una vuelta (to tour, en inglés). Aunque Troisi rechazaba el uso de esta voz y sus derivados tanto por su significado primigenio como por exigencias de la pureza lingüística, al universalizarse su uso, la prefería a cualquier otra, incluso en trabajos de investigación científica, no aceptando las razones que aportaban algunos autores para utilizar el término tráfico o la expresión movimiento de forasteros por reflejar mejor, a juicio de ellos, la dimensión cuantitativa del fenómeno.

Troisi rechazó igualmente expresiones como industria de los forasteros y hospitalidad porque, a su juicio, tienen una significación restringida y dejan fuera las múltiples actividades a las que da vida el viaje y la estancia de los forasteros. Percibió con claridad la importancia que en la ciencia tiene una terminología rigurosa. Para él, una terminología adecuada es una cuestión capital en la investigación científica ya que su ausencia origina interminables e inútiles discusiones. Sin embargo, Troisi no logró redimir el vocablo turismo de su ambigüedad a pesar de su esfuerzo por conseguirlo y ello porque se mantuvo, a pesar de todo, fiel a la noción sociológica del turismo, hija, como tantas veces he dicho, de la noción de la gente, con la que coincide en sus pretensiones de fijar las notas que distinguen a un turista de quien no lo es, como la frase siguiente pone de relieve: El movimiento de personas por fines turísticos, o más simplemente, el turismo es una actividad de consumo, por cuanto se trata de satisfacer determinadas necesidades fisiológicas, religiosas o culturales. Sin embargo, los movimientos migratorios son una actividad claramente productiva. El turista es un consumidor de bienes y servicios, mientras que los demás viajeros son principalmente oferentes de trabajo. El primero gasta su dinero en satisfacer la necesidad que le ha llevado a moverse. El viajero se propone, por el contrario, obtener una ganancia que, en su mayor parte, se llevará al país de procedencia. Ante frases tan claras como esta, de nuevo debo llamar la atención sobre la creencia de que el turista beneficia al país que visita sin que él se beneficie al visitarlo. Una nota diferencial más, esta ciertamente subrepticia, entre turista y viajero. El viajero se beneficia de la visita por estar motivado por el afán de lucro pero el turista no por la razón contraria. Dicho de otra forma: el turista beneficia al país que visita y el viajero se beneficia de él. La noción de Troisi se encuentra, pues, en línea con la que estaba llamada a convertirse en oficial y canónica.

Troisi consideraba imprescindible, para fijar la dimensión económica del turismo, tener en cuenta el fin del viaje y de la estancia y rechazó planteamientos como los de W. Morgenroth, quien admitió, como ya he dicho, la existencia de un sentido amplio del turismo en el que incluía los viajes con cualquier finalidad, o los de Arthur Bormann, quien, de modo más drástico, hizo abstracción de los motivos del viaje al exponer su definición de turismo. A Troisi no le pasó inadvertida la extrema dificultad que supone conocer en la práctica los motivos concretos que originan el movimiento de los forasteros ya que, como reconoció Robert Glüksdmann, su conocimiento exige hacer costosos trabajos empíricos. Hay que tener presente también la actividad que realizan las personas procedentes de otros países ya que así, indirectamente, se puede tener un indicador del motivo del viaje. Los expertos creen que si el motivo del viaje es realizar negocios o conseguir lucro no se puede hablar de turismo so pena de generar confusión.

La expresión turismo de negocios debe ser eliminada, a su juicio, por ambigua, incluso aunque se refiera a los forasteros que viajan por motivos profesionales, como, por ejemplo, los viajantes del comercio, los profesionales del teatro y de la música, etc., los cuales son también consumidores, como los turistas, pero su actividad es predominantemente productiva y procuran extraer del lugar visitado una ganancia mayor de la que dejan. Cuando los expertos hablan de ganancias se están refiriendo a ganancias fiduciarias no a la que se deriva de la satisfacción de una necesidad. La concepción responde, lo diré una vez más, a que los expertos consideran que el viajero es un productor y tienen al turista como un consumidor.

Turistas son, pues, para Troisi y para los estudiosos más ortodoxos, los forasteros que aportan a la localidad visitada más riqueza que la que se llevan. Quienes así pensaban creyeron que este criterio permite distinguir a un turista de un viajero mejor que la que hace referencia a las motivaciones con la que ya hemos visto que, en último extremo, se combina. Para Von Schullern, el criterio motivacional exige suponer que el motivo que dio lugar al viaje no será modificado con posterioridad. Con el criterio del saldo neto entre ganancias obtenidas y gastos realizados favorable a la localidad o país de acogida acontece algo similar, pues no es posible saber si un viajero es turista hasta que no ha dado por finalizada su estancia, momento en el que se podrá confirmar la conjetura de que su estancia iba a ser temporal, el motivo, cualquiera no lucrativo y el saldo de gastos menos ganancias, favorable al lugar visitado.

Es comprensible, por tanto, que la información estadística disponible no consiga reflejar nunca, ni remotamente, los finos y delicados matices que exige la noción hegemónica o estricta que los expertos utilizaron para formalizar las nociones del turismo que propusieron. El grueso de la información estadística del turismo se nutre, entre otras cosas, de conteos realizados en las fronteras de los países de acogida y de declaraciones de establecimientos alojadores. Ni en una ni en otra fuente es fácil separar de la categoría de turistas a las personas en viaje de negocios. Tampoco es posible desglosar de la facturación total del establecimiento la facturación hecha a los clientes que son residentes en el lugar. Troisi reconoció palmariamente estos insuperables obstáculos con la siguiente frase: La dificultad de la distinción deriva también del hecho de que entre los gastos de muchos forasteros se encuentran gastos que mezclan la finalidad de reposo y distracción con el negocio, uniendo placer y ganancia En los centros turísticos es frecuente que entablen relaciones de negocio entre quienes se encuentran en ellos pasando unos días de placer. De aquí el alto interés que tiene para cualquier país organizar ferias de muestras, mercados, exposiciones, congresos, conferencias y encuentros de todo tipo. Como reconoció el mismo Troisi, existe un tráfico interno alimentado casi exclusivamente por los negocios que se realizan los días de mercado en las pequeñas ferias. También las necesidades de carácter administrativo determinan un flujo de habitantes en la provincia hacia la capital, debido a la práctica derivada de los diferentes oficios, o hacia la sede judicial, para solventar cuestiones relacionadas con los pleitos.

Percatarse de estas ventajas no solo no llevó a Troisi a criticar la noción canónica sino que tampoco le impidió ser uno de sus más radicales defensores como demuestra esta frase: El turismo abarca cualquier desplazamiento pasajero de los individuos de un lugar a otro con la única finalidad de satisfacer necesidades de reposo y distracción, de salud, religiosas o relacionadas con el estudio. En la medida en que origina una compleja demanda de bienes y servicios, (el turismo) es un acto de consumo para el forastero y constituye, por otro lado, una forma de producción para el país que es la meta del viaje por cuanto provoca una oferta, igualmente compleja, de bienes y servicios. La frase no es solo meridiana sino que resume magistralmente la esencia económica que late bajo la noción hegemónica del turismo heredada de la gente. Troisi no hizo más que expresar en los términos propios de la ciencia económica lo que ya hacía un siglo que había sido dicho por el escritor francés Henry Beyle (Stendhal). Citaré dos frases que reflejan bien lo que ya era conocido en la primera mitad del siglo XIX, cuando aun no había expertos en turismo: Rentar es la razón suprema que lo decide todo en esta pequeña ciudad (Verrier) que os parece tan bonita. El forastero que llega, seducido por la belleza de los frescos y profundos valles que la rodean, se figura en un principio que sus habitantes son sensibles a lo bello; no hacen más que hablar de la belleza de su país: no puede negarse que hacen un gran caso a ella; pero porque atrae a los forasteros cuyo dinero enriquece a los fondistas, cosa que, gracias al mecanismo del impuesto, produce renta a la ciudad. (El rojo y el negro, 1831). Beaucaire es una ciudad pequeña y muy fea; dicen que no hay nada tan triste fuera del tiempo de la feria. Se alquilan las casas, los patios, las barracas de un año a otro, y el alto precio de los alquileres basta a los de Beaucaire para vivir todo el año. (Memorias de un turista, 1838) (Beaucaire, capital del cantón de su nombre, en la orilla derecha del Ródano, frente a Tarascón, a 21 km. de Nimes. En 1217, Raimundo VI, conde de Tolosa, instituyó la feria que se celebra entre el 22 y el 28 de julio. En el siglo XVI llegó a ser una de las más importantes de Europa. Años hubo que recibió hasta 300.000 visitantes, algunos procedentes de Asia y África. Con la mejora de las comunicaciones, la feria de Beaucaire dejó de ser una atracción y hoy es un pálido reflejo de lo que fue)

Los efectos beneficiosos de los gastos de los turistas en la economía del país de acogida debían ser ya conocidos durante la primera mitad del siglo XIX. El cronista de Madrid, Ramón de Mesonero Romanos, que hizo un viaje a Francia y Bélgica en 1840, escribe esta entusiasta frase: Qué manantial tan inagotable de riquezas no abrirían (en España) nuestros ricos huéspedes.

El interés por adquirir alguna de las numerosas guías de turismo publicadas en Europa durante el siglo XIX no se limitaba a quienes hacían turismo. También los gobernantes de los lugares estaban interesados en que los editores publicaran la guía turística que informara de sus atractivos. La primera guía turística de España la escribió Saint – Vincent en 1823, seguida de la de Thomas Roscoe, publicada en 1846. La de Baedecker no apareció hasta 1898. Stendhal, Mesonero y, en general, los viajeros que escribieron guías de viaje se adelantaron en más de un siglo a la muy celebrada teoría de la rendita turistica de Michele Troisi.

Esta es, en esencia, la concepción económica del turismo que formularon los expertos de turismo. El primero que la explicitó fue Michele Troisi basándose en el precedente establecido por Angelo Mariotti. La noción sociológica contiene a la económica que propuso Mariotti y asumió Troisi y la desborda para dar cabida a todos los fenómenos y a todas las relaciones que se producen entre turistas y residentes en un lugar determinado con motivo del desplazamiento y de la estancia. Tanto quienes mantienen esta concepción sociológica, como quienes prefieren quedarse en la más limitada o económica, parten de idéntica definición de turista, la que, con algunas precisiones y ciertos aditamentos, se deriva de la noción de la gente. Si en ella hubiera que señalar una nota sobre las demás, habría que elegir la ausencia versus presencia de la finalidad de lucro del desplazamiento de ida y vuelta que realiza quien se dispone a descansar y gozar, en definitiva, a consumir, razón por la cual, se alude a quien está, momentánea o pasajeramente, fuera del proceso productivo.

En la misma línea se encuentra el ya citado Angelo Mariotti, quien impartió en 1942 y 1943 un curso dirigido a los funcionarios de la Dirección General de Turismo del gobierno italiano y a los del ENIT, del cual fue director durante muchos años. En la lección titulada La renta turística afirmó Mariotti que, ciertamente, el turista como tal no es un productor sino un consumidor. Es éste, por tanto, el elemento distintivo entre turismo y migraciones temporales. Para Mariotti, el viajante comisionista, el comerciante ambulante, el trabajador destinado o transferido estacionalmente fuera de su patria podrá cumplir actos de turismo en su tiempo libre o en los días festivos, figurará en las estadísticas turísticas porque es imposible distinguirlo de la masa de referencias, pero no es un verdadero y estricto turista porque la finalidad principal de su viaje no es la salud, el deporte o la devoción sino la ganancia pecuniaria. El turista se propone un gasto y el viajero, un ingreso.

Estas notas diferenciales las matizó Mariotti con los siguientes comentarios: La distinción no tiene valor absoluto o distintivo al cien por cien. Debe tomarse más bien como un criterio de preponderancia, pues no se excluyen aportaciones turísticas en el caso de los viajeros de negocios ni, a la inversa, es posible negar rotundamente la cualidad de viajeros a los turistas que aprovechan sus vacaciones o sus excursiones para hacer un buen negocio. Su ejercicio de tolerancia conceptual pasó inadvertido. No conozco reacciones de los integristas ortodoxos a sus planteamientos, a pesar de que las lecciones fueron publicadas en 1943.

La noción sociológica que ya estaba casi totalmente desarrollada gracias a los trabajos de la Escuela de Berlín se enriqueció con los desarrollos de Mariotti y Troisi sobre los aspectos del gasto y la venta de bienes y servicios, el consumo y la producción, la demanda y la oferta. Hunziker y Krapf se limitaron a hacer una síntesis con los trabajos de unos y otros a la que llamaron Doctrina General del Turismo, aunque ellos prefirieron hablar del elemento subjetivo (los turistas) y del elemento material (los bienes y servicios que consumen los turistas). Situada entre la economía y la sociología, escorada a esta más que a aquella, ellos percibían que el núcleo central de la DGT es el hombre que viaja por placer. In mittel der Man (en el centro, el hombre), gustaban de repetir, lo que no es más que el reconocimiento de que turismo es lo que hacen los turistas como dice la gente.

La polémica sobre la necesaria ausencia de motivaciones lucrativas en el comportamiento de un viajero para que pueda ser tenido como turista y, por tanto, dentro de la definición de turismo, estalló con motivo de la publicación de un trabajo de P. Ossipow en 1951 por la Revue de Tourisme, órgano oficial de la AIEST. Ossipow planteó las siguientes cuestiones, harto pertinentes, a tenor del estado de la cuestión en aquellos años: el viajante comisionista de una casa de perfumes, ¿no utiliza el tren o el automóvil?, ¿no come en restaurantes?, ¿no duerme en albergues? Y, si el peluquero a quién él intenta vender su mercancía tiene muchos clientes esperando, ¿no aprovechará la oportunidad para visitar alguna ruina célebre y enviar una postal del lugar? Sus actos son exactamente los mismos que los del turista ¿Por qué, entonces, excluirlo de esta categoría de viajeros cuando sería mucho más lógico incluirlo?

La polémica era ya inevitable, máxime teniendo en cuenta que tres años antes Krapf había puesto todo el peso de su autoridad a favor de que, en la noción del turismo, estuviera presente, de un modo explícito, la nota diferencial de que el motivo del desplazamiento de los turistas fuera no lucrativo. Así lo expuso, contundentemente, en 1948. En 1954, por medio de la Revue de Tourisme, refutó los argumentos de Ossipow, partiendo de la enumeración de los puntos que marcan el campo de coincidencia o entendimiento entre los miembros de la comunidad de expertos, es decir, los aspectos sobre los que no existen divergencias de opinión o son poco significativas. Estos puntos o aspectos son los siguientes:

1º. Se admite que el turismo constituye un desplazamiento de duración limitada que no implica cambio de domicilio. Dicho de otro modo, estamos en presencia de una migración temporal. El hombre que se desplaza, el turista, se opone de un lado al hombre sedentario, hogareño, y de otro lado, al emigrante que viaja para establecerse en otro lugar.

2º. Quien se desplaza es un viajero. El turismo se asemeja, pues, a los transportes, constituye una parte del transporte de viajeros, pero no se confunde con él.

3º. Junto al viaje, la estancia fuera del domicilio se considera como el otro elemento constitutivo del turismo. La duración de la estancia no juega ningún papel, lo esencial no es el tiempo de permanencia en un lugar dado sino la utilización de su equipamiento turístico. Por tanto, es fácil, como quiere Ossipow, incluir a los excursionistas en el seno del turismo, con la condición, en todo caso, de que estas excursiones alejen a quienes las hacen de su entorno inmediato.

4º. Existe igualmente acuerdo en que el turismo incluye tanto a los extranjeros como a los nacionales y en que comporta un elemento subjetivo y un elemento objetivo: la persona (el turista) y la cosa (el equipamiento turístico).

5º. El mismo marco de nuestros estudios obliga a situar la definición de turismo sobre bases científicas. Se quiera o no, en la medida en que hace tiempo que es un servicio pagado y absorbe una parte de la renta, el turismo es esencialmente un hecho económico y social. Es, pues, necesariamente, a las ciencias económicas y sociales a las que hay que recurrir para definir y estudiar el turismo

Los puntos conflictivos residen en el modo de delimitar al turista y al viajero, es decir, los sujetos del desplazamiento. Existían, en su opinión, dos concepciones opuestas:

a) la que no considera turista más que a los viajeros que se desplazan por razones distintas a las de ejercer una actividad lucrativa. Dicho de otra forma: el turismo es el hecho del consumo de bienes y servicios. Las empresas turísticas (hoteles, ferrocarril, espectáculos, etc.) son por ello industrias orientadas al consumo (final), siendo el turista el prototipo del consumidor.

b) la que no excluye del turismo los viajes y estancias originados por una actividad lucrativa porque también entra en juego la industria turística. Del hecho de que el viajante comisionista tome el tren o el coche, coma en restaurantes, duerma en hoteles, visite ruinas y envíe postales, es decir, de la utilización del equipamiento turístico, se deduce que el viajero de negocios tiene el mismo carácter que aquél.

Para Krapf, la segunda concepción se basa en la analogía formal que existe entre los viajes turísticos y los viajes profesionales y de negocios. Sólo en esto. Según Krapf, la primera concepción se apoya en una cuestión de principios, que no es otra que la distinción que, en el proceso económico, hay entre producción y consumo de bienes y servicios. Krapf aún aportó otros argumentos en apoyo de la primera concepción, que es la que él defendió. Son los siguientes:

1º. La historia del turismo revela las hazañas de quienes han recorrido la tierra en busca de aventura, de salud, en peregrinación o por placer, en oposición a la historia económica, la que muestra el desarrollo del comercio. Todavía hoy, la gente une por instinto el turismo a la idea de placer, vacaciones y ocio, es decir, a lo que es trabajo lucrativo (Krapf invoca, abiertamente, con esta frase la noción de turismo de la gente como prueba a favor de la noción canónica propuesta por la AIEST)

2º. Los bienes y los servicios a los que aspira el turista tienen para él solo valor de uso, nunca valor de cambio. Al procurarse una variedad infinita de productos y servicios: habitaciones de hotel, excursiones, recuerdos de viaje, el turista no intenta aumentar su capital (inicial); sus gastos son una pérdida neta.

3º. Por responder a necesidades de confort o de lujo, los bienes y servicios turísticos están sujetos a la ley de sustitución. O, dicho en términos más generales, los bienes y servicios turísticos tienen una demanda muy elástica. Estos mismos bienes y servicios utilizados por los hombres de negocio o por los técnicos que trabajan fuera de su lugar de residencia tienen una demanda más rígida. Es así como se explica que los hoteles de ciudad tengan una ocupación más regular y elevada, y, por tanto, un rendimiento mayor, que los hoteles de temporada (los llamados hoteles turísticos)

4º. La financiación del viaje y la estancia es diferente según se trate de un turista o de un hombre de negocios. El primero financia él mismo los gastos que se le presentan, mientras que los del segundo los paga la empresa. Además, los gastos por viajes de turismo disminuyen la renta individual, en tanto que los gastos hechos en viajes lucrativos se llevan a la cuenta de pérdidas y ganancias de la empresa en cuestión.

5º. Las dos categorías de viajeros se distinguen igualmente en cuanto a la incidencia sobre la economía del lugar de estancia (pasajera). El turista no solo tiene una tendencia más marcada al gasto, la propensión al consumo formulada por Keynes, sino que sus gastos constituyen, además, para la economía local, prestaciones unilaterales, es decir, una ventaja neta. También el viajante de comercio deja dinero en el lugar, pero su primera intención es la de conseguir pedidos, es decir, drenar poder de compra hacia el exterior. Provoca prestaciones bilaterales; comparado con él, el turista tiene un efecto acumulativo (positivo) sobre la economía local.

6º. En todos los países, los poderes públicos se esfuerzan en desarrollar y facilitar el turismo contribuyendo a los gastos de publicidad. Sin embargo, no parece concebible utilizar el dinero de los contribuyentes para multiplicar y para hacer más atractivos los viajes de personas que se desplazan por negocios y a las cuales se les procura incluso ventajas materiales ¡que no han demandado! La aportación financiera del Estado a la propaganda turística se justifica, por tanto, en la medida en que los beneficiarios de ella aportan un saldo positivo de poder de compra, o, lo que viene a ser lo mismo, cumplen el papel de consumidores.

Los argumentos expuestos muestran, según Krapf, que el turismo responde a sus propias leyes, que es un fenómeno sui generis y que no puede mezclarse con otras categorías de viajes, a pesar de que éstas presenten analogías formales con él.

Expuestos puntualmente sus argumentos a favor de la noción canónica del turismo, Krapf se dispuso a fulminar sin compasión la propuesta de Ossipow. Para Krapf, el caso del viajante de comercio / turista es un caso límite porque, en él, resulta imposible separar los dos elementos, es decir, la ausencia / presencia de la motivación de lucro, o, si se quiere, al turista del no turista. Krapf lo denominó con cierta sorna turista anfibio, el que viaja de dos formas diferentes: como turista, si en sus ratos libres olvida sus obligaciones, y como noturista si suspende transitoriamente su descanso para ejercer actividades lucrativas.

Finalmente, Krapf creyó conveniente utilizar un argumento a contrario como reducción al absurdo para rebatir la teoría de Ossipov: Si eliminamos el criterio de la presencia de una actividad lucrativa en el turismo no es posible distinguir el turismo del transporte de viajeros porque se identificaría con el transporte de personas, perdería su originalidad y su propia existencia. Cualquier tratamiento especial, el estudio aislado del turismo, sería improcedente, y los problemas que aparecieran tendrían que ser tratados en el marco general del transporte de viajeros. Más tarde volveré a los argumentos de su defensa de la concepción canónica del turismo.

Aunque incomprensible, Krapf terminó afirmando que no pretendía imponer ninguna de las numerosas definiciones del turismo existentes puesto que la fórmula ideal, la que no es criticable o rechazable por algún motivo, aún está por encontrar y por eso tenemos que conformarnos con las imperfecciones inherentes a los intentos realizados hasta ahora para definir una noción de turismo perfecta.

Esta postura, solo aparentemente tolerante, envuelve desde entonces el convencimiento generalizado de que no es fácil saber qué cosa sea el turismo debido a su extrema complejidad, pero que la dificultad no debe impedir que nos sirvamos de él para aumentar la solidaridad entre los pueblos y, de paso, conseguir el despegue económico de los más desfavorecidos. La definición canónica, para la AIEST, refleja el estado actual de nuestras investigaciones y puede servir de base para la discusión ulterior, ya que, sin ser perfecta es la menos mala de las existentes.

La polémica Ossipow-Krapf quedó cerrada con la victoria de los argumentos defensivos del segundo. Pero a nadie se le puede ocultar que Ossipow no podía haber elegido peor ejemplo, puesto que, si en lugar de un viajante que va a una ciudad en la que no reside para vender sus productos, hubiera puesto el ejemplo de un viajante que va a comprar los productos que se fabrican en la ciudad visitada, a Krapf la habría resultado más laborioso fulminar sus argumentos. Ossipow, derrotado, dejó de interesarse por la teoría del turismo y prefirió seguir dedicándose a su trabajo en la Alianza Internacional del Turismo (AIT) con sede en Ginebra, en la que llegó a ocupar altos cargos. El golpe de intuición de Ossipow fructificó años más tarde, en 1968. El encargado de reivindicar sus argumentos fue el italiano Alberto Sessa, quien, el año citado, planteó la necesidad de proceder a una revisión de la noción canónica del turismo a fin de que se adaptara mejor a la nueva forma del turismo.

En el capítulo siguiente vuelvo a ocuparme de la polémica Ossipow-Krapf, que considero de gran interés por reflejar los insalvables escollos en los que caen los expertos por insistir en estudiar el turismo como fenómeno (en sus apariencias) olvidando el turismo como noúmeno (lo que es).


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