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EL TURISMO EXPLICADO CON CLARIDAD
Autopsia del Turismo, 2ª parte


Francisco Muñoz de Escalona

 

 

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XI. LA CONSUMICIÓN DE TURISMO

El Esquema Técnico de Desplazamiento Circular (ETDC) refleja las principales actividades realizadas por las personas que deciden satisfacer cualquier necesidad con bienes o servicios localizados fuera de su hábitat o entorno habitual. Ya dije que, antes de desplazarse hasta donde se encuentran los bienes o servicios venciendo así el obstáculo de la distancia, planifican su propio desplazamiento de ida y de regreso. Propuse en el capítulo VI con carácter de postulado llamar turismo o producto turístico al plan de desplazamiento circular (PDC). También expuse que este producto, que se viene elaborando desde hace al menos unos seis mil años, es una herramienta o instrumento utilizado para satisfacer necesidades o deseos con productos distantes. Como acontece con cualquier producto, son las mismas personas las que tienen que elaborar su PDC (autoproducción) si no se ofrece en el mercado (alteroproducción). Como acontece con cualquier otro producto.

La ciencia económica convencional se limita a estudiar la oferta y la demanda de los bienes y servicios alteroproducidos, los que se compran y se venden en el mercado y tienen un precio expresado en dinero con el que valorarlos monetariamente. Para la ciencia económica al uso no hay autoproducción aunque la admita indirectamente al contemplar el autoconsumo. Para la economía, los consumidores finales demandan y consumen, jamás producen. Los productores realizan lo que se llama un consumo intermedio (adquisición de materias primas y productos semielaborados) para transformarlos en otros productos diferentes. Los productores de las economía avanzadas solo producen, jamás se dedican al consumo final. Se trata por tanto de una simplificación impuesta porque la economía limita su interés a los productos de mercado. Los productos que no son mercancías quedan fuera del ámbito de estudio de la economía. La economía política (en el sentido de polis o colectiva) practica una injustificada amputación de la realidad que la sociología feminista viene denunciando desde hace algunas décadas porque supone despreciar las actividades productivas que se realizan en el seno de la economía doméstica con el trabajo de las amas de casa.

Todas las actividades productivas surgieron en el seno de la economía doméstica. El proceso imparable de la división continua del trabajo (especialización) las va sacando de su ámbito original. La producción de turismo aun queda mayoritariamente en manos de la autoproducción, lo que provoca su ignorancia en el análisis económico, que se limita a la alteroproducción, algo que está siendo objeto de crítica porque es posible ampliar el ámbito de lo económico dando entrada a la autoproducción. El economista norteamericano Gary Becker ha hecho aportaciones muy valiosas en este sentido.

Las funciones de los agentes básicos de la actividad económica, el demandante o consumidor y el oferente o productor, son simplificaciones teóricas puestas al servicio del análisis. Pero si generalizamos el análisis económico monetarizado para incluir las actividades productivas no monetarizadas, es evidente que los consumidores también producen como podemos observar en la práctica diaria de las familias campesinas e incluso en cualquier familia, en cuyo seno se autoproduce una multitud de bienes y servicios, muchos de los cuales son alteroproducidos y adquiribles en el mercado.

Insisto en estas cuestiones elementales porque es evidente que una gran parte de los consumidores de turismo son autoproductores y por ello esta actividad productiva resulta opaca para el análisis económico. Si en lugar de aplicar el artificio de la Cuentas Satélites a cuantificar los efectos del gasto de los consumidores de turismo en el sistema productivo del lugar visitado se aplicara a la actividad autoproductora de turismo de los consumidores serviría para valorar monetariamente esta forma de producción y podría ser agregada al valor monetario de la alteroproducción. Como digo, la sociología feminista está muy interesada en el artificio de las CS como instrumento de valoración de la producción doméstica orientada al consumo de sus miembros, pero el camino es criticable ya que es posible resolver el problema sin recurrir al artificio de las CS.

Si dedico un capítulo a la consumición (consumo final) de turismo a pesar de que es la función mejor estudiada por los expertos convencionales es porque me interesa destacar con la mayor claridad posible que la primera clasificación de los consumidores debe ser la de autoproductores (demandantes de servicios auxiliares del turismo) y la de demandantes de turismo alteroproducido en el mercado.

Los consumidores de turismo que son autoproductores adquieren bienes y servicios en el mercado para elaborar su PDC, el producto instrumental al que llamo turismo que necesitan para satisfacer alguna necesidad con bienes y servicios localizados fuera de su hábitat. Todavía, repito, es el grupo de consumidores hegemónico. Por ello abundan los productores que producen para el turismo, que abastecen de bienes y servicios, funcionalmente intermedios, a los autoproductores de turismo.

Otros consumidores demandan el turismo que necesitan en el mercado donde lo ofrecen empresas especializadas, las empresas turísticas. Este grupo es aun minoritario aunque cabe prever su crecimiento si se cumple la ley universal del desplazamiento progresivo de los consumidores de la función de producción de turismo.

Los expertos convencionales no clasifican a los consumidores de turismo en autoproductores y demandantes de turismo en el mercado sino en turistas que organizan su viaje y turistas que adquieren un viaje organizado. Los hoteleros llaman a los primeros turistas directos y a los segundos turistas organizados por turoperadores. Lo de menos son las expresiones siempre que tengamos claro lo que queremos decir. El problema de emplear el término organización, como ya he dicho, contribuye a expulsar a la función de producción de la economía convencional de turismo, pero sin ella no hay economía del turismo ni es posible aplicar el análisis económico.

Teniendo en cuenta que los autoproductores de turismo producen básicamente lo mismo que las empresas que lo ofrecen en el mercado, en este capítulo me limito a considerar solo el consumo de turismo alteroproducido que se adquiere en el mercado.

Diré en primer lugar que, siguiendo el criterio que aplica la economía, en el turismo no debe estudiarse el consumo sino la demanda, hasta el punto de que basta que una persona adquiera turismo en el mercado para que se presuma que lo terminará consumiendo auque no lo llegue a consumir de hecho. La economía registra solo que un producto es demandado y se supone que será consumido aunque el demandante no lo consuma. Se puede criticar este criterio porque es tan burdo que es insostenible, pero es el que se aplica en economía con respecto a todos los productos sin que nadie lo haya intentado subsanar todavía, tal vez porque el acto de consumo físico queda fuera del campo de la economía. Aplicado al turismo objetivamente identificado hago lo mismo, sin ocultar que es un criterio criticable. La consumición física de los bienes y servicios no es una función económica sino fisiológica.

El estudio de la demanda de turismo empieza haciendo una tipología de los demandantes. Las primeras tipologías de turistas las hicieron los escritores, no los expertos.

El de viajes es, sin duda, el primer género literario de la humanidad. Constantin François de Chasseboeuf, conde de Volney (1757 – 1820), escribió en 1787 Voyage en Egypte et en Syrie, obra en la que afirma que el género de viajes pertenece a la Historia, no a la Narrativa.

Todavía en tiempos de Volney se consideraban los libros de viaje obras de transmisión de conocimientos siguiendo la tradición de la antigüedad clásica, conocimientos que mezclaban aleatoriamente, realidad y ficción. Hoy es ya evidente que los libros de viaje pertenecen a la Narrativa, pero los libros de viaje que se siguen escribiendo conservan algo de la intencionalidad didáctica de antaño. Sin embargo, como medios de búsqueda y transmisión de conocimiento, los libros de viajes han sido rebasados y mejorados por los trabajos científicos de la moderna investigación.

El conde de Volney deja muy claras en la obra citada las causas por las que los libros de viaje exageran: De nada sirve, afirma, que nos instruyamos con la lectura de los libros que describen los usos y costumbres de los pueblos porque siempre habrá discrepancia entre el efecto que la narración ejerce sobre la imaginación y el que provoca la realidad sobre los sentidos. Las imágenes sugeridas por las palabras no aportan un diseño de la realidad correcto ni vivacidad a sus colores; sus representaciones conservan siempre un no sé qué de oscuro que no deja más que una fugaz impresión que pronto desaparece. Lo hemos comprobado sobre todo cuando la realidad que intentamos describir, continúa Volney, se refiere a países extranjeros pues, en estos casos, la imaginación, al no encontrar términos de comparación, se ve obligada a unir elementos dispares para tratar de representar cosas exóticas desconocidas. En este libro, superficial y hecho a prisa, como reconoce el mismo autor, es difícil que no se confundan las líneas y no se alteren las formas. ¿No será pues maravilla que tengamos que volver al modelo si la copia realizada no se ajusta a él y no refleja las impresiones del original? Lo que digo, afirma, es aplicable al caso del europeo que llega a Turquía por mar. De nada le sirve haber leído la historia y las descripciones, de nada le sirve tratar de representarse el aspecto del territorio, la ordenación de las ciudades, los vestidos y las costumbre de los habitantes; todo le parecerá nuevo. La diversidad le aturde, lo que se había imaginado se diluye y esfuma y solo le queda sorpresa y admiración.

En la página 266 de la obra citada, Volney se refiere expresamente a las exageraciones de los viajeros con estas palabras: Desde hace tiempo venimos advirtiendo la tendencia de los viajeros a jactarse con la escenificación de sus viajes. Quienes se percatan de las exageraciones de su narración lo expresan con un proverbio: Multum mentitur qui multum vidit. Pero los abusos no se acaban porque dependen de nuevos factores. El germen lo lleva cada uno de nosotros dentro de sí mismo. A menudo, el reproche puede aplicarse a los mismos que lo hacen. Examinemos al viajero que viene de un lejano país y llega a una sociedad ociosa y curiosa, propone Volney al lector. La novedad de su narración atrae la atención sobre él, lo que no se explica más que por la confianza que nos merece: se le busca porque divierte y porque sus aspiraciones son de una clase que no molestan. Pero no tarda el mismo lector en comprobar que lo que cuenta provoca sensaciones desconocidas. La necesidad de sostener el interés y el ansia de aumentarlo le inducen a dar colores más fuertes a su representación; pinta las cosas más grandes porque así impresiona más. El éxito alcanzado entusiasma al escritor viajero; el entusiasmo se refleja sobre sí mismo y pronto se establece entre él y su auditorio una emulación y un intercambio en virtud del cual devuelve en forma de sorpresa lo que se le paga en admiración. Lo maravilloso que ha visto actúa desde el principio sobre él mismo, y, después, en una segunda gradación, sobre lo que oyó y sobre lo que luego cuenta: así, la vanidad, que está presente en cada cosa, constituye una de las causas de la tendencia que todos tenemos a creer en prodigios y a contarlos a los demás. Además, como aspiramos menos a que nos instruyan que a que nos diviertan, por esta razón se afirma que los narradores de cualquier género han tenido siempre la mayor estima de los hombres y de la clase de los escritores. Existen otras razones que explican el entusiasmo de los viajeros según Volney: cuando están lejos de las cosas de las que han gozado, algo tan personal como la imaginación se enardece; la ausencia prende de nuevo los deseos y la hartura de lo que nos rodea confiere una atractiva belleza a lo que está fuera de nuestro alcance. Suspiramos por un país que echamos en falta y al que deseamos volver y describimos bellos lugares lejos de los cuales podemos sentirnos tristes. Los viajeros que pasan por Egipto no pertenecen a esta clase porque no tienen ocasión de perder la ilusión de la novedad, pero podemos incluir en ella a cualquiera que resida durante algún tiempo en este país. Es el caso de los hombres de negocio, algunos de los cuales han hecho una observación a este respecto que conviene citar: han advertido que ellos mismos, después de que han experimentado las penalidades de su estancia, no bien se encuentran de regreso en Francia, todo se borra de su memoria; su recuerdo se impregna de vivos colores hasta el punto de que dos años más tarde ya no se consideran forasteros sino oriundos. “Como ustedes piensan todavía en nosotros, me escribía hace poco un residente en El Cairo, como conservan aun la imagen exacta de este lugar de miseria, después de que haber experimentado lo que todos los que regresan a su patria, se olvidan de lo que nos sorprende”. Confieso que las mismas causas tan generales y tan fuertes tendrían todavía efecto en mí. Yo no pongo una atención particular en defenderme ni en conservar las mil primeras impresiones para dar a mi narración el mérito exclusivo de ofrecer la verdad. Pero ahora ha llegado el momento de volver a un objeto de más interés, pues no me perdonaría abandonar Egipto sin hablar de las ruinas y de las pirámides. A la descripción de las ruinas y las pirámides dedica Volney varias páginas. Consideraba, como hoy se dice, que era obligado prestar especial atención a los monumentos y recuerdos del pasado porque era consciente del interés que despiertan en los lectores.

Pocos años más tarde de la aparición de la obra de Volney tuvo lugar la famosa expedición de Napoleón a Egipto. Una de sus consecuencias fue el inicio de las excavaciones que han dado lugar a la moderna egiptología, disciplina que puso de moda en Francia y en otros países europeos los viajes a Egipto y a otros muchos países del Próximo Oriente.

Para entonces, el escritor y clérigo irlandés Laurence Sterne (1713 – 1768) ya había elaborado la primera tipología de viajeros que conocemos. Lo hizo en su célebre obra Viaje Sentimental, publicada en 1768, (versión española Espasa – Calpe, Buenos Aires, 1943). Sterne introduce en su análisis de los viajes y los viajeros la satisfacción de necesidades, en base a las cuales elabora su tipología. Combina este enfoque con el uso de criterios morales. Al referirse a las causas eficientes y las causas finales de viajar dice Sterne que toda esa gente ociosa que abandona su país natal por el extranjero tiene su razón o razones, las cuales derivan de una de estas causas generales: Enfermedad del cuerpo, imbecilidad de la mente o necesidad inevitable. Las dos primeras clases comprenden a todos los que viajan por mar y por tierra, sea por orgullo, curiosidad, vanidad o melancolía, subdivididos y combinados in infinitum. La tercera clase comprende al numeroso ejército de los mártires peregrinos, y más especialmente a los que viajan prevalidos de su condición clerical; a los delincuentes, que viajan bajo la dirección de las autoridades, por exhorto del magistrado, y a los jóvenes trasladados por la crueldad de sus padres o tutores, que viajan bajo la dirección de algún ayo recomendado por la Universidades de Oxford, Aberden o Glasgow (clara alusión de Sterne al Grand Tour que tanto citan los expertos en turismo como antecedente del turismo moderno) Todavía hay una cuarta clase, pero es tan corta que apenas merecería mención aparte si la naturaleza de esta obra, dice el autor, no exigiera la mayor exactitud y la mayor claridad para evitar toda confusión entre los diversos caracteres. Me refiero, dice, a los que cruzan el mar y se establecen en tierra extraña, con el fin de ahorrar dinero, por varias razones y bajo pretextos cualesquiera. Pero, como podrían ahorrarse y ahorrar a los demás muchas molestias inútiles ahorrando su dinero sin salir de casa, y como sus razones para viajar son menos complejas que las de otras especies emigrantes, a éstos les designaré con este nombre: Simples viajeros. De modo que el ciclo completo queda reducido a estas secciones: Viajeros ociosos, viajeros curiosos, viajeros embusteros, viajeros vanidosos, viajeros melancólicos. A continuación vienen los viajeros de necesidad: Viajeros felones y delincuentes, viajeros inocentes e infortunados, simples viajeros. Y, finalmente, con vuestro permiso, dice, el viajero sentimental, (o sea, yo), de quien ahora voy a daros cuenta y razón, y que he viajado por imperio de la necesidad y por el besoin de voyager en igual grado que cualquiera de los incluidos en esta categoría.

Sterne no empleó en su obra en ningún momento la palabra turista. Tampoco lo hizo Volney. Pero, como puede comprobarse, los dos autores aluden, entre otros viajeros, al tipo de viajero que poco más tarde iba a ser llamado turista.

Los escritores decimonónicos dedicaron especial atención a la figura del turista, voz que empezaba a popularizarse entonces y que ellos incorporaron a sus obras, elevándola así al nivel de lo literario. Parece que el primero que la usó no fue Stendhal, como tantas veces se afirma, sino Victor Jacquemont, en 1830, ocho años antes de la publicación de Memoires d’un touriste de Stendhal.

Como ya he dicho, Sterne tuvo el acierto de partir del concepto de necesidad al tratar de los viajeros. La expresión que emplea es besoin de voyager (necesidad del viajero). Pero mezcló el concepto de necesidad con criterios morales (felonía, delincuencia, vanidad, ociosidad, melancolía y sentimentalismo). Su planteamiento es similar al de Aurora Dupin (1804 – 1876), más conocida como George Sand. En 1855, al referirse a su obra Un Invierno en Mallorca (Editorial Clumba, Palma de Mallorca, 1951), obra en la que narra el viaje que hizo con el pianista polaco Chopin en 1838 a la isla de Mallorca, escribió: ¿Por qué viajar cuando no se está obligado a hacerlo? Es que no se trata tanto de viajar como de partir. ¿Quién de nosotros no tiene algún dolor o algún yugo que sacudir? Dupin, como Sterne, se refiere a las necesidades psicológicas o sentimentales. El viaje es concebido por ellos como una escapada o huida de una realidad atosigante, rutinaria o aburrida. Como apunta Gómez Espelosín en una obra publicada en 2000, viajar implica siempre un cambio. Dejar a un lado, aunque sea por unos momentos, todas las preocupaciones que genera una vida que se halla acosada de continuo por la precariedad, el paso del tiempo, las enfermedades o la muerte. Por delante, siempre la aventura, la secreta esperanza de que las cosas sean de otro modo y se abran nuevas luces que den lustre y brillo a una existencia vulgar. Quizás existen todavía, ocultas en alguna parte, las condiciones ideales de otros tiempos lejanos, cuando los hombres eran felices y su vida transcurría en medio de la abundancia y la armonía. Esta nostalgia de algo distinto y mejor, de esa mítica edad de oro, nunca ha abandonado del todo la mente del hombre. Ni siquiera en la actualidad, donde tales paraísos figuran en los catálogos de las agencias y tienen un coste determinado.

El monólogo antes trascrito de George Sand encierra un acercamiento al problema de las motivaciones del turista, tan certero como madrugador, que eclipsa de un modo especialmente brillante los farragosos y rebuscados esfuerzos que hicieron los turisperitos durante gran parte del siglo XX. Aurora Dupin llama viajero y no turista a quien rechaza tener que afrontar penalidades por no encontrar quien le preste, onerosa o gratuitamente, aquellos servicios que como los de transporte, accesibilidad, hospitalidad y seguridad aportan confort al desplazamiento y a la estancia. (No olvidemos que la escritora se refiere a un país que siglo y medio más tarde consiguió desarrollar al máximo los servicios citados junto con muchos otros. La isla de Mallorca hoy es visitada por más de diez millones de viajeros turistas). Bien sabes, continúa, que por aquella época (1838), los facciosos recorrían todo el país, invadiendo pueblos y aldeas, imponiendo tributos hasta a los más insignificantes caseríos, domiciliándose en las fincas de recreo distantes aproximadamente media legua de la ciudad y saliendo de improviso de cada roquedal para pedir al viajero la bolsa o la vida (Georges Sand, ob. cit. p. 12)

Pocos eran los viajeros que iban a Mallorca en el siglo XIX. También Dupin establece una tipología de viajeros implícita: Los que hacen viajes por obligación, los que hemos llamado heterónomos, y los que hacen viajes sin obligación, los que hemos llamado autónomos, coincidiendo con la terminología utilizada por Kurt Krapf a mediados del siglo XX. Fue a los que hacen viajes por los últimos motivos a los que se les dio a partir de las primeras décadas del siglo XIX el calificativo de turistas. Consciente de las penalidades de los viajes que se hacían en su época, la escritora confiesa con honestidad: Por hoy no puedo, en conciencia, recomendar ese viaje más que a los artistas de cuerpo robusto y de espíritu apasionado. Aurora Dupin hizo en esta obra una profecía que, como pocas, se ha cumplido sin reservas, sobre todo en el caso de Mallorca: Tiempo vendrá, sin duda, en que los aficionados delicados y hasta las mujeres hermosas podrán ir a Palma sin mayor fatiga y molestia que a Ginebra (George Sand, ob. cit. p. 20).

Turista, pues, se dio en llamar tanto en el pasado como hoy por la gente y los expertos a quien viaja sin obligación estatutaria y es especialmente sensible a la oferta de servicios de accesibilidad y de hospitalidad.

Otro escritor francés, Stendhal, además de ser uno de los primeros escritores que no dudó en utilizar la voz turista, escribió Paseos por Roma en 1829, nueve años antes que Memorias de un turista. La primera obra es, como la segunda, una originalísima y peculiar guía del viajero que adopta la forma de un diario e incluye valiosos comentarios sobre arte y costumbres de los italianos (Paseos…) o de los franceses (Memorias…) Stendhal se refiere siempre en la obra de 1829 al “viajero”, entre otras cosas porque aun no había adoptado la voz turista, a pesar de que ya era utilizada en Francia por los hablantes y seguramente también por los periodistas. Sin embargo, en Paseos por Roma ofrece una imagen de la figura del “viajero” que en nada se diferencia de la del “turista” que protagoniza Memorias…

Conviene destacar que, al comienzo de Paseos… Stendhal se refiere a la planificación de un desplazamiento circular al que él aportó un input facilitador, actuar como cicerone o guía, en un producto final (turismo) que él mismo consumió y produjo. Los viajeros (los meros consumidores) se proponían, dice, pasar un año en Roma, que será nuestro cuartel general. Desde Roma haremos excursiones para ver Nápoles y toda la Italia del otro lado de Florencia y los Apeninos. Somos bastante numerosos para formar una pequeña reunión por las noches, que en los viajes son lo más penoso. Por otra parte, procuraremos ser recibidos en los salones romanos…Nosotros viajamos para ver cosas nuevas, no poblados bárbaros como el curioso intrépido que se interna en las montañas del Tibet o que va a desembarcar en las islas del mar del Sur (reparemos en la descalificación de otros viajeros a los que hoy admitimos encantados y a los que consideramos como un segmento en alza de la producción y consumo de turismo). Buscamos, sigue Stendhal, matices más deliciosos, queremos ver maneras de actuar más próximas a nuestra civilización perfeccionada. Solo al final de nuestra estancia en Roma, termina diciendo, propondré a mis amigos ver un poco seriamente ciertos objetos de arte cuyo mérito es difícil de percibir.

Vemos e la frase que acabo de trascribir una tipología implícita de quienes viajan sin obligación, a los que Stendhal llama “viajeros movidos por la curiosidad de ver cosas nuevas”. Dentro de esta clase de viajero distingue dos tipos: los interesados en conocer pueblos bárbaros o menos civilizados que los de residencia del viajero. Son los que Stendhal llama viajeros intrépidos y que hoy llamamos aventureros, término que se presta a muchos matices. Y los interesados en conocer los “matices deliciosos” de pueblos civilizados diferentes al de residencia del viajero. Además, el escritor, como ya he dicho, se nos presenta aquí como lo que llamo alteroproductor de un PDC/PEP para el consumo de un grupo de amigos. Es él quien elige la ruta y los medios de transporte más adecuados para desplazarse de París a Roma: Cruzamos, dice, por la tierra más fea del mundo que los papanatas llaman la bella Francia, llegamos a Bàle, de Bâle al Simplón. Atravesamos rápidamente Milán, Parma, Bolonia; en seis horas se pueden percibir las bellezas de estas ciudades. Así comienzan, reconoce él mismo, mis funciones de cicerone. Dos mañanas bastaron para Florencia, tres horas para el lago de Trasimeno, en el que embarcamos, y, por fin, henos a ocho horas de Roma, a los veintidós días de salir de París. Hubiéramos podido hacer este trayecto en doce o quince días. La posta italiana nos sirvió muy bien, viajamos cómodamente en un landó ligero y una calesa, siete amos y un criado. Otros dos criados vienen por la diligencia de Milán a Roma.

El programa elaborado por Stendhal se atuvo al siguiente esquema: Las ruinas de la antigüedad: el Coliseo, el Panteón, los arcos de triunfo, etc. Las obras maestras de la pintura: los frescos de Rafael, de Miguel Angel y de Aníbal Carracci. Las obras maestras de la arquitectura moderna: san Pedro, el Palacio Farnesio, etc. Las estatuas antiguas: el Laooconte, el Apolo, que hemos visto en París. Las obras maestras de los dos escultores modernos, Miguel Angel y Canova: el Moisés en San Pedro in Vincoli y la tumba del papa Rezzonico en San Pedro. El gobierno y las costumbres, que son su consecuencia.

Stendhal conocía muy bien Roma. Para producir turismo para el consumo de sus amigos utilizó los elementos incentivadores más emblemáticos de Roma. Se proponía que sus amigos conocieran los principales monumentos romanos de una manera completa contemplando lo bello frente a frente. El programa de visita o de estancia pasajera en Roma que diseñó es ciertamente detallado y exhaustivo. No se darían por terminadas las visitas, dice, hasta haber visto “todo lo que hay que ver”, una frase que puede ponerse en boca de cualquier turista actual. El programa empezaría con la visita al Coliseo, pues el mundo, dice, no ha visto nada tan magnífico como este monumento. En la inauguración por Tito, recuerda Stendhal, el pueblo romano tuvo el placer de ver morir cinco mil leones, tigres y otros animales feroces y cerca de tres mil gladiadores. Los juegos duraron cien días. Podía contener ciento siete mil espectadores. Este inmenso edificio, afirma con pleno convencimiento de un admirador de las ruinas del pasado de la humanidad, es más bello acaso hoy que está en ruinas, que lo fuera en todo su esplendor, entonces no era más que un teatro, hoy es el vestigio más bello del pueblo romano. Stendhal da muestras de su conocido egotismo haciendo este curioso comentario sobre las impresiones de sus visitas al Coliseo: En cuanto llegan al Coliseo otros curiosos, el goce del viajero se eclipsa casi por completo. En lugar de perderse en sueños sublimes y absorbentes, Stendhal observa sin quererlo el aspecto ridículo de los recién llegados, que siempre le parecen muchos. La vida, continúa, queda rebajada a lo que es en un salón; uno cosecha a su pesar las tonterías que dicen esos recién llegados que tanto le molestan. Si yo tuviera el poder, reconoce sin pudor, sería tirano: mandaría cerrar el Coliseo mientras yo estuviera en Roma.

Stendhal marcó en estas dos obras las características más destacadas de la figura del viajero turista:

• Reside en un país civilizado

• Tiene más interés por lo ajeno, que ve como extraordinario, que por lo propio o consuetudinario

• Rechaza la presencia masiva de sus iguales, los demás viajeros

• Pertenece a la burguesía urbana ilustrada

• Programa sus estancias, generalmente largas, y sus principales actividades

• Adquiere bienes y servicios de apoyo (medios de transporte, medios de alojamiento, guías acompañantes, libros – guías, etc.

XIX se percibía masificación) Todo esto son ingleses. Todo esto trae una Guía del Viajero debajo del brazo. Todo esto toma notas. Esto, a veces, viaja con la esposa, la cuñada, una conocida amiga de esta, siete hijos, seis criadas, diez perros y otros perros conocidos de estos perros; y esto paga por todo sin refunfuñar. Este viaje de placer le pasa casi siempre el inglés maldiciendo (mentalmente, porque ni la Biblia ni la respetabilidad le permiten maldecir en alto). La verdad es que el inglés se aburre en el continente: no comprende las lenguas; extraña las comidas; todo lo que es extranjero, maneras, toilettes, modos de pensar, le choca; desconfía de que le quieren robar; tiene la vaga creencia

Años más tarde, otro escritor, también francés, Hipólito Taine (1828 – 1893) publicó Viaje a los Pirineos (1858). En el capítulo Turistas, Taine se refiere a las diversas variedades de esta especie de viajeros entre las que distingue seis subespecies. La visión de Taine rezuma ironía, pero refleja con nitidez casos reales que aun existen siglo y medio más tarde. Según Taine, los turistas son algo así como una avifauna (recordemos que los turistas fueron llamados en Francia aves de paso, “oiseaux de passage”) que se distingue por el gorjeo, por el plumaje y por la manera de andar. He aquí las principales variedades de turistas según la clasificación de Taine:

Variedad 1ª. Comprende a los tipos de piernas largas, cuerpo flaco, cabeza inclinada hacia delante, los pies anchos y fuertes, las manos vigorosas, excelentes para apretar y para sujetar. Estos tipos están provistos de bastones, paraguas, de abrigos, de gabardinas de caucho. Desprecian la compostura, se dejan ver poco en sociedad, conocen a la perfección a los guías de hoteles. Miden el terreno de un modo admirable, montan con silla, sin silla, de todas las maneras y en todos los animales posibles. Andan por andar y para tener el derecho de repetir algunas frases, todas hechas.

Variedad 2ª. Comprende a los seres reflexivos, metódicos, que, por lo regla, llevan anteojos, dotados de una confianza ciega en la letra impresa. Se los reconoce por la guía manual que siempre llevan consigo. Este libro es para ellos la Ley y los Profetas. Comen las truchas en los sitios que indica el libro, hacen escrupulosamente las paradas que aconseja el libro, discuten con el fondista cuando pide más de lo que marca el libro. Se les ve en lugares destacados, los ojos fijos en el libro, penetrándose de la descripción e informándose con exactitud del tipo de emoción que conviene experimentar. La víspera de una excursión estudian el libro y aprenden por adelantado el orden y la correlación de sensaciones que deben encontrar: primero, la sorpresa; un poco más allá, una impresión dulce; al cabo de una legua, el horror y el sobrecogimiento; al fin, el enternecimiento sosegado. No hacen ni sienten nada si no es con una obra escrita en la mano, y además hecha por buenas autoridades. Al llegar al hotel, su primer cuidado es preguntar a su vecino de mesa si hay un lugar de reunión, a qué hora va la gente allí, cómo se emplean las distintas horas del día, a qué paseo suele irse por la tarde, a qué otro al anochecer. Al día siguiente, observan a conciencia todas las instrucciones. Se visten a la moda de los baños; hacen todas las excursiones que se deben hacer, a la hora debida, con el equipo que corresponde. ¿Tienen alguna preferencia? Nada se sabe: el libro y la opinión pública han decidido por ellos. Pero se consuelan pensando que han caminado por la carretera y que son los imitadores del género humano. Estos son los turistas “dóciles”.

Variedad 3ª. Va en grupo y hace sus excursiones en familia. Los caracteres distintivos de esta variedad son: el velo verde, el espíritu burgués, el amor a la siesta y a las comidas sobre la hierba; un signo infalible es el gusto por los pequeños juegos de salón. Es destacable por su prudencia, por sus instintos culinarios, por sus costumbres económicas. Los individuos que hacen la excursión se detienen en un paraje escogido desde la víspera; se desembalan las provisiones, pasteles y botella. Si no han llevado nada, llaman en una cabaña próxima para pedir leche; se extrañan de tener que pagarla a quince céntimos el vaso; los consumidores encuentran que se parece mucho a la leche de cabra y se comenta, después de haberla bebido, que la escudilla de madera no estaba demasiado limpia; se asoma uno curiosamente al establo negro, medio subterráneo, donde las vacas rumian entre helechos; después las gentes gordas y grasas se sientan o se tumban. El artista de la familia saca el álbum y copia un puente, un molino y otros paisajes de álbum. Las jóvenes corren con risas y se dejan caer, sofocadas, sobre la hierba; los jóvenes las persiguen. Esta variedad, oriunda de las grandes ciudades, principalmente de París, quiere encontrar en los Pirineos las reuniones de placer de Meudon y de Montmorency.

Variedad 4ª. Turistas comilones. Taine cuenta aquí el caso de una familia de Carcasonne que por primera vez emprendía un viaje de placer. Después de trazar la caricatura de cada uno de sus miembros (padre, madre, hijo, hija y criada), escenifica una excursión a Louvie en coche. A la hora de la comida en un mesón de la ruta todo les parece caro y malo. El padre paga y todos se marchan de mal humor afirmando que la empresa perecería si relevara los caballos en casas de tales intoxicadores. La narración testimonia que a fines del siglo XIX existían empresas mercantiles dedicadas a “organizar” excursiones a los alrededores de las grandes ciudades con medio de transporte, visitas y comida, todo incluido en el precio.

Variedad 5ª. Rara: turistas “sabios”. Los turisperitos les llaman hoy ecoturistas, una denominación que está haciendo estragos. Bastaría decir amantes de la Naturaleza, una subespecie más antigua de lo que algunos piensan. Taine pone como ejemplo a un hombrecillo flaco, con una nariz de pico de águila, un rostro todo en punta, ojos verdes, cabellos agrisados, de movimientos bruscos, y algo estrafalario y apasionado de fisonomía, con gruesas polainas, una vieja gorra descolorida por la lluvia, un pantalón fangoso en las rodillas, sobre la espalda una caja de botánica repujada, y una pequeña pala en la mano. Un turista sabio tomó a Taine por un cofrade novicio cuando le sorprendió mirando lo que para él no era más que una flor cualquiera. El turista sabio aprovechó para endilgarle una profusa y erudita lección sobre la vida de las plantas.

Variedad 6ª. Muy numerosa: turistas “sedentarios” (digamos que los turistas son siempre sedentarios pues los nómadas no pueden ser turistas). Contemplan las montañas desde la ventana del hotel; sus excursiones consisten en pasar de su habitación al jardín inglés, del jardín inglés al paseo. Duermen la siesta y leen el periódico tendidos en un diván. Después cuentan que han visto los Pirineos.

Pierre Larousse intercaló el texto de Taine que acabo de transcribir en la voz touriste de su Grand Dictionaire Universel (París, 1865) y, emulando el estilo de Taine, agregó a las anteriores una nueva variedad, la

Variedad 7ª. Los turistas inteligentes. Son los que no ven otra cosa que hoteles y su table-d’hôtel, calculan sus emociones por el número de botellas que se han bebido, las truchas que han devorado y las tonterías de sus acompañantes. De varios meses de vagabundaje llenos de imprevistos logran hacer una saludable forma de vida dedicada a la diversión y al estudio. Según Larousse, Hipólito Taine pertenecía a la última subespecie o variedad de turista.

También el portugués Eça de Queiroz, cónsul en dos ciudades británicas de 1874 a 1888 se ocupó de los viajes, los turistas y el turismo. En su obra Cartas de Inglaterra, (Editorial-América, Madrid, 1920) hace el siguiente cuadro de costumbres de este país: (En Inglaterra) la gula, la glotonería de libros de viajes es también considerable y, por lo demás, muy explicativa en una raza expansiva y peregrinante. Esto produce otro tipo de industrial de las letras: el viajero prosista. Antiguamente se contaba el viaje cuando casualmente se había viajado; el hombre que visitaba países lejanos y se hallaba en aventuras pintorescas, a la vuelta, rememorando al lado de la lumbre, tomaba la pluma e iba reviviendo esos días en una agradable rememoración de impresiones y paisajes. Hoy, no. Hoy se emprende un viaje únicamente para escribir un libro. Se abre un mapa, se escoge un punto del universo, muy salvaje, muy exótico, y se parte para él con una resma de papel y un diccionario. Y toda la cuestión está en saber cuál es el rincón de la tierra sobre el que todavía no se publicó un libro. Y cuando el país es ya tolerablemente conocido, si no tendrá todavía alguna aldehuela, algún lejano arroyo sobre el que se puedan producir trescientas páginas de prosa…

Quien hoy encuentre en algún intrincado punto del globo a un sujeto de capacete de corcho, lápiz en la mano y gemelos, no piense que es un explorador, un misionero, un sabio coligiendo floras raras: es un prosador inglés preparando su volumen.

Lo que Eça de Queiroz dijo de Inglaterra y de los ingleses en las últimas décadas del siglo XIX vale también hoy para cualquier país industrializado. Su caricatura del turista inglés del siglo XIX tiene interés testimonial como veremos por la siguiente cita:

Tenemos la Travelling-Season, la estación de los viajes, cuando el famoso touriste inglés hace su aparición en el continente. En esta época (septiembre – octubre) todo inglés que se respete (o que, no pudiendo en conciencia respetarse, pretende al menos que su vecino le respete) prepara diez o doce maletas y parte para los países de sol, de vino y alegría. Los ángeles (si no duermen, como dice Juan de Dios) verán entonces, desde su azotea azul, un espectáculo bien divertido: toda Inglaterra hirviendo en el puerto de Dover; de aquí sucesivamente parten largos hormigueros de touristes, marcando líneas obscuras el continente, yendo a esparcirse por el valle del Rhin, negreando sobre las nieves de los Alpes, serpenteando por los vergeles de Andalucía, obstruyendo las ciudades de Italia, inundando Francia (Quienes creen que solo puede hablarse de turismo a partir de la segunda guerra mundial porque piensan que es masivo o no es turismo pueden comprobar por esta frase que ya en el siglo de que las sábanas de las camas del hotel nunca están limpias; ver los teatros abiertos el domingo y la multitud divirtiéndose, amarga su alma cristiana y puritana; no osa abrir un libro extranjero porque sospecha que hay dentro cosas obscenas; si su Guía afirma que en tal catedral hay seis columnas y encuentra solo cinco, es infeliz toda una semana y se pone furioso con el país que recorre, como un hombre a quien robaran una columna; y si pierde un bastón, si el tren no llega a su hora, se encierra en el hotel un día entero componiendo una carta para el Times, en la que acusa a los países continentales de hallarse enteramente en un estado salvaje y atollados en una pútrida desmoralización. Es evidente que yo no aludo aquí a la numerosa gente de lujo, de gusto, de literatura y de arte: hablo de la vasta masa burguesa y comercial. Y aun cuando esta misma encuentra una compensación a sus trabajos de touriste cuando, al regresar a Inglaterra, cuenta a sus amigos cómo estuvo aquí y allá, trepó al Monte Blanco y comió en una table-d’hôtel en Roma y, ¡por Júpiter, produjo una sensación de todos los demonios en las muchachas!

Queiroz ofrece en esta obra la lista de los libros de viajes publicados en Londres en “estas dos últimas semanas”, copiada de dos periódicos de crítica y que tiene interés transcribir aquí:

Atheneum y Academy: Mi estancia en Medina, Entre las hijas de Han, En las aguas saladas, Lejos en las Pampas, Santuarios del Piamonte, El nuevo Japón, Una visita a Abisinia, La vida en el oeste de Irlanda, Por el Mahaka arriba y por el Barita abajo, A caballo por el Asia Menor, Escenas en Ceilán, A través de ciudades y prados, En mi bungaló, Huyendo para el Sur, Tierras del sol de media noche, Peregrinaciones en la Patagonia, El Sudán egipcio, Tierra de los Manglares, A través de la Siberia, Norks, Lapp y Finn (¿dónde estará esto?), Guerra, peregrinaciones y ondas (¡qué título, Dios piadoso!), La linda Atenas, La península del Mar Blanco, Hombres y cosas de la India, A bordo del “Raposa”, Sport en la Crimea y el Cáucaso, Nueve años de cacerías en África, Diario de una perezosa en Sicilia, Al Oriente del Jordán.

El autor termina afirmando que todavía hay otros, todavía hay muchos, y en quince días. A fines del siglo XIX existía ya un boyante negocio editorial en materia de libros de viajes Los mismos títulos citados son un magnífico indicador que muestra que ya entonces se hacían viajes que muchos turisperitos creen que son exclusivos de nuestros días.

El libro del que proceden las citas se publicó en 1905 pero se escribió casi veinte años antes. El retrato de los turistas que hace Eça de Queiroz coincide con el de Hipólito Taine años antes. Alphonse Daudet (1840 – 1897) hizo su propia caricatura del turista en la novela Tartarín en los Alpes. Todos los escritores viajeros citados ofrecen el perfil de lo que creen una forma novedosa de ser un viajero “sin obligación” (turistas), percibida como “masiva” por sus contemporáneos.

Recientemente, el suplemento El Viajero dedicado al turismo del periódico español El País publicó los resultados del sondeo realizado entre los lectores sobre las catorce categorías de “destinos” desde los más cercanos hasta los más exóticos. La publicación solo cita los cinco más votados de cada categoría. Son, según el periódico, recomendaciones a tener en cuenta cuando se preparan los más de cuarenta y seis millones de viajes turísticos que realizan los españoles cada año. No cabe duda de que reflejan los gustos de los españoles que consumen turismo. Por eso considero de interés los resultados del sondeo especificando solo el más votado de cada una de las categorías consideradas:

“Ciudad española o turismo urbano”: Barcelona. En 2002 recibió casi 3,8 millones de viajeros que realizaron 8,7 millones de pernoctaciones (2,3 pernoctaciones por viajero). Los lectores de una revista británica eligieron Barcelona después de Nueva York, Sydney y París. En 2003 se celebrarán eventos como el Campeonato Mundial de Natación y el Año del Diseño. En 2004 tendrá lugar el Forum Universal de las Culturas. En 1992 fue sede de los juegos olímpicos.

“Pueblo español con encanto o turismo cultural”: Santillana del Mar. Tiene uno de los conjuntos medievales más interesantes y mejor conservados de España. Cerca se encuentra el Museo de Altamira con reproducciones de pinturas con 14.000 años de la cueva del mismo nombre cuyo acceso está restringido a especialistas, una forma de decir que no pueden acceder los turistas.

“Isla española o turismo de sol y playa combinado con turismo de naturaleza”: Lanzarote. Cuenta con más de cien volcanes y fue visitada por 1,8 millones de turistas en 2002. Ha sido declarada por la UNESCO Reserva Mundial de la Biosfera. El conocido artista lanzaroteño César Manrique de Lara dejó en ella la impronta de su arte.

“Playa española o turismo de sol y playa combinado con turismo urbano”: La Concha de San Sebastián. Es el “monumento más visitado, la joya más preciada del turismo donostiarra. Con sus cerca de 1.800 metros lineales ha llegado a acoger hasta 25.000 bañistas, casi 14 bañistas por metro lineal. Una delicia para los amantes del animado turismo de masas.

“Estación de esquí española o turismo recreativo y deportivo de nieve”: Sierra Nevada. La estación de esquí más alta de España tiene 70 Km. de pistas esquiables de dificultad media y una abundante oferta de actividades para después de esquiar. Cuenta con hoteles, restaurantes y cursos para el aprendizaje del deporte de esquí. Granada y la Alambra están muy cerca. Recientemente fue sede de los juegos olímpicos de invierno.

“Paraje natural o turismo de naturaleza”: Picos de Europa. Declarado en 1918, es el parque nacional más antiguo de España y uno de los más antiguos de Europa. Ampliado su espacio recientemente, cuenta con una extensión de casi 65.000 hectáreas. En su territorio hay doscientas cotas que superan los 2.000 metros de altura. El parque es una zona de alta montaña accesible para casi todos los públicos. Cuenta con pintorescos pueblos de arquitectura montañesa, glaciares, un desfiladero o garganta profunda fluvial, un teleférico (construido para los residentes pero usado por los turistas) y un paredón dispuesto para hacer escaladas deportivas.

“Restaurante o turismo gastronómico”: El Bulli de Roses (Gerona). Localizado en una pequeña cala de la Costa Brava. El chef es uno de los mejores cocineros del mundo, con un recetario que es un auténtico derroche de imaginación que marca las tendencias de los gustos culinarios. Es uno de los cuatro restaurantes con tres estrellas de la famosa guía Michelín, una marca de neumáticos que apoya la práctica del turismo en turismos, vehículos que ruedan sobre neumáticos.

“Hotel o turismo urbano”: Arts de Barcelona. Fue construido para los Juegos Olímpicos de 1992. Es uno de los rascacielos más altos de Barcelona y el primer edificio enteramente diseñado en España por ordenador. Su interior es un puro ejercicio de diseño apelante a la elegancia tradicional combinando madera, mármol y aluminio. Las últimas plantas tienen habitaciones con hermosas vistas.

“Alojamiento rural o turismo rural”: La Rectoral de Taramundi. Está construido (el hotel) aprovechando lo que fue la casa del cura del pueblo, que era de piedra y data del siglo XVIII, de la que queda muy poco. El pequeño hotel está rodeado de un verde quieto y de nubes inquietas. Un horizonte de campanas se oye en la lejanía. El lugar tiene algún interés etnográfico porque cuenta con una fragua y un molino restaurados que son un testimonio de la vida agrícola y ganadera de la comarca. Se considera como el pionero español de los alojamientos rurales respetuosos con la construcción original.

“Ciudad europea o turismo urbano”: París. Recibe más de catorce millones de turistas, de los que medio millón son españoles. París es ciudad de arte y cultura pero también de vida nocturna. En 2003 tuvieron lugar grandes exposiciones dedicadas a Chagall y Gauguin, la segunda Nuit Blanche y los Campeonatos Mundiales de Atletismo.

“Región europea o turismo combinado urbano y cultural”: La Toscana. Recibe anualmente más de diez millones de turistas, la mitad italianos. Son muy atractivos sus paisajes campestres, ricos en cipreses, y sus ciudades, ricas en arte renacentista.

“Destino exótico o turismo sexual”: Bali. Una de las 17.000 islas del archipiélago de Indonesia. Dispone de numerosos resorts de cinco estrellas y de playas paradisíacas. A destacar su paisaje intensamente verde, sus templos (20.000, ni uno más ni uno menos), sus lagos y sus volcanes así como las danzas nocturnas de sus bellas mujeres, que se deslizan envueltas en sarongs y sus niños (y niñas) volando cometas por los arrozales. La cultura de sus habitantes se remonta al siglo XV.

“Isla extranjera o turismo de sol y playa combinado con turismo de sexo”: Cuba. Sinónimo de ritmos y música que hacen bailar (mal) a medio mundo, de ron y tabaco, de arquitectura colonial, de sol y playas, de hermosos paisajes de palmeras y playas doradas con aguas color de turquesa. Es visitada por 1,7 millones de turistas, el 10% de los cuales son españoles, pero hay también alemanes, canadienses, italianos y franceses. Cuando acabe el bloqueo norteamericano, Cuba aumentará espectacularmente la cifra de turistas. Ya compite fuertemente con las islas cercanas de Santo Domingo y Puerto Rico. El Caribe es hoy un destino exótico consolidado que ha de contar cada vez más con la fuerte competencia de las islas del Pacífico.

“Parque temático o turismo recreativo y de ocio”: Port Aventura. Según Nexopublic, los parques temáticos españoles, algunos de los cuales pasan por crisis de rentabilidad, recibieron más de 26 millones de visitantes en 2001, cifra que llegó a 36 millones en 2002 gracias a la inauguración de un nuevo parque, el de Warner en Madrid, y a la ampliación de Terra Mítica. Port Aventura recibe más de 105 millones de visitantes. Junto con el parque acuático Costa Caribe y dos hoteles temáticos se configura el resort Universal Mediterránea.

La relación es un reflejo de los gustos de los consumidores españoles de turismo de ocio, recreo, sosiego, descanso y curiosidad. Pero se echan en falta clamorosamente ejemplos de otros gustos como la aventura, la asistencia a congresos, ferias y cursos, las estancias en balnearios termales, las compras, las peregrinaciones, la asistencia a espectáculos deportivos y musicales, y tantas otras formas de consumir turismo. En cualquier caso, no creo que deba insistir más en la consumición de turismo puesto que, como ya he dicho, es el aspecto mejor estudiado por los expertos convencionales. Por esta misma razón renuncio a estudiar en detalle la comercialización de servicios facilitadores, de servicios incentivadores y de turismo ya que cualquier manual convencional le dedica atención suficiente y valiosa.

Finalmente, no debemos dejar de citar una clasificación de los consumidores de turismo que no por formalmente reconocida por los expertos es menos importante. En este libro se ha hecho reiterada mención a ella. Me refiero a lo que he llamado consumidor de turismo autoproducido y consumidor de turismo a alteroproducido. El segundo coincide con el turista que prefiere adquirir en el mercado lo que los expertos llaman viaje organizado. Los primeros son los que prefieren organizar el viaje por sí mismos. Estos deberían figurar en las estadísticas como consumidores de servicios incentivadores y facilitadores.


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