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TEORÍA AUSTRIACA Y EL PROBLEMA DEL CICLO ECONÓMICO

Nicolas Cachanosky

 

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LA INCORPORACIÓN DE LA MONEDA LIBRE

“Una buena moneda, como una buena ley, debe funcionar sin tener en cuenta los efectos que las decisiones del emisor tendrán en grupos o individuos conocidos.”

Friedrich A. von Hayek

Las finanzas públicas o la administración de los gastos del gobierno y la administración del circulantes son dos actividades antagónicas cuando se encuentran bajo un único administrador. No sólo se ha llegado a que la moneda fuese la principal causante de las crisis económicas, sino que ha permitido a los distintos gobiernos expandir su gasto incontrolablemente. Cuando las ideas keynesianas garantizaron que los déficit no tenían nada de malo justificando una expansión del gasto si había “capacidad ociosa” en el mercado, se dio camino libre a toda política por parte de los gobiernos para que manipulasen el gasto público sin preocuparse por su financiación. Si en cambio los gobiernos no hubiesen tenido el monopolio sobre la emisión de moneda, no hubiesen tenido más remedio que ajustar sus actividades a lo que sus ingresos le permitiesen.

Si la competencia entre monedas es capaz de brindar un circulante estable que no altere los precios relativos ni deprecie los ahorros de la sociedad (por lo tanto no mine la capacidad de inversión), entonces no tiene sentido que el gobierno mantenga el monopolio sobre la emisión monetaria y mucho menos que mantenga un déficit. Ningún déficit es sustentable a largo plazo, incluso cuando se posee el monopolio de la financiación. Por otro lado, no debemos olvidar que cada peso que el gobierno gasta, algún contribuyente ha dejado de utilizarlo para adquirir los bienes y servicios que desea, por lo tanto, el incremento del gasto no lleva a un aumento de la demanda agregada sino a una redistribución de la misma. La única manera que el gobierno tiene para elevar el nivel de demanda es emitiendo moneda, lo cuál trae consigo todos los efectos negativos que ya conocemos.

Si los gobiernos dejasen de poseer el monopolio monetario, se encontrarían bajo las mismas reglas de juego que todos en el mercado. Deberían hacer las cosas bien para obtener “ganancias” y el apoyo de la sociedad, pero sufrirían las mismas consecuencias que cualquiera si no pudieran controlar sus gastos, ya no sería tan atractivo gastar más de lo que tienen. Estarían forzados a mantener un mínimo de eficiencia en sus finanzas y en la administración de sus recursos. No podrían incurrir en gastos innecesarios ni en políticas de “dinero fácil” o “populistas” que implicasen beneficios para unos sectores a costa de otros generando ciclos económicos al alterar el mercado de dinero. Si los gobiernos no entienden que si no cumplen con sus obligaciones les sucederá lo mismo que a cualquiera en la sociedad, entonces no tendrán el más mínimo interés en tener cuidado al adoptar políticas. La única manera de obligar a los gobiernos a que sean eficientes es que deban jugar bajo las mismas reglas que todos en lo que respecta a su financiación, competir por el dinero en el libre mercado de circulantes. Después de todo sólo son un agente económico más, y como tales su comportamiento debe ajustarse al mercado.

Una de las cosas fundamentales que debe tenerse cuenta ante un intento por implementar el sistema de libre competencia de circulantes, es no hacerlo gradualmente o con tímidas restricciones “por si algo anda mal”, porque en ese caso “las cosas sí van a andar mal”. Toda interferencia en el mercado hace que las cosas funcionen peor de lo que lo harían libremente, ya que afectan la libre distribución de los recursos, lo mismo es válido para el mercado de las monedas. Si el monopolio del gobierno sobre la moneda es como una muela que nos causa dolor, no tiene sentido quitarla gradualmente a lo largo de un mes, sino que lo mejor es ir al dentista y que nos la quite en una sola operación solucionando el problema mejor y más rápidamente.

También es necesaria una libertad absoluta para que cualquier emisor que desee intentar competir en el mercado de monedas pueda hacerlo sin restricciones. Todos deben competir bajo las mismas reglas de juego. Es fundamental, además, que se permita la libre circulación del circulante dentro del territorio y a través de sus fronteras, como ya vimos, no tiene sentido dividir entre comercio nacional e internacional, tal distinción sólo puede ser arbitraria y por ende afectar el libre funcionamiento del mercado, ya que esas distinciones le imponen límites o restricciones distintas a las que el mercado realmente puede tener.

Todo intento gradual por incorporar la libre competencia de monedas estará condenada al fracaso. Los individuos elegirán la nueva moneda si ésta no tiene restricciones de circulación. Ante una apertura absoluta al mercado de circulantes, son éstas las que se irán ganando su lugar gradualmente sin necesidad de que el gobierno les esté indicando el camino a seguir. Sólo si existe competencia los bancos se preocuparán por no depreciar sus circulantes, sólo si se permite la circulación de las monedas dentro y a través de las fronteras el dinero adquirirá la circulación necesaria para ser un buen medio de cambio. Pero también es necesario un mercado libre para los bienes y servicios así los precios pueden ser un verdadero reflejo del poder adquisitivo del dinero e indiquen a las fuentes productoras a que deben abocarse.

Con la coexistencia de un cierto número de monedas estables, desaparecería la imposición de una “moneda legal” o de “curso forzoso”. Ahora, las monedas conflictivas desaparecerían del mercado antes de generar los ciclos económicos.

Aun ante un colapso total de alguno de los circulantes, la economía no se vería sumergida en grandes crisis como las que ya ha tenido que sufrir. Los tenedores de este circulante perderían el valor de sus ahorros y posiblemente se verían en problemas financieros, pero es muy distinta la situación cuando el colapso se da en una moneda de curso forzoso que todos los individuos deben aceptar. En un libre mercado de circulantes, el sector que se maneje con la moneda que colapsa se verá perjudicado, no así los que hayan optado por algún otro circulante. Por su lado, los emisores que supieron mantener el valor de su propio circulante pronto llenarán el lugar en el mercado que la moneda colapsada ha dejado vacío. Los contratos a largo plazo no se verán alterados y la economía seguiría funcionando sin afectarse sustancialmente su actividad, ya que sería posible encontrar un patrón de medida que permita continuar con los contratos.

En un mercado de competencia monetaria las consecuencias del colapso de uno de sus circulantes sería un caso menor comparado con los colapsos que las distintas naciones han sufrido por mantenerse en el monopolio monetario. Así como en el libre mercado no existe la total desaparición de un bien o servicio, ya que mientras un proveedor del mismo va disminuyendo su actividad pronto surge un competidor que satisface al mercado intercambiando roles gradualmente; en un libre mercado de circulantes no se llegaría a una crisis monetaria total, ya que los competidores estarán constantemente llenando los lugares que los otros emisores van dejando vacíos. El propio afán de los emisores por mantener su negocio los llevará a mantener el valor de la moneda, lo que evitará que la economía caiga en una crisis de las que tanto cuesta salir cuándo sólo se puede optar por un único circulante.

“Uno no es enemigo del gobierno, simplemente por demostrar que, desde un punto de vista social, es inconveniente que controle los ferrocarriles, los hoteles y las minas; del mismo modo que no es hostil con el ácido sulfúrico por asegurar que no conviene beberlo ni lavarse las manos con él”

Ludwig von Mises


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