BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

ANÁLISIS CRÍTICO DE LA CULTURA EN GUANAJUATO

Reflexiones sobre la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales
 

Ricardo Contreras Soto (Coordinador)

 

 

Esta página muestra parte del texto pero sin formato.

Puede bajarse el libro completo en PDF comprimido ZIP (159 páginas, 573 kb) pulsando aquí

 

 

 

Ensayos sobre la cultura. La imagen del mexicano

Francisco Pantoja García

Observaba con detenimiento la imagen que se me presentaba ante mis ojos, todo lo que veía en ella me parecía conocido, era como una unión de personalidades la cuál no encontraba el modo de analizarla, aunque no importaba por donde empezara. Por donde lo hiciera no tendría consecuencia alguna. Así que me dejé llevar por la primera representación que era un personaje que parecía muy hablador, no se contentaba con dar su opinión a lo que escuchaba, cortaba la conversación para decir cualquier cosa, creyendo que tenía relación con lo que se decía, siempre pensando que sus ideas eran las que le daban sentido a lo que se hablaba.

Otro por su forma de vestirse, de hablar, de pararse, se notaba que “era” muy macho. Ese que dice que le vale madre “todo”. El que creía enfrentarse a toda clase de problemas sin que se rajase, de los que no quedaban mal ante ninguna persona y menos del sexo opuesto. Ante las mujeres aparentaba ser de una dureza sin igual, siempre rodeado de esa figura de altanería que no podía esconder. Contaba las cosas como le convenía para según hacerse o verse superior, no existía en su diccionario la palabra derrota. Presumía de haber estado con un sinfín de mujeres, lo que no decía es cuantas quedaron insatisfechas. Sobre las disputas físicas o verbales con las demás personas, el dio los mejores golpes, se defendió de todo ataque con palabras y nunca perdía una batalla.

Uno que no tenía el lenguaje adecuado, más bien educado, no argumentaba nada a la conversación, pues no tenía los recursos para hacerlo y solamente a través de alguna trampa buscaba una salida a la platica. Su hablar era en doble sentido para no contestar a lo que le preguntaban y utilizaba el albur para tratar de engañar. Su tema favorito era el sexual, como el del macho, o el de menospreciar a la gente buscándole siempre errores y a través de esos devaluarla. Cuando no sabía que contestar se hacia el enojado y dejaba la conversación retirándose del lugar.

Ese que nunca falta era el mentiroso, se suponía cual era su arma pero sin arte para utilizarla, su estilo era mediocre, siempre estaba contagiado por la mentira. En todo momento la soltaba, se hacia a la idea de que lo que decía era creíble. Quienes lo escuchaban parecía que participaban en su juego, pues, no había denuncia alguna ni tampoco se comprometían en la búsqueda de la verdad, dando a entender que les convenía no hacer nada por la mentira que escuchaban ¿será que todos eran mentirosos?.

Todos se veían desconfiados, había uno, el que más se distinguía, no decía ni hacía nada por llamar la atención, buscando siempre una salida a la platica, sospechando de las palabras y de las muecas. No quería hablar y menos intimidar, sabía que confiarle algo a alguien, sería como entregarse, a que todo sería divulgado y por experiencia comprendía que nadie con los que estaba guardaría un secreto y menos cuando frente a él se hallaba el chismoso. Cuando hablaba se salía del tema, eludía cualquier compromiso, suspendía lo que decía dejándolo en el aire sin terminar la frase. Las pocas palabras que le salían, las encerraba, se disculpaba de todo y se expresaba como si se diera por entendido lo que hablaba, se enojaba con facilidad y más cuando no estaban de acuerdo con el. Era un encierro de sí mismo donde había fincado un muro frente a su imagen que le permitía no conflictuarse y siempre buscando el alejamiento. Se quedaba callado pensando que los demás iban a adivinar su pensamiento.

Llamaban la atención dos seres sin diferencia alguna entre ellos, tan parecidos que creía que eran gemelos, si uno tenía una dolencia el otro la manifestaba. Uno era el moralista y el otro el religioso, dos seres gregarios y costumbristas, esos que hacen de su vida un modo habitual de proceder y conducirse. Eran tan iguales que no alcanzaba a distinguirlos. Por costumbre se sentían con culpa y con deuda con alguien que nunca han visto y creen conocer, al que llevan a todas partes. Hacían de la debilidad un contagio, la utilizaban como protección de tal forma que invertían los valores. El más débil al que le apodaban el “pobrecito” porque no tenía los recursos necesarios para defenderse y utilizaba esa arma para menospreciar al más fuerte, al más preparado, es al que le daban la razón de ser o sea al bueno al que suponen que esta bien ¿qué ahora se premia al más inútil?. Por costumbre llevan esa herencia del pasado como una obligación, como un deber. Esa necesidad de creer por el otro, no por ellos mismos y sobre todo de obedecer. Piensan que todos creen en lo que ellos creen, todo lo ven a través de su Dios buscando la paz con todos y perdonando sus pecados en la confesión para volver a repetirlos.

Eran gente pasiva y rutinaria, no existía actividad más que la que repetían a diario disfrutaban de su pasividad que no los llevaba a ninguna imposición, buscando siempre la seguridad sin exponerse a nada, eran como esclavos que renunciaban a su emoción. En esa calma lo único que se movía era la envidia, todos se veían con recelo, desconfiaban uno del otro, a tal grado que cuando uno se movía lo aplacaban. Ninguno debía ser diferente, no aceptaba ver que su semejante fuera más que él, tanto en pertenencias como en no ceder en una plática, sentían que si cedían les causaría algún trauma. Envidiaban lo que tenía el otro, desde su casa, su mujer, su trabajo, no podían ver crecer a su semejante, siempre buscando obstaculizar su camino. Escondían hasta la sonrisa, siempre a la defensiva, formándose una idea falsa de los demás y buscando excusas. Cargaban con ese disgusto, con esa necesidad insatisfecha, dolientes por esa falta de algo que no sabían que era, pensando que todos estaban en su contra y quejándose de lo que hacían y también de lo que no hacían, no había satisfacción.

Pero eso sí cada cual representando un papel diferente. Simulaban ser “Dionisos” o el crucificado, algún artista o un futbolista famoso, un mujeriego. De lo que tenían conciencia, es justamente de haber dejado de ser lo que eran, de haberse como vaciado de su persona. Adquirieron los mismos hábitos, habían encarnado su personaje y lo imitaban en todos los sentidos; su forma de vestir, hablar, moverse al grado de creerse el otro. Nadie podía juzgar hasta que grado esta simulación era perfecta, absoluta; su criterio residía en la intensidad con que la experimentaban simular. Confundidos con esa imagen su identidad quedaba en otro plano; aunque se formulaban varias preguntas no había respuesta, seguían hundidos es esa telaraña de mentiras, en ese actuar “diferente”.

De pronto reaccione y puse atención a la figura que observaba, no existía tal imagen, simplemente me estaba viendo al espejo en distintos tiempos, los múltiples yoes que transcurrían. Observaba ese triunfo sobre una mentira, sobre algo que no quiero reconocer. Ese soy. El mexicano.

Grupo EUMEDNET de la Universidad de Málaga Mensajes cristianos

Venta, Reparación y Liberación de Teléfonos Móviles
Enciclopedia Virtual
Biblioteca Virtual
Servicios