BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

ANÁLISIS CRÍTICO DE LA CULTURA EN GUANAJUATO

Reflexiones sobre la Encuesta Nacional de Prácticas y Consumo Culturales
 

Ricardo Contreras Soto (Coordinador)

 

 

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Importancia de ver la Tele

Nicolás Gerardo Contreras Ruiz (Filósofo)

Durante las primeras décadas del aciago siglo XX, Heidegger hacía notoria la condición fundamental que acompaña al tiempo que emerge desde la modernidad: “la época de la imagen del mundo”. Es el universo visualizado en la imagen. El autor alemán no sólo destaca a partir de ese concepto la vocación humana orientada a la reproducción de algo, a establecer sobre el mundo una simple copia. El sentido ahí jugado remite a algo más: un estar al tanto de algo, un representarse lo existente mismo en lo que está con él y tenerlo siempre presente en tal situación. Pero no sólo eso. El campo de la imagen también orienta a que lo existente está ante nosotros como sistema en todo lo que le pertenece y coexiste en él. Al mundo se lo comprende como imagen, lo existente en conjunto es colocado como aquello en que se instala el hombre mismo... Por ello, lo existente comienza a ser y sólo es en la medida en que es situado por el hombre que representa y coloca. El ser de lo existente es buscado y encontrado desde su representación. Con ello, el filósofo en cuestión anticipaba el curso decisivo que orienta mucho de la experiencia desplegada en nuestra temporalidad más contemporánea.

En la afirmación heideggeriana, hay resonancias de la denuncia del exceso de racionalización de Occidente que postulará Husserl, cuando interpelaba a la conciencia europea a reconocer la impostergable necesidad de situar a la razón en el terreno de las vicisitudes cotidianas, eso que denominará lebenswelt (mundo de la vida), la necesidad de llevar pensamiento y reflexión a los escenarios vitales de los seres humanos de carne y hueso. Eso que la gran Razón había dado en omitir. Pero también los ecos de la provocación husserliana alcanzan a otras formulaciones del pensamiento occidental; paralelamente a Heidegger, la crítica al curso asumido por Occidente en cuanto tendencia avocada a la administración excesiva del coexistir humano desde los abusos de la técnica y la instrumentalidad, esgrimida desde los aportes de los integrantes de la Escuela de Francfort. En todo ello se ofrece un llamado a nuestra atención a propósito del fenómeno del alcance del predominio de la imagen en nuestras sociedades y culturas.

Del zoon politikon griego al homo sapiens de Línneo, al homo ludens de los variados periodos históricos, la modernidad ha abierto la condición de posibilidad para otro tipo de constitución humana: el homo videns. El mundo contemporáneo inscrito en ágiles procesos globalizantes, ha venido a dar cauce y concreción a esa modalidad de asumirse de lo humano. La imagen despliega su imperio dando sentido a variadas formas del existir y tal vez sea caracterizable como el margen medular de la mayor parte del conjunto de las culturas poblantes del planeta. Sartori lo señala con amplia precisión: “la primacía de la imagen, es decir, de la preponderancia de lo visible sobre lo inteligible, lo cual nos lleva a un ver sin entender”. Nos conformamos en la imagen, nos movemos en la imagen; muchos de nuestros pensamientos, ideas, sentimientos y actividades se configuran desde la imagen. La nuestra es efectivamente, la época de la imagen del mundo, una época en que la palabra es despojada de su vasta riqueza, en que la conversación viene a menos, en que la imaginación pasa a un nivel marginal.

El tiempo actual, ha venido a sustituir el plano de los significados, cediendo su lugar a la lógica del poder de los significantes, una fuerza desplegada en forma de señales gracias al territorio propicio de la virtualidad. El gran reemplazo de nuestra época: la comunicación por el comunicado.

La imagen amplifica su potestad a partir del advenimiento del artefacto televisivo, durante la segunda mitad del siglo XX. Lo humano incursiona en una atmósfera inédita, la del ver a distancia; se configura en el poder mirar desde cualquier lugar escenarios distantes, pero con ello se opera una reducción alarmante de sus propias posibilidades: “… en la televisión el hecho de ver prevalece sobre el hecho de hablar, en el sentido de que la voz del medio, o de un hablante, es secundaria, está en función de la imagen, comenta la imagen. Y, como consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico. Para él las cosas representadas en imágenes cuentan y pesan más que las cosas dichas con palabras”.

Desplazamiento de los símbolos, marginación del intercambio dialógico, disposición de los seres humanos en el acomodamiento, en el mero plano de la receptividad, privados de la reciprocidad en el ejercicio de la palabra, expropiados del tiempo para hablar, de la emoción del discurso amoroso, del juego de la comunión. Nuestra movilidad ocurre preferentemente en la , una artificialidad que colma las variaciones de la interacción y de los vínculos intersubjetivos, respondiendo a los dictados del criterio del valor de cambio, ese cálculo económico que hemos llegado a internalizar como valor central, promovido y difundido discrecionalmente por el dispositivo de la televisión. No se trata de negar los beneficios aportados por este producto de los avances de la técnica y la tecnología, sino de señalar algunos de sus costos.

La sustitución de la palabra por el ver apunta al trazo de límites considerables a la capacidad de inteligir. Efectivamente, el campo de la percepción se nos ha tornado más cómodo; la imagen tiene a “ahorrarnos” espacios y tiempos, ha economizado esfuerzos, pero esa economización nos ha despojado de la satisfacción que da el esmero de ver, pensar, sentir y hasta sufrir por cuenta propia. Y lo que es peor: “…hay una regresión fundamental: el empobrecimiento de la capacidad de entender”.

En Guanajuato, como parte de un país donde la televisión ha cobrado amplio margen en la aceptación social, la posibilidad de ver a distancia adquiere dimensiones de medio favorito de consumo cultural. La cultura reducida a la observación, a la expectación pasiva, a la recepción de comunicados, donde el discurso conceptual es reemplazado por el lenguaje perceptivo sustentado en la pobreza de admirar, de crear, de imaginar.

Atrofia de los sentidos, de las aptitudes, de las capacidades. En ello, asistimos a un contexto sociocultural donde la palabra escrita y sus vastas posibilidades han perdido terreno frente al influjo del medio televisivo.

Tabla 12 En una escala de 0 a 10, donde 0 es nada importante y 10 muy importante, ¿qué tan importante es para su vida "ver tele"?

De acuerdo a la pregunta: En una escala de 0 a 10, donde 0 es nada importante y 10 muy importante, ¿qué tan importante es para su vida "ver tele"?

Las respuestas se orientan a la moda en el grado 6 arriba de lo “regular”, la media es 5.54, después de la moda hay un 41% aproximado que lo valora ordinalmente entre 7 y 10 (muy importante), en otras palabras si es importante “ver la tele” para las personas en Guanajuato, fenómeno que no es privativo de la región, sino de la época y de las prácticas culturales que se circunscriben en estos consumos culturales.

Sin purismo, hay efectos y consecuencias sociales de ciertos “abusos y predominios” en las prácticas culturales

Gráfica 7 importancia de ver la televisión

El bombardeo publicitario indiscriminado a que se ve sometido el espectador en cuanto al uso de la imagen, a partir de variados elementos de información, recreación, entretenimiento, documentación, promoción comercial, viene a disminuir el esfuerzo, el gusto, el goce, el placer por la conversación, por la charla, la alegría por la lectura.

Lo existente, no sólo local y nacional sino también planetario, es restringido en la representación permitida por la imagen. Escasean los espacios físicos en que se constituyan auténticas comunidades de base integradas por individuos de carne y hueso, ya que son sustituidas progresivamente por comunidades virtuales de la “comunicación” globalizada que han privatizado ampliamente los espacios de la acción.

La televisión nos ha acercado a lo lejano, pero a la vez, nos ha alejado de lo cercano.

Nos ha parecido oportuno cerrar esta inicial aportación con un señalamiento de Hugo Enrique Sáez, a propósito de uno de los efectos nocivos del dominio cultural de la imagen: “La pérdida de la importancia de la palabra poética es simultánea a la decadencia de la conversación como arte. Las nuevas generaciones utilizan mínimos clisés en su comunicación cotidiana y si bien han extendido la capacidad de transmitir mensajes con el cuerpo (baile, mímica, etc.), se advierte que el lenguaje hablado ya no significa una experiencia estética y de conocimiento. Por todos lados se argumenta que las modernas sociedades deben constituirse resolviendo los problemas mediante el diálogo. Este imperativo no dejará de ser una impostura propagandística mientras no se intente recuperar el extraviado arte de la conversación”.

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