EL CONOCIMIENTO SILENCIOSO

EL CONOCIMIENTO SILENCIOSO

Ramón Ruiz Limón

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El cuarto centro abstracto (el descenso del espíritu o el ser movido por el intento) es el golpe brutal del descenso del espíritu. El cuarto centro abstracto es un acto de revelación. El espíritu se nos revela. Los brujos dicen que el espíritu nos espera emboscado y luego desciende sobre nosotros, su presa.

La historia cuenta que, a fin de revelar los misterios de la brujería al hombre del que hemos hablado anteriormente, fue necesario que el espíritu descendiera. El espíritu eligió un momento en que el hombre estaba distraído, con la guardia baja y, sin mostrar piedad alguna, dejo que su presencia moviera, por sí misma, el punto de encaje de ese hombre a una determinada posición. Una posición que los brujos describen como el sitio donde uno pierde la compasión o el sitio donde no hay piedad. Puesto que el hombre de nuestra historia perdió allí la compasión, el no tener compasión se convirtió en primer principio de la brujería.

El primer principio nunca debe confundirse con el primer efecto del aprendizaje de brujería, que es el moverse desde la conciencia normal a la conciencia acrecentada. El moverse de un estado de conciencia al otro es lo primero que le ocurre a un aprendiz de brujo. Por consiguiente es natural para un aprendiz asumir que el movimiento del punto de encaje es el primer principio de la brujería. Pero no es así. El primer principio de la brujería es el no tener compasión.

Existe un umbral que, una vez franqueado, no permite retiradas. Normalmente, desde el momento en que el espíritu toca la puerta, pasan años antes de que el aprendiz llegue a ese umbral. Sin embargo, en algunas ocasiones se logra llegar a él casi de inmediato. El caso del benefactor de Don Juan Matus, el nagual Elías.

Todos los brujos tienen la obligación de recordar muy claramente cuándo y cómo habían cruzado ese umbral, a fin de fijar en sus mentes el nuevo estado de su potencial perceptivo. Cruzar ese umbral significa entrar a un nuevo mundo (un nuevo mundo de la percepción), y que no es esencial el ser aprendiz de brujo para llegar a ese umbral; la única diferencia entre el hombre común y corriente y el brujo, en esos casos, es lo que cada uno pone en relieve. El brujo recalca el cruce del umbral y usa ese recuerdo como punto de referencia. El hombre común y corriente recalca el hecho de que se refrena de cruzarlo y de que hace lo posible por olvidarse de haber llegado a él.

El hombre común, no puede aceptar que todo cuanto pensamos, todo cuanto decimos, depende de la posición del punto de encaje.

Como comprender que las cadenas de la preocupación que nos atan y nos aprisionan; que nos mantienen amarrados a ese reflejo nuestro a fin de defendernos de los ataques de lo desconocido.

Una vez que nuestras cadenas están rotas, ya no estamos atados a las preocupaciones del mundo cotidiano. Aun estamos en el mundo diario, pero ya no pertenecemos a él. Para pertenecer a él debemos compartir las preocupaciones y los intereses de la gente, y sin cadenas no podemos.

El nagual Elías explica que la característica de la gente normal es que compartimos una daga metafórica: la preocupación con nuestro reflejo. Con esa daga nos cortamos y sangramos. La tarea de las cadenas de nuestro reflejo es darnos la idea de que todos sangramos juntos, de que compartimos algo maravilloso: nuestra humanidad. Pero si examinamos lo que nos pasa, descubriríamos que estamos sangrando a solas, que no compartimos nada, y que todo lo que hacemos es jugar con una obra del hombre: nuestro predecible reflejo.

Los brujos ya no son parte del mundo diario, simplemente porque ya no son presa de su reflejo (deseos, yo psicológico, yo pluralizado), ya no comparten las preocupaciones e intereses de la humanidad (están en el mundo físico o sensible, pero ya no son parte del mundo).