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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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Se asegura el Estado tras el derrocamiento de AD

Entre el gobierno de Pérez Jiménez y los lineamientos estratégicos de la máxima dirigencia en el exilio, AD emplaza hombres notables que instrumentan la estrategia de poder en el territorio nacional, y son quienes asumen la misión de conservar el aparato popular y educar a los activistas en la lucha larga. En 1952, Leonardo Ruiz Pineda, siendo Secretario General del partido, describe en el prólogo al libro Venezuela bajo el signo del terror, llamado “libro negro de la dictadura”, el proyecto político, la estrategia, las tácticas, y el valor de las opiniones de los dirigentes de la resistencia en el territorio. Un documento que buscó poner de relieve que AD tenía dominio sobre su posición de partido abrumadoramente mayoritario, para garantizar el control sobre cualquier desbordamiento de las masas enfurecidas cuya violencia pudiera ser utilizada para orientar al Estado hacia otras situaciones.

Ruiz Pineda describe la estrategia de resistencia. Dice que el partido “...se impuso una categórica serie de objetivos, de orden lógico y cronológicamente escalonados...”. En primer orden, la tarea de recuperar el poder no podía ser improvisada ni inmediata. Se previó que los primeros pasos del grupo perezjimenista serían persecuciones y violencias, y había que dejar pasar estos primeros momentos de mayor encono, represión y sometimiento popular, en que por otra parte se evitaría el desbordamiento de las masas sin dirección de partido frente a una situación en que el régimen económico y social era francamente débil y la conciencia de la debilidad le obligaría a actuar con la más sangrienta represión de poder usurpado. Dice Ruiz Pineda, mártir a su vez de su propia estrategia de poder: “...Nuestros objetivos de la resistencia serían reajuste interno de la organización; ensanchamiento de las zonas de influencia del partido; lucha a fondo contra el régimen usurpador, para impedir su estabilidad; creación de bases para estructurar un poderoso movimiento antigubernamental que precipitase a la crisis a la Junta Militar de gobierno. Esos objetivos debían lograrse mediante la táctica de la diaria labor de proselitismo y de acción en el frente político. La dirección del partido no se llamaba a engaños, en aquellos momentos, sobre la naturaleza de tales objetivos estratégicos”... 69 En su texto, Ruiz Pineda comienza a hablar en pretérito:

“...Necesario es recordar el clima – dice - de calle y de atmósfera popular, de indignada reacción contra el grupo militar que acababa de capturar el poder. La mente colectiva arrastrada por el fácil instinto de las multitudes, aspiraba a una rápida escaramuza para echar del poder a los facciosos. La impaciencia, la ansiedad, el afán revanchista, todo coincidía en propiciar una maniobra relámpago para desalojar de Miraflores a los usurpadores. La reorganización partidista y la creación de bases sólidas para un movimiento de largo alcance despertaban poco interés. Todos anhelaban la inmediata recuperación del poder, por la vía más rápida, como si se tratase de una competencia política sometida a reloj. Para la dirección política nacional de AD, han sido fundamentales los objetivos enunciados, para cuyo logro, fue establecida una táctica sobre bases elásticas...”.

Dejando sentado el cumplimiento de esta etapa, Ruiz Pineda explica lo que habría de venir:

“...La conquista del poder, objetivo de fondo de todo movimiento partidista, no es, por lo tanto, algo circunstancial y adjetivo, sino el resultado de una empresa donde han de actuar, conjugados, todos los factores históricos y sociales que alientan la compleja dinámica social. Esto explica por qué AD no podía acogerse al fácil propósito aventurero y putchista, en un intento desesperado por reconquistar posiciones perdidas. Para intentar la recaptura del poder, para alcanzarla como meta de fondo, AD debía afrontar la prueba de largo recorrido en marcha organizada, a lo largo de la cual habría de desbrozar su camino de avances y repliegues, hasta madurar la crisis política de la dictadura...”.

El Secretario General de la resistencia continúa hablando en pretérito, y describe en detalle la lucha librada en todo el país. Dice:

“...Algunos se preguntan por qué la Dirección del Partido, antes que sacrificar esfuerzos y vidas, no promueve una acción de violencia, algo así como “tirar la parada”, a lo venezolano. Quienes así se preguntan o dudan, no han logrado asimilar el sentido de nuestra lucha o no han templado el espíritu ni fortalecido el corazón para la resistencia indefinida (...) en el camino de la superación interna y de perfeccionamiento partidista, hemos ganado batallas contra la impotencia, la desviación, la indisciplina y la ansiedad. Dura ha sido la labor, debemos reconocerlo, para salvaguardar la cohesión disciplinada de nuestros cuadros partidistas. Hubo a raíz del 24 de noviembre de 1948, la concepción ligera sobre la forma mágica de recuperar el poder y derrocar a los facciosos: La Dirección Nacional predicó sistemáticamente llamando a su militancia a la labor de base grupal, a la perseverante tarea de fortalecer el partido como herramienta de diario trabajo. Muchos querían dedicarse a la conspiración al detal, a la improvisada misión de agrupar elementos humanos y materiales para lanzarse a la captura del poder, olvidando la reconstrucción del frente organizado. La Dirección se tomó tiempo para disciplinar ese estado de ánimo y encauzar la militancia hacia los objetivos naturales del trabajo de organización...(:...)...esa prédica no ha perdido vigencia y hemos venido convirtiéndola en sistemático tema diario para militantes y dirigentes. Nuestro partido adquirirá mayor consistencia histórica, será más poderosa fuerza de conciencia nacional, mejorará sus condiciones para actuar como instrumento de combate de las masas populares en la medida en que seamos internamente vigorosos, potentes, organizados...(...)... Nos engañaríamos y engañaríamos a nuestro pueblo, si no anteponemos a cualquier objetivo el fundamental de estructurar el partido como organización de masas. La captura del poder, y en consecuencia la empresa de liberación nacional, objetivo de fondo de nuestro partido, será culminación de la lucha disciplinada y de la permanente faena organizativa. Para ello no debemos olvidar que la potencialidad de un partido popular descansa sobre la fuerza colectiva de su militancia, sobre la pujanza de su estructura interna, sobre la capacidad de acción de las masas encuadradas bajo su comando...”.

Ruiz Pineda revela dos nítidas líneas de pensamiento: AD debía concebir la clandestinidad como una obra de perfección organizativa, negando toda posibilidad de insurrección popular violenta. Se tenía la idea de que una respuesta insurreccional serviría para estabilizar al régimen, agrupando a su alrededor a sectores burgueses y pequeño burgueses. Pero por otra parte, advierte signos de reflujo o retroceso de la movilización popular. Denunciando la táctica electoral de otros factores políticos, que contribuiría a darle agua lustral al grupo militar, dice:

“...Frente a semejantes perspectivas, AD ha fijado criterio orientador. Consecuente con lo que ha sido preocupación fundamental de su lucha, ha denunciado la situación existente, ha señalado el peligro en que pudiera hundirse la República y agotarse su capacidad de pueblo; ha insistido en declarar que en las horas de extraordinaria dificultad, los pueblos suelen propiciar fórmulas patrióticas para vencer el peligro común y sortear las conmociones; ha declarado que Venezuela está viviendo una de esas horas...”.

Bajo estos argumentos, Ruiz Pineda plantea un gobierno transitorio de equilibrio político y concurre en convocar el derrocamiento del régimen. Dice:

“...Ya están resquebrajadas las bases de sustentación del régimen; la descomposición interna anuncia un próximo estallido; la amenaza del caos general propicia el acuerdo de las fuerzas fundamentales de la nacionalidad. No se trata de una aventurada conjura de ambiciones políticas, sino de una patriótica aglutinación de sectores responsables del país, a fin de impedir que al desmoronamiento de la dictadura sobrevenga una etapa de desgarrada guerra civil o de anarquía disolvente o reaccionaria...(...)...El gobierno de equilibrio político, preconizado por AD, llamado a sustituir la Junta usurpadora, no es una fórmula de apaciguamiento nacional encaminada a frenar el impulso ascendente de las masas, ni una maniobra dilatoria de nuestros compromisos con la revolución democrática y antiimperialista. La estrategia de las luchas sociales enseña que la marcha de los movimientos colectivos no está sometida a una enteriza línea de ascenso vertical. Circunstancias históricas y factores ambientales contribuyen a regular la dinámica de los movimientos políticos, en obediencia a objetivos transitorios, obligando a realizar altos en el recorrido hacia las metas supremas...”.

La salida de las elecciones organizadas por la Junta se prevé destinada al fracaso, en razón de que supondría un autoderrocamiento del régimen, imposible de asimilar en la Venezuela de esos días. Algunos regímenes militares latinoamericanos habían dado paso institucional a los partidos políticos, con efectos nefastos para el desarrollo del Estado, como había ocurrido en Perú y Bolivia.70 Ruiz Pineda, al revelarse en el Prólogo como uno de los estrategas e ideólogos que vienen sosteniendo un pensamiento antiimperialista y anticapitalista, no pretende diferir los planteamientos esenciales del partido, pero refleja la posición de quienes en el territorio nacional presionaban y debatían acerca del enfrentamiento clandestino de la dictadura. La actividad política e ideológica antes que extinguirse resultaba más dinámica y creativa. Venezuela crecía entre sus conflictos, mientras el Estado era regido militarmente, sin libertad de expresión o asociación, y sobre todo, conteniendo el ascenso popular y sometiendo la fuerza de trabajo a las exigencias del fortalecimiento de la maquinaria jurídico política de un modelo económico orientado hacia la modernidad.

La estrategia nacional debe responder, al menos en estos primeros años del régimen militar, a una economía que se obligaba a seguir propuestas de acumulación interna, obviados ya, y casi como herencia del trienio 1945-48, algunos fundamentos definitivamente firmes de modernización económica, vale decir aquella ideologización de la postguerra en torno a la pax tutelada por EE.UU. Los primeros cuatro años del régimen se invierte el tiempo en estabilizar posiciones y conjurar la perspectiva de la insurgencia popular escondida entre los intentos de recuperación del régimen democrático conculcado. Es sacrificado el General Carlos Delgado Chalbaud, quien posiblemente significó un elemento extraño para la estrategia dictatorial por tratarse de un militar asimilado en medio de soldados de carrera; y el gobierno pasa a manos de Marcos Pérez Jiménez y un cerrado grupo de su confianza, con la infaltable presencia de miembros de la oligarquía caraqueña, y la aproximación de sectores del Partido Comunista entre otros71. Pérez Jiménez se guiaba por el principio elemental e intuitivo de lo que deducía de los movimientos del partido en la clandestinidad, su único y gran problema. El poder era un asunto entre dos: El gobierno militar y AD. En tanto el partido no fuese tomado por insurrectos, el gobierno no se vería movido a echar los tanques a la calle y mucho menos a admitir la alternativa de entregarse. Se estructuran aparatos policiales represivos, de confidentes de baja ralea, reclutados inclusive entre los propios ex-militantes de AD o del Partido Comunista, para doblegar la resistencia más intransigente. En los primeros años el régimen militar soportaba aún la presión de los EE.UU., porque estaba vigente la política de No Concesiones Petroleras.

En 1951 disminuyen los precios del petróleo en 5,7%, la baja más fuerte observada entre 1944 y 1976 (con excepción de la de 1959 que fue de 117%), equivalente a unos once centavos de dólar por barril. En 1950 y 1951 las reservas del tesoro disminuyeron 157 y 27 millones de bolívares respectivamente, debido a que los egresos ordinarios superaron los ingresos ordinarios. La parte de los ingresos petroleros en el ingreso fiscal se contrajo, entre 1949 y 1950, de 54,8% a 45,9%, habiendo disminuido los ingresos petroleros, de Bs. 1.079 millones a Bs. 876 millones. En el lapso 1950-51 el porcentaje de créditos adicionales sobre los gastos fiscales acordados es de 35,1%. El gasto de los Ministerios de Relaciones Interiores y el de Obras Públicas significaba un 53,1% del egreso fiscal. Los ingresos por divisas habían disminuido en 1950 y 1951 con respecto a 1949. Las reservas internacionales a cargo del Banco Central de Venezuela habían disminuido sensiblemente. Las Importaciones de bienes y servicios habían aumentado de 1950 a 1951, y aunque menores en ambos casos a las de 1948 y 1949, iniciaban un camino de ascenso irreversible para cruzar en 1956 el límite de los 1.000 millones de dólares y no disminuir en lo adelante –excepto un descenso a 968 millones $ USA en 1964 - , representando un nivel mínimo casi estructural de la economía venezolana. En 1950 el saldo neto de la Balanza Corriente resulta positivo, distinguiéndose de los tres últimos años anteriores, y continúa positivo hasta 1956 en que aparecen los saldos rojos con cifras mucho más altas.

Para la época en que algunos propician el derrocamiento rápido de Pérez Jiménez, Venezuela seguía siendo un país sumamente atrasado, y el Estado no lograba sostener una política firme frente a los EE.UU. La administración de Pérez Jiménez no resultaba idónea y carecía de elementos técnicos y administrativos elementales. Esas condiciones, que no eran siquiera soportables para un régimen militar, mucho menos parecían serlo para el arribo a un gobierno democrático. Si la dictadura no puede sostener la tambaleante política de No Concesiones Petroleras, si no puede manejar la baja de los precios del petróleo, si no puede sostener saldos financieros positivos del Estado, ¿ En qué medida puede hacerlo un gobierno democrático que por naturaleza estaría subsumido en un proceso de decisiones más extenso y complicado?. El gobierno militar no podía ser derrocado sin sustraérsele antes una finalidad estabilizadora en lo político y de equilibrio en lo económico; y los propiciadores del rápido retorno no encontraban acompañantes inteligentes. En 1950 o 52 seguían planteados dilemas casi ancestrales: Gobierno militar de viejo cuño rural o moderno, y la alternativa democrática. No había sin embargo más partido político relevante que AD, y su signo de mayoritarismo ya se intuía contrario a su propio programa reformista.

Algunas organizaciones políticas trataron de subrogarse en el espacio del partido inhabilitado, con pocos resultados en el esfuerzo de desplazar hacia el poder otro movimiento, ya que AD aparecía inhabilitada para la dictadura militar, pero la actividad política, ideológica, y organizativa, por medio de la cual imprimía orientación histórica a la sociedad, era seguida por las grandes mayorías. Colocarse en esa confluencia de fuerzas expresadas por el régimen militar y el partido clandestino fue posicionarse entre un yunque y un martillo, y por ello quienes concurrieron a los comicios organizados por el gobierno militar, quedaron aplastados.

El partido Unión Republicana Democrática (URD), fundado por Jóvito Villalba años antes, concurrió al teatro comicial de 1952 con la tibia esperanza de alcanzar espacio en el cerrado esquema de poder. Obtiene incluso el triunfo electoral, destinado al fracaso desde que le fue posible pensar que la dictadura no entregaría el poder. Ninguna organización habilitada por la dictadura puede ganar el poder. El poder es dictatorial, iba a ejercerse, iba a reforzarse además por la democrática vía de elecciones. No había, en efecto, razón ninguna para convalidar el cerrado esquema de poder que al menos los sectores intelectuales comprendían ya, para la época.

Hay que decir que el carácter constituyente de estas elecciones, nos revela que los comicios eran un escenario por el cual los sectores contrarios a AD pretendieron legitimarse, en un intento casi ingenuo de valerse del régimen militar para aplastar al partido clandestino. Los resultados electorales nunca han podido ser conocidos verazmente, excepto los del Distrito Federal, donde el partido URD había obtenido la mayoría. El gobierno suspendió el proceso de escrutinios y poco tiempo luego Pérez Jiménez se autoproclamó Presidente de la República por mandato de las Fuerzas Armadas.

Las fuerzas democráticas en estos momentos de la dictadura más que nunca encuentran la cruda verdad del desamparo en medio de la desorganización popular que significa obedecer a un orden aparentemente comicial, porque si los mejores cuadros de las corrientes socialdemócratas están organizados, las elecciones a su vez han quebrado resistencias con la esperanza de salir mejor parados del enfrentamiento táctico. La naturaleza totalitaria se revela con la ausencia de participación del partido mayoritario, que significa algo más para un país que una organización política que puede o no participar o ganar en elecciones: Era simple y llanamente un poder legítimo actuando en la clandestinidad. Identificable en la suma de relaciones características del poder. Los partidos legalizados resultan incapaces de hacerse poder en las írritas elecciones, pero su relativo auge, convertido en rápida y rapaz derrota, se lo deberán al caudal de votos socialdemócratas que en las urnas configuraron, antes que todo, un rechazo al régimen militar y la afirmación del sentido democrático que podía extraerse a duras penas del hecho electoral. ¿ Cómo ganar unas elecciones donde el partido mayoritario no participa?. Develada la dictadura comenzará un reflujo del movimiento popular, tiempo en el cual se va a concebir una estrategia de lucha a mediano plazo por el poder, que dará sus frutos mas tarde.

Mientras los concurrentes a los comicios amañados engrosan la fila de los derrotados históricamente, es decir de los demorados en la comprensión del fenómeno político, por su parte la socialdemocracia, más poderosa aún, es confirmada en su dimensión histórica. En 1952 se compara el grado de derrota práctica con el grado de triunfo histórico, y las derrotas se revelan circunstanciales. Un halo de misterio y mística envuelve su trayectoria clandestina.72

La gestión de Pérez Jiménez no expresa un suceso político transitorio. La dictadura se perfecciona día a día, y excepto que alcanzara un desideratum popular e iniciara una evolución hacia una verdadera democracia, lo que no ocurrió hasta 1956-57 en que se pretendió la apertura mediante un plebiscito, se convertiría progresivamente en un régimen entero de fuerza con la complicidad de mediocres dirigentes civiles ansiosos de practicar una educación política pésimamente aprendida de los intelectuales del caudillismo, agudizando la degradación moral de los poderes públicos. Algunos habían apoyado el régimen militar sin conciencia del rumbo que inevitablemente tomaría. Un apoyo que se derrumbaría más adelante. El apoyo al régimen militar tuvo un costo histórico muy alto para algunos, que siguen pagando hasta que rectifican en el período democrático, mediante el giro hacia la lucha revolucionaria no exenta de otras trágicas consecuencias tácticas. AD se alzó en su concepción estratégica. No podemos llegar a saber hoy hasta que punto provocaron o suscitaron el apoyo de otros actores al gobierno militar de Pérez Jiménez, pero es seguro que si AD nunca permitió que se le conculcara el gobierno, tampoco permitió que se le distrajera la oposición. Durante la clandestinidad Betancourt se regocija del triunfo, y celebrando el aniversario de la revolución de octubre del 45 dice:

“...Es lo cierto que la militarada victoriosa del 24 de noviembre pudo encontrar cierto apoyo en algunos frentes del país, en los días de ascenso al poder. Pero de entonces a hoy ha pasado mucha agua bajo los puentes. Los partidos URD y COPEI vienen de regreso de sus entusiasmos de las primeras horas. Los llamados “comunistas rojos”, que adoptaron una cautelosa conducta de escolares bien portados y pretendieron hacer astillas del supuesto árbol caído – que resultó ser fuerte araguaney, con las raíces bien hundidas en los más hondos surcos de nuestra tierra venezolana - , están también hoy lanzados a la ilegalidad; y los “comunistas negros”, en su función de agentes provocadores y de brigada sindical al servicio de Miraflores73, sólo han recibido migajas de condescendencia del gobierno...(...)...La juventud estudiosa, reserva del futuro, semillero de las generaciones del mañana, y los maestros de escuela y los profesionales que no hacen antesala en los Ministerios ni atraviesan la horca caudina del tanto por ciento para llegar a quienes dispensan contratos, todas esas capas cultas de Venezuela, han sabido también cómo la transitoria derrota de nuestro partido ha sido derrota de la inteligencia nacional y no solo de una parcialidad política determinada...(...)...Hemos cumplido con el deber de resistir, y lo hemos hecho valerosamente. Millares de militantes nuestros han ido a las cárceles, donde se les ha sometido a increíbles vejámenes. Centenares de ellos han sobrellevado con orgullosa dignidad la prueba del exilio. Docenas de dirigentes políticos, sindicales y estudiantiles del partido del pueblo se juegan la vida a diario, alardosamente, en la conducción de una lucha clandestina. Hombres y mujeres venidos de nuestra organización afrontan día a día todas las persecuciones, animados por una mística de Patria y Libertad que parecía haberse agotado en Venezuela después de aquel estupendo alarde colectivo que fue la lucha por la Independencia. Pero si hemos sabido cumplir con nuestro deber en la hora de demostrarle a la barbarie desatada que en Venezuela había reservas de resistencia, nos situaríamos sólo a medias a la altura de nuestras obligaciones sagradas hacia Venezuela, la de hoy, y hacia la de nuestros hijos, si nos reveláramos ahora incapaces para darle el empujón final a ese crujiente armatoste podrido que es el gobierno de la Junta. Este deber lo vamos a cumplir también. Fijarle plazo a lo que habrá de suceder y métodos para lograrlo resultaría actitud irresponsable y aventurera. No somos una banda de conspiradores profesionales, ni una cofradía de burócratas cesantes. Somos un partido, el primer partido de masas que se ha organizado en Venezuela, con un programa coherente y una táctica realista...(...)...Tengo fe absoluta en que estaremos a la altura de nuestro deber colectivo. Pero para que cumplamos esta gran tarea que nos exige Venezuela es indispensable, como en ningún otro momento de nuestra vida partidista – porque ninguno ha sido tan difícil y promisor al mismo tiempo - , que el partido actúe como una sola milicia civil, sin resquebrajamientos internos, unidos firmemente en torno a las directrices y consignas que gire la dirección nacional, que actúe dentro del país...” 74

Trasladarse en abstracto a la urdimbre emocional tejida por AD en la clandestinidad es ingresar a una racionalidad política de grado superior. A diferencia de algunas ideologías revolucionarias que enfocan su base social como un sustratum de miserias inexorables, los idearios redentores siempre presentaron los harapos como símbolo sagrado. Hay una diferencia entre ver la pobreza y la explotación como una realidad miserable, aún entendiendo sus causas materiales, que comprenderla inmersa en una totalidad vital, enteramente humana y social, alterable, modificable, siempre cambiante. Los dirigentes populares que emergen en la época de Pérez Jiménez congregan su pensamiento más práctico en el vértice de una relación donde encuentran la lírica más sublime. Quienes alcanzan en insondables horas de meditación que la vida real y el anhelo humano no andarían divorciados por mucho tiempo, hallan de forma casi teosófica que su libertad se justifica encaminada en la lucha contra la opresión, como una práctica social de libertad. El análisis social regido a puntilla por el dato cuantitativo permitiría establecer conexiones lógicas determinísticas, que enlazadas como marionetas nos harían llegar a conclusiones erradas, como aquella típica falacia de algunos movimientos revolucionarios que entienden la necesidad de los cambios solamente a partir de las desgracias más abismales de las sociedades, en esa especie de visión moral que concibe al mal como sucedáneo del bien o viceversa. Ese pensamiento esquemático no alcanzó a comprender que los supuestos o relativos triunfos económicos de la administración de Pérez Jiménez no impidieron sino que facilitaron el arribo a mayores libertades políticas de las observadas previamente al derrocamiento del General Medina Angarita. No obstante, hay que ver con más detenimiento el supuesto progreso de esa administración.


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