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EL PALIMPSESTO DE LA CIUDAD: CIUDAD EDUCADORA

Jahir Rodríguez Rodríguez

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NUESTRO SUEÑO

Ahora me vienen los sueños. Sueños de verde, de naturaleza, de gentes libres y bondadosas. Por ellos transcurren negros y negras del pacífico; indígenas de las selvas y las sierras; llaneros rebeldes de potros salvajes; campesinos de las sabanas; obreras textileras y artesanas de manos sabias; mamás hacendosas; niños de uniforme de cuadritos y jóvenes estudiantes; hijos e hijas de la alegría, la libertad y el porvenir.

Todos vienen con sus frutas frescas y sus alegrías compartidas, con sus sonrisas de esperanzas y sus sufrimientos, sus luchas heredadas y sus ilusiones de siempre.

Entre todos, queremos un poder sin máscaras, como después del carnaval; un gobierno transparente como el mar en el Caribe.

Nos deshacemos del miedo y la apatía, y la patria que soñamos comienza a germinar. Es un sueño que se une a los sueños de tantos luchadores por Colombia, que no están dispuestos a arriar sus banderas, a renunciar al combate por los derechos y los intereses de sus gentes.

Nuestro sueño es, entonces, muy sencillo, una democracia en construcción, y una ciudadanía en ebullición como todas y hasta siempre.

Una utopía por hacerse realidad. Un propósito de ciudad educadora.

¡Bien vale la pena nuestro sueño!

Viva la Ciudadanía

CAPITULO QUINTO: CONSIDERACIONES FINALES

"...la ciudad tiene futuro como una realidad que le da juego a la diferencia. Una racionalidad que liquida la diferencia no podrá hacer de la ciudad nada más que un infierno y, por lo tanto, lo que se opone a la lógica absurda de la ciudad uniformada es una ciudad diferenciada, llena de barrios, de costumbres distintas, de fiestas distintas, de iniciativas distintas y no una ciudad programada..."

ESTANISLAO ZULETA

En la línea de reflexión sobre la ciudad, propuesta por Fernando Vásquez, las lecturas sobre ésta siempre son una aproximación, una perífrasis, un palimpsesto.

Las ciudades entonces son un campo de estudio no sólo de semiólogos, politólogos, historiadores, geógrafos, arquitectos, economistas, artistas, sino de los ciudadanos y de todos aquellos que han encontrado en la ciudad un espacio y un lugar para la reflexión o para el hacer creativo.

Por lo mismo, una Semiosis de la ciudad solo pretende bordear o señalar algunos de los signos que la construyen. Una Semiosis apenas genera ciertos conceptos de entrada, ciertas categorías capaces de "abrir" zonas de explicación y comprensión del vasto tejido citadino. Una semiosis de la ciudad exige elaborarse -a manera de un collage- juntando muchas escrituras, muchos relatos.

En el mismo sentido, esta tarea, tiene que desarrollarse desde la óptica de un ciudadano comprometido con su lenguaje y con su quehacer cotidiano. Eso es este palimpsesto de la ciudad, una poética del espacio como lo señala Bachelard.(1)

Para comprender la textura de la ciudad, sus textos, sus reescrituras y en resumen sus semióticas, en estas Consideraciones, y de manera muy puntual, se deja expresada una reflexión final.

Uno, la ciudad es una extensión de la casa. Entendida la casa como el territorio materno. El útero inicial.

Las ciudades son como placentas. Y, dependiendo de la sangre y de la geografía, la ciudad va germinando. Por eso cuando se señala que las ciudades son entes vivos -y se quiere decir-, que las ciudades germinan y florecen al calor de sus constructores, de quienes las habitan, sufren y disfrutan. De quienes desde los textos las reescriben.

Cada ciudad va teniendo su propia fisonomía, sus propias características, sus cualidades y sus propias identidades. Y es la casa el escenario que representa esa ciudad, que le da identidad y que la presenta en sociedad. Ha dicho Bacherlard "La casa nos brindará a un tiempo imágenes dispersas y un cuerpo de imágenes... es nuestro primer universo..."(2), gracias a ello los sueños nos habitan.

Dos, las ciudades guardan una directa relación con nuestra memoria. Mejor aún, con nuestra infancia. Es probable que las ciudades en las cuales permanecemos muchos años permeen distintas zonas de nuestro ser, pero -sin lugar a dudas- es la ciudad de la infancia la que recordamos.

Podría decirse que hay una especie de paternidad o maternidad con respecto a la ciudad en que se nace o crece. Uno es hijo de una ciudad. Y por ella, así como en otra genealogía, uno posee ciertas marcas, ciertos estilos, ciertas características, a veces un habla; otras una forma de vestir o una manera de bailar. Uno lleva a otras ciudades la sangre de la ciudad de su infancia. Es por ello que siempre se tiende a regresar a la ciudad de la niñez, a la ciudad mítica que nos vio crecer, a esa ciudad que llevamos en el corazón tatuada con sentimientos indelebles, a esa ciudad que nos revela el estado del alma y que nos hace soñar y evocar el pasado.

Tres, Generalmente para los hombres, las ciudades tienen dos dinámicas: la partida y el retorno. Partimos de la ciudad -de la ciudad de nuestra infancia- para buscar otros aires, para confrontar nuestro yo; partimos de la ciudad -la que nos vio nacer- para poder ser adultos. Y retornamos a ella siempre, después de muchos años, para corroborar que sí valió la pena, que fue bueno iniciar dicha aventura.

De paso habría que anotar un tono mítico, tal vez épico en este accionar con respecto a la ciudad: primero, la partida -por supuesto hay una variable, la huída-, repleta de llanto de despedidas, de rupturas, de incertidumbres; después, el retorno, siempre lleno de ansiedad, de esperanzas, de muchos anhelos. Entre la primera y segunda acción -como si fuera la tensión de un arco- el ser humano hace o forja su vida, consigue un capital, descubre un amor... en síntesis, se hace hombre.

Cuatro, siempre hay un fundador de la ciudad, un padre mítico; y siempre -así sea de manera transitoria- a alguien le atribuimos la fundación de una ciudad.

Sin embargo, las ciudades no se hacen de una vez; no son inmediatas. El tiempo de construcción de la ciudad es lento. Y por más arquitectos que se empeñen en urbanizarla, la ciudad va creando sus propias aplicaciones, sus propias extensiones y ramificaciones. Viéndolo bien, la configuración de una ciudad depende de muchas variables, como el clima, la geografía, las personas, los intereses. Cada una de ellas impone una perspectiva, un sentido: si es una ciudad ribereña, las casas, las calles, el orden interno de la ciudad será por completo distinto al de la ciudad anterior. Bien lo registra el refrán popular "dime de tu ciudad y te diré tu ciudadanía".

Hay ciudades que son hijas de la diáspora, de la égida. Ciudades éstas en las que se van superponiendo una casa encima de otra, una azotea, un jardín, una mejora, ciudades desordenadas -o con orden espacial- sin geometría o precisión en su direccionalidad; ciudades babélicas. Y se van extendiendo, se van fusionando hasta convertirse en pequeñas ciudades dentro de la gran ciudad. Microciudades por igual complejas. Un barrio, una comuna, una bastardilla son expresiones de la forma particular como la ciudad se organiza interiormente.

En opinión de Marguerite Yourcenar en las Memorias de Adriano: ...mis memorias, mis ciudades, han nacido de encuentros: mi encuentro con un rincón de la tierra, el de mis planes de emperador con los incidentes de mi vida de hombre... he reconstruido mucho, pues ello significa colaborar con el tiempo en su forma pasada aprehendiendo o modificando su espíritu, sirviéndole de relevo hacia un más lejano futuro; es volver a encontrar bajo las piedras el secreto de las fuentes.

Cinco, las ciudades son construidas, se organizan, de acuerdo con la concepción que se tenga de lo público y de lo privado. Las ciudades occidentales, por lo general, han sido pensadas más desde la relevancia de lo público, de la calle, de la plaza. La ciudad islámica en cambio, es secreta; se imponen los adarves, los patios íntimos, los callejones. Cada ciudad, obedece a un plan base: hay ciudades dameros, ciudades radiocéntricas, ciudades estelares, ciudades lineales, o ciudades pluricéntricas. Como lo afirma Campanella en La Ciudad del Sol: la ciudad solar es, si queremos, un primer grado hacia la consecución de la ciudad, el comienzo del camino que hay que recorrer.(3)

Ese plan matriz está soportado en una filosofía o en una cosmología que a veces son el reflejo del culto a la racionalidad, o del poder omnímodo de un dios, o de una ideología militar.

Si las ciudades se transforman, si cambian como la piel de un ofidio, es por que enmarcan las distintas variaciones de la mentalidad de los hombres que las habitan. Ya lo había dicho Spengler: sucede un gran acontecimiento político y el rostro de la ciudad tomará nuevas arrugas. Al decir de Robert Musil, en El Hombre sin Atributos: "a las ciudades se las conoce, como a las personas en el andar".

Seis, la ciudad es una red, un entramado, un tejido de infinidad de cosas. Una ciudad es un inmenso código compuesto por varios sistemas. En la ciudad todo confluye. Nada está suelto. El tejido citadino está constituido por aquellos elementos que le dan sentido, la constituyen y le dan identidad; como lo argumenta de manera complementaria Italo Calvino en su poema El Palomar: La forma verdadera de la ciudad está en ese subir y bajar de los techos, tejas viejas y nuevas, acanaladas y chatas... nada de esto puede ser visto por quien mueve sus pies o sus ruedas sobre el pavimento de la ciudad...

Y en palabras de Fernando Cruz en su texto La tierra que atardece: "ser habitante de la ciudad significa, por sobre todo “entrar” en el orden de lo urbano, estar psíquicamente atrapado en dichas “reglas de juego”, quedar sujetado a ellas mediante acatamientos, aceptaciones y resistencias, adaptaciones o rupturas a veces violentas".

Siete, la ciudad tiene entradas y salidas. Es laberíntica. Hay, por lo mismo, accesos ciertos y falsos. Callejones ciegos, avenidas que conducen a un mismo sitio, calles sin un fin determinado. Nadie puede entrar o salir de una ciudad sin una cierta preparación, sin una cierta iniciación, sin un cierto mapa así sea elemental; por ser la ciudad un laberinto, su lógica interna es la de la pérdida y la del encuentro. Por ser laberíntica, en ella uno se puede extraviar; en esa doble propiedad, perderse de otros que nos buscan o perderse uno mismo por deseo o por mera gratitud.

En la ciudad nos perdemos -bella manera de subrayar un sentimiento del hombre con respecto al espacio- y, al hacerlo, nos entregamos al deambular, al ir de un lugar a otro sin un fin determinado; cuando nos perdemos, la ciudad nos devora. La ciudad vorágine. Nueva selva.

Ocho, las ciudades, en su esencia, son secretas. Al menos para el turista. Al extranjero la ciudad se le presenta de una manera diferente al nativo. Quizás mejor: la ciudad es protéica. Tiene varios rostros. Varias metamorfosis. Cada ciudad presenta a sus visitantes una faceta distinta. Para el extranjero la ciudad es como un enigma, al menos en principio. No puede olvidarse que una ciudad no se da con facilidad. Hay que vivir con ella: habitarla.

Es preciso descifrar sus oráculos. Lo proteico de la ciudad reside en su movilidad. Cada hora, cada día, las ciudades se moldean de modo diferente, crecen hacia arriba y hacia los lados. Dentro de sí mismas, se reproducen. Pueden, incluso, crecer hacia abajo. Tal crecimiento hace de la ciudad un cuerpo mutante, un espacio propicio para todo tipo de avatares. Por eso, las ciudades son hijas de Isis; por eso las ciudades están resguardadas por una Esfinge. Como lo destaca Naguib Mahfouz, en El Callejón de los Milagros, "Aunque el callejón está totalmente aislado del bullicio exterior, tiene una vida propia y personal. Sus raíces conectan, básica y profundamente, con un mundo profundo del que guarda secretos muy antiguos".

Nueve, toda ciudad, por pequeña que sea, tiene sitios recomendables y, también, lugares desprovistos de seguridad. Hay algo que se aprecia como una moral de la ciudad. Algunos de esos sitios son producto de la leyenda, otros corresponden a una sectorización de la casta o de las élites que habitan en las ciudades. El peligro o la confianza dentro de la ciudad merecen pensarse desde de la óptica de los territorios o desde una distinción social capaz de irrigarse en la dimensión del espacio. Basta residir en cualquier espacio de la ciudad, ahí están marcadas las diferencias. Por supuesto, también hay sitios "neutrales", donde todos los miembros de una ciudad pueden estar juntos -un estadio, una plaza de toros, un cine, un teatro o un parque- congregados, sí; iguales, no. Las ciudades mantienen las diferencias sociales. Es más, las estimulan o las refuerzan.

Sostiene Lawrence Durrell, en el poema El cuarteto de Alejandría...en esencia, ¿qué es esa ciudad, la nuestra? ¿Qué resume la palabra Alejandría? Evoco enseguida innumerables calles donde se arremolina el polvo. Hoy es de las moscas y de los mendigos y entre ambas especies de todos aquellos que llevan una existencia vicaria. Cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones; el reflejo de cinco flotas en el agua grascienta. Pero hay más de cinco sexos y sólo el griego del pueblo parece capaz de distinguirlo".

Diez, de las personas que conocen la ciudad, ningún otro grupo tan particular como los conductores de taxis. De tanto trajinarla, de tanto ir y venir por entre sus calles y avenidas, los taxistas empiezan a desarrollar una, "competencia olfativa" de la ciudad; ellos son como los carontes de nuestro tiempo: pueden trasegar sin perderse en la red o en el laberinto de la ciudad. Ellos pueden, al igual que los antiguos augures, interpretar los signos más enreversados de la ciudad.

Los taxistas, además, son los guardianes de la ciudad; son los testigos de la vida cotidiana que circula en su interior. Son también una memoria de los cambios que la ciudad padece. Como lo destaca Ezequiel Martínez en La Cabeza de Goliat "... el tacto de la ciudad es percibido por los pies, la mano es inútil para palpar la ciudad. No podemos centrar con ella en contacto sino es por los pies; se la palpa caminado...."

Once, cada uno habla de su ciudad como la siente; cada cual, de acuerdo con su especial historia "inventa" la ciudad, la fábula. Desde luego esto es así porque el recordar, el evocar, siempre es selectivo. Por eso rememorar es organizar el pasado.

La ciudad que contamos no es aquella en la cual vivimos, siempre será un más o un menos, pero nunca igual. La ciudad narrada es una composición. Y habrá tantas historias de una ciudad como individuos hayan sido de ella; cada quien pondrá "estilos" para contar sus "hazañas" o peripecias. Es probable que algunos individuos se adueñen de ciertos relatos de una ciudad, pero lo harán a manera de interpolaciones, incorporándoles notas, aventuras ficticias, glosas de diversa índole. Los acontecimientos de una ciudad pasan siempre por una suerte de filtro en la fantasía de sus habitantes.

Es más: tan importante es esta relación discursiva del hombre con la ciudad que, llevada hasta el límite, culmina en la creación de una ciudad imaginaria. La República, La Ciudad de Dios, Arcadia, La Ciudad del Sol, La Ciudad Ideal, Nueva Atlántida, Utopía.

Una bella afirmación sobre este particular argumenta Fernando Cruz Kronfly: "Evocar no es, pues, sólo recordar a modo de pasatiempo o simple ejercicio de la memoria nostálgica; es, ante todo, darle fundamento al sujeto, volver sobre los instantes fundadores, recabar alrededor de los acontecimientos y lugares que por algún motivo para nuestra vida se tornaron fundamentales... evocar no es, pues, solo recordar. Es centrar en un proceso fundamental de “resurrección” de momentos y de objetos sin los cuales el hombre perdería toda relación de certeza consigo mismo, todo sentido, incluso toda sensación de identidad y seguridad".

Doce, las ciudades por ser proteicas, por tener como padre a Jano, varían según el día o la noche. No se habla de haz y de envés de la ciudad. Tampoco se habla de un momento pleno de luz, transparente; y otro escaso de claridad, opaco. Lo que se quiere señalar es más bien la diferencia de tonalidad de la ciudad, según sea de día o de noche.

La noche de la ciudad es tan variada como el día; tanto o más histérica; tanto o más agitada. Sin embargo, lo relevante es que la ciudad no se detiene, no para, no rompe su continuidad con el tiempo; la noche, en las ciudades, es la reanudación del día, como bellamente lo ha descrito Juan Manuel Roca en el Fabulario Real. En esta ciudad que conocen mejor los vagabundos, la ciudad nocturna que ha entrado en un largo, letárgico estado de coma, desconocido mapa, desconocida ciudad dentro ella. Tiene otro nombre acaso la ciudad en su jerga hecha de gestos y silencios..."

Trece, nada más triste que no tener una ciudad, una patria; ningún otro castigo tan cruel como el destierro, el ostracismo. Si a uno lo alejan o le quitan la posibilidad de vivir o habitar en su ciudad de origen, lo están despojando de su infancia. Hay cierta lógica articuladora, cierta complicidad con la ciudad que nos vio nacer.

Catorce, la ciudad es redundante en muchos aspectos. La ciudad se resemantiza a cada minuto.

Es decir, la ciudad mantiene textos y huellas en cada espacio, en cada lugar y en cada instante. Y sólo cuando los habitantes de una ciudad conservan sus signos en la memoria es cuando "la ciudad empieza a existir".

Quince, la ciudad aparece antes de que uno nazca; es como el patrimonio de nuestros mayores. La ciudad, a pesar nuestro, es algo que uno deja a sus descendientes. Julián Marías ha escrito: "normalmente el individuo vive en una ciudad que no han hecho coetáneos, sino sus antepasados; es cierto que la transforma y modifica, sobre todo la usa a su manera, descubriendo en ello su vocación peculiar; pero por lo pronto es una realidad, recibida, heredada, histórica". Como quien dice, las ciudades siempre son antiguas, las ciudades son reliquias, son legados, herencias que se van moldeando con el tiempo y la historia para crearnos y legarnos la ciudad del futuro.

Como en el maravilloso poema de Cavafis sobre La Ciudad "dijiste: iré a otra tierra, iré a otro mar. Otra ciudad ha de haber mejor que esta... no hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares. La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo y entre las mismas paredes irás encaneciendo. Siempre llegarás a esta ciudad..."

Dieciséis, toda ciudad contiene barrios. Hay barrios, y hay barrios de barrios; hay inspirados nombres de barrios para colmar ideales: de la Esperanza, de La Ilusión, del Anhelo, del Delirio; del Descanso, del Triunfo, de la Libertad, de La Gloria, del Recuerdo, de La Amistad, de La Igualdad y hasta del mítico Edén.

Hay barrios para deslumbrarnos con sus agradables lugares, pues son: de la Bella Vista, del Patio Bonito, del Campo Hermoso, de las Aguas Claras, de Buenos Aires, de la Bella Flor. También hay barrios Celestes más allá de las nubes en la Aurora, en la Alborada, en La Luna, en El Lucero, en La Estrella, y en El Cálido sol. Hay barrios calendarios para todo el año, para el: Primero de mayo, Veinte de julio, Siete de agosto, Doce de octubre, Once de noviembre, Ocho de diciembre, Diecinueve de enero...

Hay barrios para vivir con la historia y sus ilustres personajes, como Nicolás de Federman, Francisco José de Caldas, Camilo Torres, Julio Flórez, Jorge Eliécer Gaitán, Salvador Allende. Hay barrios amparados por lo sacrosanto: el Sagrado Corazón, La Sagrada Familia, El Divino Salvador, Santa Bárbara, San Ignacio, San Blas, San Cristóbal, San Fernando y el irreconocible San Victorino.

Hay barrios aquilatados y valiosos: La Guaca, El Tesoro, El Dorado, La Perla, La Esmeralda, El Rubí, El Zafiro y el inalcanzable Diamante. También hay barrios extranjerizados: Boston, Nueva York, Atlanta, Toronto, Marsella, Holanda, Egipto, Granada Jerusalén, Brasilia, Managua, Normandía, París, Valparaíso, Buenos Aires, México y el placentero Acapulco.

Existen otros barrios taxonomizados, por ejemplo, desde la botánica: Las Flores, Las Camelias, El Jazmín, Las Violetas, Los Rosales, Los Geranios; El Bosque, Las Acacias, El Cedral, Los Sauces; El Prado, El Trébol y la espinosa Zarzamora, todos son barrios y todos contienen la historia de la ciudad.

En todos ellos habitan gentes diferentes, de contrastada índole, en todos crecen distintos sueños. En unos vive la plenitud, en otros sobrevive la precariedad. En unos nace el ciudadano, en otros se refugia el desplazado. A casi todos llegan diferentes vehículos; no a todos el alcantarillado, el acueducto o la electricidad, pero sí la televisión y otras veleidades del consumo. No todos son conocidos y menos reconocibles. Unos son legales, otros semi, aunque existen otros agazapados en las fronteras de la ilegalidad. Unos codiciados, otros estigmatizados. Unos exclusivos, para la élite, otros masivos, con aires tercermundistas. A unos se les conoce como son, en otros se piensa cómo serán

Diecisiete, la ciudad contiene los amores, los afectos y las pasiones por la vida. La ciudad es la rebeldía y es cantera de ilusiones y utopías. Cada esquina, cada recodo está tatuado por la huella de un beso o por el peso de un recuerdo; en cada "cancha", en cada río, flota el testimonio del sueño y la esperanza. Cada calle aprisiona el grito sonoro de la libertad, allí se camufla o se despliega la lucha por la vida; cada ciudad es una alegoría por la existencia. Sobre sus morfologías difusas campean el poema y la frase de amor; cada ciudad es el testimonio inequívoco de alegrías y tristezas que interpretan el destino de los hombres; la ciudad es la partera de la historia y de la vida, en las cuales con delicadas notas de nostálgicos poemas se escribe el pentagrama de su palimpsesto.

Dieciocho, la ciudad es una obra de arte escrita con las pinceladas de sus hombres y mujeres que la recorren. La ciudad es el escenario del poder de quienes lo ejercen y lo imponen, de quienes lo disfrutan y lo viven. Todo esto es la ciudad.

Diecinueve, la ciudad es el escenario de la alegría, el goce, la contemplación y el disfrute, es un canto a la amistad; en ella es la dimensión del afecto que perpetúa la reciprocidad y el amor, que engendra la confianza y la esperanza, la ciudad por consiguiente como la amistad, nace, crece y vive en la diversidad; aun más, sólo de la diversidad puede vivir la amistad, nutrida de sus propias pausas.

La amistad es parte de la experiencia humana y Goethe ha enseñado a pensar y a entender que el hombre vive profundamente sólo aquello que es humano; la amistad forma parte de la experiencia íntima, pero es, como todo, hecho social y público, un acto de vida por la vida misma. La verdadera amistad a veces la única de toda una vida funde y genera, en sí misma, pasado, presente y futuro.

La amistad por tanto, debe ser vivida en escenarios y en ocasiones de formación; nace sólo entre hombre libres y auténticos. Representa una de las posibilidades del amor humano, no es sólo camaradería, sino apasionada correspondencia de un sentimiento humano. La amistad no tiene poder ni método ni precio, es un acto recíproco, pletórico de confianza. La amistad se nutre de palabra viva, pero también de silencios.

Veinte, la ciudad, Ciudad Educadora, es una alegoría por la vida, por la alegría, por la libertad y por los ideales de la amistad. Parodiando a Fernando Savater: la vida es el arte de poner el placer al servicio de la alegría; es decir, a la virtud que sabe no ir a caer del gusto en el disgusto, a lo cual se le suele llamar desde tiempos antiguos templanza. Es una responsabilidad con la historia y el progreso de la humanidad.

En términos del sabio Rey Báidaba: "No hay nada que pueda igualar una buena amistad porque los buenos amigos son los que colaboran a hacer el bien y se sienten en las dificultades... Porque siempre hay que predicar con ardor la amistad, y considerarla como el bálsamo de la vida".(4) La ciudad es un escenario de la amistad y juego de relaciones y como tal hay que asumirla. O como dijo el ratón:

"A las gentes de este mundo las unen dos clases de relaciones: sentimentales y materiales. A los que son sinceros y leales, los unen los sentimientos. Otros que están consagrados a los negocios y actividades diversas, los unen sus intereses y buscan su mutuo beneficio a través de lo que dan y reciben... las relaciones basadas en los sentimientos son más nobles que las que se basan en los intereses..."(5)

Ciudad y amistad son un reto a la imaginación para construirlas colectiva y públicamente, son prácticas de vida y quehaceres cotidianos, son un propósito y una razón de ser de éstas y de las futuras generaciones.

En Ciudad Educadora -según expresión de Séneca, en las Cartas a Lucilio-, "no hemos de preocuparnos de vivir largos años sino de vivirlos satisfactoriamente; porque vivir largo tiempo depende del destino, vivir satisfactoriamente de tu alma. La vida es larga si es plena; y se hace plena cuando el alma ha recuperado la posesión de su bien propio y ha transferido a sí el dominio de sí misma" (6)

Esto es Ciudad Educadora. También y, especialmente, un proyecto político. Que en términos del alcalde de la ciudad de Armenia, Dr. Álvaro Patiño Pulido, invita a construir ciudad y ciudadanía como propuesta política: "Como alcalde y como ciudadano, los exhorto a pensar en un futuro viable y deseable, donde el fenómeno de la vida, además de cuna, encuentre el escenario propicio para su desarrollo, donde la seguridad sea la mejor presentación y donde la alegría de vivir sea el más calido aliciente para prolongar una historia, corta hasta ahora cuya trascendencia constituya nuestra máxima responsabilidad".(7)

Desde la perspectiva de Ciudad Educadora, el problema de la ciudad contemporánea es un asunto de poder y como tal debe de ser asumido, hoy cuando la ciudad es ignorada por la política, explotada por la economía en el sentido estrecho y limitante de su rendimiento utilitario y negada y estigmatizada por la ideología ha concluido Fernando Viviescas.(8)


1. Cfr. VASQUEZ RODRIGUEZ, Fernando. Citizen Semiosis. Bogotá 1993
2. BARCHALARD, Gastón. La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica. México, 1986. p 33 y ss.
3. BOBBIO, Norberto. Introducción a La ciudad del sol, de Campallena. Giulio. Torono. 1941, p41.
4. BAIDABA. Calila y Dimna. El libro del soberano y del político. Panamericana. Santa fé de Bogotá. 1996. p. 131 y ss.
5. Ibid. p. 136
6. SAVATER, Fernando. Ética para Amador. Ariel. Barcelona. 1992. p. 50.
7. Palabras expresadas por el Alcalde de la ciudad de Armenia en el acto de instalación del Foro Taller "Hagamos de la catástrofe una oportunidad para el desarrollo del Quindío" convocado por la Sociedad de Economistas del Quindío. Marzo de 1999.
8. Cfr. VIVIESCAS M. Fernando. Urbanización y ciudad en Colombia. Foro. Bogotá 1989. p 30.

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