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EL PALIMPSESTO DE LA CIUDAD: CIUDAD EDUCADORA

Jahir Rodríguez Rodríguez

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3.1.1 El centro de la ciudad.

No se sabe exactamente donde acaba, ni donde empieza el centro de una ciudad. Se le llama único, abierto o múltiple como si poseyera una realidad recuperable con claridad en un conjunto más amorfo. Se le llama centro como si fuera un objeto o como si fuera una posición.

Se dice centro de la ciudad como si ésta, por tener forzosamente un punto más central, tuviera, evidentemente, en su contenido social y en su aspecto físico, la misma conformación que su topología. Se dice centro comercial o centro medieval como si dicho centro pudiera estar conteniendo distintas calidades históricas o funcionales, atravesar todos los períodos y quedar como centro intangible. Se dice centralidad como se dice belleza, finalidad, o sea un concepto que recubriría exactamente elementos, dispersos o no, pero que poseerían esta virtud muy especial de hacer centro, independientemente de toda forma.

Centro de un conjunto que ofrece las bases de una singularidad reconocible, identificable. Centro monumental y de agrupamiento que simboliza la ciudad como punto de partida y de separación de una pertenencia más general: política, jurídica, religiosa.

Parte de un todo, en donde la ciudad encuentra la esencia de lo que la representa y la nombra, como la vela nombra un barco. Centro de un conjunto que cubre un papel político y administrativo por medio de la representación.

Punto de convergencia, espacio de concentración, densidad más pronunciada que le confiere el valor de núcleo. Centro de un conjunto de misma textura, al contrario de los otros dos y cuya lógica, más que su posición real en el espacio, designa metafóricamente un contenido que quiere ser tan esencial como su posición: un centro que hace centro porque tiene contenidos centrales.

El centro de la ciudad no es solamente un lugar geométrico. Representa, según el primer tipo, el punto de declinación de lo que da a la ciudad su identidad, que proporciona su razón de ser como lugar de decisión y acción. Es, en el segundo tipo, pero que puede en el curso de la historia sobreponerse al primero, la emanación, el lugar donde se confrontan o se acuerdan las fuerzas vivas que lo constituyen, como segmento de la solidaridad comunal. Es, en el tercer tipo, organizado a partir de ciertos elementos orgánicos, como el "corazón" que sirve para designarlo metafóricamente, el punto vital de su organización. Pero sabemos también, al contrario, que muchos centros son vacíos o que ciertas aglomeraciones urbanas, si reconocen puntos locales de agrupamiento, no tienen forzosamente un solo y único centro.

La ciudad árabe por ejemplo -pero hay que cuidarse de generalizar demasiado- tendría más bien la tendencia, como Versalles, a distribuirse en varios barrios, mientras que el poder político estaría en las afueras de la ciudad propiamente dicha. Hay entonces entre geometría, forma arquitectónica (plaza, ágora) y contenidos políticos y administrativos, discontinuidades que la forma centro cubre abusivamente jugando con la ambigüedad del término, dejando fluctuar el sentido entre geometría, forma física y contenidos.

Podemos decir centro pensando en forma y ponerlo en periferia, ignorando la posición. Pondríamos así una plaza, un teatro -o sea objetos supuestamente centrales- en las afueras de la ciudad, sin pensar en su estricta geometría. Podemos pensar solamente en su contenido y olvidar su forma particular. Nuestra época, hablando demasiado de centros, arriesga de ponerlos en todas partes.

¿Esperamos o suponemos, más o menos inconscientemente, que todo agrupamiento humano induce forzosamente una forma urbana y que esta forma, por su parte, induce ipso facto el contenido? En definitiva -la polisemia del término indica bien la dificultad de la cuestión?- ¿qué es un centro?

La posición, el lugar como geometría, quiere dejar entender que un conjunto cristaliza, condensa, indica algo esencial -sea económico, político, cultural o simbólico. Y, en efecto, se encuentran allí los comercios más prestigiosos, la alcaldía, la catedral, etc. Nuestro imaginario urbanístico se alimenta de esta imagen de espiral donde cohabitan, se sobreponen como forma, posición y contenido, lo que hace la esencia de la vida de la ciudad. El centro haría ver así, como su parte más concentrada, más significativa o representativa de la ciudad, la condensación formal y funcional de lo que la caracteriza esencialmente.


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