Trabajo, Capital y Plusvalía:
¿una triada de categorías en desaparición?

Mario González Arencibia

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Epílogo

Globalización y división social del trabajo

El proceso de globalización junto a los avances tecno-económicos ha transformado radicalmente las formas de división social del trabajo, la organización de la producción y las fuentes, calidad y magnitud de las desigualdades sociales, lo que ha hecho emerger una nueva estructura social en el ámbito del proletariado mucho más heterogénea con bases de formación múltiples, y donde las contradicciones entre clases y las relaciones de explotación se expresan de formas muy variadas y no siempre evidentes, siendo fetichizadas por las propias relaciones de producción capitalistas.  

Modificación en la estructura tradicional de la clase obrera

Básicamente, se advierte una modificación de la estructura tradicional de la clase obrera por niveles de calificación, observándose pérdida de calificación de los obreros en sus profesiones tradicionales debido a la modernización del parque industrial; cambios en el carácter de su trabajo, y el surgimiento de nuevas profesiones, que exigen de un nuevo tipo de calificación de la fuerza de trabajo. La sumatoria de esto es una polarización de la fuerza laboral con la presencia de obreros altamente calificados con predominio de trabajo mental; obreros altamente calificados con predominio del trabajo físico; obreros semicalificados; y obreros no calificados. 

Esto ha significado una diferenciación que se expresa en el incremento de la cantidad y variedad de segmentos que integran la estructura de la clase obrera, generando grupos distinguibles, lo que abarca desde su posición en la división social del trabajo hasta la unidad interna que recorre sus relaciones materiales, espirituales e identitarias. De hecho estas son premisas que al mismo tiempo profundizan los niveles de desigualdad, la cual caracteriza la medida en que dichos grupos de obreros están segmentados en estratos, es decir, unos en situación más ventajosa que otros en lo relativo al acceso al poder y bienes materiales y espirituales, lo que indudablemente implica una jerarquía.

¿Pérdida de centralidad de la categoría trabajo?

Al contrario de aquellos autores que defienden la pérdida de la centralidad de la categoría trabajo en la sociedad contemporánea, las tendencias en curso, bien en dirección a una mayor intelectualización del trabajo fabril o a un incremento del trabajo calificado, bien en dirección a la descualificación o a su subproletarización, no permiten concluir que hay una pérdida de centralidad en el universo de una sociedad productora de mercancías. Aunque se presencia una reducción cuantitativa (con repercusiones cualitativas) en el mundo productivo, el trabajo abstracto cumple un papel decisivo en la creación de valores de cambio. La reducción del tiempo físico de trabajo en el proceso productivo, así como la reducción del trabajo manual directo y la ampliación del trabajo más intelectualizado, no niegan la ley del valor, cuando se considera la totalidad del trabajo, la capacidad de trabajo socialmente combinada, el trabajador colectivo como expresión de múltiples actividades combinadas (Antunez, 1995).

Supeditación del trabajo al capital

En el marco planteado continúa desplegándose la creciente composición orgánica del capital que tiende a reducir de manera relativa el capital variable, aparecen nuevos valores de uso que aunque puedan no ser tangibles proceden del trabajo objetivado. En este nuevo entorno de socialización del consumo, se acrecienta el poder de supeditación del trabajo al capital, el carácter fetichista del consumo asume nuevas formas cada vez más privadas.[1] Con lo que se consolida cada vez más la contradicción económica fundamental del sistema capitalista. En este ámbito la técnica del marketing directo está desplazando cada vez más el consumo de masas, por lo que la publicidad se adapta tratando de acercarse más al consumidor convirtiéndose en un producto artístico. [2]

El consumo intensivo y el trabajo intensivo tienden a sustituir los espacios que antes se cubrían con actividades sociales. Los cambios en el proceso de trabajo unidos a la nueva configuración del consumo invierten el tejido social del obrero colectivo, de una base ancha y escasa movilidad vertical, a una base estrecha y de capilaridad restringida (Velasco, 1998:267).  Tal fenómeno, está asociado a los cambios tecnológicos, los cuales modifican la antigua fábrica a nuevas escalas que rebasan los valores de uso a que estaban sometidos, resultando de ello una clase obrera menos concentrada, con una composición técnica diferenciada, pero subordinada al poder real del capital, en un marco en que se aceleran con mayor intensidad la rotación de los elementos del capital, y en que, el cambio tecnológico no conduce al fin del trabajo productivo. 

Las modificaciones en relación con el trabajo han sido significativas en el ámbito de la globalización y mucho más relevantes en las áreas del capitalismo atrasado. En este marco la flexibilidad laboral reflejada en múltiples formas e impulsada por las nuevas formas de competencia mundial, y concretada en aspectos jurídicos que eliminan la protección al trabajador, es una de las manifestaciones más recientes que asume la relación trabajo-capital.

Las transformaciones en el proceso de trabajo capitalista no necesitan una masa permanente de fuerza de trabajo a escala internacional sino de un llamado “grupo central” (core group) funcionalmente flexible para que pueda adaptarse a los cambios en la tecnología, y de un “grupo periférico” (peripherical group) numéricamente flexible para que pueda ser ajustado a los cambios del mercado.[3] El efecto es que las nuevas formas de organización del trabajo, abren nuevas incertidumbre para el obrero, lo cual se expresa en la precarización del empleo, bajo la tendencia hacia el trabajo parcial e inseguro; ello de hecho implica una novedosa conflictividad en la relación trabajo capital.


 

[1] Ver: Michael A. Lebowitz. Beyon Capital. St. Martin´s Press, New York 1992 pps. 31-34, 141-142, ver además de Alain Lipietz. The Enchanted World.. London: Verso 1982, pp.. 24-40 y 153-154

[2] En 1985 los gastos de publicidad en el mundo eran de 124 470 millones de dólares y ya en 1997 estos ascendían a 282 474, se espera que para el año 2000 lleguen a 330 634 millones de dólares, sin embargo, la pregunta esta en ¿quién paga? Siendo el consumidor la víctima ya que los gastos de publicidad representan por término medio, el 15% del precio de venta del producto. (Boukhari,1998:33).

[3] A. Sivanandan. Rules of Engagement. En: News Statesman & Society, 28 abril de 1989 p. 29. Citado por Pedro Monreal González. Estados Unidos-América Latina: una nueva agenda económica para el nuevo siglo. En: Cuadernos de Nuestra América, La Habana Vol. VII No. 14 1992 p. 97.


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