América Latina Hoy
¿Y Hasta Cuándo?

Iván Ureta-Vaquero
César Calvo

 

 

Déficit histórico de la capacidad de toma de decisiones; uno de los principios de la teoría de la dependencia.

Hemos desarrollado el anterior análisis porque sirve para explicar el aspecto de la dependencia cultural como base de una posterior interpretación económica. Además, este análisis tiene la virtud de poder aplicarse a cualquier momento de la historia económica y he preferido desarrollarlo en este momento para que se entiendan mejor las características de la evolución de la historia económica peruana, que mucho tiene que ver con los esquemas que se reproducen en otros países de la región.

Como hemos dicho anteriormente, poco después de que se produjera la independencia, Perú, a través de el préstamo indicado más arriba, inició su nueva andadura con una de las operaciones financieras más grandes de toda su historia. Pero no es por casualidad que en este mismo momento, Inglaterra les realizara préstamos a países como Colombia, Chile, México o Argentina. En total 202.000 millones de dólares corrientes. Como podemos ver, estos países recientemente independizados pensaron obsesivamente en el factor del financiamiento como la vía para su desarrollo industrial y obviamente hubo quien apoyó esta fácil inquietud, por los réditos, que como poco, a corto plazo representaba.

De este modo volviendo a lo resumido en el último cuadro, la tendencia de perseguir el financiamiento implica una serie de restricciones de la capacidad de acción basada en la decisión y en la movilización de motivos. Por este motivo, cuando se comienza una estrategia basada exclusivamente en el financiamiento, lo cual supone una actitud como hemos dicho más arriba, es muy difícil escapar de esa tendencia, llegando a un punto de entrampamiento que impide o dificulta un paradigma de crecimiento económico y de desarrollo distinto. Y esto explica la posterior historia económica de casi todos los países de América Latina.

Por ejemplo, tras el primer préstamo, en 1825, cuando ni tan siquiera se habían pagado los intereses del primer préstamo, se pidió un segundo préstamo de 5.500 millones de dólares corrientes adicionales, y el 7,2% fueron destinados a la compra de fusiles. A partir del siguiente año, en 1826, el Perú ya no pudo pagar los intereses y así, pasaron dos décadas hasta que el guano y el salitre aparecieron en la escena y durante los años siguientes, podemos observar la tendencia hacia un endeudamiento irreversible.

Cuadro de endeudamiento

Año Préstamo US$ corrientes Acumulado US$ corrientes

1824 13.000 millones

1825 5.500 millones

1856 Refinanciamiento 4551 millones

1862 Refinanciamiento 4,722 millones

1865 Refinanciamiento 6,010 millones

1873 31,600 millones

Elaborado por el autor.

Como puede apreciarse en el cuadro en el último tercio del siglo XIX existe ya una gran deuda acumulada. Esta escalada de endeudamiento se forjó de forma definitiva durante el gobierno de Balta entre 1868 y 1872. Nicolás de Piérola y Manuel Pardo eran los ministros de hacienda, y dos extranjeros, Dreyfuss como financiero y Henry Meiggs como constructor, terminaron por definir un panorama que muy bien supieron retratar dos italoperuanos, Luis Copello y Juan Petriconi, quienes tan solo unos años más tarde, en 1876 publicaron un opúsculo titulado: Estudios sobre la independencia económica del Perú. En esta recopilación de artículos periodísticos retrataron la imagen de un Perú que mucho se parece en la actualidad. Este libro suelo recomendarlo leer en la primera clase de cursos como pensamiento económico o historia económica. Los comentarios de quienes lo leen son del tipo: ¡Si es lo que está pasando hoy en Perú! ¡No hemos cambiado nada, todo sigue igual! Aunque no sea cierto que no se haya cambiado y de que todo siga igual, si puede admitirse en algún grado la permanencia de algunos factores. Para comprobarlo nada mejor que acudir a algunos párrafos de este texto, ciertamente olvidado, como también lo fueran otros publicistas de la época como Samper.

Ya en estos últimos años hemos liquidado muchas ilusiones sobre nuestra aparente prosperidad y sobre los pretendidos elementos de ella; hemos visto a lo que ha servido y a lo que puede servir el guano, el salitre, los ferrocarriles, los bancos, la inmigración, las grandes haciendas y empresas, y estamos viendo que a pesar de tantos vapores y telégrafos, y movimiento comercial inmenso, un malestar nuevo, profundo, inexplicable nos devora, nos desconcierta, nos desanima, y nos amenaza de un porvenir todavía más triste; y que esta situación ninguna revuelta no haría más que agravarla y empeorarla, porque ella no viene ya de la naturaleza de los hombres sino de las cosas, no deriva de los hombres del presente sino de los hombres del pasado, es decir, de todo lo hecho en estos últimos 30 años, y de los errores económicos que han formado nuestro modo de ser y de vivir. Y por lo mismo que tantas ilusiones se han disipado, por lo mismo que desconfiamos ya de las ideas económicas que nos prometían la prosperidad, y nos han conducido al margen de un abismo, por lo mismo es natural, es patriótico que tengamos ideas económicas muy distintas, y que tengamos valor de publicarlas y discutirlas.

Acaso esta crisis terrible que atravesamos nos sea muy útil si nos conduce a conocer y estudiar, y aprovechar y explotar los elementos de verdadera riqueza que tenemos, de que podemos disponer y que solo con una inexplicable indolencia, o con errores imperdonables de la ley pueden hacerse estériles. O en otras palabras, si llegásemos a persuadirnos que a nada sirven los empréstitos sino a producir el pan de hoy y el hambre de mañana; y si sólo han servido para darnos una prosperidad ficticia, y agotar nuestro crédito y nuestros recursos fiscales; que a nada sirven los ferrocarriles si no hay productos que transportar; que a nada sirven grandes y bien colocados terrenos, si les falta la irrigación de que son susceptibles; que a nada sirven los grandes y fértiles terrenos de la costa y de la sierra si no hay brazos que los cultiven, y si falta una corriente de inmigración, si es esclava, si no se le da más expectativa que un salario, si no se interesa a esa inmigración con los beneficios del suelo, si no es multiforme y representante de todas las industrias, y que lejos de ser la causa debe ser el efecto de nuestra prosperidad y de la sabiduría de nuestras leyes; es decir, que la inmigración vendrá a buscarnos, sin que la vayamos a buscar, si establecemos las condiciones de un bienestar grande y permanente para todos.

Si llegásemos a persuadirnos que a nada sirven las riquezas minerales sin seguridad legal, sin capitales, sin máquinas, sin caminos; que a nada sirven las grandes haciendas si destruyendo la pequeña agricultura han destruido la pequeña propiedad, la población pobre libre e indígena para sustituirla con la china; que a nada sirven los grandes productos de azúcar, de algodón, de aguardiente, etc, que se mandan a los mercados extranjeros, si con ellos no podemos pagar el comercio de importación , y si los mismos propietarios no pueden pagar los grandes gastos y los intereses de sus deudas; que a nada sirven los bancos o establecimientos de crédito, si no garantizan los valores que emiten, y si representan valores ficticios e imaginarios: que a nada sirve exagerar un sistema de contribuciones directas e indirectas para crear cierto tipo de equilibrio si todas las clases del pueblo que deben pagarlas son pobres y oprimidas por la falta de vida económica, en todas las formas de la industria; y por lo caro de las subsistencias creado por nuestras imprudencias.

Tras la lectura de estos párrafos poco más puede añadirse puesto que el análisis tiene muchas de las respuestas que hoy en día sería necesario aplicar a problemas supuestamente actuales. Durante el período guanero el 60% de lo que importaba el Perú se concentraba en tan solo el 2% de la población. Con este dato podemos constatar que existía una gran desigualdad en el reparto pero hay que tener cuidado y no utilizar esta información como argumento a favor de la teoría de la dependencia como a veces se hace. Hacer una defensa de la teoría de la dependencia significa en pocas palabras, analizar las características de aquellos fenómenos con criterios actuales. Sin embargo, debido a las características de organización territorial y de demografía el porcentaje restante estaba muy al margen de las operaciones económicas basadas en datos macroeconómicos modernos. Exactamente, la población peruana, desde el inicio de la república hasta finales del siglo XIX varió de un millón y medio a tres millones y medio. De estos números más del 60% era campesino, por lo que fue necesario “importar” mano de obra para los emprendimientos empresariales que exigía la administración pública del país. Por tanto este dato no es representativo para defender la teoría de la dependencia. Esta evidencia se puede ver en lo tardío de las primeras medidas para organizar política y económicamente el estado.

Concretamente, a finales del siglo XIX, se produjeron dos intentos de reorganización política del estado. El primero de ellos, en 1873 inscrito en el gobierno civil de Manuel Pardo, propuso y creó los Concejos departamentales. El segundo, en 1886, favoreció la creación de las Juntas Departamentales. Ambos intentos evidencian un interés por desarrollar una política gubernamental descentralizada, en la cual, los departamentos comenzaran por lo menos a debatir de forma independiente sus problemas internos. Sin embargo, nunca se consiguieron niveles satisfactorios de gestión. En 1892 y quizá más interesante que las anteriores desde el punto de vista de la integración de las provincias y las regiones, sea la organización del sistema municipal, en virtud a la Ley de Municipalidades.

Sin embargo, regresando al análisis previo, el ingreso percibido por la venta del guano, impidió que dichas ganancias, debido probablemente a una actitud predominantemente rentista, pudieran invertirse productivamente, buscando así la aportación de la que anteriormente estábamos hablando. Pero el panorama se vuelve todavía más cenizo cuando observamos, como se indicó anteriormente haciendo referencia a los estudios de Hunt, que el 60% de las ventas brutas se quedó en las arcas del estado peruano quien lo destinó a las citadas obras e ilusiones que lo deberían convertir en un país moderno.

Poco después, se desarrolló la guerra con Chile inaugurando así un nuevo episodio tras el cual algunas actitudes cambiarían. De alguna manera, la estatización de las salitreras en 1875, significó que el empresariado peruano quería desarrollarse independientemente y restringir el control del salitre de las manos de intereses empresariales foráneos. La guerra así frustró las posibilidades de que un estado débil y todavía un empresariado inconsistente pudieran imaginar su futuro. Era demasiado tarde. Entre 1881 y 1883, la ocupación chilena provocó que los proyectos empresariales en la sierra se arruinaran. Pero no estoy de acuerdo con la idea que relaciona a la ocupación chilena con la descapitalización de la elite terrateniente y de provocar conflictos entre las haciendas y las comunidades indígenas circundantes. Así la ocupación chilena tampoco fue la culpable de que este bloqueo al capitalismo serrano produjera el aislamiento y el estancamiento de la sierra durante el siglo XX como lo sustenta Carlos Contreras siguiendo a Manrique (1987) y a Jaramillo (2002). Si esto ocurrió no fue por la ocupación chilena, sino por la deficiente identificación de un empresariado nacional que quisiera mantener los esfuerzos en la zona serrana. Se puede hablar en este caso de descapitalización financiera pero no de descapitalización industrial. Se descapitalizó la actitud de crear empresa y esto lo muestra el siguiente hecho.

La guerra con Chile afectó a todo el Perú. Sin embargo a partir de la finalización del conflicto se vivieron algunos fenómenos interesantes. Concretamente como indican Thorp y Bertram ( 1985) en plena postguerra, durante la última década del siglo XIX se inició una época heroica. La industria se reactivó sobre todo en Lima y en algunos otros puntos del país. Esta reactivación fue coadyuvada por la desaparición precisamente del guano y del salitre, lo que estabilizó nuevamente la relación entre precios y salarios, produjo una depreciación de la plata, y se comenzó a proteger más a la industria nacional. Se podría deducir que tras casi setenta años de improvisación basada en intereses de diferentes ámbitos, la guerra con Chile fue inevitable y esta precipitó que en el país surgiera un nuevo espíritu que buscó tras la conflagración, la reinstauración y el surgimiento de la nueva república.

De este modo puede observarse que en las tres décadas posteriores en Perú se vivió el auge de la economía de exportación, aunque lo veamos más adelante con mayor detenimiento, a pesar de crearse un mayor dinamismo empresarial, hubo patrones culturales que no evolucionaron demasiado respecto al período inicial de la guerra con Chile, ya que los diferentes sectores empresariales seguían edificándose sobre un modelo social que alimentaba la desigualdad de oportunidades basada en los recelos étnico-culturales. Aunque sí sea cierto que durante este momento hay una mayor actividad empresarial, la relación con el capital extranjero fue la nota dominante. Esto significa que no se había aprobado la asignatura de toma de decisiones basada en el capital industrial sobre el financiero. Perú comenzaba a arrastrar un serio peso por el escaso entrenamiento de los peruanos en toma de decisiones, ya que las decisiones en muchos casos, teniendo en cuenta un modelo de activa participación de capital extranjero, si bien podían ser compartidas en muchos casos, vinieron desde fuera en muchos otros.

Es posible que esto explique porqué la mayoría –salvo once- de los presidentes peruanos hayan sido militares. Los militares eran los únicos o sino, unos de los pocos grupos entrenados en la toma de decisiones y en planteamiento de estrategias. Más guiados por el cumplimiento de un objetivo que por el plan de acción concreto y las consecuencias que sus decisiones puedan tener. Esto puede explicar la tendencia que existe en Perú y otros países similares por criticar y definir muy bien problemas, pero la incapacidad de tomar decisiones que reviertan dicho diagnóstico negativo. Por esta razón, cuando aludíamos al principio a la idea de la predominancia de una sensación endémica de problemas o crisis, nos estábamos refiriendo a que este modelo psico-social se ha venido gestando a lo largo del tiempo. Así, los intereses que hemos venido comentando a lo largo de este capítulo, habrían inhibido la capacidad de formar una actitud cultural basada en una calidad adecuada del ambiente decisional.

Esto se ve todavía hoy en día. En las emisoras de radio, en las televisiones aparecen diariamente decenas de comentaristas que desarrollan análisis lúcidos sobre “lo mal que está el Perú”. Tenemos expertos diagnosticando problemas, pero no aciertan a descubrir el problema radical. El problema lo constituye ese pensamiento basado en el estatismo y en la aceptación. Siguiendo este planteamiento, por tanto, lo que criticamos no es el problema, sino que el problema somos nosotros. Nosotros, que con nuestra actitud generamos lo que criticamos.


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