América Latina Hoy
¿Y Hasta Cuándo?

Iván Ureta-Vaquero
César Calvo

 

Sobre la supuesta independencia del Perú.

Cuando se suelen realizar análisis económicos en general se tiene en cuenta una perspectiva histórica muy pequeña. La historia económica sobre la que se reflexiona tiene un corto recorrido y por lo general se restringe a un período de diez o veinte años. Uno de los temas más espinosos en la historia económica de los países de América Latina es la deuda externa. ¿Qué es la deuda externa y cuando se origina? Existe una gran tentación por desarrollar estudios que indican al gran colapso que se produce en los primeros años de la década de los setenta. La deuda externa de países como Perú, al menos no se produce en este momento, sino que hay que echar la vista muy atrás. Quizá cuando poníamos en interrogación qué significa la libertad de Perú, analizando lo siguiente se pueda responder.

En esencia se podría sugerir que uno de los principales motivos que incitaron un proceso independentista en Perú fueron las reformas borbónicas, las cuáles limitaron al máximo los beneficios que una elite criolla había disfrutado hasta 1767. Tras esos años de amargura y con un clima revolucionario también latente en Europa –no hay que olvidar los procesos revolucionarios que se producen a partir de 1820- las elites criollas, que en su momento fueron elites comerciales querían recuperar su anterior nivel de influencia y poder. Así se puede ver, que en caso de la deuda externa de Perú, su comienzo hay que rastrearlo incluso, como dice Klauer (2004) en los comienzos de la República. Expresamente, nació con la República.

Concretamente antes de 1824, cuando se desarrollan las batallas terminales de Junín y Ayacucho, el Perú estrenado firmó la primera deuda externa con Londres. En el momento una de las principales economías del momento y que se estaba preparando para el asalto al mundo gracias a las tesis librecambistas de Robert Peel. Efectivamente se puede apreciar que esta primera deuda alcanzó una cifra de 1,2 millones de libras esterlinas, las cuáles en la actualidad representarían unos respetables 13.000 millones de dólares. De este préstamo total, Perú tan solo recibiría 900.000 libras esterlinas, lo que convirtió el interés nominal inicial del 6% al 8%. Esta deuda tendría que ser pagada en treinta años y como garantía se hipotecaron todas las rentas del Perú. Así, tal y como indican Bonilla y Spalding (1972), en 1821, de la dependencia formal española, el Perú habría pasado a la dependencia informal británica y esta relación duró aproximadamente un siglo, tiempo suficiente para que se produjera una mayor intervención de los intereses políticos y económicos de Estados Unidos sobre la región.

Sin embargo a la hora de buscar culpables, tanto si hablamos de la consabida teoría de la dependencia económica, ya sea formal o informal, como señala también en su estudio Carlos Contreras (2003), no debemos obsesionarnos con la búsqueda de nuestros males en factores externos, sino que muy posiblemente los motivos del atraso se deben a factores internos. Siendo consistente con esta idea, me atrevería a sugerir que los 28 de julio se celebra la independencia política de España, pero la dependencia económica del país respecto a las elites criollas civiles y militares (1), que tratando de superar el complejo de inferioridad generado durante la colonia, pero sobre todo, durante las reformas borbónicas, se asociaron interesadamente con la potencia económicamente más poderosa: Gran Bretaña. Y Gran Bretaña aprovechó sin duda la oportunidad que pusieron en bandeja los nuevos administradores de la nueva república.

Las cosas durante los primeros años de la república poco cambiaron, ya que como dijimos, en 1821 con el proceso de independencia peruana ya culminado, dirigido, además, por descendientes de españoles, se modificaron las divisiones territoriales coloniales y se sustituyeron por los distritos, las provincias y los departamentos que agrupaban a las anteriores. Sin embargo esta modificación no solucionaba el problema fundamental relativo a la gestión óptima de la totalidad de las regiones. Es más, debido a que esta nueva demarcación fue diseñada exclusivamente con criterios administrativos procedentes de Lima, en realidad se estaba hipotecando de forma inconsciente y onerosa el futuro bajo un sistema basado en el centralismo, que no se despegaba sustantivamente de las antiguas instituciones coloniales. A medida que iban avanzando las necesidades del estado y se iban haciendo más complejas las instituciones públicas, se continuaron proponiendo nuevas demarcaciones territoriales, pero ninguna de ellas lograba superar el problema de una economía de exportación, una economía centralista, en la cual, la capital, Lima, priviliegiaba el desarrollo de las economías de costa obviando las necesidades reales del resto del país.

Obviamente, las “políticas económicas” que siguieron fueron favorecidas por varios motivos: 1) La debilidad del nuevo estado criollo que abandonó a la economía a los caprichos de la intervención inglesa, 2) Los intereses particulares de una nueva elite criolla, civil y militar previamente desposeída de los privilegios que gozó antes de las reformas borbónicas, 3) El crecimiento de una gran fractura económica entre las diferentes áreas del país 4) La división social que existente y 5) La comunicación deficiente y vertical consecuencia de la gran división económica y política regional asociada a los grandes complejos étnicos.

Por estos motivos no soy partidario de forma absoluta en la teoría de la dependencia, ni de la total independencia, sino que hay que observar esta particularidad con algunos matices. Aceptar un modelo neo-dependiente, aunque sea a nivel económico, hubiera significado la existencia de una estructura planificada y definida, tal y como ocurrió para el caso colonial a pesar de existir, como sabemos, una fuerte desintegración regional, que incluso hoy día se evidencia con fuerza. Como señaló Paul Gootenberg en varios de sus trabajos (1989 a-b) la inestabilidad que caracterizó a Perú dentro de los años posteriores a la independencia, le protegió de los diversos intereses imperiales de otros países, pero de quien no le protegió fue de las nuevas elites ansiosas de recuperar su posición y esto al menos lo explica el primer préstamo que hemos indicado anteriormente. Esto muestra que los nuevos gobernantes del Perú y los protocapitanes de la industria quisieron jugar a ser un país moderno de la noche a la mañana y esto provocó graves desajustes a largo plazo. Sinceramente, tengo la intuición que la mayor dependencia del Perú no es de ningún bloque o país extranjero, sino de la estructura e idiosincrasia de su sistema cultural basado en una gran fractura social fundamentada en una gran desigualdad de oportunidades y recelos étnicos.

Por tanto, tanto la teoría de la dependencia o de la independencia la enfocaría más por este factor cultural, que por un motivo puramente económico o financiero, aunque estos dos elementos evidencien lo anterior. Posteriormente seguiremos analizando estos factores económicos pero por ahora, mostraré cuáles fueron las limitaciones de desarrollar industria en Perú, a pesar de que el 60% de los ingresos por guano fueron gestionados por el propio gobierno peruano. Pero como bien explica Bonilla (1974) no es lo mismo retener dinero que crear capital. Y es que el aspecto de crear capital constituye un nuevo ejemplo de actitud y de generación de patrones culturales que lo permitan. Veamos por qué.


1. Si se hace un breve estudio de los presidentes peruanos hasta Alejandro Toledo, en total 56, podemos observar la gran predominancia de militares. El primer civil, Domingo Elías, fue presidente entre 1843-44.


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