América Latina Hoy
¿Y Hasta Cuándo?

Iván Ureta-Vaquero
César Calvo

 

Formación histórica del concepto cultural de “problema”.

La segunda vuelta de las elecciones peruanas de 2006 se batió entre un candidato socialdemócrata, Alan García y la propuesta personalista de Ollanta Humala. La diferencia entre ambos ha sido estrecha mostrándose una profunda fractura social entre diferentes sectores de la población. Dicha fractura está alimentada por un resentimiento basado en elementos raciales y étnicos. Como vemos, uno de los principales elementos problemáticos del Perú se basa en una construcción cultural que hunde sus raíces siglos atrás, pero no vamos a detenernos en un análisis tan alejado sino que comenzaremos con algunas apreciaciones que coinciden con el proceso de independencia.

Desde las primeras décadas del siglo XVI, se fueron creando las bases del imperio español. Obviamente en su formación, los motivos sobre todo, trascendentes tanto de Carlos V como de Felipe II, guiaron toda una empresa que tras su desaparición, poco a poco fue desintegrándose. En este paulatino deterioro de las instituciones públicas y de la gestión administrativa, se podría decir parafraseando a John Lynch, que la historia de España fue la historia de las grandes oportunidades perdidas. Y ese signo sería exportado a América, donde a partir de la constitución de las repúblicas oportunidad tras oportunidad, las posibilidades de cambio se han venido produciendo con graves problemas, cuyos orígenes están muy cercanos precisamente a los motivos que originaron los movimientos independentistas.

Carlos II, último representante de dinastía Habsburgo murió en 1700 sin dejar descendencia directa. Tras varias disputas por la sucesión del trono finalmente otra dinastía extranjera, la Borbón, representada por Felipe de Anjou, siendo reconocido como Felipe V. La situación política, económica y tecnológica de España respecto al resto de Europa era de franco retraso y esto produjo que el nuevo rey iniciara políticas de reforma con el fin de saldar dicha situación. Estas políticas reformistas, con diferente signo se fueron produciendo a lo largo del siglo XVIII. Sin embargo, las relaciones entre las futuras repúblicas americanas y la metrópoli se desarrollaron bajo otro signo entre el período de 1767 y 1821.

Cuando las reformas borbónicas se instauraron en España, los nuevos procedimientos renovadores quisieron imponerse en las colonias que tradicionalmente habían dependido de la península ibérica. Así en durante la segunda mitad del siglo XVIII y con Carlos III quién gobernó entre 1759 y 1788 se comenzaron a ver signos más evidentes del principal objetivo de dichas reformas: recuperar el papel protagónico que la corona española había tenido durante los austrias, pero con algunos matices. Sus esfuerzos se centraron en recuperar el poder que los anteriores monarcas habían delegado en algunas instituciones y a asociaciones de comerciantes, quienes habían evolucionado concentrando en sus manos todo el poder que la corona con el paso del tiempo fue incapaz de controlar. Por tanto, esta situación iba a generar muchas disputas y controversias entre unos grupos elitistas que se habían hecho fuertes en las colonias y que se regían por sus propias reglas y un nuevo espíritu monárquico que quería recuperar su papel.

Como es obvio, uno de los principales intereses de la dinastía borbónica era recuperar y aglutinar en sus manos los beneficios económicos que representaba el hecho de poder controlar a las colonias sin las interferencias de los grupos de interés local. Revertir esta situación no iba a resultar nada fácil y los conflictos se extendieron por todas las colonias. Por lo general, las nuevas disposiciones borbónicas afectaron tanto a la iglesia católica, así como a las organizaciones políticas y militares, a la economía en general y al fisco. Uno de estos ejemplos fue por ejemplo la expulsión de la orden jesuita en la zona del noroeste novohispano en México, algo que también ocurriría en otros países como Perú.

Concretamente en Perú las medidas borbónicas generaron una rebelión entre los diferentes sectores de población que se vieron afectados. Obviamente, un incremento de la presencia institucional española generó fuertes recelos y una merma de la capacidad operativa que hasta entonces habían tenido las élites criollas. Poco a poco, esta nueva burocracia criolla se fue viendo relegada a un papel mínimo. Sin embargo, no se lograron exterminar los gérmenes que provocarían el alzamiento del pensamiento independentista. Dentro de este pensamiento ilustrado que tendría su culminación en los episodios de la revolución francesa, a través de una pragmática sanción se exigió la expulsión, como se dijo anteriormente, de los jesuitas en 1767.

Tras el gobierno de Amat, la entrada del virrey Manuel Guirior en 1776, significó para Perú un momento de tensión económica. En estas fechas se creó el virreinato de la Plata y este hecho afectó a la economía peruana por varias razones: 1) La zona del Alto Perú y Puno pasó a formar parte del dominio de Buenos Aires y 2) Lima tuvo que soportar la financiación de la consolidación del nuevo virreinato. No solo eso. Un año más tarde, en 1777, Areche, llegó al Perú con la clara intención de incrementar las rentas de la corona y reestructurar la administración pública. El fin último era lograr una mayor fiscalización. Se crearon aduanas terrestres, se empadronaron los mestizos a quienes se les obligó a pagar impuestos como a los indios. Sin embargo, los métodos que se utilizaron para imponer estas medidas fueron despóticos y la prepotencia contra las élites criollas ocasionaron fuertes enfrentamientos.

Andando el tiempo, la escalada de impuestos y las medidas fiscales provocaron levantamientos en zonas como Chumbivilcas, Humalíes, Huaylas o Conchucos. Las protestas se incrementaron y se extedieron por el sur del país, en Arequipa y por Cuzco. Las cosas se siguieron complicando para la economía peruana cuando se decretó el libro comercio en el año 1778. Este tratado se dio con el fin de que se favoreciera el dinamismo económico de las zonas que no habían participado del intercambio comercial con la metrópoli, pero en sí, buscaba nuevos abastecimientos de materias primas para las fábricas españolas. Gracias a estas medidas comerciales el comercio intercontinental se quintuplicó en tan solo dos lustros. El ritmo característico hasta la aparición de una crisis para el momento que estamos analizando según las muestras de Juglar. Sin embargo los más favorecidos fueron los mercaderes bonaerenses y los del puerto de Valparaíso. Esta desviación de los ejes comerciales ocasionaron graves pérdidas a los comerciantes ubicados en el Callao, principal puerto peruano. De una u otra forma, los comerciantes peruanos pudieron soportar los efectos de la reducción del volumen comercial previo.

Los enfrentamientos siguieron produciéndose tras la asunción del cargo de virrey, Agustín de Jáuregui entre 1780 y 1784. Al sur del Cuzco, se produjo la rebelión de Tupac Amaru II. La razón fue evidente y coincidió con que esta zona había sido la más afectada tras la creación del virreinato del Río de la Plata, lo que ocasionó una mayor presión tributaria sobre una zona completamente desatendida. Estos episodios no hicieron sino anunciar lo que vendría casi coincidiendo con el fin de las guerras napoleónicas; el proceso de independencia. Con las tesis de la revolución francesa y con un mundo que dibujaba una nueva época donde las cosas estaban por escribirse tras la derrota de Napoleón, en América Latina se acentuó el rechazo hacia los dictados provenientes de la Europa continental. Los criollos que antes de las reformas borbónicas habían sido “dueños” casi absolutos de lo que ocurría en las colonias, retomaron por su mano los esquemas de la independencia, siguiendo un espíritu que se expandió a gran velocidad por toda la región.

La secuencia de los levantamientos comenzaron con Francisco de Zela en 1811 y a partir de entonces surgieron; la rebelión indígena de Huanuco un año más tarde, o la del Alto Perú el mismo año, la segunda revuelta de Tacna en 1813, las diferentes acciones producidas en 1814 y 1815, que anunciaba el período álgido del conflicto entre realistas y republicanos. No es necesario explicar en este momento el episodio del desembarco de San Martín en la bahía de Paracas y de lo que a partir de ese momento comenzó a concretarse y que terminó con la consabida frase de San Martín el 28 de julio de 1821: “El Perú es, desde este momento, libre e independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende. ¡Viva la libertad! ¡Viva el Perú!”. Atendiendo a los antecedentes que anteriormente hemos comentado respecto a los verdaderos motores que impulsaron a los diferentes procesos independentistas cabría al menos reflexionar sobre esta supuesta independencia. ¿Qué significa que el Perú es libre e independiente?


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