América Latina Hoy
¿Y Hasta Cuándo?

Iván Ureta-Vaquero
César Calvo

 

Capitalismo y Comunismo: la convergencia de la divergencia.

Cuando emitimos una opinión, corremos el riesgo de dejarnos embaucar por los delirios que la posibilidad de emitir un juicio nos presenta. Así, el pre-juicio deja inválida la posibilidad de pensar de forma global los entresijos de un problema. Y es cierto que durante la última mitad del siglo XIX y la práctica totalidad del siglo XX, los antagonistas gaseosos de una misma guerra se han debatido por una primacía pseudointelectual, que poco o nada tenía que ver con el pensamiento racional. Me refiero a los conceptos de capitalismo y comunismo. Quizá sea un tanto osado lo que se propone en esta reflexión, pero desde aquí defenderé una mayor cercanía de lo que se piensa entre ambas posturas. Al final, parece que la expresión “los opuestos se atraen” es cierta. El comunismo, doctrinario desde un plan escrito y definido presentó de forma programática un paradigma de relaciones socioeconómicas basadas en las restricciones de la libertad y el racionalismo humano. El capitalismo por su parte, sin un programa tan evidente como el comunismo, escribió y escribe muchas páginas que contienen consecuencias similares a las que combatieron de forma furibunda y espontánea.

De esta conexión entre capitalismo y comunismo se da perfecta cuenta Jost Herbig (1983; 115) cuando dice que “independientemente de cómo se valoren las consecuencias , se puede afirmar que, bajo las condiciones del capitalismo democrático, el crecimiento de la economía industrial es el presupuesto necesario del pleno empleo y, así, de la estabilidad social. Una análoga constricción al crecimiento rige las actuales sociedades industriales socialistas desarrolladas, puesto que producen con las mismas técnicas, habiendo sido las decisiones de ahorro-inversión simplemente centralizadas (y, al debilitarse el mercado, privadas en cierta medida de eficacia)”. Incluso, si hacemos un estudio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), término introducido por el papa Pío XII (1939-1958) en plena guerra fría, casi medio siglo después que León XIII publicara su famosa Rerum Novarum (1898), observaremos que se condenan de igual forma al capitalismo y al comunismo.

Como dije en un libro anterior (Ureta; 2006), los sistemas económicos no son ni buenos ni malos. Son lo que son. Lo que los hace malos es el perfil antropológico que se les supone a cada uno de los sistemas. Así lo problemático no está en pensar que un sistema económico es malo, sino que la interpretación del hombre que lo pone en práctica no es consistente. Tanto en el capitalismo como en el comunismo vamos a observar un hecho fundamental que afecta al hombre, a su pensamiento y a su acción de una forma sustantiva. La obsesión materialista. Y si estas sociedades materialistas no son sostenibles desde el punto de vista del proceso de humanización, que para mí es el sinónimo del tan abusado término de desarrollo, es porque el hombre de estos paradigmas cuenta más con lo que tiene que con lo que él es. Porque en esencia sabe lo que tiene pero no sabe quien es. Así los dos sistemas –con las convenientes reservas de plantearlos como sistemas monolíticos y autodefinidos- presentan un modelo social basado en los elementos cuantitativos del tener, no del ser. Veamos a continuación cuáles son los puntos de convergencia de estos dos polos.

Esencialmente, los discursos relacionados con la política y la economía, tanto desde una perspectiva capitalista como de una marxista tienden invariablemente al pleonasmo, a una actitud sofista debido fundamentalmente a su obsesión por el factor económico y lo material. Este tipo de discurso basado en una construcción cultural forzada y antinatural provoca la visión obsesiva del principio de resultado y de fines que sustituyen a los medios moralmente restringidos.

Cuando nos interesamos por los aspectos relativos al comunismo, socialismo o capitalismo se podría utilizar el modelo comentado por Polo que resume fácilmente las relaciones e interacciones entre diferentes dimensiones. Retomando el discurso poliano, y acudiendo a la teoría de los juegos, nos podemos encontrar con aquellos juegos que representan una suma cero y los que representan una suma positiva. En la suma cero se gana unilateralmente a costa de un perdedor. En la suma positiva los dos jugadores ganan.(1) Es importante comenzar realizando estas observaciones por cuanto, cuando analizamos la teoría de la mano invisible de Smith, podemos observar que este pragmatismo está influido y afectado de forma práctica y también tácita por un modelo de suma cero basado en el egoísmo natural de que interviene en la actividad económica y en segundo lugar, actividad social. Volviendo al tema introducido podemos observar tres dimensiones:

A. Producir y comerciar.

B. Promover el Estado como factor protector

C. Vivir del botín. Robar.

Es interesante observar, como esta caracterización hecha por Brunner puede aclarar de forma sencilla las diferentes combinaciones asociadas a diferentes praxis ideológicas o políticas. Para un defensor de la mano invisible se podría decir que lo más importante sería A, mientras que para un socialista sería B, aunque para A, C podría ser un medio para conseguir su fin y B podría ser una excusa para C. Como podemos ver, en ausencia de Estado, las ambiciones de C pueden desear la generación de B para poder robar institucionalmente. Y así puede crearse un Estado que supla las necesidades de C. Por tanto, entre un sistema y otro las tendencias de acción política convergen debido a una concepción humana similar basada en una obsesión por lo material. De modo que si ambos sistemas fracasan es por la misma razón.


1. Al reflexionar sobre este particular nuevamente podemos acudir a las figuras mostradas por Sen en cuanto a las ventajas de actuar de una forma egoísta o no basándose en el juego exclusivamente egoísta de DP (egoístas), y en los menos JS (Solidarias) y PO (Compasivas). Y aquí vamos nuevamente a la frase de San Alberto Magno al decir que una sociedad que no sea justa es insostenible.


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