Obstáculos y Palancas
para la capitalización y expansión
de la Pequeña y Mediana Empresa

Guillermo Luis Locane

 

La actividad empresarial

            “Ser productor, crear riqueza, expandir las empresas es una tarea que requiere aptitudes específicas que no son justamente patrimonio de especuladores de corto plazo”[1].  Propender a esa capacidad requiere, también,  de una determinada actitud de la sociedad hacia las empresas y los emprendedores y para ello es necesario analizar ciertos obstáculos culturales. 

Lo anterior viene a cuento por una cuestión que bien puede considerarse como un obstáculo para el desarrollo económico en general y para la expansión de la pequeña y mediana empresa en particular: La débil valoración de la actividad empresaria (y por consiguiente, la sobre-valoración de la especulación y la renta financiera) y cómo ello repercute en la actitud social para el desarrollo.

Vamos a tratar de presentar una de las razones que explican, a nuestro juicio, esa característica (que no es solo local, como podría pensarse) y la repercusión que ello tiene en la común apreciación del público.

Un reciente estudio realizado en Suecia[2] analizó el vocabulario utilizado en los textos de doctorado en economía, tratando de determinar si se estudian allí teorías que expliquen fenómenos tales como empresarialidad o instituciones, llegándose a la siguiente conclusión:

En general, en los textos utilizados predomina el análisis de la economía "neoclásica" basada en conceptos de equilibrio, que no toman en cuenta la función del emprendedor o el papel que juegan los marcos institucionales. Racionalidad limitada aparece en dos libros, pero sólo uno de ellos utiliza el concepto en su significado original, y la palabra innovación aparece en cuatro, pero considerada simplemente como innovaciones técnicas originada en la investigación y desarrollo, no en el sentido de innovación organizacional (una de las principales tareas de los directivos de empresas) o institucional.

 

Es útil detenerse, un poco más, en la consideración que el fenómeno empresario ha tenido para la ciencia económica.

Esta ciencia ha estado influida en el último siglo, en gran medida por el uso de las herramientas matemáticas[3]. Ha habido una escuela que desde 1874 jugó un papel predominante en el estudio de la disciplina. Esa escuela fue la desarrollada por León Walras, también llamada Escuela del Equilibrio General. En su momento, su influencia directa fue escasa aunque con el paso del tiempo fue el camino que orientó a otras corrientes del pensamiento económico, corrientes que se denominan “neoclásicas”.

Walras ha sido reconocido como el “Newton de la ciencia económica”. Su lenguaje austero y preciso fue una herramienta útil para la enseñanza en los centros de estudio. Pero, su limitante fundamental es su teoría del equilibrio. Este concepto está presente en todos sus escritos y si bien posibilitó el uso del herramental matemático, limitó, la comprensión de la economía como un proceso encausado por el descubrimiento y la creatividad empresarial. Indirectamente, la concepción de equilibrio influyó en otros economistas.

Vemos así, cómo un cierta incomprensión que se tiene comúnmente del papel del empresario nace de concepciones teóricas que tiene toda una escuela detrás, la que -en gran medida- lo dejó de lado en sus estudios, para concentrarse en los mercados. Y ésta concepción, de influencia reconocida, integra el conjunto de obstáculos que indudablemente enfrenta el empresariado y especialmente el pequeño y mediano empresario, pues es como si la propia ciencia que lo estudia no lo alcanzara a comprender en toda su complejidad.

A pesar del avance que representó con respecto a la teoría clásica, la teoría neoclásica dejó de lado el concepto empresarial y tiene poco para decir acerca del crecimiento. Sus preocupaciones son principalmente estáticas, y Shumpeter ha dejado suficientemente claro que la eficiencia estática es un criterio pobre para medir el bienestar.

Precisamente Schumpeter desarrolló otras líneas de investigaciones económicas, las que, junto con las planteadas por otros célebres economistas, refutan la concepción neoclásica, y vinculan el concepto empresario, con los de beneficios e innovación. La tarea de estudiar el fenómeno empresarial la inició Schumpeter[4], en Estados Unidos, hacia los años veinte del siglo pasado en la Universidad de Harvard. Allí fue promotor del Research Center in Entrepreneurial History, centro que tuvo por meta estudiar la práctica empresarial. Le interesaban los empresarios como agentes innovadores y creadores de una dinámica propia. Así, elaboró un modelo que contenía, entre otras características, la de ser intuitivo, voluntarista, la de conducir los medios de producción a nuevos caminos, ser utilitarista, con voluntad de conquistar, y disponer de un gozo creador al hacer las cosas.

Este arquetipo "individualista" fue revisado tiempo después por el propio Schumpeter, y actualizado a través de la relación de las empresas con el ambiente. En efecto, un empresario no opera aisladamente sino que su presencia está inserta en un sistema de valoraciones y sanciones sociales y éste se halla a su vez fuertemente determinado por lo que al inicio del capítulo denominamos  actitud de la sociedad hacia las empresas y los emprendedores.

La acción empresarial más constructiva, es entonces dinámica, innovativa, dialéctica. ¿Valdrá también esta definición para el caso argentino?.

En una reciente disertación un joven empresario argentino, el ingeniero Gustavo Grobocopatel[5], se declaró “un firme schumpeteriano”, aseguró que el país necesita verdaderos emprendedores y señalo que la falta de ello puede ser un obstáculo para su desarrollo.   

Como vimos, para Schumperter el elemento estratégico de la actividad empresarial es, la «innovación», es decir, la aplicación de las nuevas ideas en cuanto a técnica y organización, para dar lugar a transformaciones de la función de producción. Esta función no consiste esencialmente en inventar algo o en crear las condiciones en las cuales la empresa puede explotar. Lo innovador, consiste básicamente en “ver” una oportunidad de negocios no explotada anteriormente.

El espíritu emprendedor y la  innovación han demostrado ser cruciales para la ventaja nacional [6]. Esas son las condiciones que Grobocopatel identifica con el modelo schumpeteriano: la del empresario innovador, motor de la economía, que, al actuar fuera del campo de la práctica existente, lleva a cabo una innovación, “esencia del desarrollo económico”.


 

[1] Peirano Miguel, Poli Federico.- Op. Cit. 

[2] Johansson Dan.- Ratio Institute.-Estocolmo

[3] Política y Economía 01/10/2002 (Bolsa de Comercio de Rosario)

 

[4] Schumpeter Joseph A. (1883-1950) Austriaco, discípulo de la escuela de Viena, fue profesor de Harvard desde1932 y es considerado uno de los economistas más influyentes del siglo XX.    

[5] CEO de “Los Grobo” (agroindustria), y titular de Bioceres (biotecnología)

[6] “Porter, Michael. Nota al capítulo 1 de “la ventaja competitiva de las Naciones”. Op. Cit.


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