La Reiteración como “carga genética”
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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La Reiteración como “carga genética”

Esta actitud la encontramos reiterada en el transcurrir español – su muchas veces reiterada e idéntica historia. Cuando finalmente fue tomada en cuenta esa “carga genética”, al superarla lograron establecer un régimen político que finalmente estuvo en condiciones de ser aceptado por el concierto de las llamadas democracias maduras[i]. Había aprendido España de su casi permanente decadencia durante por lo menos, más de tres siglos, a estar a su propios grandes pensadores.

La consolidación de la democracia que viven los españoles, no tiene por cierto una garantía invencible, más allá de los meros deseos que compartimos con énfasis.

Aquella circunstancia, ese cambio de actores y de escenarios políticos es tal vez la diferencia más notoria de la transición política que se realizó en nuestro país con la llevada a cabo en España, de las cuales me he ocupado con anterioridad.

Nuestras elites han venido a sustituir, sin embargo, el protagonismo ciudadano en materias que deberían estar reservadas naturalmente a éste, y sólo a éste, canalizándose su decisión a través de los intermediarios naturales de la sociedad: los partidos políticos. Es un cartel de elites el que gobierna el país, cuya actuación como conjunto es negativa. Y es un cartel de facto, que actúa fuera de la institucionalidad. No digo contra ella, aunque así puede acontecer.

Los partidos han dejado de funcionar como tales o como supo conocer el país. Ni siquiera se ha retrocedido a un exclusivo ámbito parlamentario de actuación de una representación individual sino a una sui generis instancia de agregación de intereses, representada por un pequeño círculo de personas cuyo funcionamiento es informal. De ahí también la utilización del recurso del referéndum en sus nuevas aplicaciones.

Se optó en el Mercosur por observar los hechos a través de un juego de espejos formado por los indicadores económicos que distorsionaban la realidad, ocultando el crecimiento de la marginalidad económica y social de decenas de miles de familia uruguayas, aún cuando, por momentos, se redujera el índice de pobreza crítica (gracias a la sobrevaloración del dólar), para incrementarse éste casi enseguida. Y de los consensos básicos alcanzados por la totalidad de los miembros de nuestra cúpula política.

Si de la crisis de 1983 emergió el involuntario conjunto de “hurgadores” de la basura, la gente que empezó a dormir en la calle y la comprensible informalidad de vendedores callejeros, de la actual vemos el crecimiento de los denominados asentamientos irregulares, la consolidación de la migración interna – iniciada también en aquél entonces - hacia la Ciudad de la Costa que la convirtió en el lugar del país con mayor de crecimiento en número de habitantes y el asentado cementerio empresarial ubicado en el Banco de la República esquina Banca gestionada. Y, por sobre todo, un empuje emigratorio que tiene como precedente lo acontecido a mediados del siglo XIX, como hemos visto.

Por otra parte, en la marginación política se puede decir que estamos todos.

No ha llegado aún el momento que se acepte pacíficamente que el índice o carácter de la democracia no esté totalmente absorbido por la realización de la elección de autoridades. Esta limitación, sin embargo, ahorra el pensar y facilita el aparentar que estamos usufructuando un bien precioso por suficiente. Pero no es otra cosa que la vivificación de la versión débil de democracia. La sólida incluye la posibilidad de ejercer plenamente el derecho de información, el funcionamiento de los partidos políticos, la financiación de éstos que habilite o facilite la reducción de la influencia que en las sombras llevan a cabo los grupos de interés, los cuales, como ocurre siempre y en todo el mundo, sostienen, tal vez convencidos, que el suyo es el interés general. Esto por no referir a cierto umbral de desarrollo económico o de niveles de vida.

No es la ciudadanía electoral ejercida cada cinco años la que refiere hoy día a una democracia contemporánea y es, sin embargo, la que describe a la nuestra con mayor rigor.

Reconocemos, sin embargo, que en el caso de nuestros vecinos la cuestión es aún peor. La organización y las propuestas de muchas de sus colectividades políticas – difíciles de distinguir entre sí - se acercan a la anécdota que protagonizó aquél capataz de una estancia cordobesa.

El administrador de la misma le había regalado finalmente la agenda electrónica que el hombre insistentemente le había solicitado. En determinada oportunidad le resultó necesario a aquél ubicar el número de teléfono de un mecánico del lugar. Le pregunta entonces a su capataz si había introducido la agenda las direcciones y números telefónicos, que antes anotaba en hojas sueltas, que nunca podía encontrar cuando las necesitaba.  

- Claro que sí, le dice su asistente, levantando orgulloso la cabeza. Pero, acota con indisimulada vanidad: el hijo me ayudó. Si no hubiera sido por él ..., agregó. 

El administrador empieza a buscar en la agenda por el apellido del mecánico cuyos servicios requeriría y no encuentra a nadie bajo dicho patronímico. La examina por el nombre de pila del profesional y tampoco logra ubicar a persona alguna. Intenta, ya con cierta ansiedad, por la actividad del profesional, con idéntico resultado. Interroga entonces, ligeramente sorprendido, a su ayudante: 

- Dígame, ¿cómo archivó usted o su hijo el número del mecánico? 

Y el capataz, con ojos chispeantes de inocultable suficiencia, le señala: 

- Pero no quiere usted saber su número de teléfono? Por cuál letra voy a guardarlo? Y sin esperar respuesta le aclara con suficiencia: por la “t”, de “teléfono”. 

La anécdota viene a cuento, además, porque con especialidad metodológica análoga parece haberse abordado la cuestión de las nomenclaturas y las solicitudes de salvaguardia para inexistentes productos uruguayos. Pero éste es otro tema.

[i] Jorge Otero. La Iberoamérica que persiste. La Semana de El Día. 1980. Jorge Otero. El consuelo del pesimismo. 2001.

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