crisis en Uruguay
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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¿Sólo Una Crisis?

Uruguay atraviesa desde hace poco menos de cinco años una situación que se ha denominado de crisis, que a su vez se vio precedido por otra crisis de duración análoga, la que tuvo una prólogo similar. Y no fue en ésta última que aparecieron los carros de hurgadores tirados por caballos y por la necesidad. Fue en la anterior, como lo recordaremos más abajo.

Y esta crisis tartamuda de décadas, con burbujas de aparente mejoría, afecta casi todos los órdenes de su vida colectiva, menos al concepto de solidaridad de la gente común. Lo que resulta indicativo de una disociación de pareceres entre el público y las cúpulas.

Lo prolongado del fenómeno hace por lo menos sospechar que se trata de cosa diferente lo que estamos padeciendo como colectividad organizada.

Del mismo modo, es necesario recordar que nuestro ingreso al MERCOSUR se justificó afirmando que era un modo cierto para que el Uruguay superara la crisis que vivía entonces, la cual había motivado un “ajuste” fiscal que, al poco tiempo, resultó insuficiente.

De atenernos al significado del concepto “crisis” – que no refiere a una intensidad determinada de un fenómeno dado pero sí a una duración no prolongada del mismo, es decir, sin vocación de permanencia – lo que vivimos (sufrimos sería un verbo más adecuado) es ya un estado de liquidez de infortunio que afecta en el día a día, cada vez más, un mayor número de personas y de sectores. Pero no como consecuencia exclusiva de las políticas implementadas internamente, cuya aplicación supone precisamente una concentración de la renta en diversos grupos y el concomitante pasaje a una mayor pobreza de otros, todo en aras de un “divino” derrame de beneficios en provecho de todos, que alguien haría algún día, sin explicarse nunca quién sería, cómo lo haría y cuándo ocurriría.

No perciben que cuanto más riqueza alientan a producir bajo esas orientaciones, mayor es la pobreza que generan. Y esto se sabe desde tiempos inmemoriales. Fue la razón de la afiliación a las observaciones de Stuart Mill y Henry George, cuando el Batllismo.

El justificativo de lo hecho lo encuentran o creen encontrarlo en lo realizado por Inglaterra. Eso han dicho, sin percibir que el desarrollo industrial británico se debió a su proteccionismo textil contra la producción de la India y sostenido por las guerras contra sus competidores.

Viven, sin aparentemente darse cuenta del enfrentamiento entre la frágil por incierta verdad de su teoría y la rudeza de los hechos. Actitud análoga a la de quienes, en el campo del marxismo, se les oponen desde los cascotes de su propia construcción teórica y la incapacidad de resolver qué cosa hacer con ellos. Se encuentran estos extremos aguardando vaya a saber uno qué cosa, entre la falsedad y el ridículo.

Parecen una variante de lo protagonizado por aquél gitano – el de la anécdota recordada por Ortega - al manifestar a un sacerdote su interés por ingresar a la iglesia Católica, a quien encendió así el entusiasmo. Interrogado el gitano por el satisfecho clérigo si ya conocía los Diez Mandamientos, le responde aquél, con gesto grave, acorde al problema y a su solicitud: “la verdad es que todavía no. Estoy esperando... es que oí un runrún que los iban a cambiar”.

Pariente debería ser éste gitano de aquél otro - no menos conocida su vivencia que la anterior, ni de disminuida funcionalidad a los efectos de lo expresado de las dos puntas de nuestro espectro político – que, convocado por un musulmán a convertirse a la religión de Mahoma, le responde muy seguro y casi indignado a su interlocutor: “No creo ya en la mía, que es la verdadera, voy a creer en la suya”.

Diálogo, por otra parte, que parecería darse frecuentemente, en los últimos tiempos, entre los extraños y diversos apoyos del presidente Lula. 

La inadecuación del término crisis llega a extremos que podrían permitir afirmar – si se observan los hechos a una distancia que lime aristas - que Uruguay nunca salió de la también llamada crisis de 1983, originada en la ruptura de la fijación oficial del tipo de cambio (conocida como “la tablita”) ocurrida en noviembre de 1982 y cuyas consecuencias más duras - como la cuestión de las carteras de deudores de la banca extranjera que pasó a ser administrada por el Estado, su nuevo y dócil propietario, y la deuda externa generada en el período - estuvieron presentes hasta entrada la década de los 90. Poco antes del comienzo de la aparición del perfil del nuevo declive que nos ocupa.

Desde el comienzo del período democrático (15 de febrero 1985 para lo que hizo a la integración de autoridades de los municipios y de la Asamblea General), si bien se vieron reactivados algunos grupos económicos, las políticas implementadas no permitieron que el publicitado crecimiento del país se “derramara” en beneficios fuera de los emprendimientos sostenidos fundamentalmente por la especulación, la usura y las corrientes de aire comercial de esta economía abruptamente reabierta, salvo el caso de la industria de la construcción sostenida, en lo sustancial, por el aporte del sector público y ayudada por el dinero negro argentino. De ahí que se señalara, en su momento, lo incorrecto de hablar de una sensación térmica diferente a la realidad, ya que ésta justificaba las críticas a lo que ocurría.

Debe tenerse en cuenta que la acumulación en la sociedad – durante la dictadura - de demandas insatisfechas no se agotaban en el rechazo y la superación del régimen autoritario. Por el contrario, la desaparición de éste último pareció acercar fórmulas que atendieran el universo de las mismas por parte de la democracia que sobrevino, la que recibió un Estado también económicamente exhausto por la experiencia dictatorial[i].

Ese año de 1985 conoció de importantes movilizaciones sociales sólo repetidas en el 2002. En aquellos iniciales años, mientras la cúpula política discutía las características de un eventual acuerdo nacional y se popularizaba como novedoso el viejo italianismo de la gobernabilidad, se realizaban intensas protestas sindicales que no hablaban de nada de eso. El tema formaba parte de inquietudes de la opinión publicada, no de la opinión pública, como se distingue habitualmente

La situación que atravesaba el país en lo económico y social y las acuciantes necesidades arrastradas no permitieron o impidieron percibir con mayor calma las consecuencias de una profundización de las relaciones comerciales alcanzadas antes con Argentina a través del CAUCE y del PEC con Brasil . Nuestra relación comercial con Argentina había resultado siempre deficitaria, aunque en montos de escasa cuantía, dado el reducido intercambio comercial. Acrecentado éste se iba a incrementar el déficit. Y así sucedió.

[i] Jorge Otero. La transición política hacia la democracia, en El Uruguay y la democracia. Banda Oriental. 1985.

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