Integración monárquica
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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Integración monárquica

En América, una aligerada versión integradora – por llamarla de un modo dulce – es la que programan los actores de la Revolución de Mayo. Entre ellos, como se sabe, no hubo ningún republicano – ni siquiera Mariano Moreno se manifestó de esa manera. Todos, absolutamente todos, eran monárquicos y miraban a Carlota Joaquina (1775-1830) con cierto irreprimible deseo de ser poseídos por ella, es decir, que los adoptara como súbditos. Cualquier otra posibilidad debe ser descartada por la ausencia de atractivos femeninos. En cuanto a eso de dormir pasiones competía favorablemente con su madre María Luisa, tal vez debido a su mala fortuna: nunca tuvo cerca a ningún Manuel Godoy (1767-1851).

Mujer de João VI (1767-1826) de Portugal, Brasil y Algarve y hermana de Fernando VII de España, Carlota Joaquina tenía como únicos rasgos nobles, la autenticidad de su fealdad, la sinceridad de su vana capacidad de intriga y lo natural de su absolutismo.

Una variante integracionista sui generis, se coincidirá, la que se planteaba entonces. Y se prefirió desde Buenos Aires tener como vecina una provincia bajo el dominio lusitano de João VI.

Era éste monarca, como se sabe un hombre dedicado a dejar sin explicación el apelativo por el cual lo calificaban: El Clemente.

Se cuenta que en cierta ocasión confinó a perpetuidad en un convento a una amante suya que sospechó le era infiel. La criolla víctima de reales celos pasó años en esa resignada situación. En una oportunidad, su cura confesor debía viajar a Lisboa. La recluida mujer se ofrece a escribirle al hijo que había tenido con João VI con el fin de recomendarlo. Su ilegítimo y único vástago era por entonces el obispo de Coimbra.

Le escribe, en consecuencia, a aquél hijo que no veía desde que éste era muy niño, requiriéndole que cumpla con la solicitud de su confesor, un sacerdote por quien ella tenía particular aprecio.

El jerarca eclesiástico recibe al recomendado cura y luego de atender sus sencillos planteamientos le pide que le entregue a su madre una esquela.

En ella, el obispo le informa a la autora de sus días que cumplió con su pedido, pero le indica que, en el futuro, se abstenga de comunicarse con él y de darle el tratamiento de hijo suyo “porque los hijos de Rey no tienen madre”.

A vuelta de correo, su progenitora le replica agradeciéndole las atenciones recibidas por su confesor, observándole que “aprovecha la oportunidad para recordarle que los hijos de puta no tienen padre”.

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