Un Asesino llamado El Perfecto
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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Un Asesino llamado El Perfecto 

 

El Tratado de Tordesillas tenía una generalidad que facilitó su duración. Fue una suerte de introducción a los “Acuerdos Marcos” actuales que tantas esperanzas despertaron (es decir, prólogos de frustraciones) a partir de la década del 70, en lo que hace a la integración latinoamericana.

Más de 250 años estuvo vigente, sin conocerse en Castilla realmente, en su doble acepción, los límites de sus dominios. Lisboa, no obstante, siempre lo tuvo claro: avanzaba sobre tierras que no eran formalmente de ella. Lo cual fortificaba su identidad nacional, conformada en contraposición a lo castellano. En este sentido, por ejemplo, su política con respecto a los judíos tuvo marcada diferencia con la instrumentada desde y hasta lo patológico por los reyes españoles. Y lo hicieron, en principio, para tranquilizar a estos, más que por otra cosa.

Es de precisar, sin embargo, que en algunos momentos – por presiones hispánicas y por vocación represora de algún coronado portugués – el antisemitismo se implementó fuertemente también desde Lisboa.

Previamente, empero, Juan II, al que llamaron “El Perfecto”,  consolidó su poder llegando a asesinar a los nobles que consideraba desafectos por lo caudaloso de sus bienes. El duque de Bragança y su hijo figuraban entre ellos. Es decir, sus parientes bastardos y ricos.

Lo sucedió Manuel I quien se casó con dos hijas de los Reyes Católicos, Isabel y María. En forma sucesiva, se comprende. Le decían “El Afortunado”. No creemos que haya sido apodado de esa manera debido a su insistencia conyugal.

Su hijo, Juan III, asumió el trono a su fallecimiento y se casó con una nieta de los mismos monarcas españoles. Originalmente estaba dispuesto su matrimonio con Leonor, pero la desposó su padre – que parecía un obsesionado en esto de casarse con descendientes de los Reyes Católicos -  después de la muerte de María, su madre (la de Juan III) y tía de Leonor. Lo hizo Juan III con una hermana de esta última, Catarina, hermana también de quien sería Carlos I de España y V del Sacro Imperio, quien tenía como mujer a  su prima hermana, Isabel de Portugal – nada equilibrada mentalmente como casi los integrantes de las casas monárquicas, por lo menos, las  ibéricas -, hija de éste dichoso Manuel que acabamos de referir y de la hija de los Reyes Católicos, María. Como se sabe, este Carlos era hijo de otra hija de Fernando e Isabel, Juana (que por extraño que parezca se salva de Manuel), a la que le decían “La Loca” – y le da otro golpe de estado su hijo. Se ve que era éste un corriente proceder del trato familiar y por el que hoy terminaría el victimario en una comisaría dedicada a atender violencias domésticas. En aquellos tiempos no había dependencias policiales de esa naturaleza. Debido a ello o por motivos psiquiátricos – que no eran pocos en la familia - lo cierto es que Carlos I de España y V del Sacro Imperio termina encerrándose él mismo en el convento de Yuste.

La confusión no termina con lo expresado. Las circunstancias facilitaron el casamiento del dicho Carlos  con la hermana del muy lusitano Juan III, como ya dijimos: Isabel de Portugal.

Como se ve, eran intensas las relaciones entre las coronas ibéricas. Lo cual alimentaría el continuo malestar que el pueblo y los nobles portugueses sentían por sus vecinos. Aunque su ambición, la de Manuel I “El Afortunado” originalmente era la de juntar las coronas de Castilla y Aragón bajo la égida de Portugal.

Objetivo que Manuel no alcanzó. Si logró el inicio de la colonización de Brasil, implementó los primeros acuerdos comerciales con China y Persia, aprobó el primer código y durante su reinado se estableció incluso un estilo arquitectónico conocido como “manuelino”. Pero fue quien expulsó dos veces a los judíos de su reino: en 1496 y 1498. Dicho así no solo agrede el hecho, sino también la reiteración. En realidad, su política era guardar ciertas apariencias ante sus suegros, los Reyes Católicos  – la cercanía política buscada (como sucede siempre) tenía sus enormes cargas -, con los cuales estaba unido por sus diversos matrimonios y esperanzas políticas.

Lo cierto es que en la primera fecha, 1496, intima a la conversión al cristianismo (esto es, por entonces, al catolicismo romano) a aquellos judíos que quisieran permanecer en el país. De no hacerlo, debían abandonar Portugal en un plazo de diez meses. Pero en 1497 prohibe que se investigue la sinceridad con que actuaron quienes se sometieron a la impuesta conversión y su propio cumplimiento, así como que se incomodara a los judíos españoles, reducidos a un régimen de esclavitud por su primo Juan “El Perfecto”.

Al año siguiente, Manuel repite la expulsión, pero con efectos evidentemente menores a los instrumentados en la vecina Castilla y en Aragón que es donde se inicia. Lo cierto es que, con el tiempo, desde Portugal es de donde viajarán a América los judíos ibéricos.

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