URUGUAY
UN DESTINO INCIERTO
Jorge Otero Menéndez
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Rebote de Ejemplos y Pavor Europeo
Otro hecho que equipara el 1890 argentino con la circunstancia que ese país vivió luego, a fines de los setenta del siglo XX, fueron los gastos en compra de armas por un eventual conflicto con Chile.
En varias oportunidades Argentina vació su Erario en precaución de una guerra con su vecino andino, sin llegar nunca, afortunadamente, a situaciones irreversibles. ¡Sin embargo, miembros de nuestra elite señalaron en su momento que el Tratado suscrito en 1988 entre Argentina y Brasil era comparable al acuerdo de Francia y Alemania – que luego de varias guerras se unían para una paz constructiva...... En realidad, el enfrentamiento real entre Argentina y Brasil se dio cuando aquella era las Provincias Unidas y Brasil, una monarquía. A partir de ello se vivieron situaciones de alguna tensión – que nunca pasaron de movimientos de superficie - , y jamás se dio una divergencia del tipo de la señalada en la comparación referida.
Cuando se aprobó el Tratado de Asunción (1991) pareciera que se ignoraba hasta lo más elemental de lo acontecido en la región.
Ahora bien, ¿Porqué se le ha ocurrido a todo nuestro espectro político atar nuestro destino a países que mostraban no sólo no aprender de su pasado sino repetir casi exactamente el mismo padrón de conducta que los había llevado antes al fracaso[i]? ¿Porqué ésta persecución en pos de la excelencia del error? Es realmente inexplicable.
Más aun: elaboramos aspectos sustanciales de la política externa – la conocida como de Estado – para sumirnos en ese destino.
Establecimos al mismo tiempo dependencias invencibles, fundamentalmente en el sector de servicios turísticos y los financieros – pese a la importante previsión que supuso la concreción de la Banca Off Shore, en octubre de 1989: no sólo quedamos sujetos a una especie de monopolio de la demanda, como era previsible – desde que no había promoción de ofertas distintas -, sino que además se les dieron licencias para actuación bancaria a gente provenientes de sus propias “mesas de dinero”, los que se convirtieron en inmediatos financiadores de necesidades de capital de ocupantes del poder. Una copia de aquél 1890 nacional.
A todo ello es imputable no sólo la distorsión que se provocó en nuestra economía, sino también el enceguecimiento de nuestras élites por el efímero fulgor generado.
Fue un salto importante hacia el desvío del camino que los tiempos dictan para un desarrollo armónico y moderno. Un atajo hacia el desastre.
Si esta circunstancia no hubiera conocido de tan fuertes antecedentes podría, no sin esfuerzo y con simpatía, aceptar una forzada explicación de lo cometido. Pero, siendo esa vida la corriente en el “barrio” es difícil una actitud indulgente para la política que se instrumentó. Máxime si se tienen en cuenta las características exclusivas de nuestro régimen político, como venimos sosteniendo.
Con las limitaciones consignadas, se puede decir que en 1868 y 1890, nuestros gobiernos eran democráticos - por lo menos legítimos en términos formales - y su funcionamiento institucional se ajustaba a las normas constitucionales vigentes.
Asimismo, el panorama político de nuestros socios y vecinos era de franca desarmonía con el orden político más elemental. Caracterizándose, fundamentalmente la Argentina, en ésta de 1890, por la inestabilidad institucional, las crisis políticas y graves acusaciones por agravios de los ocupantes del poder a la que debía ser una elemental moralidad gubernativa. El Brasil, mientras tanto, vivía sus primeras experiencias republicanas. Esto es, de golpe frustrado en golpe frustrado, con intervalos de dictaduras militares. Es Campos Sales (1841-1913) el primer civil que accede a la Presidencia de la República (1898-1902) a fines del siglo diecinueve, habiendo sido ya gobernador de San Pablo (1896-1898) y diputado y senador por dicho Estado. Su primera tarea fue enfrentar una profunda crisis económica y la recuperación del perdido crédito externo.
Como se ve, casi todo muy parecido a lo vivido recientemente. Y antes. Para el caso, a la observación de Jorge Luis Borges, que a la historia le gustan las repeticiones, debería precisársele que parece ésta regodearse con la casi textual repetición de los hechos, disfrutando, tal vez, con el cambio de protagonistas. Pero no se trata de un ejemplo de la observación de Gianbattista Vico, de esa historia en espiral que no se reduce a un literal “corsi e recorsi”. Las monótonas y dolorosas reiteraciones carecen de cualquier encanto distinto al de un carrusel político.
[i] Sería injusto e inexacto afirmar que ningún otro país en la historia ha sufrido ese suerte de síndroome. Por ejemplo, casi todo lo trágico de la historia de España no fue sino la repetición meticulosa de lo ya sufrido.
