Por un Banco del Estado
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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Por un Banco del Estado

El 29 de agosto de 1891 el Poder Ejecutivo envía un Mensaje a la Asamblea General en el que se incluye el anuncio de la presentación al Legislativo de un proyecto destinado a la concreción de una entidad financiera que satisfaría la prédica de considerar al Estado como un ente a arrinconar y reducirlo a su mínima expresión. Más o menos lo que se sostiene ahora. Ni en aquél entonces, ni en la actualidad, contando a su favor con la disculpa de no haber visto el fracaso estrepitoso de sus ideas.

En ese sentido, la crisis de 1868 permitía extraer lecciones que debían resultar ineludibles de tener en cuenta en el diseño del sistema financiero. Batlle y Ordónez fue quien la trajo a colación como experiencia a ser atendida.

De los desilusionados de aquél entonces – entre ellos muchos de quienes formaron en los cuadros del “principismo” y, luego, del partido Constitucional – se nutrirá posteriormente el Batllismo.

Con motivo de la anunciada iniciativa, El Día señala su posición crítica al respecto en un editorial publicado el primer día hábil siguiente, el lunes 31 de agosto de 1891, con el título Sobre Bancos Nacionales, en el cual le contesta asimismo al constitucionalista diario El Siglo.

La autoría del mismo es de Don Pepe. Vemos el desarrollo de una argumentación – haciéndose acompañar por planteamientos surgidos del sentido común, hecho que era habitual en él cuando la divulgación de sus posiciones: La exposición y defensa de una idea clara del papel que le correspondía al Estado, de activo apoyo al sector privado y en beneficio de todos[i] y de la despersonalización de las instituciones[ii].

Un editorial, el que referimos, no desprovisto de una dudosa pero rápida ironía si tomamos en cuenta lo que algunos diplomáticos acreditados ante nuestro gobierno pensaban de Herrera. Fundamentalmente el aparentemente funámbulo jefe de la Misión francesa en Montevideo.

Batlle y Ordónez, que no compartía las generalizaciones de las cuales el representante galo Alfred Bourcier hizo una especialización, no ignoraba los pasos del presidente. Pero, además, advierte sobre la conducta de los gobiernos.

Dice en El Día y en el artículo citado en el editorial reproducido íntegramente en la nota final correspondiente: Un Banco Nacional o de Estado fundado con capitales de la Nación sería una institución buena, capaz de alentar nuestro movimiento progresista y de iniciar una era de grandes y verdaderos adelantos, ahora que parece vamos a tener una serie de gobiernos deseosos de hacer el bien del país. ¿Se ha de renunciar a él para evitar que un gobierno malo lo haga objeto de dilapidaciones y de tiranía? Tanta pusilanimidad adoptada como sistema de conducta no podría dar más que un solo resultado: - el de que en nuestro país las grandes y fecundas instituciones solo se llevasen a la práctica por iniciativa y en provecho de los gobiernos arbitrarios y despóticos, poco temerosos de los hombres y de sus preocupaciones.

Al día siguiente Batlle y Ordóñez insiste sobre el recorrido a realizar y toma en cuenta los antecedentes que el país había vivido en la materia.

Mira nuestra historia y en derredor – no carecía de visión periférica como a muchos sucede hoy día y, por ende, no se detenía en el barrio -, señalando luego el camino que indicaba la experiencia, y una idea clara del interés nacional.

Es decir, siguió el camino exactamente opuesto al que se viene utilizando en la Uruguay desde hace décadas.

Combate de manera firme lo que ya había probado su fracaso pero persistían en reeditar los políticos cupulares. Critica a quienes desechaban la realidad y sus posibilidades porque así se los indicaba el dogma.

[i] Ya en éste artículo aparece, incluso, su idea de renovación parcial y anual de autoridades; para el caso, del directorio de ese banco nacional, del Estado, por el que él propugnaba.

La iniciativa luego cristalizará, extendida, en las elecciones continuas que preveía la Constitución de 1917 – que tantas críticas levantó y levanta entre los sectores conservadores del país, que han oscilado entre la eliminación del acto electoral o la búsqueda de la indiferencia política ciudadana ante los problemas públicos.

Responde Batlle y Ordónez a sus adversarios mostrando, sin adjetivos, el absurdo de sus posiciones. Señala el camino y presenta los antecedentes. Circunstancia ésta desconocida en el presente por nuestra cupular dirigencia. Más democrática actualmente que la de entonces..... Por aquellos años sus miembros eran además amigos y hoy, no necesariamente.

Señala, por ejemplo, en defensa de su propuesta: Un banco nacional, un verdadero banco nacional, un banco de Estado, cuya acción se ejerciera en bien exclusivo de la Nación y cuyos beneficios a ella pertenecieran, y no a un limitado número de accionistas, podría ser objeto de concesiones y privilegios que habría injusticia en dar a un Banco mitad nacional y mitad particular, más particular que nacional, en donde primará el interés privado. Y esos privilegios y concesiones harían de él una poderosa fuerza económica, un motor constantemente activo del progreso y un regulador del movimiento industrial y comercial de la República.

¿Por qué esa inquina contra la injerencia del Estado en una institución suya de crédito? El Estado ¿no es el país, la nación misma considerada desde el punto de vista de su acción en conjunto? ¿Y cada uno de los habitantes de la República no constituyen parte integrante del Estado, vivamente interesados en el progreso del país?...¿Por qué, pues, no habrán de tener una influencia decisiva y única en una institución creada con sus propios recursos para ese fin?

Convenimos en que se mire como absolutamente inconveniente la injerencia y la influencia decisiva de un gobierno determinado en una institución de fines generales y permanentes como lo es un banco nacional. Las pasiones y los intereses políticos del momento desnaturalizarían esos fines con frecuencia, apartando al banco de su obra de progreso, para empeñarla en luchas de bandos, que no podrían dar mas resultado definitivo que el de su ruina...Pero , si tal es el mal, evítese, aléjese por medio de leyes apropiadas, y no se renuncie a la institución para la cual es una amenaza.

No hay institución humana, por buena que sea, que no pueda ser desnaturalizada, en beneficio de intereses personales y egoístas. La libertad puede llevar a la anarquía, el orden al despotismo, etc. ¿Y se habría de renunciar por eso a la institución de las libertades individuales y políticas y de los gobiernos que las hacen efectivas?...  

[ii] A mi modo de ver, la posición de reorganización institucional que Batlle y Ordóñez cristaliza en los “Apuntes de 1913” es la culminación de una larga prédica en favor de la participación ciudadana en los temas públicos, articulándose en partidos políticos, buscando la despersonalización del poder para apoyar las instituciones en la gente. Esto es, en la opinión agregada de la gente, merced a las instancias organizadas de “intermediación y mediación”, los partidos políticos.

De ahí la explicación de un hecho que siempre le llamó la atención al profesor Milton I. Vanger. Por lo menos en las conversaciones que hemos mantenido: ¿Cómo Batlle y Ordóñez, siendo un político de la talla que todos conocemos, pudo dejarse traicionar por tal número de senadores cuando presenta sus ideas institucionales?

La respuesta, a mi modo de ver, es que para Don Pepe no había novedad en lo que estaba diciendo. Y nunca aquellos “amigos” habían manifestado serias discrepancias al respecto. Es cierto que ni siquiera a Arena le había hablado del hecho concreto del Colegiado, tal como lo concebía. Pero él ofrece incluso la reducción del número de sus integrantes, la posibilidad de acortar los mandatos de los consejeros, la no reelección de los mismos, su propia no presentación para ocupar cargos gubernamentales, su sustitución por una Comisión, en fin. Pero todo eso demostraba su voluntad de tranquilizar preocupaciones o sospechas que podrían estar detrás de las posiciones de quienes se oponían a su iniciativa. De hecho fue acusado incluso de querer perpetuarse en el poder, siendo que lo único que no aceptaba era la continuidad de la personalización del poder. La existencia de un “mandamás”. )Desgraciadamente, e veces parece infinita la imaginación cuando se trata de difamar).amar).

Existe, sin embargo, una diferencia importante: el hecho de alcanzar el máximo de lo que se sostiene; es decir, la casi plena despersonalización del poder. Se podría pensar que quienes acompañaban su repugnancia por el presidencialismo no creyeran que llegara a esos extremos de su plena eliminación

De cualquier manera, se reconocerá, es difícil pensar que ese grupo de senadores consagraron parte sustancial de su vida sólo a la espera del momento de concretar su traición.

Bueno es recordar, además, que Batlle no era hombre de tener amigos políticos. En ésta área no reconocía la validez de ese concepto. Eran correligionarios, compañeros de ruta con los cuales compartía ideas, proyectos, aspiraciones. Todo lo que se quiera menos el afecto personal. La entrega personal que supone una amistad. Ese sentimiento lo reservó siempre para su familia y aquellas personas con las que no compartía interés político alguno.

Una excepción a lo dicho puede ser el caso de Domingo Arena. Pero no creemos que si Arena hubiera defeccionado de algunos de los proyectos que compartían, le hubiera hecho perder siquiera el sueño. Por lo menos en los años de lucha, que lo fueron casi todos. Pero plantearse esa posibilidad es trabajar con una hipótesis de fantasía desde que Arena tenía tal devoción por el viejo Batlle, tal era su grado de admiración y lo que le constaba los cambios reales introducidos en el país en el sentido que compartían que manejarla hiere la personalidad de ese gran ítalo uruguayo.

Se debe tener presente, además, el intensamente doloroso drama personal que sufría Batlle por entonces, debido a la agónica vida de su segunda hija: Ana Amalia., quien fallece poco después, el 24 de enero de 1913.

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