La Argentina, una Referencia 
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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La Argentina, una Referencia 

La Argentina oficial era en aquellos tiempos, como lo fue antes e insistiría después, el indiscutible ejemplo de lo que no debe hacerse desde el gobierno en lo que refiere a la adopción de políticas públicas. Por lo pronto, el tomar al Estado – incipiente podríamos decir - como algo a jibarizar. Lo juzgaban culpable de todos los inconvenientes, el principal obstáculo para el crecimiento económico y el generador de las injusticias sociales. Pero claro, esa ineludible reducción de actividades la veían también que debía resultar, por lo pronto, en beneficio propio[i].

Es increíble que quisiéramos, deliberadamente, ser parte de esa apasionada atracción por el fondo de un abismo; de la irresponsabilidad gubernamental. De ese estar, en los mejores momentos, compartiendo un indeseable lugar en el ojo de la tormenta, supuestamente amparados en tradiciones que desatienden la historia.

Parecería que sintieran un extraño atractivo por estas crisis en las que, como ha señalado recientemente una periodista brasileña, llegan al extremo que no compran ni siquiera aquellos clientes que nunca están dispuestos a pagar.

Esas posiciones llevaron a la Argentina a compartir inexplicables alegrías con un Brasil que inauguraba republicanismo. Fue breve el episodio, pero sucedió.

El Tratado de Montevideo de 1890 firmado por el líder republicano y del gobierno provisorio brasileño Quintino Bocayuva – de madre argentina – y el canciller argentino Estanislao S. Zeballos es un caso más de generación incontrolada de euforias sin fundamento, de las que hacen habituales demostraciones gobernantes zonales. Se pretendía solucionar la cuestión limítrofe de Misiones.

Como era de prever, poco tiempo después se plantearon distintos problemas. Por lo pronto, Río no ratifica lo acordado.

Luego, Buenos Aires se dispone a una guerra arancelaria gravando las importaciones procedentes de Brasil, sin percibir su gobierno que las exportaciones argentinas a dicho país representaban los 2/3 del total de sus propias ventas externas, beneficiándose de una tarifa especial, además, el ingreso de su harina de trigo, lo cual resultaba en desmedro de la producción de los EE.UU. en ese sector y pese a la ya iniciada dependencia brasileña al mercado estadounidense debido a la producción cafetera y a que sus exportaciones no pagaban derechos a su entrada en él.

Es decir, eligió Argentina como “campo de batalla” aquél que le era más desfavorable y en el que aún cuando triunfase saldría perjudicado. ¡Fantástica cumbre del absurdo político!  

No abogamos – lo decimos una vez más – por establecer un cerco profiláctico con nuestros vecinos, particularmente con la Argentina. Simplemente señalamos que se deben mantener relaciones política y económicas que no impliquen promiscuidad, para preservar el natural afecto que tenemos por el vecino país, y nuestra estabilidad.

Si lo que se pretendía era desarrollar un sistema financiero y de servicios, no se debió tenerlos como centro de los mismos sino ubicados en un sitial de constructiva marginalidad. Menos aún lo que sucede hoy día.

No nos olvidemos que de la Argentina procedió, asimismo, un espíritu favorable al riesgo carente de todo sentido de responsabilidad, rápidamente transformado en especulación, que preparó esta crisis de 1890.

Quienes sin duda se han visto beneficiado por situaciones análogas han sido aquellos que han actuado con la precaución que dicta la falta de confianza en la palabra empeñada por nuestros gobiernos cupulares: llevaron sus dineros, su imaginación y talento o su trabajo, al exterior. Es decir, aquellos que no se enrolaron en las euforias oficiales, ni aceptaron los consejos o las políticas impartidos desde la cúpula del Estado, han podido superar las crisis provocadas por las orientaciones inspiradas en esa manera de ser allende el Río de la Plata. 

Uruguay no siempre fue así. Es una prueba de esto la prudencia dictada por la seriedad, la que le permitió al Uruguay superar los inconvenientes financieros del año 1907 y, en particular, la fuerte crisis de 1913 – que es posible verla como una crisis por crecimiento - y la de 1914, provocada por la Primera Guerra Mundial.

La experiencia, pues, no fue persistentemente desatendida, aunque sí lo fue en aquél 1890, pese a los recuerdos que se hicieron de lo sucedido en 1868.

[i] Más de un siglo después de los hechos que recordamos, protagonizados por el gobierno de Juárez Celman, se señala en la Argentina: “Por caso, no debería llamarse “década infame” la de 1930[i], cuando lo principal fueron fraudes electorales, apogeo del juego clandestino y matanzas entre mafiosos. Debería ser en esta provincia de Buenos Aires la de 1991-2002 por haber destruido desde dos gobernaciones a la principal provincia argentina. Hoy el territorio bonaerense es el esqueleto de un Estado quebrado. Solo en eurodólares debe 2.000 millones. No tiene crédito externo. No puede disponer de 1.100 millones (de pesos) para aumentar el número de policías y sacarla del estigma de ser la provincia más insegura del país.

También cambió la historia argentina que en más de 140 años el Banco Provincia de Buenos Aires se mantuvo en discreta relación, pero con independencia del Banco Central de la República, invocando el Tratado de San José de Flores en 1859. Fue cuando la provincia se incorpora a Nación, previamente a la Constitución de 1860. Preservó a su banco.

Pero dos gobernaciones llevaron a tal desastre al Banco Provincia que requirió, como no lo hizo en más de un siglo, tantos redescuentos al Banco Central que perdió su independencia. Nada menos que eso cargan en sus espaldas Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf. (Los gobernadores de la provincia en el lapso señalado, a los que refiere el artículo)

Los créditos eran para obras decididamente inviables, como un costoso tren que va desde Tigre hasta Olivos. Es meramente turístico, pero funciona como de transporte. Una insensatez.

Es indudable que el facilismo –y ”retornos”- de determinados políticos con fondos públicos facilitó esta malversaciones de utópicos privados que planificaban desvaríos en la certeza de que fallar no les iba a afectar sus bienes privados, pero sí los de los contribuyentes. En el capitalismo, la justificación de la ganancia está en el riesgo del inversor. En la provincia de Buenos Aires no hubo riesgo de los que desaprensivamente se llevaron millones de dólares sin devolverlos” (Ambito Financiero. Buenos Aires, Viernes 14 de febrero 2003. El título del artículo es “PROVINCIA DESTRUIDA”)

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