Capitales especuladores
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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Capitales especuladores

El Banco Nacional uruguayo había sido autorizado a funcionar por ley de mayo de 1887, a iniciativa de Emilio Reus y con capitales anglo-argentinos. Su actuación dio comienzo el jueves 25 de agosto de ese año.

Al recordar su origen no es posible dejar pasar por alto otro gran “comisionista” de la época - coprotagonista de la aventura -, Eduardo Casey, quien finalmente resultará el más importante deudor individual del Banco, por un monto que representaba la tercera parte de todo el Presupuesto del Estado. A éste personaje se lo verá luego en Londres intentando continuar oficialmente con sus negocios en Uruguay.

Por su parte, Emilio Reus, después del cierre del Banco Nacional fundará otro Banco: el Transatlántico – el que tuvo poco meses de existencia.

Como se ve, esto de permitir la actuación en la plaza bancaria a gente que probó trabajar en su exclusivo beneficio y contra el interés de quienes confiaron dineros a su administración y el del Estado, no es algo tampoco novedoso.

Como tampoco es el original el desagradecimiento. Emilio Reus murió en la miseria, abandonado de sus amigos y conocidos, en los altos de la casa ubicada al lado, sobre la calle Yaguarón casi 18 de Julio, de la que sería la residencia oficial del presidente Cuestas, la de Batlle y Ordóñez en su primera Presidencia y, posteriormente, el edificio principal del diario El Día.

No percibió Reus – pese a su doctorado en Filosofía, su pasaje por la política española y sus fracasos – que, en ese tipo de amistad que estimula el dinero fácil en los demás o el ejercicio del poder por su parte, el hacer favores lo hacía deudor de quien favorecía.

A poco de iniciar el Banco Nacional sus actividades se convirtió en un peligroso competidor en plaza para sus competidores, el Comercial y el de Londres, dirigiéndose a un público que había quedado desatendido después de la experiencia del Mauá: el sector rural medio y las pequeñas empresas. Pero su actividad fundamental fue alimentar una euforia bursátil y especulativa que sobrevaloró – en su posterior perjuicio - bienes y expectativas.

“La prosperidad de los años 1887 a 1889, fue edificada casi exclusivamente sobre la base de una sugestión colectiva – expresa al respecto Octavio Morató - magnificada por la exaltación de todos los espíritus. Es un caso de aberración espiritual y de desequilibrio mental (.....) movidos por animadores avezados en especulaciones audaces que ya las realizaban en Buenos Aires;....... El Banco Nacional fue concebido y creado por aquellos hombres, gobernado al principio personalmente por ellos en el hecho y más tarde en su espíritu; configuraron la tradición especulativa que formó el capítulo esencial de sus actividades durante los años de su existencia”[i].  

La reacción inmediata de la que fue calificada como Banca agiotista no se hizo esperar. Convertían en oro cada billete que recibían del Nacional. De ahí que no aceptaran la proposición del gobierno, en 1890, en el sentido que dicha conversión se hiciese al menos semanal y no diaria. Agresividad que se endureció con lo acontecido en Argentina y la exitosa experiencia de enfrentamiento con el Banco Mauá, que habían tenido en el pasado

Por entonces se denunciaba en la prensa las maniobras del Banco Comercial y el daño que éste le causaba al país. En realidad, respondía la institución a un fuerte grupo de usureros que no estaba preocupado por el interés general. Por el contrario. Y siguió trabajando para beneficiarse nuevamente de la crisis que contribuía a alimentar.

Se vivió una puja entre la aristocracia intelectual que creía representar el gobierno y la aristocracia del dinero que era realmente el Banco Comercial, utilizando el “orismo” como su filosofía económica, y como instrumento de ejecución, un comportamiento alejado de reglas que no fueran las de su inmediato y propio provecho.

La alineación era la impuesta por las potencias centrales – en particular Inglaterra que actuaba como un Fondo Monetario Internacional (FMI) de hecho - mucho más serio que el actual por cierto, pese a que, durante años, hijos de la siempre sorprendente Isla fueron importantes orientadores del organismo. Y lo sustancial era considerado la conversión efectiva de los billetes en oro.

Al respecto de las vicisitudes nacionales, Batlle y Ordóñez insiste en su posición desde un editorial de El Día, destacando que “los acaparadores de oro (el Comercial y de Londres, fundamentalmente) son los que atan nuestro progreso a sus intereses”. Señalaba, además, la injusticia para los intereses del país que suponía “el culto a la efigie británica”. El dólar hoy, se entiende.

El propio Batlle y Ordóñez se encargó de aclarar – mucho después, cuando decide el curso forzoso en su segunda Presidencia - que la inconversión no debía interpretarse siempre de ese modo.

Pesaba en muchos la irresponsabilidad del “cursismo” argentino así como las políticas brasileñas en la materia y, gustase o no, el “oro” actuaba, para no pocos, como un freno a orientaciones barriales que nunca levantaron dudas de estar construidas para utilidad compartida de los ocupantes del poder y el desorden de la economía. O, al menos, como un desaliento para aquellos que desearan recorrer un camino análogo.

La cuestión real, empero, no era ésa (cursismo u orismo) sino la ineptitud del régimen político y el gobierno – que eran lo mismo - de los países vecinos para desarrollar orientaciones económicas serias, de fomento a la producción, pese a que se encontraban en las antípodas de las ahora denominadas, en su acepción peyorativa, políticas populistas....

La conversión, en última instancia, no obstante, hacía más sofisticada y segura la especulación en los países periféricos que resultaba generalmente en inversión beneficiosa para dichos centros. No la enervaba, por cierto. Duró el tiempo que les sirvió.

La seriedad de un país es juzgada internacionalmente por su nivel de reservas, su capacidad productiva y por el lugar que ocupe dentro del concierto mundial.... es decir, cerca o lejos de los humores de los países centrales. Lo grave no es solo ello, sino que a estos no les preocupa la frivolidad con que actúan los burócratas del Fondo Monetario Internacional que han impuesto una moda: criticar la actuación del Estado mientras se vive fastuosamente de él. Tal vez lo han hecho como una descarga de su mala conciencia, o en respaldo a políticas de “coimización” de la economía, vestidas con “lowless” de dudosa modernidad.

Sucede lo mismo cuando critican lo que llaman despectivamente ”populismo”[ii], asociando a éste – desde ese punto de vista – a caminos reales de superación de las asimetrías sociales, de las profundas desigualdades que provocan sus políticas - a las que denominan “serias y responsables” en tanto instrumentan exactamente lo contrario. Populismo sería, para ellos, todo aquello que se oponga a sus designios.

De esa manera, su invocación queda supuestamente santificado por la negativa. Es decir, porque su alternativa sería lo pernicioso. Y así se desenvuelve – teóricamente cubierto - , creando cada vez más pobreza y riqueza a la vez, para burla del sentido común, del humanismo y de la semántica. En realidad lo impronunciable para ellos sería el término que los define: demagogia. 

A finales del año 1890, el ministro francés ante el gobierno de nuestro país Alfred Bourcier[iii], a su vez, comentaba los proyectos presidenciales destinados a atender la crisis, en tanto denunciaba la desproporción del salario de un legislador comparado con el de un jornalero, señalando que aquél percibía entre diez o doce veces más de remuneración (una relación que llevaría actualmente a que percibieran los primeros, aproximadamente, unos $ 45 mil pesos mensuales): “Abandona (Julio Herrera) 26.000 francos (un 25% del sueldo presidencial anual) de su sueldo personal que es, por otra parte, el menor de sus recursos: propone la supresión de algunos empleos administrativos, y, por medio de una serie de minucias de ese tipo, logra realizar un ahorro de 2.780.000 francos, mientras que se estimaba el triple como necesario y realizable[iv].[v]

Por su parte, el cónsul de Bélgica en Montevideo P.J. André le advertía a su ministro de Asuntos Exteriores, el príncipe de Chimay, en informe fechado el 28 de enero de 1891: “... Con un Gobierno que no le ha pagado a nadie desde hace 4 meses, un Presidente que no puede o no quiere arreglar ninguno de sus gastos domésticos, el empleo de los ingresos del país estaría determinado de antemano. Este empleo, digámoslo francamente, sería el robo y la rapiña organizada en gran escala.

En consecuencia, sería de desear que nuestros compatriotas se abstuvieran de entrar en combinaciones financieras, cualesquiera que ellas sean...[vi].”

Unos seis meses más tarde se plantea la ya ineludible quiebra del Banco Nacional – sobre todo luego del cierre, en junio del 1891, del Banco Inglés y del Río de la Plata - y la posibilidad de crearse una nueva entidad financiera, no ya para revitalizar la anterior, como había sido la intención original.

Ahora se trataba de una propuesta formulada por el Banco Popular de Río de Janeiro, detrás de cuya posición probablemente se encontraran capitales franceses. Pero la posición de los posibles inversores no era muy diferente a la sostenida cuando el Banco Comercial hace su oferta para la adquisición del Banco Nacional. Lo cual el gobierno, a esa altura, parece ya resignado a aceptar.

Unos días antes, el 4 de agosto de 1891, el Financial News de Londres – pasando por alto la quiebra en Londres del Banco Inglés que se quedó con dineros del gobierno uruguayo destinados al pago de parte de la Deuda Externa y los propios antecedentes de la Corona británica en la materia - consignaba, teniendo presente lo ocurrido en 1875 cuando Pedro Varela ocupaba nominalmente la Presidencia sostenido por el coronel Latorre, y el apoyo que el santismo le daba al gobierno: “los banditti de la Banda Oriental que han defraudado dos veces en quince años”[vii].

 

La persona inspiradora y representativa de ese período de nuestra historia y de la doctrina conocida como “influencia directriz” fue Julio Herrera y Obes.

Su nombre, en realidad, era Julián Herrera y Martínez, pero adoptó como apellido compuesto el de su padre, Manuel Herrera y Obes (1806-1890), destacada personalidad en la política del país. Los hermanos de Julián también firmaban del mismo modo.

Hombre culto e inteligente, Julio Herrera contaba con notorio sentido del humor, una lúcida ansiedad y una gran agudeza política con la que incursionaba regularmente en la frivolidad o el cinismo. En demasiadas ocasiones no tuvo presente que “el ingenio es la sal de las conversaciones, no su alimento”.

Se cuenta de él que habiendo asumido recién como jefe de Estado es interrogado por un amigo – desde ese momento de esos que se dicen “inseparables” - respecto a la sensación que le despertaba el nuevo cargo que estrenaba, a lo que habría contestado el novel presidente, desalentando la profundización del afecto del espontáneo interlocut:or: como la de un gerente de una compañía, cuyo Directorio está en Londres.

Tenía razones para pensar así. Se dijo cuando se prestigiaba su candidatura: “Como Ministro de Gomensoro salvó la dignidad del país en el conflicto con la Inglaterra” (en referencia al incidente por la distribución del correo nacional que pretendían los intereses británicos, en síntesis, mantenerlo suyo).

Su primeras incursiones en el periodismo sucedieron en una revista de no siempre comprendido humor, “El Chubasco”. En ella, quien hacía las caricaturas era Juan Manuel Blanes.

Un hombre Julio Herrera que, pese a tener una larga experiencia en el conocimiento de hombres y política, confundió la adhesión del prójimo a las ideas que decía compartir como una expresión de incondicional lealtad a los dictados de su persona y de su imaginación.

Fue secretario de Venancio Flores cuando la Guerra del Paraguay (1865-1870), ministro de Relaciones Exteriores del presidente interino Tomás Gomensoro (1872-1873), de Gobierno de Máximo Tajes (1886-1990) y un importante líder político que enfrentó duramente a los colorados denominados “candomberos” desde el inicio del apoyo de estos al proceso que culmina con el golpe de estado de Estado patrocinado por el coronel Latorre, y luego vuelve a obtener el apoyo de estos. En aquél entonces ocupaba una banca de diputados por Montevideo. Posteriormente, siendo senador por Soriano fue el único de sus pares que votó contra la paz de 1897, señalando que como estaba planteada sólo llevaría a un nuevo enfrentamiento[viii]. Y así sucedió.

Cuando se inicia en Uruguay la política de masas lo tuvo entre sus principales protagonistas, llevado tal vez, por una trabajada bohemia, que la hacía parecer como natural y por la que incurría frecuentemente en la disipación.

Al respecto de su modo de ser y con motivo del Mensaje que como presidente de la República presentó a las Cámaras el 15 de febrero de 1891, el representante francés comenta: “.... Resulta de éste que ‘no menos preocupado por los intereses morales que por los intereses materiales el país, y juzgando necesario conjurar los perniciosos efectos de la filosofía materialista que domina las Escuelas, el Poder Ejecutivo se decidió a usar su derecho, estatuyendo que la enseñanza oficial tendrá de ahora en más como base la doctrina y los textos espiritualistas’.

Fue un espectáculo inolvidable – agrega el diplomático Alfred Bourcier -, tanto que la imaginación más fantasiosa habría tenido dificultad en concebir la idea, ver al hombre que los caricaturistas de las dos orillas del río de la Plata representan invariablemente, y con razón, con pollera corta de bailarina, el Dr. Herrera, proclamarse públicamente el campeón del espiritualismo y lanzando, como lo ha hecho, el anatema a las doctrinas materialistas que ha, en términos formales, declarado capaces de impregnar las almas de positivismo estrecho, de sembrar en ellas el germen del egoísmo, de eliminar los sentimientos generosos y de preparar la decadencia moral al impulsar el desarrollo de una vida licenciosa!

..... si el partido clerical – añade - tiene que felicitarse por el retorno de la influencia que le presagia tan sorprendente maniobra política del Jefe de Estado, no es menos cierto que, incluso entre sus filas, no menos que en las del partido contrario, numerosos espíritus elevados, sabiendo conciliar sus convicciones espiritualistas o religiosa de buena fe con un sincero compromiso con las tradiciones más largamente abarcadoras del liberalismo, se pregunta con inquietud si no hay que ver, en esta salida presidencial, el preludio de medidas destinadas a provocar graves ataques a la organización de la Instrucción Pública que ha valido al Uruguay, en 1879, la reforma de la que fuera el apóstol uno de los grandes ciudadanos de este país, el ilustre José P. Varela, a la que sacrificó su vida.

Se pretende – expresa el ministro francés – que tras la sesión de apertura del Parlamento, un diputado muy espiritualista habría dicho, hablando del Dr. Herrera, que no se debe juzgar a un hombre por sus grandes cualidades, sino por la imagen que quiere dar, y, a propósito del final de sus discursos que raramente es a uno mismo, sino a los otros, que se quiere imponer las austeridades de la virtud[ix]” 

Las apelaciones de Julio Herrera al pueblo colorado parecieron, asimismo y con el pasar del tiempo, no tener otro objetivo que éste se inclinara ante él.

Pocos lo entendieron así cuando se realizó la primera marcha por 18 de julio de integrantes de todas las tendencias que conformaban el partido Colorado. Sucedió el martes 19 de abril de 1887 en homenaje a la fecha de la Cruzada Libertadora de Venancio Flores. La que lo tuvo a él, a Julio Herrera, como uno de los principales organizadores junto al entonces joven José Batlle y Ordónez y su diario El Día[x].

El gobierno herrerista se caracterizó por una coalición con el “nacionalismo” reflejada en el gabinete ministerial, aunque no respetó estrictamente lo establecido por la denominada Paz de abril del 72, que obligaba al gobierno a entregarle cuatro jefaturas políticas al Partido Nacional. Le dio tres.

Cuando el golpe de Estado de enero de 1875 fue deportado a La Habana en la barca Puig. Asimismo, siendo senador, en 1897, se decretó su destierro, el que luego fue revocado por el mismo presidente Cuestas que lo había resuelto, ante la oposición - por razones de derecho - expuesta por la Comisión Permanente del Poder Legislativo. El decreto de su extrañamiento (que incluía el del senador nacionalista Martín Aguirre y el del presidente de la Junta Económica Administrativa, Ángel Briand) se apoyaba en la alarma pública que causaba su presencia y en la muerte de Brugnini, atribuido al herrerismo y ocurrido a finales de noviembre de 1897, durante una multitudinaria manifestación en favor de Cuestas – que algunos ubican como integrada por unas 50 mil personas -, por entonces presidente interino, en la que usaron de la palabra uno de los más importantes publicistas colorados del anti colectivismo: José Ramón Mendoza, y Aureliano Rodríguez Larreta, en nombre del nacionalismo.

El entierro del joven asesinado fue también una fuerte manifestación anti herrerista y pro Cuestas.

Cuando la disolución de la Asamblea General, el jueves 10 de febrero de 1898, Herrera se encontraba en Buenos Aires, ciudad de la que retornó recién en 1903. En ésta se vio envuelto en enfrentamientos con el ex dictador Lorenzo Latorre que se encontraba allí residiendo y era también un indiscutido e indiscutible anti herrerista. Es de tener presente la conspiración que tuvo lugar durante la gestión presidencial de Herrera, alimentada por Latorre, quien se apoyó en la oportunidad en el accionar de Duvimioso Terra (1856-1930) y por el propio presidente quien, advertido de la intentona golpista la infiltra y alienta para descubrir a todos los participantes del complot, con el fin de reprimirlo duramente.

El agotamiento político del colectivismo se produjo inmediatamente después, en la gestión presidencial siguiente (1895-1897). La de Juan Idiarte Borda (1844-1897), quien fue asesinado el 25 de agosto de 1897 por Avelino Arredondo. Con anterioridad a este episodio, el estudiante Juan Antonio Raveca intentó lo mismo pero fue detenido por el edecán presidencial, coronel Juan Turenne, en abril del mismo año.

Así como del período militarista se salió con un integrante del mismo, el general Máximo Tajes (1852-1912), la del colectivismo se produjo con Juan Lindolfo Cuestas (1837-1905)[xi], presidente del Senado colectivista y quien había ocupado diversos ministerios durante las numerosas gestiones presidenciales de Francisco Vidal (la más prolongada, la de 1880-1882) y el capitán general Máximo Santos (1882-1886).

[i] Conferencias pronunciadas por el contador Octavio Morató. Surgimientos y depresiones económicos en el Uruguay a través de la historia. Universidad de las República. Facultad de Ciencias Económicas y de Administración. Imprenta Nacional 1938.

[ii] Es tan amplia y dispar la gama de posiciones políticas involucradas en el término que, sin desconocer los esfuerzos de G. Germani y T. Di Tella, por ejemplo, es posible afirmar la esterilidad de la tarea definitoria que se han propuesto diversos teóricos. Sería preferible recuperar un concepto como el de demagogia para centrar algunas posiciones que sí despertaría el pleno rechazo que la mayoría de ellos busca. Entendiendo por demagogia el intentar seducir a las masas a través de promesas de imposible cumplimiento.

Sostener que son populistas desde el aprismo hasta el varguismo, el partido de Acción Democrática de Venezuela, los demócratas jeffersonianos, el jansismo, el peronismo, el partido revolucionario institucional de Lázaro Cárdenas, el poujadismo, el nazismo, el socialismo cuando la formación del proceso de industrialización, etc., parece sin duda un sin sentido.

Se ha dicho, por ejemplo, que el presidente brasileño João Goulart era un populista. Pero resulta que lo sería también su opositor ideológico el presidente Janio Quadros. Claro, dirán desde esa posición, los dos eran “irresponsables”. ¿Los responsables serían entonces los golpistas? Y no sería populista el presidente Fernando Henrique Cardoso. Este, sin embargo, ganó la elección gracias a la generación de una falsa estabilidad económica, llevando al Brasil a una profunda crisis.

Nos inclinamos sin embargo a pensar que en muchos casos, en última instancia y más allá de las esforzadas construcciones teóricas, es llamada populista toda posición que contesta el orden establecido con un importante apoyo popular o recurriendo a él. Orden, el contestado, que es considerado como el único posible por los sectores conservadores de la sociedad.

Demás está decir que aquellas definiciones de populismo – las cuales lo descartan por improductivo, irresponsable e inviable - han sido funcionales a la continuidad del estado de cosas. Y contraria a los intereses del hombre común y corriente. Estar con ellos sería lo irresponsable...

Creemos que existe un concepto de populismo diferente al de demagogia, que “consiste en la presentación de las interpelaciones popular-democráticas como conjunto sintético-antagónico respecto a la ideología dominante”, como sostiene Ernesto Laclau (1970).

Esa sería una de las explicaciones de porqué hoy día la definición descalificadora del populismo es parte de lo que se ha denominado el pensamiento único cuyo núcleo teórico es el denominado “neoliberalismo” y su resultado práctico, el fascismo social.

Si de lo que se quiere hablar es de irreponsabilidades claras. De posiciones que sólo se sustentan por la formulación de promesas imposibles de cumplir, el término demagogia parecería el más adecuado.

Expresa Carlo Scognamiglio en su comentario al libro de Yves Mény e Yves Surel Populismo e democrazia, Il Mulino 2001:”i due autori rievocano l'interessante proposta di Georg Betz, secondo il quale il populismo è "un richiamo all'uomo normale e al suo buon senso ritenuto superiore". Molto diffusa è anche l'idea di Piérre-André Taguieff, per il quale il populismo si deve intendere come una corruzione ideologica della democrazia, tesi che i due autori prenderanno più volte in considerazione, ma la più efficace (e scientifica) pare essere invece quella fornita da Lenin: "Fu Lenin che diede [al populismo] una connotazione storica e sociologica più concreta, insistendo sul fatto che il populismo era una protesta contro il capitalismo da parte di piccoli produttori che, rovinati dallo sviluppo dell'economia capitalistica, vedevano in essa una regressione, e chiedevano contemporaneamente l'abolizione delle vecchie forme di sfruttamento feudale". (p.37, citando A.Walicki, Russia).

De cualquier modo, es indiscutible que frente a la crisis de representatividad existente actualmente en las estructuras de “mediación e intermediación” y en las instituciones gubernativas causada, tal vez, por un “exceso” de responsabilidad – esto es, por el férreo mantenimiento en sus posiciones de los oligopolios del poder, merced (entre otros instrumentos) al alambrado mediático – señalar que una posición es populista resulta en un escudo que tiene aún sus efectos beneficiosos para quienes lo usan, al levantar la acepción peyorativa del mismo. Como es igualmente cierto, que no toda respuesta al estado de cosas es correcta.

Volver a darle contenido a los conceptos sería lo recomendable. Con esto queremos decir que el término demagogia – entre otros - merece ser recuperado. Por lo menos, se coincidirá, éste es carenciado de ideología alguna y siempre ha sido conductor de crisis.  

[iii] Benjamín Nahum. La crisis de 1890. Tomo 2. El testimonio francés. Ediciones de la Banda Oriental. 1999. La obra recoge los informes de diplomáticos franceses en Montevideo, destinados a su Ministerio de Relaciones Exteriores. En el caso se trata del jefe de Misión, ministro Alfred Bourcier Saint Chaffray. 

[iv] Sostiene el historiador Benjamín Nahum refiriéndose a las hipótesis “para intentar una explicación de este fenómeno del déficit permanente de las finanzas estatales” - en La Crisis del 90, El testimonio inglés op.cit. : “Otra hipótesis es que la recaudación del Estado era escasa porque la presión fiscal sobre quienes tenían riqueza imponible (los estancieros) era muy débil. La contribución inmobiliaria de los departamentos del interior era el 5,63% de los ingresos del Estado en 1889-1990 y apenas subió al 6,11% en 1893-1894. ¿Quiénes aportaban entonces la gran mayoría de esos ingresos? Los sectores sociales que no tenían riqueza, las clases populares que pagaban los impuestos aduaneros que recaían sobre productos de primera necesidad (arroz, aceite, azúcar, yerba). La Aduana aportó 62,68% en 1888-1889 y siguió aportando 58, 57 al Presupuesto de 1893-94. (...) El resultado de esa política fue que recaudó poco, o por lo menos, poco para cubrir las necesidades que en esa época tuvo.

....... En 1890, cuando se exportaron 22 millones de kilos (de lana), el impuesto de exportación era de $ 1,30 cada 100 kilos y por lo tanto el Estado recaudó $ 286.000, o sea, un magro 1,73% del Presupuesto Nacional.” 

[v] Benjamín Nahum. La crisis de 1890. Op. Cit. 

[vi] Benjamín Nahum. La Crisis de 1890. La Conversión de 1891. Ediciones de la Banda Oriental. 2000. 

[vii] Reproducido por el Montevideo Times el 5 de setiembre de 1891 y transcripto por Benjamín Nahum en La Crisis de 1890. La Conversión de 1891. Op. cit.

[viii] En ese primer período de la 19ª Legislatura el Senado erstaba integrado por José L. Terra, senador por Artigas; Eduardo Lenzi, senador por Canelones; Juan Maza, senador por Treinta y Tres; Juan Lindolfo Cuestas, senador por Paysandú; Antonio Vigil, senador por Rivera; Francisco Bauzá, senador por Río Negro; Juan A. Capurro, senador por Rocha; Eugenio Garzón, senador por Salto; Felipe H. Lacueva, senador por San José; Carlos María Ramírez, senador por Tacuarembó; Prudencio Ellauri, senador por Minas; Carlos de Castro, senador por Montevideo; Duncan Stewart, senador por Maldonado; Abel J. Pérez, senador por Flores; Tulio Freire, senador por Colonia; Juan José Segundo, senador por Cerro Largo; José Modesto Irisarri, senador por Durazno;. Presidía el Senado Juan Lindolfo Cuestas.

[ix] Benjamín Nahum. La crisis del 90. El testimonio francés. Documento 21. Op. cit.

[x] Desde los diarios opositores se señala que en dicha concentración se verán pocas levitas y pocas galeras. A lo que desde El Día Batlle y Ordóñez contesta el lunes 18 de abril: “Han dicho algunos, haciendo por ello un cargo al Partido Colorado, que en la manifestación se verán pocas levitas y pocas galeras. Es cierto; en el Partido Colorado predomina el elemento de pueblo, las clases trabajadores...” Y aclaraba antes el sentido de la convocatoria a todos los sectores partidarios, para aventar la posibilidad que quedara sumida solo en la historia candombera y en la cercana gesta florista: “Las agrupaciones políticas deben emprender su marcha llevando por norte los grandes ideales del porvenir. Pero deben fortificarse en la jornada, con el entusiasmo que despiertan los grandes recuerdos del pasado. .... Por eso son conmovedores y entusiastas los recuerdos que se dedicarán a la época legendaria de la Defensa...” Al día siguiente de la marcha popular realizada por 18 de julio, el miércoles 20 de abril desde El Día responde la a acusación de haberse agraviado la bandera nacional en la ocasión: “¿No iba la bandera oriental a la cabeza de la manifestación, en el centro, con una guardia de honor? ¿No marchaba a la derecha la gloriosa bandera de los Treinta y Tres? ¿No ocupaba el lado izquierdo la de la cruzada, que se había adoptado como bandera del partido?” 

[xi] Juan Lindolfo Cuestas ocupó como presidente del Senado la presidencia de la República (1897-1898), ejerciendo el poder de facto luego de la disolución de las Cámaras colectivistas el 10 de febrero de 1898. Posteriormente es elegido constitucionalmente jefe de Estado para el período presidencial de 1899-1903. Entre el 15 de febrero de 1899 en que asumió la nueva Asamblea General electa en noviembre de 1898 y el 1 de marzo en que asumiría como presidente de la República, ejerció la Primera Magistratura José Batlle y Ordóñez. Entre el 9 de febrero en que se reunió el nuevo Senado y el 14, presidió las sesiones Jacobo A. Varela.

El Senado quedó integrado del siguiente modo: Federico Capurro, senador por Artigas; José Román Mendoza, senador por Canelones; José Luis Baena, senador por Cerro Largo; José L. Terra, senador por Colonia; Pdro Etchegaray, senador por Durazno; Justino Jiménez de Aréchaga, senador por Flores; Rufino T. Domínguez, senador por Florida; Eduardo Acevedo Díaz, senador por Maldonado; Jacobo A. Varela, senador por Minas; José Batlle y Ordóñez, senador por Montevideo; Dfomingo Mendilharsu, senador por Paysandú; Donaldo MacEachen, senador por Río Negro; Luis María Gil, senador por Rivera; Carlos Eduardo Lenzi, senador por Rocha; Juan Carlos Blanco, senador por Salto; Manuel Artagaveytia, senador por San José; Franciasco Bauzó, senador por Soriano; Antonio María Rodríguez, senador por Tacuarembó; José Romeu, senador por Treinta y Tres.

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