El Estado es el Peor
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

URUGUAY UN DESTINO INCIERTO


Jorge Otero Menéndez

 

 

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“El Estado es el Peor”

Ya en su mensaje presidencial de 1887 Juárez Celman había anunciado: “Pienso vender todas las obras públicas, reproductivas, para pagar con ese oro nuestra deuda, porque estoy convencido de que el Estado es el peor de los administradores”. Y lo hace. Incluso en actividades notoriamente rentables que servían, además, para contrastar la voracidad de quienes explotaban las concesiones públicas, como fue el caso de los ferrocarriles: Las líneas férreas administradas por el Estado tenían una tarifa 50% por debajo de la competencia privada y su rentabilidad llegaba casi a un 10% anual del capital invertido. Mayor motivo para su enajenación, se dijo. Entonces, como ahora – lo que es esencial a las reiteradas orientaciones -, los controles eran inexistentes. El mercado – hoy como ayer - debía cumplir con esa imposible misión no establecida....

Crece, en consecuencia, el sentido común y con él la oposición. No era imaginable otra cosa ante el desarrollo de una inflación alimentada por la política de privatizaciones y las orientaciones empresariales sostenidas por los concesionarios, el empapelamiento monetario, las caídas de valores en la Bolsa, la pérdida de confianza pública apoyada en el deterioro del poder adquisitivo de la gente y de su sueño de ser la mejor nación del mundo o formar parte de la vanguardia del grupo de países centrales.

Recogen el sentir popular, intentando convertirlo en beneficio personal, el propio Julio Roca, Bartolomé Mitre (1821-1906), pasando por Aristóbulo del Valle (1845-1896)[1], Leandro N. Além(1844-1896)[2], Marcelo T. De Alvear (1868-1942)[3] y un joven militar que ofrece las comodidades de su casa y su ambición al servicio de la causa: José Félix Uriburu (1868-1932) quien, con el pasaje del tiempo y la correspondiente madurez de sus vicios, golpea las instituciones en 1930 asegurándole al país el prólogo de lo que se conoció hasta hace no mucho: la constante inestabilidad institucional, fogoneada desde esa fecha por un militarismo desenfrenado y desembozado.

De dichas reuniones y por esas razones se produce el levantamiento contra el gobierno, el 26 de julio de 1890 - un sábado, el original por bíblico día de descanso. Estuvo liderado por el general Manuel Campos y fue conocido como la Revolución del Parque por quedar los insurrectos atrincherados en el Cuartel del Parque de Artillería[4]. El movimiento pareció derrotado.

Un legislador sintetizó en esos momentos lo que realmente, sin embargo, había ocurrido: “la revolución fue vencida, pero el gobierno está muerto”, expresó.

Poco antes observaba Aristóbulo del Valle algo que asimismo era un problema en Uruguay, en el que se vio involucrado nuestro jefe de Estado, Julio Herrera y Obes: “Es necesario decir la verdad. No son los capitales extranjeros, sino los negociantes de concesiones los que vienen a solicitar garantías para hacer fácil fortuna, obteniendo una concesión del Congreso argentino para ir en seguida a negociarla en Europa y hacer fortuna con el crédito de la Nación”.

No se señaló al respecto, empero, la doble contabilidad que llevaban esas empresas extranjeras. Maniobra que les permitía a éstas repartir excelentes utilidades a sus accionistas y cobrar las ganancias mínimas que garantizaban los gobiernos. Idéntica situación en ambos países platenses.

[1] Se desempeñó como diputado, senador y ministro. 

[2] Fue jefe de la Unión Cívica Radical. Vivió su exilio en Montevideo. Se suicidó en Buenos Aires. 

[3] Diputado en 1912, embajador en París en 1916 durante la presidencia de Hipólito Yrigoyen y representante argentino ante la Sociedad de Naciones. Fue presidente en el período siguiente al primero de Yrigoyen: 1922-1928. 

[4] Actualmente se encuentra en dicho lugar el edificio Tribunales, en Plaza Lavalle.

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