pulgarcito
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

CUENTOS ECONÓMICOS

David Anisi

 

 

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PULGARCITO

Estaba solo y se sentía perdido. Cogió un cigarrillo y fue a encenderlo cuando de repente se encontró en un secadero de tabaco. Era de noche y había una hermosa luna. Tocó unas tablas y de repente fue de día y vio a alguien que estaba serrando unas maderas mientras tarareaba una canción. Ahora estaba en una pequeña habitación en la que un hombre sentado al piano componía a la luz de unas velas. Le era difícil respirar en aquella fábrica de velas entre el olor a sebo y a sudor. Vio como uno de los trabajadores se secaba la frente con un pañuelo y súbitamente fue trasladado a un campo de algodón. Se fijó en un perro que bebía agua en un cuenco de barro y le invadió el olor a arcilla húmeda de la alfarería.

Allí un individuo de edad indefinida se afanaba sobre su torno modelando recipientes. Pero ya no era el mismo individuo ni trabajaba la arcilla; ahora era un fabricante de tornos de alfarero el que tenía delante. Una puerta se abrió y entró en la estancia una mujer anciana con un cesto de alimentos. Pero enseguida dejó de ser anciana y pudo contemplar a una niña que corría descalza por los prados tratando de atrapar a una gaviota despistada. Y fue entonces el olor a mar y el ruido de las velas al hincharse por el viento. Conoció a los que en sitio distante cosían esas velas sentados a la puerta de su casa, y luego a los albañiles que habían construido la casa mientras se bebían unas cervezas en una taberna presidida por un cuadro en el que un individuo con peluca esgrimía con ferocidad una espada. Oyó el ruido y contempló el vaho, producto del temple del acero, y bajó a las profundidades de las minas donde se extraía el mineral de hierro y el carbón.

Ahora contemplaba el trabajo de una familia dedicada a la fabricación de lámparas de seguridad. Observó a la más pequeña de todos encargada de embalarlas una vez terminadas y la vio ya abuela de un joven que estudiaba por la noche en enormes libros. Se trasladó a la imprenta donde se hicieron y notó el aire que acariciaba a los árboles que después fueron papel. Papel como el usado en aquel cigarrillo que ahora encendió. Ya no estaba solo, y había encontrado el camino de vuelta.

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