BARCELONA
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

MANUAL PRÁCTICO DE LA HISTORIA DEL COMERCIO

Álvaro de la Helguera y García

 

 

 

 

 

 

7. BARCELONA

Cuando los bárbaros atravesaron los Pirineos, turbas feroces de vándalos en el año 40.E y de godos en el 416, devastaron la Península Ibérica, aniquilando los progresos que durante diez siglos habían realizado los colonizadores primitivos en su agricultura, su industria, su comercio y su civilización; este suceso fue causa de que por espacio de algunas centurias permaneciera pobremente, pero al fin en el siglo VIII salió de su larga inercia y Barcelona fue la plaza más importante del tráfico español y el puerto más concurrido de su litoral, pues con sus inteligentes marinos y activos comerciantes mantuvo muy vastas relaciones en los puertos franceses de Marsella, Cette y Aguas Muertas, así como en las ciudades italianas de Venecia, Génova y Pisa, para sostener el movimiento de mercancías meridionales de Europa; ensanchó su círculo de acción emprendiendo expediciones marítimas a Turquía, Egipto y Asia Menor, para activar el cambio de productos con los países de Oriente; estableció transportes a Constantinopla y Jerusalén, para hacer una competencia tan grande a los venecianos y genoveses que excitaron su envidia y motivaron sus quejas; extendió sus negocios por toda la costa Norte del continente de África, para proporcionar buenos fletes a sus buques mercantes; engrandeció su poder mercantil con la ocupación de Sicilia, para acaparar el tráfico de los productos de esta isla; atravesó su marina el estrecho de Gibraltar con el fin de dirigirse a Holanda e Inglaterra, para concurrir a las transacciones que se celebraban en los mercados de Brujas y Londres; favoreció los intereses de España, importando gran variedad de artículos extranjeros y exportando toda clase de géneros nacionales, para desarrollar las industrias; consiguió se concedieran a la ciudad diferentes privilegios, para estimular en gran manera el espíritu de sus empresas comerciales y protegió su navegación el reglamento de puertos publicado por el rey de Aragón Jacobo I, cuyas disposiciones eran tan acertadas que merecieron ser tomadas por modelo.

Independientemente de estas condiciones, la ciudad se encontraba situada en uno de los lugares del litoral del Mediterráneo más frecuentado por las embarcaciones, tenía un puerto seguro y capaz de abrigar muchos buques de todos calados, estaba bien protegida por diversas cumbres que la circundaban, poseía canteras abundantes que facilitaban la construcción de edificios, contaba con grandes almacenes de mercancías que contribuían a fomentar las transacciones, tenía una Bolsa de Comercio que permitía el empleo de las operaciones de crédito, reunió un arsenal provisto de los 8 kilómentos oportunos para las necesidades de la marina, y, en fin, contaba con todos los demás establecimientos que constituyen una plaza marítima y comercial de primer orden.

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