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Unidad y diversidad

Aunque hoy siga formalmente fragmentado el espíritu que ha animado y anima a Europa, por qué no aventurar un futuro en el que la unidad y diversidad no sean terminológicamente excluyentes, sino conjugables?

Decía Romano Prodi, Presidente de la Comisión Europea, al intervenir en la jornada “Juntos por Europa” celebrada el 8 de mayo de 2004 en Alemania (donde se reunieron unos diez mil cristianos de distintas denominaciones, a los que se sumaron unos cien mil más que seguían el acontecimiento por transmisión televisiva desde 160 ciudades europeas, con intervención directa desde algunos puntos): “Según una gran personalidad religiosa del siglo pasado, el Tratado del Carbón y del Acero de 1951 fue “un gesto espiritual”, cuyo significado era: “nunca mas a la guerra”. Una interpretación atrevida, pero convincente, porque fue así.
Hemos pasado del tratado de 1951 al Euro en 1998 a lo largo de un trayecto complejo y difícil…El Euro no habría sido posible mas que dentro de una gran política, que ha unificado a Europa y hace que hoy Europa sea un sujeto fuerte, un sujeto de paz en el mundo. El Euro es uno de los instrumentos de esta política, que permite a esta política actuar con fuerza para crear relaciones de equilibrio y no de dominio en el ámbito de la economía mundial…
El paso siguiente será la Constitución Europea, sin la cual Europa corre grave riesgo de desaparecer de la escena mundial. Sin una Constitución, nos falta la piedra angular sobre la que poder construir el edificio europeo, nos faltan los instrumentos eficaces para realizar una política económica, de defensa exterior…
Para ser ciudadanos europeos no hay que poner entre paréntesis la fe, al contrario, se puede y se debe buscar en el propio credo los fundamentos de la coherencia ética, de la perseverancia, de la sabiduría, de la mansedumbre, de la capacidad de compartir, de la magnanimidad y también del pensamiento elevado, a fin de construir un futuro que esté a la altura de los retos de la paz y la justicia…
Europa tendrá futuro si sabemos reconocer los derechos de aquellos pueblos que sufren injusticias…Hoy el futuro de los países que han vivido la guerra está en la reconciliación…
La respuesta al terrorismo no está en la guerra, que lo multiplica, sino en la democracia, en la solidez de las instituciones, que saben desecar los yacimientos de odio en donde crece, que saben prevenir las acciones desesperadas con los instrumentos que disponen, que saben resolver los conflictos que lo alimentan. Todo esto requiere el tesón de todos y cada uno, para que no quedemos atrapados en el mecanismo del miedo…
Hoy, frente a los desafíos del terrorismo, de la guerra y de la pobreza, nos espera un nuevo paso: la capacidad de construir –como sujeto político unitario- relaciones de diálogo y de asociación con los países del sur y del norte del mundo, con Africa, con Rusia, con la gran Asia, con China”…

Una de las primeras diferencias que puede establecer Europa con respecto a los Estados Unidos es “asumir” que no puede más vivir para si misma. No es una gran y confortable isla. Nos lo dicen los inmigrantes que arriban a las costas meridionales del continente, después de largos viajes de esperanza: por lo menos nos lo dicen los que llegan, porque no han encontrado en el mar su propia tumba, o porque no han dejado su vida en los desiertos africanos (también se pueden escuchar los gritos del silencio).

Otra, es continuar “derribando muros”, por ejemplo los que separan a los “iguales” de los “diferentes”, a los amigos de los enemigos, y liberando a todo hombre de los vínculos que lo aprisionan, de las mil formas de subordinación y de esclavitud, de toda relación injusta, provocando así una auténtica revolución existencial, cultural y política.

En efecto, en la visión de sus fundadores, Europa está destinada a ser una familia de pueblos hermanos, no cerrada en si misma sino abierta a una misión universal, Europa busca su propia identidad para después poder contribuir a la unidad de la familia humana.

Europa ha llegado a un momento decisivo de su existencia y su proyecto futuro. No puede limitarse a ser un mercado o una unión para la seguridad de sus ciudadanos.
Es el continente de la variedad y la belleza y ha vivido momentos de esplendor y crecimiento, pero también ha experimentado la amarga verdad de que el hombre, si no tiene como referencia profundos valores, se desarraiga de su humanidad y se vuelve capaz de los peores males. En el último siglo dos guerras mundiales, campos de concentración, gulag y en especial la Shoah han sido testigos de las tinieblas que han cubierto nuestro continente e influído dolorosamente en el resto del mundo. Y ahora marginaciones, injusticias, explotaciones y la plaga del terrorismo reclaman soluciones.

Los carismas, los dones, nos impulsan a seguir por el camino de la fraternidad universal, que debe representar la vocación más profunda de Europa. La fraternidad es: distribución de bienes y recursos, igualdad y libertad para todos, conocimiento del patrimonio cultural común, apertura a los portadores de otras culturas y tradiciones religiosas, amor solidario con los débiles y pobres de nuestras ciudades, profundo sentido de la familia, atención a la vida en toda su trayectoria natural, cuidado de la naturaleza y del medio ambiente, desarrollo armonioso de los medios de comunicación.
A través de esta fraternidad vivida, Europa misma se convierte en un mensaje de paz, una paz activa, que se construye cotidianamente, teniendo como base el perdón que se concede y se pide. Una paz que quiere construir puentes entre los pueblos, “globalizando” la solidaridad y la justicia.