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CAPÍTULO CUARTO

Vigencia Y Potencialidad De Su Pensamiento

En este capítulo me propongo hacer un balance crítico, a mi modo de ver, del pensamiento del maestro Antonio García. Lo pienso hacer desde tres puntos de vista: los aportes del maestro que han perdido vigencia, en razón de los cambios históricos, los que hoy en día mantienen su vigencia y la potencialidad de su pensamiento para producir nuevo pensamiento, en las nuevas circunstancias. El propósito es colocar el pensamiento del maestro García frente a las esperanzas actuales de los colombianos y latinoamericanos de inicios del siglo XXI. Creo que el pensamiento de Antonio García debe tomarse en el sentido planteado por Darío Botero Uribe:

A mi juicio, el interés de examinar la obra de un pensador del pasado, reside solamente en la posibilidad de hacerlo comparecer al presente, para saber qué nos puede decir aún:

Estamos obligados a leer críticamente a todos los pensadores, sobremanera a los del pasado. Un pensador solo puede ser totalmente vigente para su contemporaneidad. Simplemente, que el saber es histórico. Pero hay una conciencia excedentaria en todo gran pensador, que no se agota en la finitud, sino que tiene una pervivencia transhistórica. Esta es, en realidad, la medida de los grandes pensadores1.

Con esta mirada, podemos encontrar en García varios planteamientos, cuya vigencia ha sido históricamente superada y otros que se deben tener en cuenta, bien sea con el mismo sentido que les dio su autor o con los replanteamientos que las circunstancias exijan.

Entre las ideas formuladas por García, que han sido, al menos parcialmente, superadas por la historia, está su propuesta socialista. Con el fracaso del Socialismo Real del oriente de Europa, no murió la utopía de construir una sociedad más justa, pero sí la ilusión de que bastaba para ello con la toma del poder político y la supresión formal de una forma de propiedad. Por supuesto que el sueño de una sociedad socialista mantiene su vigencia, puesto que los problemas sociales identificados por los pensadores socialistas de todos los tiempos mantienen su presencia y la solución de los mismos continúa en espera. Pero, esos mismos problemas necesitan hoy propuestas de solución renovadas y, por lo tanto, el pensamiento socialista del siglo XIX y buena parte del XX debe ser sometido a crítica y replanteamientos.

Otro aspecto del pensamiento de García, que vale la pena reconsiderar, es su visión del desarrollo. A pesar de que su visión orgánica de la realidad social le permitía una comprensión más amplia del desarrollo, superior a la estrecha identificación de este con el crecimiento, sin embargo, no escapa al pensamiento de su época en el sentido de identificar desarrollo con industrialización capitalista. El maestro era un digno representante de su época y, como tal, refleja el sentir de sus contemporáneos. Ya a finales del siglo XX se empezó a poner en duda la aspiración a la industrialización como alternativa única de progreso, para los países llamados subdesarrollados.

Pero son muchos, en cambio, los aportes del pensamiento de Antonio García que, no solo no pierden vigencia, sino que cada vez la adquieren en mayor medida. El más importante de tales aportes, a mi modo de ver, es su invitación a pensar la realidad latinoamericana desde América Latina, a la luz de un pensamiento propio. Con el planteamiento de que la creencia en una ciencia económica y, en general, unas ciencias sociales absolutamente universales es no solamente un mito, sino un mito peligroso, nuestro pensador mostró su catadura de visionario. Finalizando el siglo XX hizo crisis el paradigma positivista de la universalidad absoluta de las ciencias sociales. Y cada vez queda más claro que las pretensiones de pensamientos únicos universales, como el neoliberalismo, son altamente nocivas para los países latinoamericanos.

Indisolublemente ligada al pensamiento propio está su propuesta metodológica. Esta propuesta adquiere también mayor vigencia cada día. La visión orgánica de la realidad social, propuesta por García, implica necesariamente la superación de las abstracciones simplificadoras, de las limitaciones disciplinares y, por ende, niega las posibilidades de las fórmulas universalizantes elaboradas en los países centrales, que pretenden validez para todas las realidades particulares. En la segunda mitad del siglo XX se vino desarrollando la visión sistémica de la realidad y luego aparecieron los planteamientos de pensamiento complejo, como el de Edgar Morin. Esa propuesta metodológica permite el conocimiento tanto de la historia como de la realidad económica y social de América Latina en sí misma; esta es la única manera de descubrir en esta parte del mundo las particulares complejidades sociales, condición sine qua non para encontrar alternativas de desarrollo.

Hoy, medio siglo después de que García llevara a cabo sus razonamientos metodológicos, éstos continúan, en lo fundamental, en espera de que los estudiosos de la realidad latinoamericana, sobre todo quienes se proponen transformarla, recojan esa herencia y la conviertan en su herramienta de análisis.

No hay duda de que una de las debilidades en los análisis de la realidad latinoamericana, tanto de los pensadores de derecha como los de izquierda, radica en el método. Tanto los unos como los otros han simplificado la realidad a la luz de las formulaciones abstractas de los teóricos europeos de sus preferencias. Los marxistas, por ejemplo, han trasladado mecánicamente a la realidad latinoamericana del siglo XX los descubrimientos hechos por Carlos Marx para la realidad inglesa del siglo XIX. Ellos razonan, por ejemplo, de la siguiente manera: puesto que el pensador alemán encontró que la contradicción esencial del capitalismo inglés era la plusvalía, es decir, la relación social entre burgueses y proletarios, la presencia en América Latina de estas dos clases es prueba suficiente para demostrar que la contradicción esencial de la sociedad latinoamericana es la misma descubierta por Marx en Inglaterra. El aporte metodológico de García evita caer en errores del tipo anterior. Los marxistas latinoamericanos, que recuperen a García, tendrán que abocarse a un análisis particular que los lleve a encontrar por su cuenta las contradicciones esenciales del capitalismo latinoamericano; quizás coincidan con las de la Europa del siglo XIX, o quizás no lo hagan.

La interpretación de la historia y la realidad social latinoamericana hecha por García se puede considerar también como un aporte que mantiene su vigencia. Tal interpretación, hecha a la luz de su método, indica que la historia latinoamericana no es un reflejo de la historia europea, sino que tiene sus propias particularidades. Aquí de nuevo habría que confrontar a los marxistas latinoamericanos. Los intentos de los marxistas de encontrar en América Latina la copia de la historia europea, a través de determinados modos de producción, contrastan significativamente con la propuesta garciista.

En definitiva, el núcleo esencial de la propuesta metodológica y teórica de Antonio García continúa manteniendo su vigencia y en espera de que nuevas generaciones de científicos y científicas sociales colombianos y latinoamericanos recojan esas banderas y continúen adelante.

Una categoría de mucha importancia que plantea Antonio García, consecuente con su visión metodológica, es la de formas económicas mestizadas. Las formas económicas, las relaciones de producción, que se constituyeron en América Latina no fueron las mismas que trajeron los conquistadores españoles ni tampoco las nativas, sino una mezcla, un mestizaje entre unas y otras, lo cual produjo como resultado un tipo de relaciones de producción nuevas, diferentes a las que les dieron origen. De la misma manera que la unión de sangres blanca e india produjo un tipo mestizo, el cual no es ni europeo ni indio, también las formas económicas mestizas constituyen una novedad.

Sin embargo, García, influido por el marxismo, no reivindica la formas mestizadas como válidas para América Latina, sino que las considera formas atrasadas y aboga por su superación a través de relaciones de tipo capitalista. Al igual que Marx, y en esto García no es consecuente con su propuesta, termina por considerar al capitalismo como alternativa única de desarrollo. Podría decirse que el maestro García, en última instancia, se identifica con Marx en aquello de que los países desarrollados son el espejo de los atrasados, en el sentido de que necesariamente estos algún día ocuparán el lugar que hoy tienen aquellos, como lo muestra la cita del prologo a El Capital, transcrita en el capítulo segundo de este escrito. Esto también se puede ver claramente en párrafos como los siguientes:

A un feudalismo negativo se añade una esclavitud negativa, sin fines de construcción económica: así se produjo un verdadero mestizaje de rasgos culturales, sin capacidad de crear lo que el esclavismo y el feudalismo crearon en Asia y Europa2.

García, para ser consecuente consigo mismo, debería haber buscado las potencialidades de las formas mestizas en vez de lamentarse de la falta de creatividad del feudalismo y esclavismo latinoamericanos. Todo indica que García solo veía dos caminos de desarrollo, ambos capitalistas, el inglés basado en la libertad de mercado y el alemán con la participación del Estado. A América Latina le quedaba como única alternativa el camino alemán. Su sueño de futuro fue, desde luego, el socialismo, pero teniendo como antesala el capitalismo desarrollado. A mi modo de ver, en este aspecto, el maestro se quedó corto al no buscar para Latinoamérica un camino diferente a los existentes en Europa, debido a que no llevó hasta sus últimas consecuencias su crítica al determinismo de Marx.

Detengámosnos un poco en las diferencias entre los caminos de desarrollo capitalista en Inglaterra y Alemania. El capitalismo inglés surge espontáneamente en lo que pudiéramos llamar un proceso "natural" de desarrollo. No así el Alemán, donde las relaciones económicas de tipo capitalista llegan a establecerse a principios del siglo XIX, en condiciones muy diferentes a las de Inglaterra. Alemania estaba constituida entonces por cerca de 300 principados independientes, cada uno de los cuales implantaba los aranceles que deseara en sus fronteras. El desarrollo en estas condiciones, entiéndase desarrollo de tipo capitalista, debía ser impulsado por una intervención decidida del Estado. Por eso los teóricos alemanes comprendieron que:

no era suficiente el planteamiento unitario y conjunto de los problemas de la economía nacional, sin una política del Estado también unitaria y conjunta y, desde luego, realizada enérgicamente3.

El capitalismo inglés se remonta a finales del siglo XV y empieza en la agricultura con la expropiación de las parcelas de los pequeños productores agrarios para convertirlas en tierras de ganado lanar, cuyo fin exclusivo era el mercado. Carlos Marx, uno de los estudiosos más serios de la historia económica inglesa de aquella época, nos dice al respecto:

Hemos visto que la usurpación violenta de estos bienes, acompañada casi siempre por la transformación de las tierras de labor en terrenos de pastos, comienza a fines del siglo XV y prosigue a lo largo del siglo XVI. Sin embargo, en aquellos tiempos este proceso revestía la forma de una serie de actos individuales de violencia, contra los que la legislación luchó infructuosamente durante ciento cincuenta años4.

De esa forma se originan las relaciones capitalistas y se imponen espontánea e inexorablemente a lo largo de más de un siglo, a pesar de la oposición inicial, tanto de los campesinos como de las leyes vigentes. No valieron ni las quejas del pueblo, ni la legislación prohibitiva, que comienza con Enrique VII y dura ciento cincuenta años5. Se trata de un verdadero periodo de acumulación originaria de capital espontánea, a través de la cual el capital se impone en calidad de relación de producción superior y arrasa con todo tipo económico anterior que pueda oponérsele. La expropiación de las pequeñas propiedades cumple una doble función en la creación de capital. De una parte, se crean grandes empresas agropecuarias, con importantes masas de capital y, de otra, lanza al mercado a los pequeños productores expropiados convertidos en proletarios, creando de esa manera un verdadero mercado interno: de un lado, los hombres libres dispuestos y obligados a vender su fuerza de trabajo y, de otro, una masa de asalariados demandantes de medios de consumo elaborados. Finalmente, en la medida que la clase burguesa alcanza el poder político, empieza a cambiarse la legislación existente por otra favorable a los capitales y, con el tiempo, del proceso de acumulación espontánea se pasa poco a poco a la emisión de leyes proteccionistas, pensadas para apoyar las empresas capitalistas. Este último proceso tiene lugar siglos más tarde, con lo aportado por el siglo XVIII consistente en que la propia ley se convierte en vehículo de esta depredación de los bienes del pueblo6.

Es sumamente importante la constatación de que no todo el periodo de nacimiento y expansión del capital en Inglaterra coincide con tiempos de librecambismo. La formación de las grandes empresas estuvo apoyada por la protección del Estado. Apoyemos esta afirmación en el autor que hemos venido citando:

El sistema proteccionista fue un medio artificial para fabricar fabricantes, expropiar a obreros independientes, capitalizar los medios de producción y de vida de la nación y abreviar el tránsito del antiguo al moderno régimen de producción7.

Ya en el siglo XVII, los mercantilistas abogaban por el apoyo a las manufacturas y las posibilidades de exportación. Entre estos se destaca el inglés Thomas Mun, quien afirma, en su famosa obra La Riqueza de Inglaterra por el Comercio Exterior:

Puesto que la gente que vive de los oficios es mucho más numerosa que los que son dueños de los frutos, debemos lo más cuidadosamente posible sostener esos esfuerzos de la multitud, en los que consisten el mayor vigor y riqueza tanto del rey como del reino, puesto que donde la población es numerosa y las manufacturas buenas, el comercio debe ser grande y el país rico8.

El Estado inglés no solamente protegió, por medio de aranceles, a sus empresarios, sino que reprimió violentamente los intentos de creación de industria en los países dependientes como lo hizo en Irlanda y más tarde en la India. Solo mucho después, ya en el siglo XIX, las empresas capitalistas se consideraron suficientemente fuertes como para reclamar libertad para competir, sin intervención estatal. Los primeros esfuerzos en solicitud de libertad para comerciar tienen lugar en Manchester en 1838, con la constitución de la Liga de lucha contra las leyes del trigo, dirigida por Cobden. Es a esta nueva época que corresponden las posiciones librecambistas de los Clásicos de la Economía Política. Lo anterior demuestra la falsedad de ciertas posiciones que pretenden mostrar la historia del capital, como la historia del libre cambio. Solo en la mencionada época, en el siglo XIX, David Ricardo aboga en el parlamento inglés por el establecimiento del libre cambio al comercio internacional y, en particular, la eliminación o disminución de aranceles para la importación del trigo. Incluso si la importación de trigo más barato -pensaba Ricardo- perjudicara temporalmente a los productores ingleses, tal pérdida sería recompensada con creces mediante el traslado de capital del trigo a otra rama de la producción, por ejemplo los textiles. Planteamientos muy importantes de este pensador, en relación con la importación de trigo, pueden leerse en un folleto publicado en 1822. Allí encontramos lo siguiente:

Los derechos protectores sobre la importación de trigo se imponen siempre en el supuesto de que el trigo es más barato en los países extranjeros por el monto de dichos derechos, y que si no se impusieran, se importaría trigo extranjero. Si el trigo extranjero no fuera más barato, no serían necesarios los derechos protectores, porque, con un régimen de libertad de comercio no se importaría9.

Los aranceles buscan impedir que se venda en un país un producto extranjero, a precios más bajos que el mismo producto producido internamente. A quienes argumentaban que la importación de trigo a precios bajos, disminuiría el empleo al interior del país, Ricardo les responde:

Los precios del trigo bajarían de inmediato, y la agricultura podría verse en mayores dificultades que ahora. Pero la mano de obra de este país se aplicaría de inmediato a la producción de otros bienes, más rentables, que podrían cambiarse por el trigo extranjero barato10.

La importancia de revisar estos argumentos del gran economista inglés radica en la constatación de que su pensamiento se formó en discusiones de problemas concretos, propios de la economía inglesa de comienzos del siglo XIX. Tal visión es generalizada, por el autor, en su obra Principios de Economía Política y Tributación, la que se tomó más tarde, por los economistas de todos los países dependientes, incluidos los colombianos, igual los de mediados del siglo XIX que los de finales del XX e inicios del XXI, como la formulación de leyes universales ajenas al tiempo y al espacio.

La historia del capitalismo alemán es muy diferente a la del inglés. Sus diferencias radican, por una parte en que, como quedó dicho, el capitalismo alemán solo se desarrolla en la primera mitad del siglo XIX y, por otra, en que el capitalismo alemán no nace con el grado de espontaneidad del inglés. Mientras este se impone en forma inexorable a pesar de las medidas que se pudieran tomar en contra, aquel solo toma cuerpo con el auxilio del Estado. Esto lo entendieron muy bien los teóricos alemanes, primero Federico List, cuya obra principal se publica en 1841, y después la escuela histórica dirigida por Schmoller. Ellos fueron los primeros en comprender que la teoría clásica inglesa no tenía validez universal y que, por lo tanto, las condiciones históricas y económicas alemanas debían ser teorizadas en forma independiente. Mientras las formulaciones teóricas clásicas inglesas tienen pretensiones universales, las alemanas solo pretenden alcances nacionales, y mientras la teoría de los ingleses tiene como base la existencia del libre cambio, la de los alemanes es la de un desarrollo capitalista protegido por el Estado. List, al hablar de Smith, dice lo siguiente:

Semejantes ideas me llevaron a considerar la naturaleza de la nacionalidad y a advertir que la teoría, preocupada por la humanidad o por los individuos, se había olvidado de las naciones; fue, entonces, evidente para mí, que entre dos naciones muy adelantadas, la libre competencia solo puede influir de modo benéfico para ambas cuando las dos se encuentran aproximadamente en el mismo nivel de progreso industrial...11.

Él comprendió que el comercio libre entre países de desarrollo desigual termina siendo perjudicial para el menos desarrollado. Los ingleses de aquel momento eran favorecidos por el comercio libre puesto que tenían el mayor desarrollo del mundo, mientras que Alemania llevaría la peor parte, por tener menores niveles de desarrollo.

El futuro inmediato de la economía alemana demostró que sus economistas, partidarios de la protección estatal, tenían razón. El efecto se presentó como un desarrollo capitalista acelerado. Agréguese a la política estatal, el hecho de que los alemanes no necesitaban recorrer el camino recorrido por Inglaterra con la revolución industrial, sino que aprovecharon los adelantos aportados por ésta. Lo anterior le permitió a Alemania alcanzar un desarrollo comparado al de Inglaterra, en mucho menor tiempo. En aproximadamente medio siglo, Alemania pasó de ser un país feudal a uno capitalista desarrollado, para finales de la década de los años 60 del siglo XIX Alemania había llegado a producir 13% de la industria mundial.

Después de conocer esta historia, Antonio García empezó a pensar en un desarrollo a la alemana, para América Latina. A pesar de su discrepancia con el mecanicismo del materialismo histórico marxista, por cuanto este desconoce las condiciones concretas tanto históricas como geográficas y culturales, sin embargo, García espera que el desarrollo latinoamericano recorra un camino similar al europeo. Es por eso que él piensa una revolución latinoamericana entre cuyos objetivos fundamentales cuenta la revolución industrial, impulsada políticamente por la revolución social12. Hay que decir, a favor del maestro, que en su época nadie pensaba en América Latina en una alternativa de desarrollo diferente a la industrialización; con el desarrollo teórico y la experiencia histórica alcanzados a inicios del sigo XXI se presentan nuevos argumentos, para creer que América Latina debe buscar caminos diferentes. Hay que decir que, a pesar de los aspectos novedosos que podemos encontrar en el concepto de desarrollo formulado por García, seguía como agazapada allí la idea de desarrollo como crecimiento.

La historia estudiada por Carlos Marx del continente europeo, especialmente en el ejemplo de Inglaterra, lo llevó a concluir que desde el siglo XVI hasta comienzos del XIX esa sociedad había recorrido un camino permanente de transformación de todos los tipos económicos en el tipo capitalista, camino cuya etapa culminante estaba constituida por la revolución industrial, gracias a la cual el tipo capitalista adquirió la categoría de modo capitalista de producción. Pero, esa historia no puede ser extrapolada a las condiciones latinoamericanas.

No pretendo negar que, en lo esencial, en el nuevo mundo hayan surgido relaciones de producción de tipo capitalista, pero sus formas son diferentes. Y no es suficiente el conocimiento de las abstracciones esenciales para dar razón de un fenómeno; tanto el método dialéctico de Marx, como el orgánico de García aconsejan llegar hasta el conocimiento de la complejidad concreta.

Por relaciones capitalistas, en lo esencial, estoy entendiendo la transformación del dinero en capital. Transformación que tiene lugar en el mismo campo de la circulación:

El capital procede en un principio de la circulación, y concretamente tiene al dinero como punto de partida. Hemos visto que el dinero que entra en la circulación y a la vez de ella vuelve a sí, constituye la última forma de la negación y superación del dinero13.

Aquí se está hablando del capital, sin tener en cuenta aún sus particularidades históricas o geográficas. Es el capital recién nacido, como una transformación del dinero. Es el dinero que, en determinadas condiciones, se niega a sí mismo para hacerse capital.

El dinero como capital es una determinación del dinero que va más allá de su determinación simple como dinero. Puede considerársele como una realización superior, del mismo modo que puede decirse que el desarrollo del mono es el hombre14.

El intercambio no se detuvo en la creación formal de valores de cambio, sino que de manera necesaria evolucionó hasta someter la propia producción al valor de cambio15.

La única determinación en que el capital está puesto como diferencia de valor de cambio inmediato y de dinero, consiste en la de ser un valor de cambio que se conserva y se perpetúa en la circulación y mediante ella16.

El capital es dinero evolucionado. Tanto el dinero como el capital son valor de cambio, pero se encuentran en dos grados evolutivos diferentes. En la producción mercantil simple, el valor de cambio es solamente la etapa final de un proceso de producción, digamos que los productores cambian la parte excedente de su producción, o sea que solo esta parte toma la forma de valor, en tales condiciones el dinero no es más que dinero. Pero, llega un momento en el cual el valor de cambio se generaliza, es el momento cuando un grupo de propietarios de dinero se dedica únicamente al cambio de productos, a comprar para vender; en este caso el valor de cambio somete a los procesos productivos a su mandato, los productores tienen como fin alimentar el mercado: el dinero es capital. En estas nuevas condiciones, el dinero adquiere vida propia y se sitúa en la circulación para nunca más retirarse de allí. Esas condiciones, por supuesto, se dieron en América Latina y, por lo tanto, esta parte del mundo entró a formar parte del sistema capitalista mundial.

El problema está en que quienes estudian la historia y la realidad social y económica de América Latina con ojos europeos simplifican de tal manera el fenómeno que terminan por tratar las totalidades como idénticas, a partir de la identidad de las esencias. Con esa visión, basta identificar el carácter capitalista tanto de las economías latinoamericanas como de la europea para suponer que se está ante realidades idénticas. De allí suele pasarse a trasladar a la realidad latinoamericana los resultados obtenidos por los pensadores europeos para su propia realidad. Ahí aparece la falacia.

Tomemos de nuevo a Marx como ejemplo, quien criticaba a Bastiat por llevar el análisis de la economía capitalista a unos grados tales de abstracción, que solo encontraba el valor de cambio y, por lo tanto, no podía diferenciar la producción mercantil capitalista de la producción mercantil en general.

Si abstraigo de un concreto lo que lo distingue de su abstracto, no obtengo otra cosa que lo abstracto. De este modo todas las categorías económicas se convierten en más y más nombres para la misma relación de siempre, y esta burda incapacidad de captar las diferencias reales termina por ser la presentación del common sense puro, del common sense como tal. Las "armonías económicas" del señor Bastiat significan au fond que existe una sola relación económica, la cual adopta diversos nombres, o que solo en cuanto a los nombres se produce una diferencia17.

Los grados de abstracción a que Bastiat llevaba el análisis de la economía europea, le impedían encontrar las diferencias entre el capital y el simple valor de cambio y por eso desembocaba siempre en la armonía del intercambio de equivalentes, pasando por encima de la gran diferencia que existía entre las relaciones de explotación del capital y las de igualdad de la producción mercantil simple. Las grandes diferencias del capital respecto al simple dinero no podían ser vistas porque se hacía abstracción de ellas. Igualmente, no se encuentran las diferencias entre el capitalismo latinoamericano y el europeo, porque se hace abstracción de ellas y, después del proceso de abstracción, solo queda el carácter capitalista, igual para los dos casos. Este problema puede ser resuelto si se utiliza el método garciista en el análisis, si se incluyen en el análisis las particularidades y sus interrelaciones.

Una primera diferencia importante, entre los capitalismos del nuevo y el viejo mundo, está en el punto de partida para la formación de las relaciones de tipo capitalista. En Europa las relaciones capitalistas de producción nacen en el seno de las relaciones de tipo feudal.

La historia de la propiedad de la tierra -que muestra la transformación paulatina del landlord feudal en el arrendador rural, del arrendatario vitalicio, asentado hereditariamente, semitributario y a menudo privado de libertad, en el moderno farmer, y de los siervos de la gleba y campesinos sujetos a prestaciones en jornaleros agrícolas- serían de hecho la historia de la formación del capital moderno18.

Para nuestras condiciones, no existieron ni señores feudales ni siervos, que pudieran dar lugar a dos clases del nuevo modo de producción. Además, la fábrica que sintetiza las relaciones capitalistas de producción en Inglaterra, es el fruto de un proceso "natural" de ascenso desde la cooperación capitalista simple hasta la aparición de la máquina y con ella la gran industria. En otras palabras, el anterior es el proceso que conduce a la Revolución Industrial inglesa. En América Latina no tuvo lugar ni lo uno ni lo otro. A este nuevo mundo, la cara capitalista de las formas económicas le llegó de Europa, fundamentalmente a través del comercio.

En el nuevo mundo, la economía no siguió el camino "natural" como lo hizo en Europa. La llegada de los europeos al nuevo mundo significó un choque de formas productivas, que condujo al nacimiento de formas nuevas y diferentes.

Planteemos algunas pinceladas sobre el panorama de relaciones de producción que tenían lugar en el nuevo mundo, a la llegada de los europeos. Un aspecto muy importante, para tener en cuenta, es que los metales preciosos no revestían la forma de dinero, el oro y la plata eran simples valores de uso. La forma dinero de los metales preciosos es un "contagio" de los europeos. De esto conocemos muchos testimonios, entre ellos la manera como Montaigne comenta el encuentro del rey Carlos con algunos indios en Ruán, donde uno de los indios le dice al rey:

Que les darían víveres, pero el oro, del cual tenían muy poco, era cosa que no estimaban en nada, por ser inútil para la vida diaria, ya que solo les interesaba la paz y el bienestar19.

Algunos aspectos de las relaciones mercantiles existentes en el nuevo mundo, a la llegada de los españoles, han sido estudiados por varios historiadores, economistas y antropólogos. El maestro José Consuegra Higgins nos dice al respecto:

En nuestro continente en la época precolombina, las relaciones de cambio presentan características variadas, de acuerdo con el grado de desarrollo en la actividad productiva y las relaciones sociales prevalecientes. En los pueblos de economía más primitiva el cambio es un trueque directo. En otros se dan las formas de utilización de mercancías equivalentes.

Entre los primeros pueblos que conocen los españoles el cambio responde esencialmente a sus relaciones de producción: en su organización, eminentemente colectiva, el dinero no se conocía. Y el trueque de mercancías se confunde con el intercambio de regalos. Al llegar Colón, los indios lo colman de regalos y aceptan, también, el cambio de sus productos naturales -alimentos, etc.- por las baratijas manufacturadas en Europa20.

Puesto que la propiedad sobre los medios de producción existentes era colectiva, no existía ningún tipo de intercambio al interior de las tribus. El intercambio empezaba a tener lugar entre tribus y este consistía básicamente en trueque de producto por producto.

El intercambio de los productos del trabajo en el régimen de la comunidad tribal precolombiana se realizaba en los puntos de contacto entre diversas tribus. Él nunca se efectuó en el interior de la comunidad gentilicia o tribal, por la ausencia de propiedad privada, de productores aislados y de una producción mercantil propiamente dicha21.

En algunas comunidades el proceso de cambio estaba más desarrollado, precisamente en aquellas donde los medios de producción habían alcanzado un mayor avance, como es el caso de los Aztecas, donde ya se podía hablar de verdaderos mercados, entendidos como sitios especiales para el intercambio. En la novela Azteca se puede leer lo siguiente, sobre el tema:

Su inmensa área de mercado abierto me pareció que era tan grande como toda nuestra isla de Xaltocan, más rica, más llena de gentes y mucho más ruidosa. Esa área estaba separada por amplios corredores limitados en cuadros en donde los mercaderes extendían sus mercancías sobre mesas o lienzos, y cada uno de esos cuadros estaban designados a diferentes clases de mercancías. Allí había secciones para los forjadores de oro y plata; para los que trabajaban las plumas; para los vendedores de verduras y condimentos; de carne y animales vivos; de artículos de cuero y ropa; de esclavos y perros; de cerámica y trastos de cobre; de medicinas y cosméticos; de cuerdas, reatas y fibras; de estridentes pájaros, changos y otras mascotas22.

La cantidad de productos dispuestos para la venta era muy amplia, pero no se trataba aún de una actividad que mereciera especial consideración y el regateo era propio de personas de bajo nivel social, como se anota en la misma novela, había señores y damas pipiltin, apuntando imperiosamente hacia los artículos que deseaban y dejando que sus esclavos regatearan el precio. Y, lo más importante, se trataba de comunidades que asistían al mercado con el fin de intercambiar los excedentes de su producción, la producción no estaba sometida al valor de cambio, sino que este estaba condicionado por aquella; no había surgido aún un dinero cuya existencia permanente tuviera lugar en el mercado.

Algunos investigadores hablan de un modo de producción específico del mundo indígena precolombino, es el caso del historiador Hermes Tobar. Dicho modo de producción existió en esta parte del mundo desde unos 3.000 años antes de nuestra era, época en la cual las tribus indígenas dejaron la forma de vida nómada para dedicarse a la agricultura sedentaria, hasta la llegada de los españoles. En ese momento el proceso histórico del nuevo mundo sufre un trauma en su desarrollo "natural" y es sometido a un proceso nuevo, sumamente complejo, que aún hoy no terminamos de conocer y, menos aún, de comprender.

De modo que el siglo XVI marca el comienzo de un proceso dialéctico de la historia de las masas indígenas sometidas: el proceso de descomposición de su modo de producción, de sus estructuras, grandes o pequeñas; y sobre esa descomposición, la creación de estructuras nuevas...23.

Una condición más, que hacía del nuevo mundo un terreno estéril para la difusión de relaciones de tipo capitalista, era su condición de sociedad agrícola con excesivas extensiones de tierra; según Guillermo Hernández, para el caso de los Chibchas, estamos hablando de promedios de 5.5 habitantes por kilómetro cuadrado. La producción de tipo capitalista tiene como una de sus condiciones la explotación intensiva de los recursos, el mejor uso de los mismos, que lleva al incremento en la productividad del trabajo. Pero, toda búsqueda de mayor productividad está condicionada por la demanda de sus productos. En tan altas proporciones de superficie de tierra por habitante (cerca de 20 hectáreas por habitante) era innecesario el incremento de la productividad; máxime si tenemos en cuenta que las necesidades de la población eran mínimas: se limitaban a la comida, la vivienda y los escasos vestidos de la época. Les bastaba con el trabajo de unas pocas horas al día, para que sus necesidades estuvieran satisfechas.

Con tres horas diarias de labor, aprovechando los periodos estacionales más o menos intensos de acuerdo con el ciclo de los cultivos, y con parte de los efectivos tribales dedicados a la caza, a la pesca y a la producción de sal, los muiscas se hallaban en una etapa de alto desarrollo social24.

Para los nativos, lo adecuado era producir lo necesario para la vida y ese necesario se podía obtener con una "jornada" de tres horas por día. No existían condiciones sicológicas para la competencia ni para producir más de lo que era necesario para vivir en condiciones adecuadas al momento. La competencia, que es propia de una sociedad mercantil, es un acicate para el incremento de la productividad del trabajo y éste, a su vez, permite la producción de un excedente. Este último constituye una condición sine qua non para la existencia de relaciones de tipo capitalista. Tales condiciones no tenían lugar ni tenían posibilidades de surgir en el mundo precolombino. Las tribus originarias de América no conocían la propiedad privada independiente, base de la competencia, sino la propiedad colectiva condición de la cooperación. Y el escaso producto excedente que se obtenía, que tomaba la forma de tributo para los gobernantes o caciques, era entregado más con el sentido de regalo que de cambio o expropiación.

De otra parte, la actitud de los peninsulares europeos, más de saqueadores que de empresarios capitalistas, no creó condiciones para la explotación de la mano de obra nativa, en los marcos de la racionalidad capitalista, sino que se dedicó a su exterminio. El mismo Kalmanovitz lo anota de la siguiente manera:

Los españoles redujeron salvajemente el nivel de consumo de las sociedades aborígenes, pero a la vez les impusieron ritmos de trabajo tan duros y desacostumbrados, que el excesivo aumento de las faenas atentó contra la reproducción biológica de los pueblos hallados por los civilizadores cristianos25.

No se trató de la racionalidad capitalista que podía permitir la proletarización de los productores y su sometimiento a la producción de plusvalía, como tuvo lugar en el viejo mundo o en el norte de América, sino el sometimiento extraeconómico que obligaba al nativo a producir más allá de sus capacidades vitales; más que la explotación de la fuerza de trabajo, se llegaba a su exterminio.

En relación con las causas externas existe mayor claridad. Algunas de ellas se relacionan con las características de la colonización. Según el economista norteamericano Paul Baran, ya mencionado en el capítulo segundo, los europeos se encontraron en su proceso colonizador con dos situaciones. Por un lado, con regiones muy ricas y poblaciones guerreras muy primitivas, como es el caso de lo que hoy son Estados Unidos, en las cuales decidieron aniquilar la población nativa y trasladarse allí a construir una nueva vida, llevando consigo los adelantos tecnológicos y sociales de Europa para unirlos a la riqueza del lugar. El resultado fue un rápido desarrollo capitalista. Pero, en otros lugares, se encontraron con otra situación diferente, que Baran describe de la siguiente manera:

Los colonizadores de Europa Occidental se enfrentaron a sociedades ya establecidas con ricas y antiguas culturas en un estadio precapitalista o en un estado de gestación del desarrollo capitalista. Donde las organizaciones sociales existentes eran primitivas y tribales... los visitantes de Europa Occidental decidieron extraer rápidamente las mayores ganancias posibles de los países huéspedes y llevarse el botín a su país de origen. De ahí que se dedicasen al saqueo abierto o al saqueo ligeramente disfrazado de comercio, apoderándose y llevándose enormes riquezas de los lugares en que penetraron26.

Si bien este párrafo se refiere concretamente a la India, el mismo autor advierte, dirigiéndose a los latinoamericanos, como lo hiciera antes Marx dirigiéndose a los alemanes, que de te fabula narratur. El caso descrito es, sin duda, el de esta parte del mundo. En lo que hoy es América Latina, los europeos tropezaron con civilizaciones milenarias, poco guerreras, que no era del caso eliminar militarmente para asentarse en sus tierras, como sucedió con los ingleses en el norte de América. A lo anterior hay que agregar que los españoles no eran empresarios capitalistas, como los colonizadores de la parte norte de América, sino aventureros sedientos más de riqueza rápida que de desarrollo permanente. Los españoles, por lo tanto, se dedicaron a la obtención de las riquezas fáciles, como el oro, para disfrutarlas en su país de origen; se dedicaron al saqueo abierto o al saqueo ligeramente disfrazado de comercio.

Los ibéricos, a pesar de las limitaciones anotadas a la implantación de relaciones de tipo capitalista, implantaron algunas relaciones de este tipo, nacidas del comercio exterior colonial. Pero tales relaciones, en lugar de imponerse eliminando los tipos económicos diferentes, como hubiera sido de esperar a la luz de la historia clásica de Inglaterra, permanecieron revejidas y mezcladas con formas nativas. El resultado de ello fue el nacimiento de formas nuevas, fruto del mestizaje de las diferentes relaciones económicas de producción.

Lo anterior llevó a que las relaciones capitalistas se situaran fundamentalmente en la esfera comercial, en el campo del comercio externo, sin llegar a penetrar en la esfera productiva, sin crear la fábrica, que es el corazón del modo capitalista de producción. El trabajo asalariado, que es la forma propia de la producción capitalista, se expandía básicamente en la producción de productos exportables, como la minería. Es decir, la producción capitalista no entró en competencia con la pequeña producción agrícola. Todo lo contrario de la historia inglesa, donde el capital entró en competencia directa con la pequeña producción destruyéndola y liberando fuerza de trabajo para el proletariado. En las colonias españolas, al penetrar el capital permaneció en convivencia con diferentes tipos económicos.

El propósito del presente libro no es el conocimiento del tipo de relaciones económicas existentes en el nuevo mundo, antes de la llegada de los europeos, ni el legado de éstos en materia de formas económicas. Para los fines de este trabajo, lo importante es insistir en el planteamiento de Antonio García, según el cual en el nuevo mundo las relaciones económicas de tipo capitalista tienen un origen distinto a las europeas. Y esa historia particular no puede ser ignorada, al momento de pensar en las posibilidades de desarrollo futuro.

La diferencia de la historia económica del nuevo mundo, respecto a la del capitalismo inglés, no fue tenida en cuenta por quienes construyeron la economía colombiana posterior a la independencia de España, como es el caso de los economistas liberales seguidores de los clásicos, tipo Florentino González27, a mediados del siglo XIX. Incluso, puesto que tampoco es una historia comparable a la del capitalismo alemán, falló también el maestro Antonio García al insistir en que el camino latinoamericano podía ser similar al de la Alemania del siglo XIX.

Después de la independencia de España, en el siglo XIX, los ingleses les imponen a las nuevas Repúblicas su política de libre cambio, con lo cual se frustró en estas, en competencia desigual, todo intento de desarrollo industrial. En Latinoamérica, los ingleses no chocaron con la resistencia teórica que encontraron en Alemania, donde no penetró libremente su pensamiento librecambista. En América Latina, por el contrario, desde un inicio los ideólogos que acompañaron a los detentadores del poder fueron fieles seguidores del pensamiento europeo, a mediados del siglo XIX, fundamentalmente el librecambismo inglés. A manera de ejemplo, veamos una opinión de un influyente intelectual colombiano de esta época. Se trata de Florentino González, quien en su informe como Secretario de Hacienda de la Nueva Granada, ante las Cámaras Legislativas, en 1847, decía lo siguiente:

En un país rico en minas y en productos agrícolas, que pueden alimentar un comercio de exportación considerable o provechoso, no deben las leyes propender a fomentar industrias que distraigan a los habitantes de las ocupaciones de la agricultura y minería, de que pueden sacar más ventajas. Los granadinos no pueden sostener en las manufacturas la concurrencia de los europeos y de los americanos del norte...

La Europa, con una población inteligente, poseedora del vapor y de sus aplicaciones, educada en las manufacturas, llena su misión en el mundo industrial dando diversas formas a las materias primeras. Nosotros debemos también llenar la nuestra; y no podemos dudar cuál es, al ver la profusión con que la Providencia ha dotado esta tierra de ricos productos naturales. Debemos ofrecer a la Europa las primeras materias, y abrir la puerta a sus manufacturas, para facilitar los cambios y el lucro que traen consigo, y para proporcionar al consumidor, a precio cómodo, los productos de la industria fabril28.

A diferencia de List, que desde Alemania negó la universalidad del pensamiento inglés y creó un pensamiento adecuado a las condiciones nacionales, González tomó como propio el pensamiento de los clásicos ingleses y aceptó, en consecuencia, la división internacional del trabajo, favorable a las potencias económicas de aquel momento. Se debe tener en cuenta, por lo demás, que List y González eran de la misma época (el libro de List que comentamos fue publicado en 1841 y el comentario anterior de González es de 1847) y si Alemania salió en ese momento en defensa de su producción industrial, pensando que no estaba en condiciones de competir, más válida hubiera sido la misma posición para los latinoamericanos. Los pensadores latinoamericanos, infortunadamente, han sido siempre mayoritariamente, y lo siguen siendo, más imitadores de pensamiento ajeno que creadores originales; la originalidad en nuestro medio, como he venido insistiendo, es una actitud de minorías.

Para tomar un ejemplo de los efectos nocivos del libre cambio en el desarrollo económico en América Latina, veamos un caso colombiano de destrucción de la naciente industria artesanal, en el siglo XIX:

Para dar alguna cifra, puede mencionarse que Ospina Vázquez calcula hacia 1855 una producción textil nacional en 1.5 y 2 millones de pesos, y un consumo importado de 5 millones; las cifras de comienzos de siglo podrían haber sido de 1.5 millones para ambos, y para los ochentas, mientras la producción local seguía estable, las importaciones llegaban a 7 u 8 millones de pesos.

Si esto es así, la región de Santander tuvo que sufrir una especie de proceso de involución económica, al reducirse, si no en términos absolutos, al menos relativamente, el valor de la producción artesanal, así como la proporción de la población dedicada a estas tareas29.

Este ejemplo se multiplicó, no solo en otros lugares de Colombia sino en todos los países latinoamericanos, puesto que el librecambismo fue una política generalizada para el subcontinente. Es decir, las condiciones externas no fueron propicias para el avance de las relaciones de tipo capitalista en este medio, tampoco en el siglo XIX. El capital, como lo explicó Marx, se origina en la esfera de la circulación y desde allí somete la producción a sus condiciones, pero es la penetración en la producción y la derrota en este campo de toda otra forma de producción anterior lo que permite al capital alcanzar el rango de modo de producción. La síntesis, la unidad de lo diverso, de las relaciones capitalistas de producción que se expresa en la fábrica capitalista no tuvo lugar en América Latina, o lo hizo demasiado tarde y siempre en convivencia con formas económicas diferentes. Hablamos de la fábrica:

como un gigantesco autómata, formado por innumerables órganos mecánicos, dotados de conciencia propia, que actúan de mutuo acuerdo y sin interrupción para producir el mismo objeto, hallándose supeditados todos ellos a una fuerza motriz, que se mueve por su propio impulso...

Con el instrumento de trabajo, pasa también el obrero a la máquina la virtuosidad de su manejo. La capacidad de rendimiento de la herramienta se emancipa de las trabas personales que supone la fuerza de trabajo. Con esto, queda superada la base técnica sobre la que descansa la división del trabajo en la manufactura...

Cuando reaparece en la fábrica automática la división del trabajo, es siempre con el carácter primordial de distribución de los obreros entre las máquinas especializadas y de asignación de masas de obreros, que no llegan a formar verdaderos grupos orgánicos, a los diversos departamentos de la fábrica, donde trabajan en máquinas-herramientas iguales o parecidas, alineadas las unas junto a las otras, en régimen de simple cooperación30.

Mientras en la manufactura, que es el paso anterior a la gran industria, los instrumentos aún están en manos de los hombres, en la fábrica los obreros están en las "manos" de las máquinas y al servicio de ellas. En sentido estricto, el trabajo vivo está a disposición del trabajo muerto.

Los procesos de formación de capital en América Latina no llevaron hasta la constitución de la fábrica, se quedaron, por decirlo así, a medio camino. Como el propósito de la metrópoli era trasladar valor de las colonias a España, lo fundamental de la actividad económica se centraba en el saqueo primero y en el comercio después. Quizá si la mayor parte de esas riquezas hubieran tenido la forma de productos agrícolas, el capital habría penetrado en la agricultura en competencia con la actividad fundamental de la población y las relaciones capitalistas de producción se hubieran posicionado en un sector fundamental de la economía. Pero el hecho de que la forma fundamental de la riqueza trasladada estuviera constituida por metales preciosos llevó a que el capital, cuando penetraba en la producción, llegara únicamente a la producción minera que no era la actividad cotidiana de los habitantes de la región. Esto dio como resultado la convivencia en paralelo de formas asalariadas y formas no capitalistas en los sectores fundamentales de ocupación de la población. Antonio García considera que la Colonia originó solo un capitalismo parasitario. Al respecto, dice:

Con frecuencia se olvida que la explotación colonial originó solo un capitalismo parasitario de la Metrópoli ibérica, el que ni tuvo capacidad de promover la revolución industrial con el enorme saqueo de metales preciosos realizado en las Indias, ni de desatar en éstas un proceso generalizado de desarrollo capitalista. Los centros urbanos en los que pudo desarrollarse una verdadera burguesía y funcionar unos patrones de actividad económica regulados por unos nuevos conceptos de acumulación capitalista, fueron aquellos, como Cartagena de Indias, alimentados con el monopolio comercial en las relaciones con la Metrópoli o los que -en el siglo XVIII- operaron como nudos o plazas de intermediación del comercio clandestino con las nuevas potencias capitalistas del occidente europeo31.

La condición fundamental del establecimiento del capital, bien sea espontáneamente como en Inglaterra o con el apoyo del Estado como en Alemania, es la derrota de las formas de producción no capitalistas, con lo cual se expropia a los pequeños productores creando simultáneamente una doble condición para el capital: fuerza de trabajo disponible para el trabajo asalariado y compradores de medios de consumo para la creación del mercado interno. Tales condiciones, como queda dicho, no llegaron a crearse en América Latina, hasta épocas muy recientes y en convivencia con relaciones de producción no capitalistas.

Las causas externas de ese fenómeno, como vengo anotando, son más o menos claras y se derivan de las imposiciones primero de España y luego de Inglaterra. Las causas internas no están suficientemente estudiadas y en este escrito hemos dado solo algunas puntadas en esa dirección. En conclusión, el capitalismo inglés se desarrolló porque ante la ausencia de condicionamientos externos siguió un proceso histórico normal; el alemán porque contó con un Estado suficientemente fuerte para contrarrestar las imposiciones del libre cambio y favorecer su desarrollo; el capitalismo latinoamericano, en cambio, no contó con ninguna de esas condiciones: no tuvo la libertad para su desarrollo espontáneo ni contaba con Estados fuertes que contrarrestaran los condicionantes externos y favorecieran su desarrollo. Como consecuencia histórica se dieron unas relaciones capitalistas con poco desarrollo en convivencia con formas anteriores o en mestizaje con ellas. Se trata de nuevas formas de producción, desconocidas para los pensadores europeos y que, por lo tanto, no se dejan aprehender por sus teorías.

El maestro García se propuso mirar esas nuevas realidades con otros ojos, como quedó dicho en el capítulo segundo de este escrito, pero influido, a pesar de su propósito, por las corrientes de pensamiento de su tiempo no llevó su razonamiento hasta las últimas consecuencias. A mi modo de ver, él permaneció equivocadamente fiel a cierto principio marxista del desarrollo ascendente de la sociedad, a través de etapas de obligatorio tránsito. Es por eso que no podía concebir un desarrollo diferente al capitalista. Veamos una cita más, que confirma lo anterior:

A esta acción de los capitales inmigrantes corresponde la actividad de los grandes Estados en contra de todas las formas sistemáticas de organización estatal -utilizando los propios preceptos doctrinarios del liberalismo económico- y de todos los sistemas de proteccionismo defensivo. Así resulta anulado el único principio que podría disolver, progresiva y enérgicamente, las grandes zonas de economía natural congelada y acapitalista, que impiden la formación de una economía unitaria, coordinada y sin barreras internas: el principio del Estado32.

Esto indica que García considera condición sine qua non para el desarrollo, la eliminación de todo vestigio de economía acapitalista, incluidas por supuesto las formas mestizadas.

Con las nuevas circunstancias, que tenemos iniciado el siglo XXI, el mismo método garciista debe llevar a distintas conclusiones. En primer lugar, la promesa socialista de que todos los problemas sociales serán resueltos con el establecimiento de la propiedad social sobre los medios fundamentales de producción y que para llegar allí se debe superar la etapa de la industrialización capitalista, ha perdido vigencia. En segundo lugar, la promesa capitalista de que la solución de los problemas humanos y sociales es un efecto del crecimiento económico, también ha caído en el desprestigio.

Estamos viviendo, a principios del siglo XXI, una encrucijada histórica de crisis no solo de paradigmas teóricos, sino también de carencia de alternativas prácticas reales; esta situación particular es una oportunidad para aventurarse en la búsqueda de alternativas novedosas. Una alternativa que merece ser contemplada es la de las formas económicas mestizadas, no como las entendió García, como una etapa a superar, sino como formas en sí mismas ventajosas.

Eso implica superar el complejo de inferioridad que lleva a otorgar importancia a lo foráneo y menospreciar lo propio; igualmente, implica superar la camisa de fuerza del materialismo histórico, según la cual la historia sigue siempre un camino ascendente, a pesar de los vaivenes, y que, además, ascendente significa en todo caso incremento de la productividad. En primer lugar, en la historia hay más casualidad de la que supusieron Marx o García y, en segundo lugar, mayor progreso para una comunidad puede implicar incluso disminución de la productividad.

Algunas tendencias actuales del pensamiento indican cierta superioridad de las formas complejas, sobre las simples y puras. En este sentido las relaciones de producción mestizadas serían superiores, además de auténticas, a las puramente capitalista. Las formas mestizadas y la convivencia de formas distintas no serían ejemplos de premodernidad, sino simplemente formas diferentes con existencia propia y, quizás, para nuestras condiciones, superiores. Esta comprensión de la realidad latinoamericana solo es posible, por supuesto, a la luz de una teoría del desarrollo igualmente mestizada y compleja.

A estas alturas de la historia hay suficientes evidencias de que el capitalismo llamado desarrollado no es un modelo para imitar, por varias razones. Se trata de un modelo destructor de condiciones de vida. Como dice el economista y teólogo alemán Franz Hinkelammert, quien ha vivido en América Latina más de 30 años:

... un desarrollo sensato del Tercer Mundo ya no puede ser copia del Primer Mundo, el ambiente no podría resistir igualmente, se sabe que un desarrollo sensato obligaría al propio Primer Mundo a rehacer toda su estructura de producción y de sus decisiones tecnológicas, para someterla a las condiciones de sobrevivencia de la humanidad entera en el marco de la naturaleza existente. Como no hay disposición para eso, el Primer Mundo se prepara para usar la destrucción del ambiente del Tercer Mundo en su provecho, con el fin de mantenerse el mayor tiempo posible. Estamos frente a un heroísmo del suicidio colectivo33.

El modelo que nos ofrecen los países llamados desarrollados, no solamente es destructor del entorno natural, sino que es un sistema destructor de vida humana directamente. Los datos estadísticos, a través de la historia, muestran que la tendencia del sistema es a concentrar la riqueza en pocas manos y acumular pobreza en el otro extremo. El número de pobres no solo es creciente en número de personas, sino que, al tiempo, cada persona individualmente se empobrece cada vez en mayor medida. Es como si la polarización de que hablara Carlos Marx, se estuviera cumpliendo a nivel planetario. Veamos lo que afirmaba el alemán:

A medida que se acumula el capital, tiene necesariamente que empeorar la situación del obrero ... Esta ley determina una acumulación de miseria equivalente a la acumulación de capital. Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo contrario ... acumulación de miseria...34.

Durante cierto tiempo, frente al mejoramiento de las condiciones de vida de los obreros de los países capitalistas desarrollados, los teóricos creyeron ver en las anteriores palabras una gran equivocación del mencionado pensador. Pero, la realidad actual parece indicar que es eso lo que se está cumpliendo, esta vez en el ámbito mundial. La distancia entre los ricos y los pobres no ha cesado de crecer en los últimos dos siglos y lo seguirá haciendo sin duda en el futuro, a no ser que las relaciones cambien. Veamos las cifras. La relación entre el país más rico y el más pobre era en 1820 de tres a uno, en 1913 de once a uno, en 1950 de 35 a uno, en 1992 de 72 a uno. La concentración de la riqueza es tal que las 5 personas más ricas del mundo poseen una riqueza equivalente al ingreso anual de casi la mitad de la población más pobre del planeta. Al mismo tiempo, 3.000 millones de personas en el mundo subsisten con el equivalente a dos dólares o menos por día y de ellas 1.300 millones lo hacen con menos de un dólar diario. Y, la miseria golpea preferentemente a los sectores más débiles de la población, es decir, a las mujeres y los niños; 160 millones de niños en el mundo están desnutridos y 250 millones son trabajadores. Todas las anteriores son cifras oficiales. No hay duda de que estamos en presencia de un sistema destructor de la vida humana, las meras cifras lo indican contundentemente.

De otra parte, los ricos también son esclavos de su suerte. Ya el pensador alemán antes mencionado lo había descubierto.

Como un fanático de la valorización del valor, el verdadero capitalista obliga implacablemente a la humanidad a producir por producir y, por tanto, a desarrollar las fuerzas sociales productivas...

El capitalista solo es respetable en cuanto personificación del capital. Como tal, comparte con el atesorador el instinto absoluto de enriquecerse. Pero lo que en éste no es más que una manía individual, es en el capitalista el resultado del mecanismo social del que él no es más que un resorte. Además el desarrollo de la producción capitalista convierte en ley de necesidad el incremento constante del capital invertido en una empresa industrial, y la concurrencia impone a todo capitalista individual las leyes inmanentes del régimen capitalista de producción como leyes coactivas impuestas desde fuera. Le obliga a expandir constantemente su capital para conservarlo, y no tiene más medio de expandirlo que la acumulación progresiva.

Por tanto, en la medida en que sus actos y omisiones son una mera función del capital personificado en él con conciencia y voluntad, su consumo privado se le antoja como un robo cometido contra la acumulación de capital... La acumulación es la conquista del mundo de la riqueza social35.

Estamos en presencia de un sistema en el que un pequeño grupo de personas se empeña, con gran éxito, en disminuir las posibilidades de vida a una inmensa mayoría, sin que el resultado del proceso redunde en bienestar del pequeño grupo de concentradores de riqueza. Por su parte, la mayor parte de los teóricos de la economía se empeña en demostrar que se trata de un sistema propio de la naturaleza humana y que, si no es perfecto, por lo menos es el mejor de los posibles.

La historia, sin embargo, no parece apoyar el carácter natural del sistema capitalista. Los seres humanos empezaron a producir, a trabajar para obtener bienes de la naturaleza, hace 50.000 años, pero hace solo 10.000 que tuvo lugar la primera división social del trabajo. Durante las cuatro quintas partes de la historia de la producción, los humanos produjeron solo para su consumo individual. Y hace solo 3.000 años que apareció el dinero; es decir, solo muy recientemente ha tenido lugar la producción para otros, para el cambio. Y, si hablamos del sistema capitalista, que es el que tenemos en este momento, este únicamente data de 500 años atrás. Lo anterior significa, ni más ni menos, que de cada cien instantes del humano trabajador, uno lo ha hecho bajo relaciones capitalistas. Si este último instante es lo natural, ¿los otros 99 qué serían?

Infortunadamente, los optimistas se equivocaron cuando pensaron que la historia humana llevaría, per se, a condiciones cada vez mejores. Marx, por ejemplo, planteó que la marcha de la historia llevaría inexorablemente a una productividad del trabajo cada vez mayor y ésta, a su vez, conduciría al reino de la libertad. El crecimiento infinito de la productividad y de la producción, llevaría a la humanidad a un momento en que todos contarían con todos los medios de consumo sin mayor esfuerzo. Tuvo razón en lo primero, es decir que la productividad crece permanentemente, mas no en que tal crecimiento se convertiría en bien para el género humano. La historia de la producción parece ser, por el contrario, un camino descendente hacia la necedad.

Cuando el ser humano empezó a producir hace 50.000 años, lo hizo para obtener de la naturaleza cosas útiles, que le permitían satisfacer sus necesidades inmediatas. Luego al dividirse las actividades productivas sociales, con el nacimiento de la agricultura sedentaria, esa primera especialización permitió un incremento en la productividad del trabajo y la producción de algunos excedentes canjeables entre ganadería y agricultura; pero el fin seguía siendo básicamente el mismo: satisfacer necesidades humanas. Con el surgimiento del dinero, hace unos 3.000 años, convierte el cambio en un fin en sí mismo, ya dejaron de cambiarse solamente los productos excedentarios y se empezó a producir con el fin exclusivo de cambiar; la actividad económica empieza, con este hecho, a alejarse de lo razonable. El cambio no satisface, per se, necesidad humana de ningún tipo, se trata de un simple medio para llegar a un fin indirecto, alcanzar un valor de uso, pero el medio empieza a ser más importante que el fin. La aparición del trabajo asalariado aleja aún más la actividad económica de lo razonable; de un lado, el obrero está condenado a vender diariamente su fuerza de trabajo para poder subsistir y, de otro, el capitalista se esclaviza de la acumulación de capital, en un círculo infernal de producir plusvalía para acumular y acumular para producir plusvalía. Pero los últimos avances del sistema capitalista, en su etapa de modelo neoliberal, han alcanzado límites delirantes. La actividad central de la economía, que es la obtención de rendimientos, mediante transacciones puramente financieras, no guarda ninguna relación con la satisfacción de las necesidades humanas de ningún tipo. En esta nueva etapa, la actividad económica fundamental solo está relacionada con el movimiento de las cifras, telemáticamente, al margen de cualquier producción de bienes o servicios, que puedan relacionarse con alguna utilidad para los humanos, en algún sentido. Se trata de un sistema que, a semejanza de los dioses, después de ser creación de los humanos, adquirió vida propia y convirtió a éstos en sus criaturas, peor aún, en sus esclavos.

De otro lado, el sistema socialista, como intentaron construirlo los partidos comunistas de carácter marxista, lo que podríamos llamar el sueño leninista, tampoco resultó ser una alternativa. Y, no solamente por las limitaciones que veía García en ese sistema. Él pensaba que la falla del socialismo radicaba, casi exclusivamente, en la carencia de libertad individual, en la dictadura política del partido único. El socialismo sí mostró ser más racional en cuanto pudo satisfacer necesidades fundamentales de toda la sociedad; en los países socialistas, los seres humanos que vivían en la miseria física e intelectual constituían grupos numéricamente insignificantes. Pero, de otra parte, sus economías entraron en la misma competencia por el crecimiento de la producción en sí mismo; el bienestar de la población no llegó a constituirse en el objetivo esencial de dicha economía. Además, como se vino a demostrar después, resultó ser un sistema tan destructor de la naturaleza como el sistema que había reemplazado.

Podemos concluir, de los razonamientos anteriores, que ni el sistema económico existente es una alternativa válida para América Latina ni el socialismo conocido tampoco lo es. Ante tal falta de caminos, es indispensable construir caminos nuevos. En este caso, recordamos la recomendación de Ítalo Calvino:

En el momento en que el reino de lo humano me parece condenado a la pesadez, pienso que debería volar como Perseo a otro espacio. No hablo de fugas al sueño o a lo irracional. Quiero decir que he de cambiar mi enfoque, he de mirar al mundo con otra óptica, otra lógica, otros métodos de conocimiento y de verificación36.

Ante la falta de alternativas evidentes, que es el panorama que se contempla a inicios del siglo XXI, la salida se debe buscar a través de nuevos enfoques de la realidad, de nuevos métodos. Pienso que Antonio García tiene vigencia en un doble sentido: en primer lugar, debemos tomar su tarea de elaborar una teoría anclada en las particularidades históricas y culturales de América Latina y, en segundo lugar, retomar su propuesta de método orgánico y enriquecerla con los aportes contemporáneos del Pensamiento Complejo y del saber ancestral latinoamericano. La superioridad de las formas complejas sobre las simples es un concepto de estirpe hegeliana y marxista, que adquiere nueva vigencia. Este pensador planteaba que tanto en la ciencia como en la historia lo complejo es lo más desarrollado. Estas son sus palabras al respecto:

En la evolución de la ciencia esas determinaciones abstractas son las primeras en aparecer y las más pobres, tal como también ocurre, en parte, históricamente; lo más desarrollado es lo posterior37.

Las formas económico-sociales mestizadas, estudiadas por García, deben entenderse como formas propias de América Latina y no como simples formas atrasadas. No se trata de formas precapitalistas, llamadas a desaparecer bajo la presión de las relaciones capitalistas de producción, sino de formas apropiadas que pueden y deben permanecer con su propio lugar en la historia de estas sociedades. Se trata de formas nuevas, surgidas en el nuevo mundo, que transformaron las existentes antes de la llegada de los europeos y resistieron transformando las formas capitalistas importadas.

Si aceptamos la propuesta hegeliana, de la marcha de la historia de lo simple a la complejo, no habría razón para esperar que en América Latina las formas superiores sean las formas capitalistas puras, simplificadas. Además, no compartimos el planteamiento del materialismo histórico marxista que, en última instancia, convierte al ser humano en simple observador histórico de procesos sociales y económicos, tan inexorables como los naturales. Estamos suponiendo, en cambio, que las comunidades pueden construir consensos y llevarlos a la práctica, si van a redundar en su propio beneficio.

Hay que reconocer que la producción capitalista es la dominante en América Latina y la que mejor responde a las exigencias de la globalización, en su variante contemporánea; pero no es menos cierto que el capitalismo no proporciona las mejores condiciones de vida a la mayor parte de la comunidad. Es decir, la vía capitalista de desarrollo no es la única, ni la deseable para los latinoamericanos.

Nos separamos, por supuesto, de la concepción de desarrollo que lo limita al crecimiento económico o al campo de lo económico. Entendemos por desarrollo un proceso de construcción colectiva de condiciones de vida razonablemente deseables, para la mayor parte de los integrantes de la comunidad. La globalización, por su parte, no debe ser entendida, o por lo menos no debe ser aceptada, como un proceso dirigido por los grandes capitalistas modernos, que arrasa con todo aquello que se sitúa por fuera de sus deseos. Las comunidades, nacionales o locales, tienen el derecho, o deben luchar por adquirirlo, a decidir su forma de entrar en la globalización.

Una alternativa para el desarrollo en América Latina podría ser la convivencia de los distintos sectores, grupos sociales o tipos de producción y de propiedad, en condiciones aceptables para cada uno de ellos. En otras palabras, la convivencia de diferentes racionalidades. La alternativa de eliminar la clase social propietaria de los medios de producción, para crear una sociedad monoclasista, demostró no ser históricamente viable; lo que tuvo lugar en los países socialistas de Europa oriental fue un cambio de la burguesía por un grupo de burócratas del partido único, que se apropiaban de una parte de la riqueza creada por los trabajadores, en beneficio propio. La explotación del proletariado por la burguesía, fue reemplazada por la explotación del pueblo por la burocracia del partido. De otra parte, una sociedad como la actual, donde el interés exclusivo es la rentabilidad del capital, que condena al hambre y, finalmente, a una muerte prematura a la mayor parte de la población, tampoco es viable, en el largo plazo. Una alternativa posible es la convivencia de diferentes grupos sociales, con condiciones aceptables de vida, garantizadas por un Estado que los represente a todos.

La convivencia de diferentes grupos sociales, lo es también de distintas formas de propiedad y, en última instancia, la convivencia de distintas racionalidades económicas. Cada forma económica, o sea, cada forma de propiedad tiene su propia racionalidad. Se trataría de la existencia simultánea, de la convivencia, de esas racionalidades distintas lo que podría proporcionar mejores condiciones de vida, en un estado de dignidad humana; es la convivencia, en últimas, de comunidades con intereses, niveles, costumbres y aspiraciones diferentes.

Examinemos con algún detalle las racionalidades de los distintos tipos económicos. Las relaciones capitalistas de producción tienen como fin último la rentabilidad. En su primera fase se trataba de producir mercancías portadoras de trabajo excedente, de tal manera que la búsqueda del incremento de la relación entre trabajo excedente y trabajo necesario era la razón de ser del sistema. En la época actual, de globalismo neoliberal, es la rentabilidad del capital financiero el propósito exclusivo del sistema, pero el cumplimiento de ese propósito implica someter a condiciones de miseria a los no propietarios de esta forma de capital, a veces a países enteros.

La producción mercantil individual tiene otra racionalidad, el fin consiste en la venta de las mercancías portadoras del trabajo personal; la realización de este fin no implica detrimento de condiciones de vida de otros productores ni, mucho menos, de los no productores. Las relaciones económicas se establecen en la esfera del cambio y pueden tener un carácter de mutuo beneficio.

La forma cooperativa de producción tiene también su propia racionalidad, el fin no es la rentabilidad o la utilidad individuales y, por lo tanto, entran en juego otros factores o componentes como la solidaridad, la cultura, etc.

Por su parte, las formas mestizadas de producción económica conllevan racionalidades novedosas, que aún no han sido suficientemente estudiadas.

Los más caracterizados teóricos de la ciencia económica, desde los clásicos, han insistido en que el ser humano es egoísta por naturaleza y, por lo tanto, la mejor forma de organización económica es aquella que permite desplegar la naturaleza egoísta: la competencia. Es verdad que el egoísmo es propio de la naturaleza humana, pero también lo son la generosidad, la solidaridad, el amor, etc. La historia cuenta con suficientes ejemplos de actuaciones basadas en principios diferentes al egoísmo, empezando por los primeros cristianos, siguiendo con todos los hombres y mujeres que han luchado por la independencia de sus pueblos, etc. De la misma manera que el mercado es la forma ideal para que los humanos desplieguen su egoísmo, deben existir otras formas económicas en las cuales los humanos puedan desplegar otras de sus cualidades también naturales. El hecho de que hasta hoy no hayamos encontrado tales formas, no es suficiente prueba de que ellas no puedan llegar a existir.

En el modelo propuesto tienen oportunidad todos los sectores de una comunidad, sin que las relaciones económicas existentes privilegien los intereses de un grupo social determinado. Se diferencia de las posiciones ideológicas tradicionales, en que estas privilegian los intereses de un grupo o clase social. La posición burguesa o capitalista privilegia los intereses exclusivos de los propietarios del capital; se produce solamente aquello que aporta ganancias, sin importar las necesidades del conjunto de la sociedad. Incluso, hoy en día, con el dominio del capital financiero sobre todas las formas restantes, se tiene como finalidad exclusiva la rentabilidad sin importar que no se produzca ningún tipo de bien o servicios, ninguna clase de valor de uso, es decir, sin prestar servicio social alguno. El fin último es socialmente inútil.

De otro lado, la posición comunista representa exclusivamente los intereses de la clase obrera. Además del exclusivismo, hay que tener en cuenta que esta clase no solamente es cada vez relativamente menos numerosa, sino menos importante para el sistema productivo; no quiero decir que no sea importante, sino que es relativamente menos significativa, como es natural con el aumento de la productividad del trabajo. La contradicción fundamental es cada vez menos entre burgueses y proletarios para transformarse en una contradicción entre propietarios del capital financiero y la población en general. Esto explica porqué las organizaciones que lideran las luchas actuales no son precisamente las sindicales, aunque estas sigan siendo importantes, sino otros tipos de organizaciones como las de minorías raciales o sexuales, las mujeres, las ONG, etc.

A la propuesta de la convivencia de las formas económicas distintas y sus propias racionalidades, se opone por supuesto la lógica histórica hegeliano-marxista, según la cual el desarrollo es una marcha incesante hacia lo superior y superior significa, según Marx, con mayor productividad del trabajo. Según esta lógica, las formas más avanzadas destruyen y reemplazan inexorablemente a las más atrasadas. El orden lógico e histórico sería de la producción natural a la mercantil, de la mercantil a la capitalista, de la capitalista a la comunista; se trata, además, de una simple lógica de la producción, de la economía por la economía. Al respecto es paradigmática la afirmación de V. I. Lenin, en el sentido de que la superioridad del comunismo sobre el capitalismo debía demostrarse con el incremento de la productividad del trabajo, de la eficiencia, al pasar de un modo de producción al otro. Veamos sus palabras:

...va colocándose necesariamente en primer plano una tarea cardinal: la de crear un tipo de sociedad superior a la del capitalismo, es decir, la tarea de aumentar la productividad del trabajo y, en relación con esto (y para esto), dar al trabajo una organización superior38.

La anterior visión del desarrollo demuestra, sin lugar a dudas, que tiene como base a la economía en sí misma, con las personas a su servicio. En nuestra visión, en cambio, el propósito último del desarrollo no es ni la rentabilidad ni el crecimiento per se, sino las condiciones de vida razonablemente deseables para la mayor parte de la población y esas condiciones son impedidas, para la mayoría, por las formas supuestamente superiores que son las capitalistas.

Además, la predicción marxista de que las relaciones capitalistas estaban históricamente llamadas a sustituir toda otra forma anterior, atrasada, no ha sido respaldada por la historia latinoamericana, de ser cierta, toda la producción actual, después de casi quinientos años de llegar a este medio el capital como forma de producción, sería totalmente capitalista. Cinco siglos de historia son tiempo suficiente para verificar una predicción como esa.

Todo indica que la historia real no es tan lineal como la mencionada lógica lo supone. Sería bueno tener oído atento también a otras maneras de leer la historia, como la de Edgar Morin. Este dice, al respecto:

...la historia no obedece a procesos deterministas, no está sometida a una lógica técnico-económica ineluctable o guiada hacia un progreso necesario. ... No existen "leyes" históricas, sino una dialógica caótica, aleatoria e incierta entre determinaciones y fuerzas desordenadas, y un juego a menudo rotativo entre lo económico, lo sociológico, lo técnico, lo mitológico, lo imaginario39.

También juega un papel importante en esta discusión, el hecho de que la clase burguesa de América Latina, si bien puede tener algunas pequeñas ventajas en el Sistema Financiero Internacional, su escaso poderío económico no la favorece en un mundo globalizado. En cambio su presencia en otras formas de capital como el industrial o comercial, debería inducirla a buscar cierta independencia en el ámbito económico internacional. No sería de extrañar que también para los capitalistas latinoamericanos también sea llamativa la búsqueda de nuevas alternativas.

A cambio de la lógica naturalmente ascendente, hacia formas superiores de producción, pienso en la posibilidad de que las comunidades construyan consensos para construir su futuro. Se trata de una especie de contrato social, en el cual los grupos sociales con diferentes intereses se comprometen en un consenso para la construcción de un futuro conjunto a tenor de su voluntad colectiva. Un modelo como el propuesto implica, a su vez, la existencia de un Estado que represente los intereses de todos los sectores y garantice la democracia integral. La convivencia de diferentes racionalidades supone el establecimiento de relaciones entre desiguales, de ahí la necesidad del contrato social que, a través de un Estado democrático, garantice los derechos de cada uno de los sectores.

Antonio García pensaba, como ya se dijo, que la democracia debe ser orgánica, entendida en los siguientes términos:

La democracia orgánica es un sistema de órganos y de relaciones: un sistema de representación total, a través de órganos responsables y por intermedio de mandatarios responsables; una economía sujeta a planificación, socializada en sus sectores vitales y con fines de servicio y bienestar; un Estado que encarna la unidad del pueblo y que es órgano de regulación y de servicio; un régimen de responsabilidades que ordena la vida política y protege el ejercicio de la libertad. La democracia orgánica es el modo de realización de la democracia como todo: en ella están integrados ... los diversos medios y los diversos fines40.

En García solo aparecen los sectores populares, puesto que él pensaba en el socialismo tradicional; García no estaba pensando en la convivencia de racionalidades, sino en la eliminación de la racionalidad capitalista. La anterior propuesta trasladada a las condiciones del modelo de convivencia de diferentes formas económicas, se convertiría en un Estado en el que estén representadas todas las formas de producción y que, en consecuencia, legisle en favor de todas ellas. Es necesario, para ello, que la democracia sea integral, que garantice la libertad realizable en todos los aspectos, no solo el político. No se trata aquí de la libertad en sentido liberal:

La libertad presupone que el individuo tenga cierta esfera de actividad privada asegurada; que en su ambiente exista cierto conjunto de circunstancias en las que los otros no pueden interferir41.

Este tipo de libertad, descontextualizada, es totalmente insuficiente para alcanzar condiciones de vida deseables para todos los sectores. La comprensión de los conceptos relacionados con la democracia debe ser integral y de ninguna manera acomodada a los intereses de una clase o grupo social. Los liberales defienden la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos frente al mercado, pero aceptan todas las desigualdades del punto de partida; su igualdad queda desvirtuada en la práctica cuando se trata de competencia entre poderosos y débiles. Incluso los liberales más izquierdistas mantienen las desigualdades de nacimiento; dos jóvenes empresarios, por ejemplo, pueden competir en igualdad de condiciones, pero si uno es heredero de un gran capitalista y el otro de un obrero, la igualdad es solo teórica.

A la estructura pluralista propuesta, que podríamos llamar de amplia democracia económica, deben unirse también las otras dimensiones de la democracia propuestas por Antonio García. La democracia política implica que todos los grupos sociales tengan derecho a organizarse en partidos o movimientos y a buscar su representatividad en el Estado. Los partidos minoritarios tendrán derecho a su representatividad y no estarán obligados a aceptar la voluntad de la mayoría. Los asociados tendrán derecho a hacer conocer su voluntad, a través de sus organizaciones políticas, sin que tal voluntad sea escamoteada en favor de intereses particulares.

La democracia económica se garantiza mediante una política económica activa y de obligatorio cumplimiento que proporcione en la práctica igualdad de condiciones para todas las formas de propiedad. El sector capitalista, por ejemplo, gozará de las condiciones necesarias para su funcionamiento, pero no podrá hacer uso de su superioridad para someter a las otras formas.

Existe, de otro lado, el concepto de igualdad de los socialistas, quienes consideran que la igualdad de oportunidades socialista trata a las desigualdades que surgen de las diferencias de nacimiento como tan injustas como las impuestas por un contexto u origen social no elegido. La igualdad de oportunidades socialista busca corregir todas las desventajas no elegidas, desventajas que son tales porque el agente no puede ser racionalmente tenido por responsable de ellas, ya se trate de desventajas que reflejen desgracias sociales o desventajas que reflejan desgracias naturales. Cuando prevalece la igualdad de oportunidades socialista, las diferencias en el resultado no reflejan más que diferencias de gusto o elección, en vez de reflejar diferencias debidas a capacidades o poderes naturales o sociales42.

La anterior, por supuesto, es una alternativa deseable, en la cual solo existirían desigualdades derivadas de que el individuo opte por más ingreso o más ocio, pero ella implicaría una fuerte restricción en las formas de propiedad. Nuestra propuesta tiene menor alcance que la de los socialistas, pero, para las condiciones de América Latina, podría llegar a ser realizable.

Lo que yo vengo planteando, supone que el proyecto humano no debe ser subsumido por ningún otro tipo de proyecto. Por encima de aquel no debe situarse ni la defensa de la propiedad privada capitalista en sí misma, principio liberal por excelencia, ni el simple desarrollo de las fuerzas productivas, principio del marxismo. El verdadero proyecto humano debe ser, en última instancia, el mejoramiento permanente de la calidad de vida para la mayor parte de los asociados. No se piensa, tampoco, en una sociedad, en la cual las contradicciones no tengan lugar, sino con una administración de las contradicciones por métodos no violentos, a diferencia de los utilizados en la actualidad.

Mi propuesta de desarrollo es, por supuesto utópica, pero no en el sentido tradicional, sino en el que Botero Uribe da a este término, la utopía como una racionalidad que busca su aceptación por la sociedad. Utopía es

...una razón a la cual aún no se le ha otorgado carta de ciudadanía; no es idealista en el sentido filosófico, sino más bien "realista". ...No acepta el mundo como es: recusa la fealdad, la brutalidad, la explotación. Se apoya en la perfectibilidad humana. La vida social no es algo que deba padecerse fatalmente43.

Mantengo la esperanza de que la marcha actual hacia el empobrecimiento de la razón y la sensibilidad humanas, del estímulo de la creatividad solo para la eficiencia y de destrucción de la vida en amplios sectores de la población sea pasajera, aunque prolongada. Cuando esta pesadilla se agote y puedan tener lugar los sueños verdaderos, entonces las propuestas utópicas serán necesarias. En ese momento, aspiro a que mi propuesta de desarrollo pueda situarse al lado de muchas otras.


1 BOTERO URIBE, Darío. La voluntad de poder de Nietzsche, ECOE Ediciones, Bogotá, 1995, p. 90
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2 GARCÍA, Antonio. Bases..., p. 118
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3 GARCÍA, Antonio. Bases..., p. 44-45
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4 MARX, Carlos. El Capital, tomo 1 p. 616
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5 Idem. P. 612
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6 Idem. P. 616
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7 Idem. P. 643
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8 MUN, Thomas. La Riqueza de Inglaterra por el Comercio Exterior, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1978, p. 67.
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9 RICARDO, David. Protección a la agricultura, en OBRAS DE RICARDO, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1960, tomo IV, p. 178.
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10 Citado por T. W. Hutchison en Sobre Revoluciones y Progresos en el Conocimiento Económico, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1985, p. 75
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11 LIST, Federico. Sistema Nacional de Economía Política, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1979, p. 4
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12 GARCÍA, Antonio. Atraso y Dependencia..., p. 137
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13 MARX, Carlos. Elementos Fundamentales para la crítica de la Economía Política, Siglo veintiuno, México D.F. 1978, tomo1, p. 191-192.
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14 Idem. P. 189.
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15 L. C.
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16 Idem. P. 202
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17 Idem. P. 188
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18 Idem. p. 191
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19 Citado por Germán Arciniegas en Cuando América completó la tierra, Villegas Editores, Bogotá D.C., 2001, p. 106
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20 CONSUEGRA HIGGINS, José. Teoría de la Inflación el Interés y los Salarios, Plaza & Janés, Bogotá, 1997, p. 36-37
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21 SEPÚLVEDA PINO, Hernán. Ensayos Marxistas sobre la Sociedad Colombiana, s/e, Bogotá, 1982, p. 120.
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22 JENNINGS, Gary. AZTECA, RBA Editores, Barcelona, 1993, p. 54
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23 TOBAR, Hermes. Notas sobre el modo de producción precolombino, Aquelarre, Bogotá, 1974, p. 114.
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24 KALMANOVITZ, Salomón. Economía y Nación. Una breve historia de Colombia, Siglo XXI, Medellín, 1985, p. 39.
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25 Idem. P. 23
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26 BARAN, Paul. La Economía Política del Crecimiento, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, p. 166
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27 Cfr. SABOGAL TAMAYO, Julián. Historia del Pensamiento Económico Colombiano, capítulo I, Plaza & Janés, Bogotá, 1995.
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28 GONZALEZ, Florentino. Escritos políticos, jurídicos y económicos, en BIBLIOTECA BASICA COLOMBIANA, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1981, tomo 48, 606
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29 MELO, Jorge O. La Evolución Económica de Colombia 1830-1900, en Manual de Historia de Colombia, COLCULTURA, Bogotá, 1984, p. 200-201.
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30 MARX, Carlos. El Capital, tomo 1, p. 346-347
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31 GARCÍA, Antonio. La crisis de la Universidad, Plaza & Janés, Bogotá, 1985, p.50
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32 GARCÍA, Antonio. Bases... p 262
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33 Citado por René Báez en América Latina, ¿descenso al Cuarto Mundo?, El Duende, Quito, 1997, p. 148
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34 MARX, Carlos. El Capital, tomo 1, p. 547
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35 MARX, Carlos. El Capital, tomo 1, p. 499.
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36 CALVINO, Italo. Seis propuestas para el próximo milenio, Ediciones Siruela, Madrid, 1998, p. 23
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37 MARX, Carlos. Elementos Fundamentales..., tomo1, p. 186
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38 LENIN, V.I Las Tareas Inmediatas del Poder Soviético, en OBRAS ESCOGIDAS EN DOCE TOMOS, Progreso, Moscú, 1977, tomo VIII, p. 108.
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39 MORIN, Edgar. La cabeza bien puesta, Nueva Visión, Buenos Aires, 2001, p. 44.
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40 GARCÍA, Antonio. La democracia en la teoría y en la práctica, Editorial ARGRA, Bogotá, 1957, p. 243
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41 HAYEK, F.A. Los fundamentos de la libertad, en BIBLIOTECA DE ECONOMIA, Folio, Barcelona, 1997, tomo 1, p. 28
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42 COHEN, Gerald. ¿Por qué no el socialismo?, en Razones para el Socialismo, de Roberto Gargarella y Félix Ovejero (compiladores), Paidos, Barcelona, 2001, p. 68-69
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43 BOTERO URIBE, Darío. El Derecho a la utopía, ECOE Ediciones, Bogotá, 1997, p.3
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