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PROTOPÍA

 

A MODO DE RESUMEN

 

Como han demostrado muchos autores, la mejor utopía sería rechazable si fuera un tostón de modo de vida. Estoy convencido de que si el capitalismo ha "triunfado" como lo ha hecho, es porque, como he tenido ocasión de comprobar por mí mismo, y cualquiera que se decida a hacerlo puede comprobarlo también, la lucha por organizar y mantener la posición de la empresa capitalista ES UNA LUCHA DIVERTIDA.

No he negado en ningún momento que el capitalismo hereda algo del feudalismo y el esclavismo (a ver quien se atreve a negarlo), así que no es de extrañar que las capas más externas del círculo capitalista no acaben de ver qué tiene de divertido el capitalismo.

La idea que subyace a esta utopía es que LA PARTE menos divertida del capitalismo es precisamente la parte de la que el capitalismo debería prescindir para realmente explotar todo su potencial. En su mayor parte, los enormes capitales no se co¿portan como jugadores del capitalismo, sino como jugadores del esclavismo, el feudalismo y otros desagradables ismos.

He intentado demostrar que el capitalismo da pie a que cada cual explote lo mejor de sí, pero las personas no dan lo mejor de sí cuando están bajo amenaza de muerte; en esos casos tienden a presentar sus aspectos más violentos, más absurdos y menos responsables. Al teatro capitalista no le beneficia en nada que las personas pierdan los papeles, que se queden fuera del juego y a consecuencia de ello utilicen recursos discutibles, y por todo esto es necesario asegurar que nadie quede fuera del juego, que todo el mundo tenga acceso a la mayor cantidad de información posible, y sobre todo, que le demos a la gente la oportunidad de pensar primero y actuar después. Mas es evidente también que las personas deben ser un poco obligadas a pensar primero y actuar después. De lo contrario, nos la estamos jugando a que nos partimos la crisma contra algún desastre ecológico duro de verdad. Al capitalismo le sobran los inconscientes y los que se co¿portan como parásitos (a menudo son las mismas personas).

Por otro lado, si hay una imagen arquetipo que capitalismo y anarquismo persiguen al mismo tiempo es el concepto de "libertad". Suele creerse que de algún modo libertad y seguridad son términos contradictorios, pero me he esforzado en demostrar que la "libertad" proviene, precisamente, de la seguridad de que la satisfacción de nuestras necesidades primarias estará garantizada. Si la vida misma de uno y sus seres queridos (sean los que sean), está amenazada, el hombre no es libre, pues se ve OBLIGADO a luchar por su supervivencia, y esa es una lucha dolorosa que crea muchos rencores, frustraciones del espíritu, faltas de precaución, y escasa preocupación por la vida de los demás. Para poder decidir nuestro destino con arreglo a nuestros más despreocupados deseos, necesitamos saber que el Destino no nos golpeará despiadadamente; o por lo menos, que nuestros congéneres realmente harán lo posible por remediarlo o arreglarlo. Este esfuerzo conjunto por arroparse de algún modo unos a otros, es el primer sentido que puede tener formar comunidades, y el único que en último caso no debe olvidarse nunca; pero es también el que hace posible que el hombre emplee de forma positiva su potencial de trabajo único, especializado, en aquello en lo que es realmente bueno, y que lo haga con la precaución que el manejo de grandes fuerzas naturales requiere. Ese trabajo único y especializado puede llegar a cotas de calidad y facilidad inimaginables, tal es el potencial humano, pero solo llegará a esas cotas si es el mismo hombre que lo va a hacer el que decide hacerlo. El sabe mejor que nadie qué sabe hacer mejor y a lo que puede dedicar mayores esfuerzos. Está bien, por consiguiente, que cada hombre decida esa parte de su destino, y esa es la libertad que una economía debe ofrecerle en favor de su propia capacidad de crear riqueza, pero si la comunidad olvida arropar al individuo contra los inevitables imprevistos o ella misma lo amenaza, el hombre no podrá decidir libremente, y nunca podrá tampoco ofrecer lo mejor de sí.

Y desde luego tampoco podrá hacerlo si, en su afán por garantizar la seguridad, la comunidad olvida que el hombre es primeramente libre, y tiene que obligarle por la fuerza, y amenazarle con la muerte, para que haga lo que la comunidad decide. Si lo hace así, no solo no ofrecerá al hombre el don de la libertad, ni obtendrá de él todo lo que éste podría dar, sino que con esas amenazas pervierte por completo el sentido original de la vida en comunidad.

Sobre la base de una dignidad garantizada, el hombre puede encontrarse a sí mismo y decidir con inteligencia lo que hará por los demás...simplemente porque es divertido hacerlo. Esa es la idea anarquista, a fin de cuentas. Pero esa garantía no tiene que venir de la inexistencia de señores poderosos, sino de que los señores poderosos, y antes que ellos, los que no lo son, comprendan de una vez que la forma de que ellos puedan llegar a serlo, y seguir siéndolo, es precisamente asegurar que cada uno produce lo más y mejor posible, condición que solo puede darse si cada persona es libre, y para ser libre, está arropada y defendida, y si no se la desprecia como potencial de trabajo.

El hombre puede dar mucho de sí, y los señores pueden quedarse con una buena parte de ello. Y si se le ofrece la oportunidad de darlo, lo dará. De lo contrario, si se le obliga a co¿portarse de un modo absurdo para asegurar su vida, y eso es algo a lo que también están sometidos los medianamente poderosos, y los que están a punto de ser grandes poderosos, probablemente se encontrarán sin una Tierra que acoja su ambicioso juego. Los demás siempre tienen algo atractivo que ofrecernos a cambio de algo atractivo que sin duda sabemos hacer, pero es necesario que nos permitan respirar mientras pensamos qué hacer y cómo hacerlo sin cargarnos el mundo para que después nos toque recomponerlo. Aunque siempre ha habido personas que quieren vivir a su aire; no hay realmente ningún problema con ellas. El problema son quienes están desesperados por vivir a cualquier precio, y quienes quieren hacerlo timando a los demás, sin ofrecer nada a cambio del esfuerzo que hacen por ellos. Si conseguimos que la comunidad arrope al individuo, y éste decida libremente su participación en el juego de la especialización del trabajo y la economía, podremos exigir que esa participación sea una participación responsable, que no ponga en peligro las vidas del resto, ni las perjudique de otra manera, y exigirla no es una cuestión de gusto, sino una cuestión de lógica de supervivencia para la comunidad. Respecto a los timadores, a aquellos que quieren recibir sin dar, en realidad es fácil detectarlos, y se pueden imaginar mil y un mecanismos para evitar que se salgan con la suya o lo que es peor, que para hacer su juego, destruyan el trabajo de los demás.

Quizá hacen falta ajustes en las formas, y percatarse de a qué malévolos efectos de la estadística nos enfrentamos y cómo actúan las medidas diseñadas contra ellos. Pero esto es una cuestión prácticamente técnica. En la medida que estemos de acuerdo en que esos efectos existen y se pueden controlar, y en que se deben respetar las reglas que los controlan, no creo que debiera haber mucho más problema en ello.

En realidad, el mero conocimiento de estos efectos, y de que seguir ciertas reglas los pondrían bajo control, el mero conocimiento, digo, aunque esas reglas no estén universalmente aceptadas, aunque no estén formalizadas en la letra de la ley de nuestra comunidad, podría ejercer ya una influencia positiva. Si las personas observan cómo ciertas formas de jugar conducen con seguridad hacia cierto tipo de desastre, si saben que ciertas reglas del juego podrían evitarlo y saben que tales reglas no van a perjudicarles, ni siquiera a hacerles cambiar de modo de vida ni a comprometer sus batallas particulares, no creo que aceptasen tontamente jugar con otras reglas. Desde la comprensión de los fenómenos que ponen en peligro nuestras vidas, directa o indirectamente, es difícil que aceptemos jugar con reglas absurdas, de modo que con el tiempo, la simple comprensión de algunos hechos quizá favorezca que se tomen como costumbre ciertas medidas adecuadas.

De todos modos, los fenómenos expuestos, y las medidas sugeridas para evitarlos o aprovecharse de ellos, se refieren a CUALQUIER CLASE de comunidad. En ningún momento hemos pretendido referirnos a alguna en particular, o a alguna situación histórica concreta. La clase de fenómenos que afectan a cualquier comunidad actual son los mismos que han afectado a todas las anteriores, y que seguirán afectando a cualquier futura comunidad si no se diseñan y respetan leyes que los dominen de un modo constitucional y automático. Aquí se ha dibujado un conjunto de normas demasiado generales para constituir una propuesta de comunidad concreta. No se ha dibujado una sociedad específica. Son ideas añadibles a cualquier otra idea concreta de sociedad, tanto si existe realmente, como si se está planeando. No pretenden ser LA LEY, sino un exámen que la ley debería pasar para que la comunidad pudiera confiar seriamente en su viabilidad, fuera cual fuera el propósito con el que se la constituyese. Lo mismo vale para una economía global, que para un pueblo de pastores, que para una empresa. En sí la empresa es una comunidad, y posee un potencial de economía interior que cualquier empresario avispado puede explotar a poco que la empresa sea un poco grande. En su seno surgirán todos los fenómenos expuestos, en especial el de la ineficacia jerárquica. La filosofía de las medidas sugeridas aquí, es válida para regular su dinámica social interior. Cualquier empresa puede poner en práctica alguna de estas sugerencias y comprobar su efectividad. Igual que cualquier barrio, ayuntamiento, asociación de comerciantes, o partido político. Esencialmente, no es necesario que dibujemos un círculo sobre la tierra y digamos que de esta ralla para adentro vivimos en una utopía que materializa estas ideas, con todos los problemas políticos y militares que ello conllevaría. Al contrario, cualquier comunidad, sea monárquica o republicana, federal, mundial o puramente abstracta, puede hacer los pequeños cambios necesarios para probar estas sugerencias, sin alterar gran cosa el resto de sus costumbres, y sin alterar en nada sus valores, sean los que sean.

Los Estados modernos son herederos de muchas utopías pasadas. Poco a poco los Estados han ido incorporando medidas tendentes, en general, a satisfacer te¿poralmente las ansias de "buena convivencia" de las personas.

En un principio, por las noticias que tenemos, los Estados no eran más que una mafia organizada de guerreros para explotar el negocio de la protección. Con el tiempo, fueron ofreciendo diversos servicios.

Quizá el primero de todos fuera el del orden público, en un principio mantenido bajo el arbitrio personal, y con el tiempo, en las grandes civilizaciones, gracias a la fría eficacia del concepto de "ley". Con el tiempo, los grandes señores fueron preocupándose un poco más de organizar las actividades económicas de sus "protegidos". Actividades que en algunos momentos alcanzaron tal magnitud que empezaron a escapar a la comprensión y al control de los viejos señores. Los desmanes cometidos en el uso de los mecanismos económicos generaron reacciones duras, descritas con precisión en las viejas utopías de siempre.

El mundo caminaba hacia una complejidad sin límites, que escapaba no solo a la compresión de los desharrapados, sino a la de los gobernantes. La mayoría de los utopistas intentan salvar el concepto de vida comunitaria como modo necesario de vivir, pero casi invariablemente proponen la vuelta a esquemas simples de sociedad, en lo que los tiempos demostrarían como vano intento de desandar lo andado. Aun así, sus ideas calan en las masas de descontentos. Y así, poco a poco, a medias van exigiendo a los poderosos, retazos de esas bellas imágenes, a medias van siendo el blanco de una estrategia consciente de los poderosos, que empiezan a saber que tienen que intentar algo para evitar la inestabilidad atroz de sus naciones. Poco a poco los Estados modernos van mezclando y mezclando ideas, ofreciendo alivios sociales: la sanidad pública, la alfabetización, el urbanismo más o menos racional, la jubilación, el seguro de desempleo... yo no diría que esas conquistas no son nada, pero creo que lo fundamental ha de ser establecido todavía: el reconocimiento de los expertos, y especialmente los poderosos, de que la clase de medidas en pro de la dignidad de todas las personas, no solo no les impide continuar su juego, sino que son el sustento principal de éste, y así, que el sistema social llegue a un funcionamiento racional; a un punto en que los recursos naturales se usen de un modo viable, en que las personas puedan elegir libremente a qué se dedicarán y cuando lo harán, y en que las instituciones públicas sean intrínsecamente tolerantes y democráticas. Las medidas expuestas en este libro no son de naturaleza intrínsecamente diferente de aquellas de la sanidad, el seguro de desempleo, etc. Son como una continuación hasta sus últimas consecuencias del tipo de planteamiento (perfectamente racional) que hay detrás tanto de esas medidas que los Estados modernos ya han incorporado, como de las ideologías en que esas medidas ya universalmente aceptadas se inspiraron. Un planteamiento coherente, global y, sobre todo, claramente formulado, para que los poderosos no puedan continuar empleándolo a su antojo y pervirtiéndolo para obtener un pequeño beneficio aparente, y un gran perjuicio real, para todos, y al final, para ellos mismos. Asegurar que TODAS las personas conviven en armonía, de forma plenamente responsable, con una dignidad y libertad garantizadas, y en respeto de los recursos naturales, es la forma de asegurar la perfecta estabilidad y posibilidad de progreso de la comunidad, y muy especialmente, de los más ricos.

Libertad para asociarse con objeto de satisfacer, mediante el milagro de la especialización del trabajo, las necesidades humanas, con un solo principio básico: eliminar todas las pérdidas de rentabilidad del sistema de mercado libre y recaudar piramidalmente a partir de él, en la medida que el sistema pueda soportarlo, los recursos necesarios para garantizar la satisfacción gratuita de las necesidades primarias de los miembros, con el fin de asegurar su dignidad como tales, y su libertad auténtica de elegir, sin presiones, tanto si realmente merece la pena participar en la comunidad con una actividad propia, como la actividad con la que contribuir al sostenimiento de la comunidad de una forma personalmente responsable y garantizada, si la merece.

Esencialmente, las medidas sugeridas claramente son medidas de racionalización del capitalismo. Supongo, al fin, que con tanta "medida", el capitalismo apenas se podría llamar ya tal. Alguien se esforzaría en buscarle otro nombre más divertido, pero nadie debería asustarse con ello, porque sustancialmente no habría ningún cambio de base.

Espero, por tanto, no haber aburrido demasiado al personal, y espero que las ideas contadas consuelen la desesperanza de los cabreados tanto como me la consuelan a mí.  


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