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PROTOPÍA

 

PRINCIPIO DE RESPONSABILIDAD ASCENDENTE

 

La justicia sirve, sobre todo, para que las personas lleguen a percibir las consecuencias negativas de sus actos, y su comportamiento se adecue en consonancia a ellas. Tal y como expresa el principio de ineficacia jerárquica, las acciones, en el seno de una jerarquía, se inician en las altas posiciones y van siendo ejecutadas a medida que descienden en la escala jerárquica, pero eso significa que las altas posiciones tienen poder, y que están en condiciones de usar ese poder para evitar que les alcancen las consecuencias negativas de sus acciones. La justicia es, o debe ser, el mecanismo por el cual no importa la posición jerárquica que ocupe una persona, sea alcanzada por las consecuencias negativas de sus acciones, cuando las tienen. Quizá no se pueda evitar que se libren de las reales consecuencias negativas. Pero el fin de la justicia es que sean alcanzadas por ALGUNA, de forma que se enteren de que las han tenido, y no continúen por ese camino.

El principio de responsabilidad ascendente dice que toda posición jerárquica debe tener responsabilidad sobre las acciones que las posiciones inferiores ejercen en tanto miembros de esa jerarquía. Es bastante evidente que no tiene lógica que un sargento de policía sea acusado en alguna forma por el fraude fiscal que haya cometido un agente bajo su mando. El motivo es que el agente no comete el fraude gracias a que es policía, sino que podría haberlo hecho de todas maneras teniendo cualquier otra profesión. Sin embargo, cuando un profesor suspende a demasiados alumnos, lo hace en virtud de su posición en la jerarquía educativa, y en este caso, el catedrático DEBERÍA tener una responsabilidad sobre esa acción.

La razón de este principio, en cuanto a la eficacia jerárquica, es evidente. Los jerarcas no pueden ser responsables de que sus subordinados tomen sus propias iniciativas fuera de la jerarquía, pero si el fin de la jerarquía es cumplir adecuadamente una función cualquiera, está claro que tal función debe empezar por estar regulada, como mínimo, por las altas jerarquías. Cuando un miembro de una jerarquía comete un desmán, un error, o se aprovecha de su posición para lograr fines que no tienen que ver con la jerarquía, sus superiores son responsables de no haber, cuando menos, habilitado los medios para detectar y castigar los desmanes, de no haber adiestrado suficientemente a sus subordinados, o de no haber regulado su actividad de modo que no se pueda aprovechar para otros fines.

Un ejemplo habitual de falta de responsabilidad surge en las situaciones críticas en que el ejército sale a la calle y empieza a vigilarlas. Es una costumbre establecida que las salvajadas cometidas por los soldados con la población no sean responsabilidad de sus superiores. Se tiende a creer que salvo que hayan sido ordenadas por éstos, no puede caer sobre ellos ningún castigo. Sin embargo, en esas condiciones en que la acción militar posibilita cometer este tipo de atrocidades, son quienes inician la acción quienes deben ser responsables de que esta acción no inicie la ocasión de hacer cosas que nada tienen que ver con la acción iniciada. Las jerarquías militares ponen a los soldados en la calle y aunque no ordenen que cometan atrocidades (suponiendo que no lo hagan, claro), son quienes les dan la posibilidad de cometerlas. Por lo tanto, deben ser responsables de establecer medios de evitarlas, una vez que las han posibilitado. Igualmente, los dueños de un periódico obtienen un beneficio de editarlo y sacarlo a la calle. Pese a que no sean ellos los que escriben los artículos, son quienes posibilitan que un periodista errado o malintencionado escriba calumnias. Por consiguiente, han de ser castigados por aquellas.

Situemos un poco más la cosa. No se trata de que las altas jerarquías rueden detrás de las bajas cuando estas se "equivocan". Se trata de asegurarse que las altas jerarquías habilitaron los medios imaginables para evitar que tales se cometieran, o bien para detectarlos y castigarlos y repararlos. En realidad, no se trata de que el periódico tenga que caer por sistema cuando alguien difama a alguien desde él, sino de que tenga medios de contrastar la información, y vigilar lo que se escribe, o, si el artículo ya ha salido, que discipline al periodista difamador, junto a que publique una conveniente reparación, sin que tenga que venir a decírselo un juez. En la medida que el periódico posibilite la difusión de un artículo difamador, no habilite medios de contraste ni vigile lo que se escribe, y tampoco discipline en modo alguno al periodista, ni haga la reparación conveniente, es evidente que es responsable del artículo y de las consecuencias que pudiera tener.

El lugar habitual, sin embargo, donde no se aplica la responsabilidad ascendente es en las empresas (para perjuicio de ellas, por otra parte).

Es bastante habitual que las empresas se laven las manos sobre las faltas de pericia de sus empleados, sobre la falta de seguimiento de los reglamentos de seguridad, y sobre los perjuicios ocasionados por sus empleados en el ejercicio de su actividad. Es típico, por ejemplo, que a las empresas no les ocurra nada aunque alguno de sus empleados, con su impericia, ocasiones graves daños, materiales o humanos.

La idea que hay detrás de este principio es bastante simple. Los errores se cometen en el ejercicio de una actividad, y los delitos se cometen durante una oportunidad que alguien establece. Toda actividad es un recurso y todo recurso se explota jerárquicamente. Cada vez que una actividad ofrece la oportunidad de un error o un delito, hay alguien, seguramente, que está por encima del que lo comete, en la jerarquía cuya función ofrece la oportunidad. Típicamente, las jerarquías políticas ejercen una actividad de recaudación y organización, y ofrecen oportunidades a sus miembros inferiores de cometer cacicadas, desfalcos y prevaricaciones.

El principio de responsabilidad ascendente establece que en función de las oportunidades ofrecidas a quienes los cometen, son responsables de su vigilancia activa, de su disciplina interna, de la reparación de estos errores y delitos. No basta con decir que un alcalde ha cometido prevaricación. Hay que preguntarse porqué motivo la comunidad autónoma no creó mecanismos para limitar sus oportunidades, para detectar que lo han cometido, para ejercer las medidas disciplinarias oportunas y para reparar el daño. Son las altas jerarquías quienes ofrecen las oportunidades, y son quienes mejor conocen el alcance de estas oportunidades, motivo por el cual son quienes están en la disposición idónea para evitarlas o vigilarlas. No basta decir que sabemos qué capullo explotó la central.

Hay que saber por qué motivo la central podía ser explotada por un capullo, y por qué había un capullo donde podía explotarse la central. No basta con decir que las industrias contaminaron los alimentos. Hay que saber por qué el ministerio no analizó a tiempo esos alimentos. No basta con decir que un funcionario pegó a un preso. Hay que saber por qué ese funcionario estaba ahí y estaba en condiciones de pegarle sin que nadie se enterara o pusiera los medios. En términos más policiales, las jerarquías ofrecen las oportunidades.

A veces incluso ofrecen los móviles. Y deben ser responsables de que oportunidades y móviles no se conviertan en crímenes. Es decir, deben ser consideradas cómplices en tanto no se hayan preocupado de limitar las oportunidades, ni de detectar los crímenes y repararlos, cosa que tienen poder para hacer. Si se quiere, tienen una responsabilidad por la omisión de los medios necesarios para evitar los delitos, puesto que son quienes están en disposición de ponerlos. En general, es ley que los legisladores no conocen el alcance de los daños ocasionables por una actividad (aunque evidentemente son responsables de no hacer por enterarse). Quienes mejor conocen los daños que una actividad o función puede hacer son precisamente quienes ejercen la actividad. Son quienes mejor saben qué remedios hay que ponerles y cómo evitarlos. Un sistema social lógico debe poner los medios para que sean precisamente ellos quienes inicien las medidas de seguridad necesarias.

Es absurdo pretender que se hagan leyes perfectas que todo lo regulen y todo lo eviten. Las leyes, en principio, no son hechas por los mismos que acaban teniendo que cumplirlas. Son quienes las cumplen quienes mejor conocen el alcance de no cumplirlas. Por lo mismo, son quienes están en mejor disposición de obedecerlas aunque no existan. Quienes están en las posiciones más altas de las jerarquías son quienes mejor conocen el alcance de errores y delitos cometidos en las oportunidades que ofrecen.

Si no las conocen, no deberían estar ahí. De modo que si están, deben conocerlas. Y si las conocen, deben actuar en consecuencia. Por ejemplo, es un patético espectáculo que se acuse de un accidente a un conductor de autobuses cansado de conducir durante diez horas seguidas, mientras la empresa sale con sus manos limpias del asunto, cuando es la empresa quien, mejor que nadie, debería conocer el alcance del daño que puede producir un conductor cansado.

Los miembros de una jerarquía solo tendrían contacto con la justicia tras cometer un delito o un catastrófico error. Pero las capas jerárquicas superiores están en contacto previo con ellos, contacto previo y continuado. ¿Quien debería tener, pues, la función de controlar sus acciones en primera instancia, y quien debería ser acusado de no realizar esa función?. ¿Las víctimas, los extranjeros, los legisladores, o más bien, quien está viendo constantemente la oportunidad del crimen, quien la está favoreciendo, y quien, conociéndola, no la evita?.  


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