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PROTOPÍA

 

LOS PRINCIPIOS Y LAS UTOPÍAS

 

Creo que hay muchos fenómenos sociales (de índole estadística, fundamentalmente) que ocurren por que ocurren, porque es así, porque se deriva de sí mismo. Nadie es responsable de ello, nadie podría evitarlo, y de nada sirve negarlos. Lo único que se puede hacer con ellos es reconocer que existe en la interacción social esa tendencia y poner los medios para evitar que ejerzan su negativa influencia sobre la organización social, y por tanto, que afecten al individuo.

En mi opinión, esto no es cuestión de doctrina, sino de pura experiencia. Cualquiera de los principios comentados debe poder ser reconocido y visto en acción por cualquiera. El siguiente paso es contrastar hasta qué punto nuestras costumbres favorecen o coartan las consecuencias positivas o negativas de estos principios.

Me imagino que con los principios expuestos, y en especial ya que acabé con uno que precisamente he llamado "antiutópico", habrá dado la impresión de que estamos intentando tirar por tierra toda esperanza de estar en paz sobre este planeta. Es posible incluso que se niegue a admitir alguno de los principios ya que socava su esperanza en algún tipo de sistema particular de vida.

Sin embargo, todos estos principios, adecuadamente considerados, pueden ser puestos a favor del ser humano, o por lo menos, no en su contra.

Sería demasiado tedioso irnos conduciendo desde ellos hacia las sugerencias que se me ocurre que pueden servir de solución, de modo que trataré de saltarme todos los pasos innecesarios y llegar a ello cuanto antes.

Supongo que sostengo la idea de que en la sociedad existen epifenómenos de la interacción social. Esta idea no es nueva, más creo que los epifenómenos sociales siempre se han estudiado mezclados con los fenómenos humanos, conduciéndonos a una terrible confusión entre lo que es culpa nuestra, lo que no lo es, lo que podemos conseguir y lo que no, lo que exige cambios y lo que no, lo que en resumidas cuentas nos importa y lo que no.

Ahora bien, si estos fenómenos sociales de los que no somos responsables se pueden caracterizar bien, se podrán manejar y usar. En teoría, este es uno de los muchos propósitos de la ciencia llamada sociología. Sin embargo, existe un planteamiento erróneo en el concepto "ciencia de lo social". Si se toma ciencia como lo que estudia la relación entre causas y efectos, no estoy seguro que la ciencia pueda esclarecer principio alguno, pues todos y cada uno de los principios son solamente "efectos". Si se toma ciencia como lo que permite producir efectos deseados manejando las causas, debo decir que dudo que NADIE pueda ejercer ninguna clase de causa sobre la sociedad con efectos seguros. Si se toma ciencia como modo de producir efectos, dudo que la ciencia pueda establecer QUE efectos deben buscarse y cuales no.

Por contra, el pensamiento utópico es un ejercicio de participación humana en lo social, en el que hay una previa decisión de lo que se quiere y no se quiere, y no se busca una justificación, sino un consenso, que es algo muy distinto.

¿Hay criterios que sirvan para juzgar una utopía que son distintos de los criterios que ha usado cada utopía para definirse y juzgarse a sí misma, pero que son compatibles y homogéneos con todos ellos incluso aunque se contradigan entre sí?. Ya sé que suena a imposible.

Como verá, era necesario que expusiera primero lo que he llamado "principios". Después de haberlos expuesto, creo que se podrá entender lo que expondré a continuación: Todas las utopías hablan de comunidades. Todas las comunidades tienen una forma de economía (lo que no quiere decir que tener una economía sea la única pretensión de una comunidad). Toda economía existe gracias al principio de economía interna. El principio de economía interna es una fuerza centrípeta que genera círculos, y tanto los recursos que genera como tal, como los recursos naturales de los que se provee, se explotan, por tanto, jerárquicamente. Sea el motivo que sea por el que ciertas personas se juntan, acaban formando un círculo económico, y sus recursos generando una jerarquía (si es que no existía previamente en la definición de la comunidad). Pues bien, todo círculo presenta las siguientes cualidades, en su mayor parte fruto de las propiedades de la explotación jerárquica:

1.- Tiende a sustentarse a sí mismo, lo que significa:

1.1.- Desarrollar lo más posible la acción de las fuerzas centrípetas.

1.2.- Limitar como puede la acción de las fuerzas centrífugas.

2.- Tiende a definirse en contraposición a lo que está fuera de él, para lo que se aprovecha del principio de minorías marginales.

3.- Tiende a expulsar del círculo a algunas personas, porque aparecen fuerzas centrífugas que hay que conducir de alguna manera.

4.- Tiende a mantenerlas dentro usando cualquier estrategia imaginable, habitualmente haciendo uso de la fuerza y del principio de minorías marginales (estrategia que por cierto, es en sí misma una fuerza centrífuga).

5.- Tiende a justificar como puede las diferencias que hay dentro del círculo, surgidas del principio de explotación jerárquica.

Es decir, sea lo que sea lo que defina, una utopía SIEMPRE define cómo se producirán los intercambios que materializan la economía interna, pero esta economía interna genera recursos que se explotan jerárquicamente, jerarquía que tiende a expulsar a las personas fuera del círculo, y que para que el círculo subsista deben mantenerse dentro de él como sea, aunque sea por la fuerza. El cómo es lo que la utopía justifica. En el siguiente capítulo hablaremos precisamente de cómo el que las viejas utopías han venido siempre a usar unas u otras formas de presión para evitar que los miembros las abandonaran es probablemente la razón esencial por la que esas utopías no podían funcionar, dejando de ser utopías y corrompiéndose de cabo a rabo.

Ahora, podemos usar lo dicho hasta aquí para analizar someramente algunas conocidas utopías.

EL IMPERIO. Con una lógica aplastante, los defensores de los imperios encuentran que cuanto más grande sea un círculo, más difícil será que alguien quede fuera de él, de manera que la estabilidad de la jerarquía queda asegurada automáticamente. En resumen, intenta limitar el efecto de todas las fuerzas centrífugas. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo establecido.

LA REPUBLICA. Con una lógica aplastante, la república intenta reducir al máximo el efecto del principio de ineficacia jerárquica, ya que las jerarquías tienden a ser tan ineficaces que ni siquiera son capaces de mantener la estabilidad del círculo. Si los que están en la cúspide de las jerarquías reciben (aunque sea algo retardadas) las consecuencias de sus actos, aprenderán mejor a mantener las cosas en orden. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo establecido.

LA MONARQUÍA. Con una lógica aplastante, la monarquía intenta reducir las fuerzas centrífugas generadas en las cúspides de las jerarquías a causa de la lucha por la posición más central del círculo. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo establecido.

EL ESTADO DIVINO. Con una lógica aplastante, si se justifican las diferencias jerárquicas en algún punto indiscutible (y todos los terrenales lo son), se minimiza el efecto de las fuerzas centrífugas de la competencia por las posiciones centrales del círculo. Uno podría dejar su país y pasar ampliamente de su rey Mpero cómo va a escapar a su Dios?. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo establecido.

EL ESTADO ESCLAVISTA. Es la utopía más elaborada de todas. Si las personas en la frontera del círculo no tienen opción alguna a quedar fuera del círculo, entonces no tendrán en ellas efecto alguno las fuerzas centrífugas, pero tampoco en las capas más externas del círculo, que serán contenidas por las capas de esclavos. Si se me permite un ejemplo gráfico, los esclavos son como la solidificación de la capa externa del círculo. No solo impide que el círculo se desparrame por los bordes, sino que da estabilidad al interior. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo establecido.

EL CAPITALISMO. Aunque el capitalismo contiene algunas contradicciones i¿portantes, lo que intenta es minimizar el efecto de la ineficacia jerárquica, limitando el alcance del poder de las cúspides. Además, como el imperio, es fuertemente expansivo, intentando contener el mundo entero bajo su abrigo. Ocupando todo lo ocupable el círculo, no cabe que nada se salga fuera. Contiene algún punto de esclavismo, y renuncia a la justificación divina de las diferencias jerárquicas ya que encuentra (por fin en la historia) un punto objetivo e indiscutible en que justificarlas: la inteligencia de quienes poseen puestos elevados, que se pone en evidencia precisamente por su posición. Puesto que intenta minimizar la ineficacia jerárquica, ocupar el mundo entero, e impedir que las capas más externas vayan a ninguna parte, intenta, por tanto, extender la supervivencia del círculo.

LA MONARQUIA ILUSTRADA. Especialización de la monarquía que intenta reducir un poco la presión centrífuga que tiende a desmoronarla en un momento en que el capitalismo ofrece una alternativa mucho más eficaz. Intenta, patéticamente por cierto, extender la supervivencia del círculo.

EL SOCIALISMO. El socialismo intenta, simplemente, evitar que las capas más externas del círculo estén tan mal en el círculo como para abandonarlo. En caso de duda, justifica el uso de la fuerza (semejándose también, entonces, a la utopía esclavista). Por consiguiente, intenta limitar la fuerza centrífuga que surge de que la concentración jerárquica sea tan exagerada que las capas externas no encuentren posible la supervivencia en los lugares que ocupan. Por otro lado, simultáneamente, intenta evitar la influencia de las fuerzas centrífugas de la competencia exacerbada del capitalismo. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo.

EL ANARQUISMO. El anarquismo elimina la fuerza centrífuga de la ineficacia jerárquica por la vía rápida. Por otro lado, equiparando a unos con otros, todos se encuentran en una posición de libertad de intercambio bastante razonable. En realidad, su lógica es aplastante: si los recursos no se concentran, entonces habrá suficientes recursos repartidos como para que todos puedan vivir (en el seno del territorio anarquista, claro). Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo.

UN MUNDO FELIZ. Las fuerzas centrífugas de la competencia, de la injustificación de las diferencias jerárquicas, y de la ineficacia jerárquica, se limitan mucho si las personas en las capas externas son demasiado tontas como para juzgar lo bien o mal que están, y las que están en las internas lo bastante listas como para mantener con vida a los otros. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo.

WALDEN 2. Naturalmente, todo es mucho más fácil si a las personas que están en la capa externa se las convence de que ese sitio es perfecto. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo.

EL SUPERHOMBRE. Un círculo de uno solo es indivisible, y por tanto, no hace falta extender la supervivencia del círculo.

EL N REICH. LA UTOPIA NACIONALISTA. Intenta contener las fuerzas centrífugas de formas bastante elaboradas. Primero: se convierten a todos los que estén fuera del círculo en unos monstruos. Segundo: se eliminan los monstruos, lo que limita bastante el deseo de salirse del círculo. Tercero: todo el que no esté de acuerdo con las diferencias jerárquicas, es un extranjero, un monstruo, y un objetivo a destruir. Eso limita mucho el efecto centrífugo de las diferencias jerárquicas. Cuarto: se define mejor que nunca hasta donde llega el círculo y hasta donde no. Quinto: como república, limita la ineficacia jerárquica. Sexto: si se mejora genéticamente a las personas, estas serán más felices y se estarán más quietas. Séptimo: si se mejora genéticamente a las personas, serán más inteligentes y se limitará aún más la ineficacia jerárquica. Octavo: si la gente realmente hiciera lo que se la manda, también se contendría la ineficacia jerárquica. En fin, por tanto intenta extender la supervivencia del círculo.

LA UTOPIA MICRONACIONALISTA. Cuanto más pequeño es un círculo, más fácil es que se contengan los efectos jerárquicos, tanto los de diferencias absolutas, como los de ineficacia. Además, también convierte en monstruos a los extranjeros, de manera que resulta muy poco atractivo para las capas externas marcharse del círculo. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo.

LA DEMOCRACIA. Como la república. Tampoco aporta nada nuevo. La tolerancia es una buena idea que intenta evitar que el círculo se deshaga desde dentro. Pero también en esto, solo intenta extender la supervivencia del círculo.

EL ESTADO DEL BIENESTAR. Si la gente está bien donde está, o lo bastante "amansada" como para no pretender más, no habrá disensiones del círculo. Por tanto, intenta extender la supervivencia del círculo.

EL INTEGRISMO. Que me perdonen los integristas, pero es exactamente lo mismo que "el Estado Divino".

LA COMUNA HIPPIE. Entre pocos, y sobre todo si no están muy seguros de saber lo que están diciendo, es mucho más fácil ponerse de acuerdo. A fin de cuentas, sobrevivir tampoco es tan difícil. Si uno está colgado, o no sabe hacer especialmente nada, es difícil que se vaya a ninguna parte. Por tanto, lo círculos hippies parecían bastante sólidos.

HARE, HARE (Y similares). Es un permutación inteligente de otras utopías anteriores: la monarquía divina (estado religioso) y micronacionalismo, con unas dosis de comuna hippie, y una pizca de walden 2. Las panderetas son circulares también.

INTERNET. Si nadie tiene ni idea de donde está, es difícil que se vaya corriendo a otra parte (¿por dónde cae más o menos?). El símbolo establecido para Internet es un planeta Tierra circular rodeado de un único círculo.

Dista mucho de mis intenciones el criticar estas utopías, cuando justamente lo que pretendo es demostrar que TODAS ellas tienen en común un único punto, pese a las variadas estrategias que emplean para perseguirlo: Un único punto que es lógico. Cuando alguien se plantea que las cosas sean de tal o cual manera, también se plantea que lo sigan siendo. (Por ejemplo, una fiesta NO es una utopía, porque nadie se plantea que dure para siempre, pese a lo bien que se lo esté pasando todo el mundo). Y al plantearse la duración de las cosas, todo el mundo acaba intuyendo que hay cosas que estabilizan y cosas que desestabilizan las utopías. Ahora bien, la pretensión es lógica, pero parece que habría que andar un largo trecho antes de llegar a mi propuesta, aparentemente absurda: lo que tienen de utópico todas las utopías es precisamente su estabilidad. Pero es bien simple: las utopías las formulan y apoyan personas determinadas en situaciones determinadas a quienes aterra que su situación cambie, o bien justamente aquellas que NECESITAN que cambie. Como todo el mundo sabe, solo la amenaza de la muerte inminente es una razón para cambiar (desde el punto de vista social, por lo menos). Como todo el mundo sabe, la gente a punto de morir no se aviene a razones. Y si la gente no encuentra motivo para permanecer en un modo de vida (es decir, si está a punto de morir por su causa), entonces tiende a desestabilizar las cosas, a marcharse, a buscar alternativas, o a matar directamente a quien pillan por delante. El afán de todos los utopistas es encontrar la manera de que todo el mundo coma y tenga algo que perder, con objeto de que alguien pueda ganar más que eso.

Por lo demás, a los utopistas de cualquier utopía les suele importar bien poco qué les pase a los que están fuera de su utopía. El famoso criterio del que hablo es el criterio de la estabilidad. Si uno toma fríamente un sistema sociopolítico y analiza cómo maneja las fuerzas centrípetas y centrífugas, podrá hacerse una idea de su viabilidad pero también de SU BONDAD y universalidad: en efecto, HA DE SER necesariamente universalista si pretende ser estable, y ha de ser necesariamente BONDADOSO, es decir, debe dar algo a perder a las capas externas del círculo, o el círculo jamás podrá ser estable. Es fácil comprobar cómo todas las utopías manejan algunas fuerzas, pero se olvidan de otras, y como, cuando se han puesto en marcha en la realidad, han sucumbido precisamente a esas fuerzas que olvidaron. Por increíble que parezca, incluso las utopías que abiertamente pretendían la estabilidad y la eficacia se olvidaban de poderosas fuerzas desestabilizantes, en especial la de la ineficacia jerárquica y la de la imprevisión humana.

Así pues, mi propuesta es que hagamos un sistema social que trate INTENCIONADA y ABIERTAMENTE, de maximizar las fuerzas centrípetas y minimizar el efecto de las centrífugas (aunque no por la fuerza, como después veremos).

Con este objeto, sería necesario analizar cómo cada ladrillo de una utopía contribuye a este objetivo. Sé que muchas personas consideran que la solidaridad, por ejemplo, es un concepto contra-económico. Pero esta idea es solo el resultado de confundir la Economía con nuestro sistema económico, evidentemente contra-solidario. Sin embargo, la solidaridad ejerce un efecto económico medible y certificable como tal.

Sin embargo, esto podría resultar tedioso, ya que el método de determinación es sencillo. Se hable de lo que se hable, como ya dije anteriormente, si su efecto es dejar a gente colgada, pasmada, parada o insatisfecha, entonces es una fuerza centrífuga. Si por el contrario, tiene por objeto limitar la salida de personas fuera del círculo, permitir que se alimenten en sus aledaños sin necesidad de formar nuevos círculos, hacer que se vuelvan a poner en marcha, que entiendan de qué va el juego, que aumenten su potencial para utilizar efectivamente en su beneficio los mecanismos sociales, que puedan obtener algo de valor del círculo a cambio de su participación en éste, si aumenta la satisfacción de las personas en su pertenencia a él, etc, etc, serán fuerzas centrípetas. Por definición, utopía es lo que aún no es. Lo que no quiere decir que una utopía deba ser necesariamente contradictoria con lo actual EN TODO.

En realidad, casi todos los medios para favorecer la estabilidad de los sistemas económicos están inventados, pero se usan confusamente.

QUE DIFERENCIA A UNA UTOPÍA

LAS PRUEBAS FUNDAMENTALES

A estas alturas de la Historia, las viejas utopías han quedado caducas. El mundo está demasiado lleno de gente y la convivencia entre todos tiene que seguir otras normas diferentes a las de las viejas utopías, porque aquellas nos hablaban de pequeñas ciudades apartadas, autárquicas y sin relación con nadie. Quizá podríamos volver a organizarnos en millones de pequeñas comunidades las cuales no tuvieran ningún tipo de relación entre sí.

Mas esto resulta totalmente inverosímil. En el mundo hay mucha gente, y aunque solo sea para dejarse en paz las unas a las otras, las comunidades tienen relaciones entre sí. Como hemos visto en el principio de la escala económica, en realidad tiene bien poca importancia si en el mundo hay seis mil personas o seis mil millones, y bien poca importancia si al hablar de miembros de la comunidad se habla de personas o de grandes países. El tipo de relaciones que pueden establecerse entre ellos y la legalidad que las regule han de ser los mismos si se pretende que se presenten los mismos efectos de estabilidad, justicia y armonía que se pretende que se presentan a cierta escala cualquiera que el utopista haya usado como referencia para describir la clase de mundo que propone. Si las personas pueden convivir en paz y productivamente en una comunidad de cien habitantes, porque siguen ciertas costumbres, entonces esas costumbres han de ser válidas también cuando hablamos de cien naciones poderosas, y crear entre ellas la misma clase de paz y armonía. Por el contrario, las utopías que solo son válidas para un cierto número de personas, pero no para una gran comunidad global de miles de millones, entonces, según el principio de escala, tampoco funcionarían a la pequeña escala propuesta. Es así de simple. No se puede pretender que las personas actúan de distinto modo a las comunidades que las albergan, o que son manipulables bajo otros principios, en lo que al concepto económico se refiere.

La mayoría de los utopistas dedicaban mucho tiempo a describir el urbanismo de las ciudades y detalles como los horarios de trabajo. Hoy día ya no tiene sentido entrar en ese tipo de asuntos. ¿Qué más da, en el fondo, que cada cual trabaje cuando le parezca?. ¿Qué más da, en el fondo, como nos vistamos o si adoramos o no adoramos a un Dios?. Eso no cambia nuestra relación económica con los demás, como no sea para hacernos tener más simpatía por unos métodos que por otros. Las viejas comunidades tribales construían complejos entramados filosóficos sobre las relaciones del hombre con las cosas, marco en el que el trabajo entraba como un factor más, regulado según la filosofía en cuestión. Mas ha resultado evidente con los años que hacían lo mismo que todo el mundo.

Esta es nuestra opinión: que en asuntos de economía, todas las personas y todas las comunidades se comportan del mismo modo. Solo cabe hacer diferencias respecto a los artefactos que utilizan en ella, tales como el dinero, el seguro de desempleo, la jubilación, el fisco...Los artefactos determinan el comportamiento de los sistemas económicos, pero no modifican la esencia del proceso económico ni sus dependencias, porque los principios que lo afectan son ineludibles.

En suma, al día de hoy no cabe hacer propuestas sobre utopías de tal o cual tamaño. Antes bien, deben pasar la prueba de funcionar del mismo modo a pequeña que a gran escala. Y tampoco cabe hacer propuestas demasiado concretas sobre el desarrollo final de los actos económicos: tiene que limitarse a ser un marco de referencia, un conjunto de principios generales que inspiren y conformen reglas, costumbres y juicios. De lo contrario, no existe forma en que los sistemas puedan adaptarse a los diferentes condicionantes geográficos, históricos, religiosos, etc. Por este motivo, para dar respuesta a los diferentes fenómenos expuestos hasta ahora, no debemos concretar demasiado las costumbres, sino meramente los mecanismos generales, casi abstractos, que puedan particularizarse convenientemente en cada caso. Pueden articular entre ellos una especie de armazón ideológico, pero nunca debe concretarse como tal. Debe permanecer siempre como un conjunto de pruebas a las que someter las costumbres reales, las leyes reales y las comunidades reales.

Por supuesto que tiene sentido hablar sobre ciudades físicamente más adecuadas. Incluso sobre tecnologías más adecuadas. Pero las ciudades y las tecnologías obedecen a principios propios de la dinámica urbana y tecnológica. Vale más separar los problemas y resolver estas dinámicas por su lado. Los principios que se manifiestan en el fenómeno económico, y las respuestas que les damos, valen igual para cualquier ciudad física, mientras que los que se manifiestan en el fenómeno urbano y sus consiguientes respuestas, valen igual para cualquier sistema económico. Quizá hablemos algo sobre las ciudades y las tecnologías, puede que incluso sobre algunas costumbres de la vida privada, pero la tesis que se sostiene en este libro es que un marco económico que funcione de un modo racional generará respuestas adecuadas y racionales a cualesquiera problemas que se le presenten al hombre en el orden de lo público, como lo urbano y lo sanitario, mientras que un marco económico que funciona desmadejadamente, generará respuestas absurdas a lo urbano, lo sanitario y a cualquier otro nivel, y será capaz de malograr cualquier buena idea urbana, sanitaria o así. Mientras que al contrario no sucederá. Ni siquiera una ciudad trazada de modo absurdo, un territorio inhóspito, o una sanidad deficiente, podrán malograr el funcionamiento racional del fenómeno económico correctamente asentado en sólidos principios ideológicos. A menudo sucede en el curso de la Historia que los pueblos se emocionan con un nuevo artefacto y nombran a las cosas con derivados de la palabra con la que lo designan. Está claro que nuestra economía es monetaria porque usa el artefacto del dinero, y es capitalista porque se define el artefacto capital. Pero incluso las economías más sencillas utilizan muchos artefactos, pese a denominarse con palabras sencillas. Todo lo que sigue en adelante en este libro son propuestas-artefacto. Ideas particulares que responden a circunstancias parciales del fenómeno económico. Convendría examinar si hay, detrás de ellas, una filosofía común, un artefacto único que se materializa de distintas formas según aquello a lo que se aplica.

Desde luego, hay una filosofía común y distinta en las sugerencias que se exponen, aunque no me resulta fácil definirla. Como se verá, en mi opinión la economía es solo un juego útil para nuestra supervivencia, de modo que mi idea principal es justamente que siga siendo útil, en lugar de convertirse, con el tiempo y por efecto de fuerzas desconocidas e incontroladas, en la fuente de todos los problemas o la excusa para no resolverlos. Gracias a los efectos económicos se generan fuerzas que manipulan el estado previo de las cosas naturales y nos presentan condiciones distintas de vida a las que presentaría la naturaleza desnuda. Son fuerzas de las que nos podemos aprovechar como nos aprovechamos del fuego.

Pero igual que éste pasa en un instante, de reconfortante foco de calor y limpieza, a terrible monstruo que devora sin descanso y sin control nuestros cuerpos, la economía, como recurso de vida que la realidad nos presenta, puede escapar a nuestro control y empezar a devorarnos. No creo que el que la fuerza económica ejerza una influencia positiva o negativa sobre nuestras vidas dependa de nuestras intenciones, como no creo que el fuego arrase nuestras casas y campos, o solo sirva para cocinar y protegerse del frío, dependiendo de nuestras bonitas intenciones.

El fuego es fuente de vida cuando se lo usa siguiendo ciertas normas de seguridad. Y cuando estas normas se violan, solo obedece a su propia naturaleza expansiva y devoradora. Las consecuencias negativas del uso del fuego las impiden los cortafuegos, las calderas y los materiales incombustibles que rodean el foco, y no las buenas intenciones. Del mismo modo, el juego económico, libre para campar a sus anchas, genera efectos desastrosos. Quienes pretenden dejar suelta la economía es como si pretendieran hacer fuego en cualquier parte y de cualquier manera.

Pero sobre todo, es una actitud irresponsable formar parte del juego sin conocer en detalle tanto sus reglas como sus tendencias, como sería irresponsable hacer fuego sin haberse enterado de cómo dominarlo. Pero no creo que sea intrínsecamente complejo dominar el fenómeno económico. Antes bien, creo que los artefactos que lo avivan y dirigen son fáciles de comprender; y tampoco se necesitan tantos. Pero es necesario respetarlos de forma escrupulosa.

Es la pregunta del millón si el fuego que arde en este momento está o no bajo control. Después de leer lo que viene a continuación, estoy convencido de que acordarán conmigo que el fuego está fuera de control completamente. Pero también que cabe, en todo momento, y con relativa facilidad, encauzarlo y reponer lo que ha consumido. Mientras no consuma el Mundo, es tiempo aún de ponerlo a buen recaudo. Desgraciadamente, se camina muy deprisa a un Mundo en llamas, porque el fuego lleva suelto desde el principio de los tiempos.

Las propuestas que presento son normas de seguridad en el manejo del explosivo material llamado economía, pero no son en esencia restrictivas. En eso quiero insistir mucho. La intensidad del fuego no tiene nada que ver, en este caso, con la extensión que quema. Es más, algunas de las propuestas que expondré tienen a un tiempo el efecto de limitar el alcance de los daños y favorecer la creación de riqueza. Sin embargo, a medida que escribía, me pregunté porqué debería haber tantas. El mundo ha puesto en marcha ya mecanismos de seguridad, como se irá viendo; y es razonable preguntarse por qué no parecen haber conseguido del todo su objetivo. La imagen que me viene a la cabeza es la de un líquido que se contiene en una vasija. Mientras haya un solo agujero en la vasija, el en potencia corrosivo líquido económico seguirá escapando y poniendo en peligro al ser humano.

Pero ¿es realmente así, y si lo fuera, como podríamos estar seguros de haber tapado todos los agujeros? Además, ¿por qué empezamos a usar este fuego en una vasija que tenía tantos agujeros previamente?. Al dibujar una utopía, la pretensión es presentar una vasija segura, y parecería como si me hubiera limitado a tomar una vasija que existe, señalar sus agujeros y ponerles parches. Si esta utopía tuviera un nexo común, deberían tener algo en común las propuestas acerca de la propiedad definitiva, la garantía del trabajo, la fiscalización de los recursos naturales, y la gratuidad de los bienes primarios. Probablemente, si existiese una vasija de buena calidad, podría observarse en ella como están tapados los agujeros de la nuestra.

Creo que la vasija solo tiene un único agujero de gran tamaño que cualquier intento de taparlo parcialmente lo deja como está. La economía se pone en marcha desde el momento en que existe especialización del trabajo, lo que crea un recurso especial, específico, que es la capacidad de modificar los dones de la naturaleza para adecuarla a nuestras necesidades de una forma más segura y cómoda de lo que lo podríamos hacer de todas maneras si estuviéramos solos cada uno por nuestro lado; pero el punto débil de ese recurso es la organización misma, que requiere un objetivo y un método. Desde el mismo instante en que la participación en la especialización del trabajo se convierte, por cualquier vía, en una obligación, es decir, en un hecho predeterminado y no libre, las personas que participan de ese juego dejan de garantizar que la organización responde a las necesidades vitales de los seres humanos que la componen, lo que evidentemente compromete no solo la vida de los que existen, sino la de quienes podrían hacerlo en el futuro. La manipulación de los dones naturales, tal como se nos presentan directamente, exige conocimientos, los conocimientos aprendizaje, el aprendizaje, percibir las consecuencias de los actos.

Si cualquiera pretende que una comunidad realmente responde a las necesidades de todos sus miembros, entonces tendrá que admitir que la preferencia de los miembros por pertenecer a ella sobre la alternativa de no hacerlo es segura. Ahora bien, la única PRUEBA de ello es asegurarse de que la pertenencia es realmente libre. Si la comunidad complace a sus miembros, entonces sus miembros seguirán en ella, mas si la abandonan, es porque realmente no les complace. Es necesario que se garantice la posibilidad de abandonarla para asegurarse de que la comunidad sigue complaciendo a sus miembros. Es como las garantías de los productos. No se ponen para que los compradores devuelvan su compra, sino para asegurarse de que el vendedor realmente se esfuerza en responder a las expectativas de los compradores. Es un hecho que una comunidad que obliga a sus miembros a pertenecer a ellos por la fuerza necesariamente se desvía y corrompe.

Y no importa de qué clase de comunidad hablemos. Ahora bien, para que el hombre sea libre de abandonar su comunidad, o cualquiera de las muchas a las que puede pertenecer al mismo tiempo, es necesario garantizar que puede acceder a los recursos naturales puros exactamente igual que si la comunidad no estuviera ahí. Las comunidades deben existir para aprovechar las virtudes de la reunión y el trabajo especializado, pero jamás podrán cumplir este objetivo mientras su puerta no esté perfectamente abierta. No es una cuestión de ética el ofrecer la alternativa, es una cuestión de necesidad TECNICA. Todas las presiones, roces y consecuencias negativas que una comunidad pueda producir deben tener una vía de escape adecuada, o corromperán la comunidad. Por lo mismo, la participación del ser humano en una comunidad cualquiera debe ser una participación informada, y en absoluto definitiva: no vale, como decían algunos pensadores, con que uno, desde fuera y sin saber nada, pueda decidir si entra o no entra en la comunidad. Es la posibilidad de SALIR lo que debe garantizarse, más que la posibilidad de entrar. Y la comunidad debe garantizar que es posible entrar en ella cuando se ha salido, por su mera supervivencia. Si la comunidad no deja salir a los miembros, no solo no se puede garantizar que les ofrezca una ventaja de supervivencia, sino que se puede garantizar que dejará de hacerlo, mas si deja salir a sus miembros, debe volver a dejarlos entrar, o irá reduciéndose y desapareciendo paulatinamente. De modo que, incluso antes de entrar a plantearse en qué consiste una comunidad, lo bien o mal que se está en ella, o lo que ofrece o deja de ofrecer, la prueba principal que sirve para determinar si tendrá continuidad y si ofrece realmente algo, es que se pueda entrar y salir de ella al antojo de cada cual, porque si no es así, es completamente seguro que algo no funciona en ella y que si algo funciona, dejará de hacerlo.

Por otra parte, esta ley es de especial aplicación sobre los recursos naturales. Puede demostrarse que si la comunidad no cede los recursos naturales necesarios para la independencia de los que quieren abandonarla, entonces es que no les permite salir de ella, y por lo tanto, que la libertad de salir es falsa, que no podrá usarse y por tanto, que la sociedad se corromperá y fracasará estrepitosamente. Esto no es cuestión de doctrina, y no depende en modo alguno de las bondades relativas que cualquier modelo social pueda ofrecer, es una mera cuestión de hecho.

La teoría liberalista establece de un modo teórico que la pertenencia a la comunidad es libre. Se pertenece a la comunidad cuando se produce y se vende, y cuando se compra. Y en el modelo liberalista es necesario asegurar que se compra y se vende libremente. Por eso la teoría liberalista es tan potente. Ahora bien, la teoría liberalista no se plantea el hecho de que el hombre, para ser libre de no participar de una compra y una venta, necesita disponer de cierta cantidad de recursos naturales que aseguren su supervivencia, los cuales, además, no provienen de la producción del sistema liberal. Pero en el sistema liberal se permite poner precio al acceso a ciertos recursos naturales i¿portantes, e impedir con ello que las personas que no participan del juego de compra y venta, accedan a él. Fallo garrafal con el que el sistema liberal se contradice a sí mismo en su pretensión de libertad y con el que se gana la seguridad de funcionar mal.

La teoría anarquista, en un extremo, hace tanto énfasis en la libre disponibilidad de los recursos naturales, para asegurar la libertad del hombre, que niega la utilidad potencial de las comunidades. Mas en realidad el espíritu que anima el anarquismo es el mismo que el del liberalismo: hay que asegurar que el sistema, sea el que sea, funciona, garantizando que el hombre es libre para vivir sin participar en él.

La teoría socialista, sin embargo, jamás podría ser correcta, porque empieza por imponer al hombre su modo de vida, y las acciones que debe realizar. Parte de la base de la necesidad de asegurar la supervivencia del hombre, pero se confunde sobre la viabilidad de esa supervivencia si se basa en un sistema, por muy perfeccionado que fuera, que no deja decidir al hombre su pertenencia a la comunidad, ya que justamente transgrede el principio esencial de que es necesario asegurar la libre pertenencia para garantizar el buen funcionamiento. Por bien que se quisiera organizar el trabajo socialista, ya que los hombres no son libres para abandonarlo, lo que es seguro es que ese trabajo se desviará más tarde o más temprano hacia cualquier estado que no garantiza para nada la supervivencia de sus miembros. Por otra parte, la contribución del socialismo al pensamiento social es la FE de que el hombre puede vivir mejor en una comunidad que aislado, pero esto no tiene un gran mérito, porque también lo dice el liberalismo.

Prácticamente todos los utopistas han sido capaces de determinar fallos en los sistemas en los que realmente vivían y proponer soluciones en el seno de otros imaginarios, y seguramente tenían razón en que esos sistemas resolverían aquellos fallos, pero todas las utopías se han mostrado incapaces de evitar que surgieran otros de otra naturaleza. Seguramente, el que surjan fallos en los sistemas es tan natural como que haya delincuentes entre las personas. Lo más probable es que sea inevitable que surjan delincuentes. Pero los sistemas sociales tienen una justicia que limita la extensión del problema de la delincuencia. De la misma manera, la libertad del hombre para abandonar una comunidad no evitará que surjan fallos de pequeño calibre en su seno, pero mientras el hombre pueda decidir libremente dejar de participar en esos fallos, esos fallos serán corregidos por los que están dotados para ello. La libertad para abandonarla es la garantía de que la comunidad merece la pena en general y evoluciona para resolver los problemas por los que algunas personas la abandonan, y esto, y no otra cosa, es lo que garantiza que la comunidad funcionará de un modo óptimo y prácticamente sin fallos. La falta de esta libertad garantiza todo lo contrario. Y este es el punto que los utopistas han sido recurrentes en pasar por alto.

Este espíritu de libre elección está en los espíritus liberalista y anarquista. Pero el anarquista no puede proponer una alternativa real de vida,, porque el hombre sabe que en una comunidad puede llegar a vivir mejor, así que tiende a organizarlas. Tampoco el liberalista, una vez que ha perdido de vista que la garantía de la libertad de comprar y vender, puede ser solamente nominal si se transgrede, a base de ponerle precio a la libertad humana, esa misma libertad que pretendía sacralizar.

Según como cada comunidad funciona, y según los artefactos económicos que emplea, la comunidad generará más o menos presiones sobre el individuo para evitar que abandone la comunidad. Es necesario inventar muchos artefactos que restituyan esa libertad si la comunidad ejerce muchas influencias que tienen el efecto de coartarla.

Mi esperanza es que se entienda que todas las utopías que han sido y pueden ser, salvo la anarquista, intentan hacer efectivo el milagro comunitario, el milagro de que sea más fácil vivir en comunidad que solo, pero hay que empezar por reconocer que la vida es POSIBLE sin la vida comunitaria, y que garantizar que la comunidad deja realmente libre esa posibilidad como alternativa, es el UNICO modo de garantizar que la comunidad hará efectivo un milagro y no un horror. La calidad de la vida comunitaria será tan auténtica, y no más, como la calidad de la garantía de vida no comunitaria alternativa que ofrezca. Si una comunidad respeta con absoluto rigor la calidad del medio ambiente que utiliza, para garantizar que este medio ambiente está en condiciones de soportar la vida libre y autónoma de la comunidad, entonces sus miembros también disfrutarán de una calidad ambiental notable. Si la comunidad respeta con rigor la independencia de un pequeño pueblo, entonces vivirá en ausencia de un terrorismo separatista.

Evidentemente, que las personas abandonen una comunidad ES un problema para la comunidad. Pero las personas abandonarán las comunidades por los problemas que ésta genere. Los problemas por los que las personas abandonan las comunidades, con mejor o peor humor, son justamente lo que hemos llamado fuerzas centrífugas. Pero las fuerzas centrífugas actúan sobre la comunidad y responden a fallos de objetivo y método en la organización del trabajo, tanto si a las personas se las permite abandonar la comunidad como si no. Lo que puedo asegurar es que aquellos problemas que generan el deseo de desertar son mucho más graves para la economía del círculo que el pequeño problema que supondría la escasa deserción real que se daría en una comunidad en la que la POSIBILIDAD práctica de desertar serviría para detectar y resolver los problemas que surgieran antes de que alcanzaran una gran magnitud.

Ahora bien, una vez asentado este punto trascendental de la garantía de la independencia, se puede desarrollar un poco más el tema y reconocer que la participación y la independencia pueden darse en grados. En efecto, la comunidad no solo podría respetar el derecho a separarse de la comunidad, y que cada cual se las viese él solo con la naturaleza. Podría proporcionarle la oportunidad de encontrarse una naturaleza aún más amable de lo que era al principio, una naturaleza, por decirlo así, mejorada. Podría, por ejemplo, no solo dejar usar a su libre albedrío una porción de tierra, sino dejarle una tierra con una casa. La comunidad no solo podría dejar en paz las tierras en principio baldías que la rodean, sino facilitar su fertilidad. El efecto sería, lógicamente, que las personas aun tenderían más a marcharse de la comunidad. Pero ésta es justo la clase de presión contra la que la comunidad tiene que medirse para determinar su propia eficacia como comunidad. Por eso decía que CUANTO MAS fácil sea marcharse de la comunidad, cuanto más fácilmente pueda vivirse fuera de ella, tanto más podrá asegurarse la perfección del sistema comunitario.

Por eso, no solo preconizo que las comunidades habiliten el modo de abandonar la vida en la comunidad, sino que la favorezcan activamente, dedicando una parte de su trabajo precisamente a mejorar y sostener esa vida independiente.

Pero por si no fuera suficiente con demostrar que las comunidades se corrigen y vuelven eficaces en sus propósitos de una vida comunitaria mejor que la aislada, cuando la permiten y la favorecen, existe un efecto más por el cual las comunidades deben hacerlo. La razón es que las personas que han decidido abandonar la comunidad están en mucha mejor disposición para descubrir y arreglar las deficiencias que los miembros de la comunidad mismos. En efecto, ellos saben qué les ha hecho marcharse de una comunidad dada que les ofrecía muchas cosas que no podrán encontrar en su aislamiento. Pero las personas no renuncian porque si a las cosas. Cuando las personas renuncian a los dones de la vida comunitaria, y empiezan a vivir fuera, son probablemente capaces de saber porqué. Para esas personas el problema que les ha hecho marcharse es el obstáculo que encuentran en el disfrute de los dones a los que se renuncia. Si su vida externa es fácil, dedicarán tiempo de su vida a pensar en cómo resolver esos problemas, incluso aunque ya no vivan con ellos. Cuanto más fácil sea esa vida, más tiempo podrán dedicar a resolver el problema, y más seguro es que le encontrarán una solución adecuada, con la que volverán en la esperanza de volver a disfrutar de aquellos dones. La idea es bien simple, y es que los problemas los resuelven con más facilidad los afectados por ellos que los que no lo están, pero hay que permitirles que vivan para hacerlo. De modo que la calidad de vida que una comunidad pueda garantizar para sus desertores está en proporción directa a la velocidad a la que los desertores volverán y resolverán el problema por el que se marcharon.

En una palabra, hay una proporcionalidad entre la calidad de vida que garantiza una comunidad a sus desertores y la velocidad a la que la sociedad se perfecciona cuando les permite volver.

De modo que creo haber justificado bien que el punto esencial de la eficacia de toda comunidad no está en el funcionamiento de la comunidad, sino en la libertad con que se entra y sale de ella y el favorecimiento que hace TAMBIEN de la vida en su exterior. Es elemental, por otra parte, que los dones que una comunidad ha de otorgar a sus desertores serán más limitados que los que ofrece a los que participan de ella. Lo contrario sería completamente absurdo. En el fondo, esta filosofía en realidad no hace más que seguir hasta sus más extremas consecuencias la intuición liberal de que la libertad de participar o no hacerlo, mejora el funcionamiento de lo que es participable de una forma prácticamente automática, pasando, por sorprendente que parezca, por la asunción de la idea anarquista, que es en el fondo la misma: libertad para vivir sin ceder al poder, esto es, libertad para elegir pertenecer o no a la comunidad.

Así es que hasta ahora creo haber llegado a una especie de "anarcoliberalismo", algo que consiste en la idea de "hagamos una comunidad basada en la propiedad (dejarse en paz unos a otros) y el mercado libre, que asegure a los individuos, sin necesidad de participar de ella de ningún modo, las mínimas propiedades esenciales para vivir cada cual aislado si lo desea, en los momentos y durante el tiempo que le apetezca". Lo que evidentemente significa "prohibido tocar de la naturaleza cualquier cosa cuyo uso pudiera ser necesario para la vida independiente". Por ejemplo, prohibido echar mierda a un río del que quizá alguien tenga que beber sin pasar por las depuradoras. Si ya se hubiese hecho, y en esto hay que ser muy estricto, el suministro de agua depurada, en sustitución, tendrá que asegurarse gratuitamente. Naturalmente, este suministro gratuito deberían pagarlo quienes han echado mierda al río y han hecho necesaria la depuración.

Naturalmente, que las personas sean libres de participar o no de las comunidades, significa que las comunidades deben ser garantes de que ninguno de sus miembros actúa contra las "propiedades esenciales de supervivencia". De lo contrario, la libertad sería una farsa. Si me puedo ir a vivir al lado de un río en una parcelita que me han dejado, pero un capullo va y me tira veneno al río, al menos la comunidad a la que pertenece debe permitirme reclamarle este daño a este capullo, incluso tal reclamación debería hacerla de oficio, porque de lo contrario, no me está dando la posibilidad real de no participar de la sociedad.

Tengo la fuerte impresión de que bajo este simple principio, que ni siquiera establece en base a qué se organiza una comunidad, ni cómo lo hace, la mayoría de los problemas más evidentes de las comunidades se resolverían bastante rápido. En lo que no entro es en cuánto trabajo costaría. Pero sí en que es una vía necesaria, imprescindible incluso antes de plantearse nada acerca de la bondad de ninguna comunidad.

Al menos, lo que sí se puede asegurar es que una comunidad cuyos planteamientos filosóficos ignoren este principio es una comunidad inviable a cualquier nivel. Del mismo modo, yo diría que los planteamientos ideológicos que no lo tengan en cuenta, o bien mienten sobre sus propósitos de eficacia o bien simplemente se equivocan. Sé que lo siguiente también es un argumento liberalista, pero no puedo evitar hacerlo: es un axioma liberal que las organizaciones y procesos se perfeccionan bajo la presión de la competencia (precisamente por eso hay que evitar los monopolios, por ejemplo), ahora bien, la comunidad misma HA de ser competida si se tiene la pretensión de que se perfeccione.

Ahora bien, la competencia se basa en la libertad de elección. La libertad de elección es lo que presiona a las organizaciones para perfeccionarse y ofrecer un producto adecuado. Si la comunidad, considerada como un todo, no acepta esta presión externa, no podrá perfeccionarse. Nunca ofrecerá un producto de calidad adecuado. Ahora bien, para admitir la competencia externa, ha de reconocerse previamente la posibilidad cierta de que el hombre es capaz de sobrevivir en la naturaleza sin participar de una comunidad. Quizá peor, pero es capaz de sobrevivir. Ese es el punto esencial de todo planteamiento utópico. No solo, por supuesto, de un planteamiento utópico que herede algo del liberalismo, sino, como podemos demostrar, de cualquiera. Si se quiere, existe un crudo mensaje que puede entender todo liberalista: si se reconoce la necesidad de la competencia para alcanzar la perfección de una organización, esta organización debería pagar a sus desertores con el fin de ser presionada por éstos, pero no destruida, cosa que puede ocurrir si los desertores se ven obligados a organizarse para arrebatar por la fuerza a la comunidad los recursos naturales necesarios para su supervivencia. Mientras la comunidad mantenga a sus desertores, al menos se asegura que no organizarán una comunidad amenazante. Como vimos, existe un principio de escala que dice que un hombre actúa, en lo económico, como una comunidad, y al revés. Esto significa, naturalmente, que las organizaciones (subcomunidades) que surgen del seno de una comunidad como una deserción de éstas, han de tener, igualmente la misma posibilidad que los individuos. Esto es lo que nos llevará, en el capítulo dedicado a los círculos y sus tesoros, a proponer el principio de fiscalización que en él se expondrá.

Por otra parte, en la noción de capacidad de independizarse hay una curiosidad, que me parece vital entender para entender en qué sentido camina nuestro sistema liberal. La curiosidad es que en ciertos casos, es la comunidad la que debe ser libre para independizarse de la tiranía del individuo, lo mismo que tiene que ser posible al revés.

Esto viene del hecho de que las comunidades necesitan usar recursos naturales, y por circunstancias que ahora no vienen al caso, a menudo ocurre que la comunidad reconoce en ciertos individuos el derecho a poseer esos recursos y a cederlos al uso de la comunidad a cambio de los dones que ésta produce, de la naturaleza que sean. Creo que, de la misma forma que los pensadores liberales cometieron un gran error al creer que tenía sentido ponerle precio a los recursos naturales de los que un hombre tendría que vivir si quisiera no tener que ver con la comunidad, rompiendo así la principal ventaja del liberalismo, también cometieron un craso error cuando consideraron que de la misma forma que debía reconocerse la propiedad y el uso libre del resultado del propio trabajo, debía reconocerse la propiedad de los recursos naturales necesarios para la comunidad, lo que quiere decir "una propiedad eterna". Es un error comprensible, porque la propiedad existía antes que el liberalismo, y precisamente había sido inventada para la clase de recursos a los que el liberalismo no debía haberle reconocido sentido. Hubiera sido un paso mental bastante difícil, por tanto. Pero la cuestión, evidentemente, como veremos, es que cuando las comunidades reconocen el derecho heredable y eterno de la propiedad sobre los recursos naturales que la comunidad necesita, se establece lo que no puede calificarse más que de relación parásito-huésped. En efecto, los dueños de los recursos naturales que usa la comunidad se aprovechan de todos los beneficios de ésta sin otorgarle nada a cambio.

Si bien tiene sentido que se garantice que un miembro desertor de una comunidad adquiera el derecho a explotar unos recursos que garanticen su vida cuando no éste no quiere saber nada de la comunidad, también debe ser verdad al revés, y se debe establecer que la comunidad tiene derecho a poseer los recursos naturales que utiliza para su vida, con independencia de aquellos individuos que NO QUIEREN pertenecer, en realidad, a la comunidad. Pues bien, los individuos que poseen recursos naturales viven a menudo solo de cedérselos a otros para que con ellos produzcan la satisfacción de las necesidades de la comunidad, y reciben dones de la comunidad, pero no le aportan ninguno, es decir, no le aportan el resultado de ningún trabajo especializado. Por lo que a la comunidad respecta, todo aquel que no realiza un trabajo (sea caro o barato, cómodo o no cómodo), es un desertor. Los desertores deben tener derecho a la vida, pero por lo que a la comunidad respecta, todos los desertores deben ser iguales. No tiene sentido que la comunidad niegue hasta el más mínimo don, incluso aquellos que debería otorgar para su propia supervivencia, a unos cuantos, mientras se los entrega casi todos a otros desertores que al fin y al cabo tienen exactamente la misma actitud.

Sin embargo, de todas las utopías, creo que la liberalista es la que más perdón merece respecto a este error, porque al fin y al cabo, el liberalismo nació entre una comunidad de personas que no tenían que ver con los que no querían saber nada de las comunidades, pero tampoco con los que poseían los recursos naturales en ese momento. La cuestión de la posesión de los recursos naturales, y en especial, de que estos estuvieran previamente dispuestos en manos de unos pocos mientras millones no poseían el derecho a la explotación independiente en ningún grado, estaba planteada de antemano. Es cierto que el liberalismo acoge en su seno al esclavismo-feudalismo, pero éstos existían mucho antes de los teóricos liberalistas.

Casi todos los utopistas se han fijado en la "injusticia" presente en la propiedad de todos los bienes por unos pocos. El liberalismo no dijo nada sobre ello, aunque lo barruntó en las nociones de antimonopolio.

Otros muchos sí, pero el fundamento de la necesidad de impedir que los recursos naturales estuvieran en manos de unos pocos, siempre los mismos, siempre permaneció en la oscuridad. Pero ahora podemos asegurar que existe una lógica, en cualquier comunidad que se plantee, en que la comunidad se asegure de su propia independencia frente a individuos que en realidad no pertenecen a ella. Para empezar, si la comunidad no hace algo al respecto, tampoco podrá garantizar a sus desertores más miserables el disponer de recursos suficientes para una vida al margen de la comunidad, de modo que la misma clase de reparto desproporcionado de recursos que existe previamente a ella, le impide, por un lado, desarrollarse ella misma tanto como debería, y por otro, habilitar las propias puertas de salida que garanticen su buen funcionamiento orgánico. Si las comunidades económicamente activas no lo remedian, serán sangradas por los señores de los recursos, que no aportan nada, y asfixiadas por los problemas internos que surgen de la imposibilidad de contrastar su misma eficacia. De modo que por un lado y por otro, incluso aunque la comunidad que se plantee tenga una estructura interna piramidal, cuasifeudal, no puede consentirse a sí misma el confundirse con este asunto.

En resumen, el "anarco-liberalismo" no solo tiene que reconocer el derecho a la libertad de deserción, e incluso favorecerla, sino que tiene que aplicarse el cuento a sí mismo y reconocer su propio derecho a funcionar independientemente de los desertores, esto es, de aquellos que no ejercen un trabajo en su seno. En la medida que la comunidad pueda vivir sin cierta clase de recursos, debe inmiscuirse en el reparto externo de esos recursos solo si fueran necesarios para sus desertores, pero por lo demás no tiene porqué hacerlo. Ahora bien, si la comunidad depende de ellos, entonces tiene que apropiarse de ellos, no seguir pasmada viendo como los que no participan en nada, se llevan, sin embargo, el fruto del trabajo hecho en la comunidad. En el fondo, una comunidad que da la libertad de marcharse a sus miembros, y se obliga a hacer efectiva esa libertad como medida de seguridad que garantice su propia perfección, se co¿porta frente al individuo como un vendedor, que oferta una serie de ventajas en la reunión de los individuos frente a la alternativa de la vida aislada. Está claro que uno de los principales es el beneficio de trabajo y (por tanto) de riqueza que surge de la especialización del trabajo.

Ahora bien, entre los muchos dones que puede ofertar una comunidad a sus individuos, hay uno que no proviene de un modo directo de la noción de economía, es decir, de la magia de la especialización del trabajo.

Ese don es la capacidad de diluir los riesgos de toda clase. La esencia del fenómeno quizá esté en que la asociación hace la fuerza, y tal vez no. Quizá pudiera tener algo que ver con el principio de independencia y asegurar el acceso suficiente a los recursos naturales. Pero quizá no, porque el principio de la dilución de riesgos, basado en el principio de la imprevisión, tiene aplicación a cualquier nivel y a cualquier cosa.

De todas maneras, esta capacidad de diluir los riesgos es quizá el don que más claramente distingue vivir en comunidad de vivir aislado. El concepto es el que se materializa en la noción de seguro: que los muchos que no son afectados por las desgracias reparen en lo posible las desgracias de los que sí lo son. Estar reunido y aportando un granito para el sostenimiento de la solidaridad con aquellos a quienes afectan los "accidentes", reporta al individuo la indudable ventaja de estar él mismo cubierto de esos riesgos, por lo que pudiera pasar. Ya que este es un beneficio totalmente social, y uno de los que con más facilidad puede una comunidad ofrecer al individuo, me parece esencial que las comunidades con un mínimo de sentido articulen un medio de ofrecer estas garantías a sus miembros, de ahí que derive la propuesta de la obligatoriedad, en el seno de la comunidad, de diluir los riesgos, pues parece demostrado que dejados a su libre albedrío, no todos los individuos se deciden a compartir sus riesgos con los demás, cosa que al final les perjudica fundamentalmente a ellos mismos. Sería peligroso entrar en la dinámica de obligar a la gente por la fuerza, de modo que esta "obligatoriedad" debe repartirse convenientemente en pequeños paquetes que puedan ser aceptados o rechazados uno por uno. De ahí que propongamos que el acto de compartir riesgos se establezca en el instante mismo de ejercer una acción de pertenencia a la comunidad. Es decir, en el instante de existir una compra-venta. Es decir, si quieres comprarlo (y por consiguiente pertenecer a la comunidad), entonces paga su seguro correspondiente. Ahora, si quieres ir a tu aire, sin comprar ni vender nada, y haciéndote las cosas tu solo, allá tú con tu conciencia. Este es el origen de la propuesta que se hace de la garantía total del trabajo, tal como se explicará convenientemente en el capítulo dedicado a ella.

A lo largo de miles de años, la desconsideración de la idea de libertad de asociación ha conducido a sociedades con deficiencias estructurales varias. De todas las deficiencias, la más recurrente y continuada es la que se deriva del principio de ineficacia jerárquica, que viene a ser simplemente el resultado de que las personas no se vean afectadas personalmente por los errores que cometen, sino que consigan que sean otros los que los paguen. Aunque solo fuera porque convierte en un desmadre todo intento de organizar nada, vale la pena considerar cómo afecta a cualquier sistema económico, pero ya que parece claro que estamos inmersos en un pseudoliberalismo, nos convendrá analizar cómo afecta en particular a las estructuras liberales. En este sentido se entenderá, también, el concepto al que un poco más arriba se hacía referencia, el de "garantía". Esa clase de garantía que dan por seis meses de una cosa que teóricamente debería durar diez años como poco. Y se entenderá que es una fuente de ineficacia (aparte de una tomadura de pelo) el que quienes realizan un trabajo no solo no se vean perjudicados por los fallos de este trabajo durante la vida útil del mismo, sino que, encima, les sea posible beneficiarse. Lo mismo se entenderá acerca de otro artefacto que expongo, al que llamo "garantía contractual extendida", el cual, además tiene mucho que ver con el asunto de los monopolios, asunto nunca resuelto en la teoría liberal.

En todo caso, no siempre es fácil asegurar que las consecuencias negativas de una acción se podrán redirigir. A veces, esas consecuencias de los actos afectan a personas que no tienen nada que ver con ellos, y a veces, tampoco se pueden arreglar. Esto es lamentable, y está claro que es precisamente la dilución de los riesgos, en la comunidad solidaria CON SUS MIEMBROS, la única ventaja que una comunidad puede presentar al individuo frente a la soledad. A veces, esta reparación puede ser buena y suficiente, y a veces no. En todo caso, lo que está bien claro es que tanto si la comunidad puede (y si puede, debe) reparar el daño como si no, hay alguien que inició el daño, y esta persona debe, de algún modo, sufrir algún tipo de consecuencia, corrección (o reeducación bajo cualquier principio) relacionado con el daño causado. De lo contrario, es absurdo que nos planteemos la noción misma de eficacia, y de ventaja.

Es verdad, algo ganaríamos de todos modos con la solidaridad de la comunidad con el dañado, aunque el causante del daño siguiese tan campante repitiendo la misma clase de error que lo causa, pero es evidente que es precisamente el evitar que este error vuelva a producirse lo verdaderamente útil al buen funcionamiento de la comunidad. El tratamiento de los daños causados con la acción es el origen de toda una función interna de gran valor por sí misma para la organización de la comunidad. A esta función se la llama JUSTICIA. Como veremos más adelante, planteada como la función social muy concreta de evitar los efectos de la ineficacia humana cuando los humanos actúan sin advertir las consecuencias de sus actos, la Justicia debe basarse en una serie de principios, casi todos ellos de escasa implantación a lo largo de la Historia, e igual de poco en nuestros días; principios que no admiten discusión ideológica, porque relacionan directamente el modo en que actúa y el objetivo con que se crea. Baste decir que es demostrable (por si acaso a alguien no le resultara evidente) que si las comunidades no implantan un medio más o menos eficaz de evitar que los errores cometidos en las tareas propias de la comunidad se reparen en lo posible y se eviten en adelante, tales comunidades no pueden ser viables de ninguna manera; y en todo caso, desde luego, otorgan de entrada muy escasa ventaja comparativa sobre la soledad absoluta.

En general veo una posibilidad más de distinguir una comunidad que pueda funcionar de una que nunca podría hacerlo. Y es según si una comunidad se articula o no se articula sobre el principio de que habiéndose producido un fallo, la comunidad es responsable de la reparación de los daños en la medida que ésta sea posible, de hacer que si hay un responsable identificable del fallo, tal reparación corra, en la medida de sus posibilidades, a su cargo, y de evitar, por los medios necesarios y posibles, que el mismo fallo vuelva a producirse, o por lo menos, que no provenga del mismo. Para mí, esta es una perfecta definición de "Justicia". Pero sobre todo, es la definición técnica de las tareas necesarias en una comunidad que pretenda ser algo diferente a, y mejor que, un puro desbarajuste.

Está claro que las comunidades se crean para ofrecer ventajas sobre la soledad, pero tales ventajas han de hacerse efectivas. Si las comunidades no admiten la libertad de abandonarlas y organizarse (o no) por otro lado, si presionan al individuo de cualquier modo para que no ejerzan esa libertad, jamás podrán arreglar sus deficiencias, y es seguro que acabarán siendo víctimas de ellas. Ahora bien, en su mayor parte, tales deficiencias provienen a menudo más de la falta de pericia de las personas, que del modo concreto en que las comunidades se organizan para conseguir las ventajas comparativas. Y si las comunidades no le ponen remedio a los daños ocasionados por esa impericia (o mala fe, que para el caso es lo mismo), -y no hay más que una forma de hacerlo-, entonces difícilmente podrá conseguirse que el trabajo conjunto alcance su objetivo. Y perecerán. Lo mismo que perecerán las comunidades estúpidas que siguen dirigiendo el fruto de su trabajo a desertores encubiertos, en lugar de a sí mismas.

De modo que yo diría que estos son los cuatro espíritus que definen, incluso sin entrar en detalles sobre la naturaleza, valores y costumbres que la conforman, a una comunidad (y más una utopía) con posibilidades de ser perfecta, pero sobre todo, de ser simplemente viable a largo plazo:

Primero: Libertad EFECTIVA para entrar y salir de ella al antojo de cada cual, lo que en general significa también que la comunidad se independice de los señores de los recursos naturales, y mejor aún, que impida que existan. Si además, la comunidad trabaja por favorecer la vida solitaria, es un punto más a su favor.

Segundo: Ventajas comparativas de la comunidad frente a la soledad, en especial, el "arropado" de la comunidad frente a lo imprevisible, es decir, la solidaridad de la comunidad frente al miembro perjudicado, venga este perjuicio de fuera o de dentro. Lo que venimos llamando dilución de riesgos.

Tercero: Una Justicia EFICAZ, es decir, realmente articulada bajo los principios de reparar los daños ocasionados y hacer partícipes de ellos a los responsables.

Cuarto: Que los principios de costumbre y legalidad bajo los que se articule la comunidad sean de aplicación a cualquier escala y afecten de igual modo a un individuo que a una gran organización interna, con el fin de que la comunidad pueda digerir sus vaivenes demográficos, y también de que pueda hallar, en cada pequeño subconjunto que se considere, la máxima perfección que técnicamente le puedan encontrar sus miembros.

Ninguna comunidad, se llame como se llame, y se rija bajo los principios que se rija, que no cumpla estas cuatro pruebas, ni puede ser utopía ni puede ser otra cosa que una comunidad inestable con los días contados (aunque sean muchos).

Por otro lado, de todas las organizaciones internas posibles, considero que la articulada alrededor de un mercado libre es la más idónea. Veamos por qué.

Puesto que la ineficacia jerárquica es el material combustible siempre dispuesto a hacer explotar por los aires una comunidad, no podría apoyar la idea de realizar una organización del trabajo dictada, aunque la dictasen los mismos ángeles. Una justicia muy eficaz podría resolver el problema de la ineficacia, pero cuanta más jerarquía haya en el seno de una comunidad, más trabajo tendría la justicia para mantener la buena salud del sistema. Por contra, siempre que a los capitalistas se les haga responsables de los efectos de sus errores, se les impida convertirse en señores parásitos de la economía y se respete escrupulosamente la necesidad de diluir los riesgos de un modo efectivo, el sistema de libre mercado detecta de forma automática las necesidades de sus miembros y las resuelve por el camino más corto, lo que es deseable en cualquier caso. Ahora bien, los trabajos comunitarios son necesarios, y en ese sentido es necesaria la fiscalidad (también para tener un medio de controlar los límites de la acción capitalista). Pero esta debe ejercerse, tal como explicaremos más adelante, de modo que se emplee de forma natural en aquello que justamente sea necesario de un modo inmediato. Como veremos, existe una afortunada coincidencia entre la necesidad de asegurar que las personas descontentas con una comunidad formen en su seno, de manera integrada y armónica, una subcomunidad capaz de satisfacer las necesidades insatisfechas por la comunidad total, (que es lo que resulta de la aplicación "interna" del principio de libertad de independencia) con la necesidad de cumplir esa ideal cualidad fiscal.

Solo quiero insistir sobre un punto relativo a la prueba esencial de toda utopía, la libertad para participar o no en ella. Si admitimos que la participación deba ser libre, admitimos que la participación ofrezca alguna ventaja, y puesto que la participación libre exige que se pueda abandonar en cualquier momento, la ventaja adquirida durante la participación, debería idealmente conservarse tras la deserción. De otro modo, no habría ninguna ventaja en "haber participado", y sí en cambio, una pérdida del trabajo realizado, y por tanto una potente presión sobre el individuo para no abandonar la participación, lo que es contrario al sentido del principio de libertad de independencia.

Por todo lo cual entiendo que la participación en la comunidad no solo debe ofrecer ventajas te¿porales durante la participación, sino si ello fuera posible, ventajas absolutas de participar, incluso después de haber abandonado la comunidad. Eso me hace pensar en el concepto de mercado, del que se va y se vuelve. Y me lleva a afirmar que el concepto liberal de propiedad es idóneo para identificar la clase de ventajas que adquiriese un individuo por su participación te¿poral en la comunidad. Evidentemente, si ha de asegurarse la completa terminación de la relación del individuo con la comunidad, si este lo desea, es necesario que se exijan al menos dos condiciones: la garantía de que la propiedad será adecuada para el cumplimiento de la necesidad a la que responde (garantía total del trabajo realizado) y evidentemente, que la propiedad sea, en ausencia de ulterior actividad económica, completamente definitiva, esto es, sin carga fiscal alguna por parte de la comunidad. De modo que la garantía del buen funcionamiento de los bienes adquiridos realizaría una doble función en la utopía, apenas dibujada siquiera todavía.  


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