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PROTOPÍA

 

UNA VISIÓN GENERAL  

 

Es difícil creer que la sociedad y nuestra relación con ella sean la fuente de todos nuestros problemas, pero bastantes problemas tiene el ser humano por sí mismo como para ocuparse primero de los que les pueda causar la existencia de los demás.  

Por tanto no creo que una sociedad, por muy perfecta que pudiera ser, pueda resolver todos los problemas del ser humano; pero sí creo que la sociedad puede dejar de darnos esos problemas específicos como el paro, la marginación, la violencia social, la falta de libertad, la guerra o el hambre.  

Por muchas razones que uno tenga, esta opinión no puede ser más que una fe, más o menos fundamentada, pero una fe. Encuentro muy triste carecer de esta clase de fe, sobre todo cuando en realidad no se ha probado todo lo que se puede intentar. Incluso los que están muy satisfechos de su vida tienen noticias de que algunos no lo están tanto. La mayoría de los que están satisfechos opinan que los que no lo están se buscan sus propios problemas, mientras que éstos suelen acusar a los primeros de sus males. En ese contexto se puede generar una dinámica social y una Historia.  

Si no tuviera fe en que quizá tanto unos como otros tengan parte de razón, y si no tuviera fe en que quizá después de todo ese tipo de males se pueden arreglar, carecería de sentido que pensara en ello o me tomara la molestia de escribir. Mas no todo el mundo opina que no hay nada que hacer, que las cosas se hacen como se deberían hacer o que deberíamos dejar a cada cual que piense lo que quiera sin hacer el esfuerzo de comunicar sus propias ideas. Ellos, los disonantes, han seguido haciendo ruido y seguirán haciéndolo, cada cual a su ritmo y con su tesitura propia, reclamando una clase de derecho a la vida que seguramente nadie les reconoce pero que están seguros les corresponde. Creo que deberían ser escuchados. No pretenden otra cosa que su propio lugar en el mundo, y algunos de nosotros les estorbamos en su propósito; o, por lo menos, ellos lo creen así.  

El pensamiento utópico está desprestigiado. Eso es lo más suave que podemos decir sobre él. Quizá no está de moda, quizá tiene mala prensa, quizá a nadie le interesa realmente cómo de bien se podría vivir si no es tan fácil lograrlo como cambiar la tele de canal. Quizá estamos aturullados por la cascada sin fin de demostraciones matemáticas de que lo que parece absurdo en realidad tiene mucha lógica.  

Demostraciones que el público desconoce que se basan en hipótesis no demostradas (la más importante de las cuales es la estupidez generalizada de la gente), pero que como tienen un formalismo insoportablemente complejo, y provienen de grandes hombres, nadie se atreve a examinar en busca de las más que evidentes transgresiones no solo al sentido común, sino a la más elemental de la ortodoxia científica, que irónicamente cacarean que tienen. Quizá desconocemos la diferencia entre hallar una lógica en lo que hacemos, y hacer las cosas con un mínimo de lógica, y así confundimos el que nos comportemos como lo hacemos al carecer de un propósito utópico, con que el pensamiento utópico carece de sentido.  

Pero la razón más importante, a mi parecer, es que casi nadie cree en él. Vivimos una especie de decepción histórica. Sabemos que muchas veces en el pasado se vendieron maravillosas ideas, se organizaron grandes revoluciones y se mantuvieron altos ideales, solo para justificar a la larga las grandes matanzas, purgas, intrigas y desastres humanos que solo sirvieron para que unas grandes familias fueran sustituidas en el poder por otras. Por otro lado, quienes desconocen estos hechos, tampoco encuentran en la dinámica social actual grandes motivos para tener la esperanza de que la labor de pensar conduzca a ninguna parte. La última gran utopía que nos vendieron, la utopía tecnológica, en la que todavía en parte creemos, ha resultado un fiasco de marca mayor cuando nos damos de sopetón contra los desastres ecológicos que causa.  

Muchas personas, por otro lado, han llegado a creer que en realidad no importa mucho quien gobierne, o bajo qué criterios lo haga: al final, existe algo mucho más importante, que es el poder fáctico de la información, el dinero y las armas, cuya naturaleza final es inamovible y conduce siempre al mismo sitio de una forma u otra: a que mientras unos derrochan, otros apenas puedan sobrevivir, y a que todos, los unos y los otros, sean incapaces de substraerse a las maldiciones clásicas del hambre, la guerra, o la enfermedad. Rascar nuestra frustración para llegar al deseo puede ser doloroso, y de lo que menos convencidos estamos es de que cualquiera que lo haga, lo haga con buena intención. Estamos bastante escarmentados, en pocas palabras.  

Así pues, el pensamiento utópico siempre encuentra poca acogida, en comparación con el pensamiento vengativo, el pensamiento lamentativo, el pensamiento derrotista, o el pensamiento simplemente escapista. De hecho, se usa la palabra utópico para decir que algo es imposible.  

Pero es un uso lingüísticamente incorrecto. Utópico es aquello que resulta lo más atractivo de una escala de valores dada, normalmente difícil de lograr o de lo que no se conoce manera de alcanzarlo. Pero el juicio sobre su imposibilidad sobra. Lo utópico se convierte en real cuando se encuentra la forma de alcanzarlo, o al menos, se propone una vía para lograrlo.  

Desde luego, no seré yo quien pueda negar que los anteriores intentos de la Humanidad de dar apoyo a un cambio de estrategias globales han terminado en desastres tan grandes o mayores como los que pretendían resolver. No seré yo quien pueda negar que todas las explicaciones dadas a este fenómeno tienen algo de verdad, desde las que acusan a Satanás, a las que no acusan a nadie, pasando por las que acusan a los políticos, a los poderes fácticos, a los extranjeros, a los insolidarios, a nuestra naturaleza humana misma, o a una Naturaleza por principio poco acogedora. Por acusar, no falta quien acuse a gobiernos en la sombra, o a extraterrestres invasores.  

Pero el pensamiento utópico tiene una cualidad esencial. Puesto que trata de las relaciones entre personas, y de como el conjunto de personas forman un objeto de estudio y discusión que no es exactamente el ser humano desnudo, el pensamiento utópico difícilmente puede quedarse en la mente de cada cual. A fin de cuentas, si el lenguaje y la comunicación tienen un sentido prioritario, éste es precisamente la discusión sobre las relaciones de quienes se comunican. MCómo una idea sobre la vida comunitaria podría quedarse meramente en el pensamiento?. Creo que sería absurdo. Se podría creer que las personas no tienen algo que decir sobre la vida social si no discuten sobre ello, mas seguramente es poco probable. Ahora bien, el pensamiento utópico, en tanto que pensamiento que se comunica, tiene por objetivo a otras personas, y por tanto debe tener en cuenta la clase de pensamiento utópico que existe previamente en quien lo escucha.  

Hay muchas ideas que son solo para quienes las piensan, y no tienen valor para nadie más. La mayoría de lo que se lee y escucha, se toma solo para poseerlo, y esto procura satisfacción en sí mismo, como cuando uno ve una película de cine y se entretiene con ella. El pensamiento utópico no puede ser así. Pensar en cómo le gustaría a uno que la gente actuara es en sí una propuesta, un deseo que se forma sobre los demás y no solo sobre uno mismo. Quien diga que jamás se ha parado a pensar en lo que le gustaría que las otras personas hicieran para sí y para uno mismo, creo que simplemente no lo recuerda.  

La única diferencia, pues, entre un utopista y quien no lo es, es que el primero simplemente decide dar forma a la idea y comunicarla. Pero, Mqué importancia tiene una utopía?. Demasiado a menudo, me parece, una utopía se transforma en el centro del pensamiento de algunas personas, y de él llega a emanar toda clase de moral, de opción personal, de propósito en la vida y toda clase de justificación para los hechos políticos, económicos y culturales. Me parece que no hay para tanto. El hecho es que somos muchos sobre el planeta, y que tenemos boca para hablarnos los unos a los otros, y entre las muchas funciones que le damos a esta boca, está la de decirnos los unos a los otros cosas como "apártate un poco que me estás pisando" o "arrímate, que tengo frío". Hablamos a los demás para que los demás hagan cosas que tienen que ver con nosotros mismos, de una forma más o menos directa. El alcance y amplitud del mensaje es lo de menos: no modifica su naturaleza. El pensamiento utópico no es más que una forma sofisticada de comunicar lo que nos molesta y lo que queremos, pero no tiene otra importancia. Es como cuando decimos "vamos a jugar a las adivinanzas": seguramente tiene más importancia el hecho de estar jugando a algo, pero el juego en sí puede ir desde "apasionante" a "insoportablemente aburrido".  

El juego en sí no modifica el sentido de nuestra vida, la Historia de la Creación, ni nuestra misma naturaleza, sea la que sea. Pero sigo creyendo que un juego insoportable debería ser sustituido por otro más agradable, y no encuentro otra forma de que un individuo cansado de un juego mejore esa parte de su existencia, por mínima que sea, que inventando otro juego y proponiéndoselo a los demás. Seguramente, tampoco importa si los demás están o no de acuerdo en cambiar el juego. Creo que lo que verdaderamente tiene importancia es que el nuevo juego se plantee como una posibilidad, y como tal ejerza su influencia en la mente de los jugadores, no dirigiéndolos, sino ofreciéndoles una alternativa que quizá en algún otro momento de la vida les resulte interesante, incluso cuando el jugador que lo propuso ya no esté, incluso aunque del juego solo se tome una única idea para modificar un poco el que de hecho se está jugando.  

Así, aunque las ideas utópicas a veces se convierten en políticas y saltan a la arena de los intereses mundanos, otras muchas veces simplemente se incorporan a los discursos políticos como meros argumentos de venta que convenzan a los súbditos, a los empleados, a los neófitos de cualesquiera sociedades, y aunque no se respeten del todo, como pueda ser el caso de la idea de democracia, de derechos humanos, etc, ejercen su influencia positiva de alguna manera. A menudo, la ingenuidad de los utopistas les llevó a creer que las formas y fundamentos de sus utopías arreglarían el mundo de una vez por todas, que lo resolverían todo. Y esto no suele ser problema hasta que quienes les escuchan llegan a creerlo y se empeñan en eliminar del mundo toda impureza ideológica. Por eso creo tan necesario insistir en que una utopía debe tomarse como se toma la existencia de la fregona: no como un objeto sagrado que debe terminar con la existencia de cualquier otra cosa, como el único objeto legítimo de pensamiento...sino simplemente como un objeto que puede hacer más cómoda nuestra labor de limpiar el suelo. Creo que tendemos a pensar que una buena organización de nuestra existencia, especialmente en lo material, es la panacea para que las nuevas generaciones hallen la felicidad automáticamente, pero creo que eso es solo el efecto lógico de la enorme importancia que ha llegado a cobrar para nosotros, en el momento actual y como resultado de nuestra herencia histórica, un problema de supervivencia no resuelto. Seguramente, no podremos desprendernos de esta falsa idea hasta que, habiéndonos desprendido de la intranquilidad biológica que la existencia de los demás nos procura, nos encontremos de cara a los otros problemas. No es que no los tengamos, es simplemente que la lucha por la supervivencia nos hace pensar demasiado en ella misma y olvidarnos de los otros.  

No creo, pues, que el hombre deba buscar su felicidad en su trato con los demás. Tampoco creo que el hombre sea feliz por nacimiento. Creo que está en la naturaleza del hombre la búsqueda de la felicidad, y que cada cual la busca y debe buscarla a su manera, que esa búsqueda está plagada de contratiempos e imposibles, de trampas y zancadillas. Mas para proseguir esa búsqueda el hombre debe estar vivo, y nadie me puede negar que algunas personas amenazan la vida y el camino de otras. Esta es la razón fundamental de que en mi opinión, una utopía deba limitarse a ser un marco político-económico. La economía tiene una importancia trascendente desde el momento que es el asunto de la manutención del hombre en compañía de sus congéneres, y la manutención es vital para cualquier otra pretensión.  

En sí, esto es ya una clase de propuesta, que es la de que tratemos de ceñirnos a un problema concreto, que es el de las relaciones entre los hombres, para su manutención y supervivencia, para su colaboración en cualquier propósito que emprendan, y resolvamos esto antes de que continúe la discusión sobre el propósito último de la vida. Vivamos, y mientras vivimos, discutamos sobre la vida, en lugar de discutir de la vida hasta matarnos.  

Creo que cada uno de nosotros tenemos nuestra propia idea sobre cómo funciona el mundo, porqué lo hace así, quien sustenta la mayoría de la responsabilidad, y qué parte nos toca personalmente en ese juego. Y por lo tanto, cual sería la manera de encaminarlo de mejor manera, suponiendo que hubiese alguna, o que la mera noción de un progreso tuviera sentido.  

La verdad es que la mayoría de las personas que han vivido a lo largo del tiempo de nuestra especie han vivido ajenas a la simple idea de que existía un sistema social, que éste era modificable y que cabía la discusión sobre este tema. Durante siglos la estabilidad de los modos de vida ha sustentado la idea de que las cosas eran como debían ser y que no cabía otra forma de que lo fueran. O quizá esta idea era la causa de esa estabilidad. Así ha sucedido en los grandes imperios y en las milenarias culturas. Lo más seguro es que no importe qué es la causa, y qué es el efecto, pero lo que es seguro es que existe una relación entre ambas cosas.  

Pero también es cierto que las personas cultas, conocedoras de la Historia, de las diferencias culturales entre distintas localizaciones geográficas, siempre han sabido que hay diferentes formas de hacer las cosas, y que con el tiempo, la forma de hacerlas cambia, los valores que se sostienen sustituyen a otros anteriores, y que en determinados momentos de la Historia, en momentos inestables, críticos, se abre la discusión sobre quien debe mandar, como debe hacerlo y para qué debe hacerlo.  

Creo, por otra parte, que todos hemos experimentado alguna vez la sensación de que algo no funciona bien, que habría otra manera de hacerlo mejor, y que se podría pensar cómo, o quizá alguien lo pensó ya alguna vez.  

Quizá al final nuestros sueños de vivir en un mundo agradable para nosotros mismos hayan pasado a nuestro baúl de cosas inútiles como nuestro deseo de ser bomberos cuando fuéramos mayores. Quizá al final cada uno ha encontrado su sueño particular a sabiendas de que nadie lo comparte con él. Quizá al final ese sueño ha encontrado una afortunada resonancia en algún planteamiento político actual o pasado con el que identificarse mejor o peor. Pero creo que por muy escondida, maltratada, frustrada o anulada que esté, en todos nosotros existe la creencia de que tiene que haber una manera de que dejen de pasar catástrofes, de que deje de haber injusticia, de que deje de haber miedo.  

Hoy sabemos que cada cultura ha tenido su estructura, y sabemos que existe una relación entre las ideas políticas y las ideas sobre como debe organizarse el mundo.  

Digo ya de una vez que creo que una utopía será tanto más adecuada, y más atractiva, cuantas más personas la compartan; que el número de personas que la comparten es una medida de su perfección. Naturalmente, esto significa que todo pensamiento utópico tiende a ser demagógico, y por tanto, de escasa fiabilidad. A fin de cuentas, quizá el pensamiento utópico es solo la forma de encontrar una idea consoladora sobre el futuro que alivie el pesar de nuestra vida presente, y más cuanto más miserable sea. Y en eso, no tiene que distinguirse mucho de cualquier otra forma de cuento o entretenimiento para cumplir su objetivo. MCreen las personas en las utopías, o siquiera las escuchan, porque alivian su vida tortuosa, o porque realmente creen que, llevadas al mundo, podrían de verdad disminuir los motivos del dolor de cada cual?. No creo que se pueda contestar, ni que tenga sentido hacerlo. Pero desde luego, el pensamiento utópico no pretende ser una fábula sobre un mundo inexistente e imposible, que cuando se vende reporta beneficios a su inventor (pues la mayoría de los utopistas han acabado en la hoguera). El grado de fe de cada cual a quien llega una idea utópica cualquiera depende fundamentalmente de la fe que tenga en un sistema utópico previamente manejado. Quienes han manejado muchas ideas utópicas han acabado descreyéndose de todas. Quienes solo han manejado una y está conformes con ella, no tienen disposición alguna a escuchar otras. Y quienes mantienen la esperanza de inventar o recibir una que les cuadre son, naturalmente, los menos. En fin, hay poca clientela para cualquier idea utópica, pero debemos buscarla entre quien ya tiene alguna clase de ella.  

No tendría porqué haber ninguna razón para que fuera posible hallar un punto común en todo pensamiento utópico, sobre el que construir una utopía compatible con todas las anteriores, y por consiguiente susceptible de consenso. Perfectamente puede uno creer que hay diferentes maneras de ver la vida, completamente incompatibles entre sí. Y no seré yo quien diga haberlo encontrado. Creo que si hay una razón para que exista es que todos somos seres humanos a fin de cuentas, y debe haber algo común en nuestra naturaleza en lo que basarse. Pero no me meteré en eso. Tengo mi opinión sobre cuánto de universal tienen las ideas que expondré en el libro, y cuánto de compatible con las ideas en que se basan. Pero mi mayor interés es que esto sea enjuiciado por el lector.  

Una cultura es un conjunto de conocimientos y costumbres de toda índole, que comparten los individuos de una comunidad. Esto no quiere decir que todos los individuos dispongan de los mismos conocimientos ni que todos tengan exactamente las mismas costumbres, ni siquiera que cualquier costumbre dada sea compartida por todos. Es una generalidad que se encuentra abundantemente. La cultura está formada por costumbres económicas, artísticas, lingüísticas, tecnológicas, políticas... y como decía más arriba, creo que de todos esos conjuntos, al hablar de utopía, solo nos interesa estudiar dos órdenes, el económico y el político.  

Naturalmente, no necesito justificar esto a alguien que crea en la noción de materialismo histórico.  

Probablemente, los seguidores del sueño capitalista tampoco tendrán ninguna clase de problema en compartir esta idea. Para ellos también está justificado de antemano que el individuo deba ser libre para decidir su destino, incluso su destino económico, o quizá empezando por ahí.  

Es posible que los utopistas del nacionalismo encuentren alguna dificultad en asumir que no se hable de las fronteras a la hora de discutir una utopía. Deben, pues, traducirse los términos nacionalistas a los que estoy empleando, y lo haré más tarde. Por otro lado, aunque la idea utópica anarquista es en sí misma económica y política, tiene una forma peculiar, ya que usa la discusión económica y política para sustentar la propuesta de NO tener una estructura económica y política. (Ya sé que esto es una caricatura del anarquismo. En la práctica la cosa no es tan sencilla. Pero de momento me interesa trabajar con lo más extremo de las ideas). Reconducir las ideas anarquistas por una discusión sobre el funcionamiento de las estructuras económicas y políticas puede parecer un contrasentido, que sin embargo trataré de abordar.  

Por otro lado están quienes opinan que las relaciones humanas han de basarse en principios completamente ajenos a la economía y la política. Herederas del pensamiento anarquista (el individuo no tiene necesariamente una naturaleza político-económica), pero mucho menos descreídas que aquél sobre la naturaleza espiritual de la vida, encuentran una pléyade de ejemplos de convivencia cuyas costumbres no hablan apenas (o no hablan nada) sobre asuntos de intercambio y poder. Seguramente ellos sean quienes más dificultades hallen para encontrar mínimamente interesante una discusión sobre esa economía y ese poder.  

Mas retomando el hilo de exposición de más arriba, me pregunto si tendrán alguna dificultad en contestar a esta pregunta: Mpor qué no intentar resolver el asunto político-económico y ya veremos después un poco más claro como abordar los otros?.  

Seguramente ha habido muchas utopías a lo largo de la Historia, y la mayoría nos son desconocidas. Nuestra civilización es heredera de las utopías capitalistas, socialistas, nacionalistas e integristas, y por supuesto, tecnológica. Mucha gente considera que nuestra global democracia capitalista, con concesiones a lo sindical, a la idea de estado de bienestar y libertad religiosa, es lo más parecido a una utopía que se puede hacer. Que lo que hay es en sí una utopía. Mas sin duda hubo corrientes de pensamiento distintas en el pasado. Como justificaba antes, creo que las interacciones sociales empiezan a ser problemáticas cuando tienen que ver con la manutención o el poder de proteger o destruir a los individuos o cualquiera de sus cualidades. Aunque se puede opinar sobre la clase de tecnología que debe usar una utopía, sobre la distribución geográfica de las viviendas, o las costumbres de vestimenta y alimentación, tal y como han hecho algunos utopistas en el pasado, creo que lo que definirá realmente lo bueno o lo malo que sea el conjunto de las relaciones de cada ser humano con su especie no depende de esto, sino exclusivamente de los fundamentos filosóficos de la regulación de tales relaciones. Lo que me interesa es fijar la opinión de que salvo los creados por la economía y el uso del poder violento, la sociedad no crea mayores problemas al individuo. Si, tal y como mantenemos, existe la tendencia a generar estructuras de poder autosustentantes, pero ineficaces, y a utilizar los recursos de la fuerza de la unión para atacar al individuo, entonces una utopía ha de consistir precisamente en propuestas que hablen concretamente de las relaciones económicas y de poder.  

Salvo los utópicos anarquistas, todos los pensadores parecen de acuerdo en que la regulación de las relaciones necesita para sustentarse alguna clase de poder, de modo que la idea de la regulación de las relaciones por un poder es ya una primera propuesta en sí. En opinión de los anarquistas, toda forma de poder acaba siendo un elemento que se usa contra el individuo, en lugar de a su favor. Es opinión generalizada entre los anarquistas que el poder no surge para defender al individuo, sino como resultado de otra clase de interacciones, y se sustenta porque se sirve a sí mismo. El principio de la explotación jerárquica de los recursos viene a decir lo mismo, salvo que niega que básicamente pudiera ocurrir de otra manera. Sin embargo, es interesante observar que existe un elemento compensatorio, que es el principio de ineficacia jerárquica. El objeto de toda jerarquía no es más que sustentarse a sí mismo, mas intenta cumplir este objetivo de un modo inevitablemente ineficaz. Por esto, siempre existen individuos que escapan al control de las jerarquías. A medida que las jerarquías crecen, el descontento de las bases y el montón de agujeros ideológicos, económicos y operativos que tienen, se amplifican, dejando paso a las organizaciones rebeldes. Ahora bien, en la medida que se usa la violencia para materializar la dinámica de poder que surge entre unas y otras, se materializa el descontento y la violencia social, para el que el principio de minorías marginales siempre encuentra una justificación filosófica.  

Seguramente muchos pensarán que la paz, el desarrollo del individuo asicomo la libertad de éste para decidir su destino y el uso que da a su vida, la existencia de una corriente de bienes básicos más o menos segura, etc, no necesariamente constituyen una utopía. Mientras discuta sobre que tal o cual propuesta tienen como objeto garantizar tal o cual cualidad social, estaría en realidad haciendo lo mismo que siempre, decidiendo qué me gustaría ver en el mundo y proponiendo que se haga. He dicho antes que en el fondo, es inevitable que el pensamiento utópico sea una declaración de deseos puros y duros. Sin embargo, he encontrado que existen otros criterios posibles para sostener las propuestas utópicas. Otros criterios más acordes con la mentalidad salvaje del capitalismo, la mentalidad religiosa del islam y la mentalidad más conservadora del fascismo.  

Seguramente, es difícil ver cómo el nacionalismo fascista, la guerra santa islámica, y el colonialismo capitalista puedan tener algo en común que pueda ser conservado en el seno de un sistema mental-social, mientras éste sistema encuentra el modo de mantener una paz en la que ninguno cree de antemano. Si estos sistemas previos mantienen la necesidad de la guerra, Mcómo podría decirse que la paz es parte de las utopías nacionalistas, islámicas y capitalistas?. Lo que digo es que llegará a formar parte de ellas también, que en alguna forma ha formado siempre parte de ellas, pero no de una forma evidente. Ahora bien, creo que la solución de las ecuaciones políticas está en la política, y no en cualquier otro orden de pensamiento. Los pensadores anarquistas jamás creerían que, de existir alguna forma de poder, exista la posibilidad de que el individuo alguna vez viva en paz.  

Mas me propongo discutir esta opinión.  

Si en algún momento alguien considera que una utopía ha de ser algo mucho más global, que le ponga otro nombre a esto. Me da igual. Solo pretendo hablar de cosas muy concretas y nada más, y nunca decidir en qué contexto han de ser inscritas o por qué motivos repudiadas.  

Con lo dicho hasta aquí quiero fundamentar que por mucho que el momento actual sea un momento de mucha queja política, pero escasa discusión sobre los principios sociales, y que por mucho que exista una profunda decepción sobre las formas que son y en el mundo han sido, esto ya ha ocurrido otras veces en la Historia y no es motivo para abandonar la idea de que los cambios son posibles y discutibles, y tiene sentido discutirlos, pues de hecho la evolución existe y aunque sea en pequeña proporción, sin duda el pensamiento utópico ejerce una influencia sobre el futuro, sea para bien o para mal.  

Así pues, veremos cuestiones de economía, porque la economía no es la causa, pero sí la justificación común de casi todos los desatinos, tanto ahora como en el pasado. Es mi esperanza que con el tiempo dejara de serlo. Pero para ello es necesario comprenderla, y saber hasta donde llega. En mi opinión, sus ramificaciones son sorprendentes, aunque al contrario que otros, no creo, insisto, que sea el origen de todo.


 


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