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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

El caso singular del Japón

 

Un caso singularmente relevante es el del Japón, país perteneciente al Tercer Mundo hace años, que ahora se ha convertido en una nación, al mismo tiempo rica y desarrollada y constituye, a este respecto, un gran ejemplo a imitar por los países menos favorecidos, no precisamente por las razones por las que es observado con favor y complacencia por los medios liberales (empresas sin sindicatos, sin derecho a huelga ni contestación política) sino porque este país ha sabido desarrollarse según una vía original hacia el progreso, y sin abandonar su personalidad. El hecho de haber sido, en torno al año 1870, el único país políticamente estructurado y poseedor de un buen nivel técnico que no hallábase integrado en la red de intercambios internacionales puestos en funcionamiento por la revolución industrial, ha constituido para éste una ventaja.

Después de 1945, los japoneses han desarrollado su estrategia apoyándose en dos reglas fundamentales: 1) no importar los productos que no sean indispensables para el crecimiento de la industria local, 2) no importar los productos que existan o puedan producirse “in situ” -aunque sean más caros-. Gracias a este proteccionismo puntual, tendente a asegurar la independencia económica y política nacional, la industria japonesa, habiendo asegurado la reconquista de su mercado interior, ha podido lanzarse al copo del mercado mundial con el éxito que ya conocemos. Ello demuestra que el desarrollo autoconcentrado no resulta incompatible, a la larga, con una expansión de los intercambios exteriores.

En Japón no existen incentivos a la exportación como en Occidente. Las ayudas se basan sobre todo en la racionalización de las estructuras productivas y en la investigación y el desarrollo. De hecho, las exportaciones niponas se concentran y son preponderantes en una gama de productos competitivos innovados y reinventados sin cesar [1]. El conjunto de su sistema comercial está articulado en estructuras económicas internas: del lado de los flujos de entrada, asistimos a un verdadero cierre de las importaciones por la vía de los circuitos de distribución que actúan como monopolios importadores; del lado de los flujos de salida, la gran fortaleza de la economía japonesa reside en la extrema concentración de los canales de exportación.

El proteccionismo nipón toma diversas formas: barreras tarifarias (aranceles elevados), no tarifarias (el dango en materia de mercados públicos, particularmente denunciado por USA, el dumping comercial, ...), las regulaciones técnicas y los procesos de certificación que acrecientan la opacidad del mercado. Genéricamente, es posible afirmar que la mentalidad japonesa privilegia los productos y servicios nacionales mientras condena al ostracismo los bienes o prestaciones cuya naturaleza, calidad o reglamentación son diferentes a su concepción tradicional. 

Japón es la única superpotencia económica asiática y en el futuro,  previsiblemente, mantendrá su posición hegemónica. Como el primer país asiático que se industrializó y el acreedor más grande del mundo, tiene ventajas que no comparte con ninguna otra economía asiática. Sus altos niveles educativos y sus enormes reservas de capital lo convierten en un país mejor equipado -quizá mejor aún que cualquier país occidental- para la economía basada en el conocimiento que se impondrá en el siglo recién iniciado. Y, sin embargo, se enfrenta a una crisis financiera y económica que pone en juego la existencia misma de una economía japonesa distintiva.

Hay que ser conscientes de que, sin una solución para los problemas económicos japoneses, la crisis asiática sólo puede empeorar. En ese caso, la economía mundial corre el riesgo de seguir a Japón en su declive angustioso hacia la deflación y la depresión. En este momento, Japón enfrenta la caída de la ventaja competitiva de sus precios y la reducción de su actividad económica en una escala similar a la que se enfrentaron los Estados Unidos y otros países en los años treinta. A menos que la depresión sea superada en Japón, las perspectivas de que el resto de Asia y el mundo logren evitarla son muy frágiles.

De todas maneras, las recetas occidentales para resolver los problemas económicos japoneses resultan, a nuestro juicio, una mezcla incongruente y contradictoria. Hoy por hoy, como en el pasado, las organizaciones transnacionales insisten en que Japón debe reestructurar sus instituciones financieras y económicas de acuerdo a los modelos occidentales, y más exactamente, a los estadounidenses. Según tan sabias formulaciones, la solución a los problemas económicos japoneses es la norteamericanización indiscriminada. En la lógica de este análisis interesado de las circunstancias asiáticas, Japón resolverá sus dificultades económicas sólo a condición de que deje de ser “japonés”. En ocasiones, esta idea se expone sin rodeos ni tapujos. Como señaló, aprobatoriamente, un escritor de una revista neo-conservadora norteamericana: "Estados Unidos dispone del FMI para realizar el trabajo del Comodoro Perry".

El resultado de una política así definida, de occidentalización forzada, no sería sólo el de extinguir una cultura única e irremplazable (cosa que a algunos ya les va bien). Se destruiría también la cohesión social que ha corrido pareja con los extraordinarios logros económicos japoneses del último medio siglo, y dejaría sin resolver la crisis deflacionaria que Japón enfrenta en este momento.

Los gobiernos occidentales exigen que Japón -y al parecer sólo Japón, entre las economías industriales avanzadas- adopte políticas keynesianas. El consenso occidental afirma que Japón debe cortar impuestos, expandir los empleos públicos y administrar vastos déficits presupuestarios. Al mismo tiempo, las organizaciones transnacionales occidentales piden que Japón desmantele el mercado laboral, que aseguró el completo acceso al empleo de los últimos cincuenta años. Si Japón accediera a estas solicitudes, el resultado sólo podría ser la importación de los insolubles dilemas de las sociedades occidentales, sin resolver, a sensu contrario, ninguno de los problemas propios del país.

Si Japón importase los niveles occidentales de desempleo masivo, estaría obligado a establecer un Estado benefactor al estilo occidental. Pero los gobiernos occidentales están reduciendo el Estado benefactor sobre la base de que ha creado una cierta “subclase antisocial”. Una vez más, pues, se le pide a Japón que importe problemas que ninguna sociedad occidental está cerca de resolver [2], ni siquiera excesivamente dispuesta a ello.


 

[1] Vide C. VADCAR, Actualités du Commerce Extérieur, nº: 2, marzo-abril de 1994.

[2] Vide J. GRAY, Falso...


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