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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?


José María Franquet Bernis

 

 

La protesta actual contra la libertad de comercio

 

La situación de concienciación respecto de la problemática que plantea la libertad de comercio cambió radicalmente a raíz de los sucesos que tuvieron lugar en Seattle durante la reunión de la OMC. Alrededor de 50.000 personas de todo el mundo pertenecientes a Organizaciones No Gubernamentales, sindicatos, movimientos ecologistas, etc., se personaron en esta ciudad para protestar y manifestar su total rechazo a la liberalización del comercio mundial; la virulencia de las protestas y su importancia numérica acapararon la atención de todos los medios de comunicación de masas. Desde entonces, estos sucesos se han repetido en todas y cada una de las reuniones internacionales convocadas, ya sean de instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, las Cumbres Europeas o bien foros más restringidos como el G-8, a los que nos referiremos en el apartado siguiente con mayor especificidad.

Han sido, pues, los acontecimientos ocurridos en Seattle los que han dado un gran protagonismo a la OMC, que hasta ese momento era una gran desconocida para la inmensa mayoría de los ciudadanos. Ahora, juzgamos conveniente contribuir al conocimiento de esta organización, cuya misión específica es tanto liderar la liberalización de los intercambios comerciales internacionales como defender y hacer cumplir las normas pactadas que regulan el comercio internacional.

Pero además de dar a conocer la OMC, también es importante comprender las razones que han impulsado estas manifestaciones de rechazo en contra de lo que esta organización representa y, por ello, debemos tratar de responder a la siguiente pregunta: ¿a qué razones responde esta contundente protesta contra la libertad de comercio?. A nuestro juicio, los motivos son muy diversos y en muchos casos opuestos, pero todos tienen un denominador común: la crítica a la creciente integración e interdependencia económica mundial que comúnmente denominamos «globalización». La liberalización en las relaciones económicas internacionales impulsada y liderada, también, desde estas instituciones económicas internacionales, ha derivado en la llamada «economía global», que es un entorno caracterizado por una gran libertad de flujos comerciales y financieros y por el desarrollo de grandes empresas multinacionales que controlan importantes cuotas de la producción mundial y de los intercambios internacionales.

Pues bien, ¿son ciertas todas estas acusaciones? A nuestro entender, la respuesta no es simple ni unívoca. El comercio internacional no es la causa que origina muchos de los problemas planteados, pero sí es cierto que la eliminación de los obstáculos que tradicionalmente han limitado los flujos comerciales, principalmente los aranceles, ha facilitado la afloración de muchos otros que hoy afectan, determinan e influyen en las corrientes comerciales. Los factores que determinan la capacidad de competir de las empresas en los mercados mundiales ya no dependen, en la misma medida que antes, del grado de protección que cada país tuviera establecido. Por el contrario, esta capacidad es el resultado tanto de factores intrínsecamente económicos y empresariales como, también, de los costes que las empresas deben asumir como consecuencia de la reglamentación que cada país establece para lograr otros fines que sus mismas sociedades exigen, como son la protección de los derechos laborales o la conservación del medio ambiente. Precisamente, la presión por salvaguardar la capacidad libérrima de competir de las empresas en los mercados internacionales es considerada cada vez más, por muchos colectivos, como la principal causa que impide un desarrollo más ambicioso de esos otros fines.

En el lado opuesto, los países en desarrollo entienden que los estándares impuestos para la preservación del medio ambiente o de los derechos laborales no son sino una excusa para limitar el acceso de sus productos a los mercados de los países ricos y exigen que no se les impongan normas que no pueden (o no quieren) cumplir. Demandan, por el contrario, que se les facilite su comercio para poder así potenciar su crecimiento y desarrollo económico y disminuir las diferencias de renta que entre países ricos y pobres han aumentado en los últimos años. Reclaman, también, que el comercio internacional debe ser un medio para resolver los problemas de desarrollo de los países más pobres, con cada vez mayores dificultades para lograr un crecimiento económico sostenido.

El debate, pues, es amplio y, además, contrapuesto según la óptica de las diferentes necesidades y prioridades de los países en función de su grado de desarrollo económico.

Pero esta protesta contra la mundialización de la economía no sólo no tiende a remitir sino, contrariamente, a acrecentarse. De este modo, veamos cómo Attac, a finales de Enero de 2002, irrumpió con fuerza en la todavía anestesiada escena preelectoral francesa con un mitin que duplicó, con creces, los cálculos más optimistas. Unas 6.000 personas apoyaron en París el lanzamiento del manifiesto de la organización antimundialización bajo el lema “es posible otro mundo”, decidida a influir en el debate como gran agitador de ideas. Unos 31.000 fieles seguidores avalan el peso creciente de Attac en Francia, donde el movimiento dirigido por Bernard Cassen e ideado hace cuatro años por el director de “Le Monde Diplomatique”, Ignacio Ramonet, es cortejado a derecha e izquierda.

El mismo día en que el infatigable Chevènement reunía a 1.200 leales para lanzar su “polo republicano” desempolvando viejos símbolos como la nonagenaria heroína de la resistencia Lucie Aubriac, Attac se reafirmaba como un gran outsider: “Queremos convencer a los ciudadanos de que los políticos actuales no son los únicos posibles y que somos centenares de millones de personas en todo el mundo en pensar así”, reza su proclama antiliberal. Mientras, confundido entre una inclasificable y entusiasta audiencia, el histórico líder trotskista Alain Krivine era una de las pocas figuras reconocibles de la asamblea que contó, sin embargo, con la relevante participación del premio Nobel de Literatura José Saramago [1]

                        A principios del mes de febrero del 2002, en fin, tuvo lugar el seminario que el World Economic Forum (WEF) celebra desde hace 31 años en la localidad suiza de Davos, pero que en esta ocasión tiene lugar en New York. La razón del cambio parece obvia: otorgar un respaldo moral y de confianza a la ciudad de los rascacielos tras la tragedia del 11-S-01. De hecho, el seminario se desarrolló en los salones del hotel Waldorf-Astoria, situado a cinco kilómetros escasos del lugar donde se asentaban las Twin Towers del World Trade Center. Sin embargo, dado lo que es y representa el WEF, todo un símbolo del capitalismo financiero y tecnológico global, la isla de Manhattan pareció una sede más apropiada que la tranquila Davos, adonde el seminario regresará el año que viene si no median circunstancias excepcionales. Para el año 2004 no hay sede prevista; mucho dependerá del grado de contestación callejera que hayan tenido las reuniones de este año y del próximo. Ciertamente, la policía de la gran urbe americana no dejó nada al azar, con 4.000 agentes y otros cuerpos de seguridad vigilando estrechamente el evento.

            El WEF reunió, un año más, a la flor y nata de las grandes corporaciones empresariales del mundo, así como a una constelación de líderes políticos encabezados por el canciller alemán Gerhard Schröder, el primer ministro canadiense Jean Chrétien o el propio Secretario de Estado norteamericano Colin Powell. Anteriormente, el Presidente Bush, en su discurso sobre el estado de la Unión, había instado a las empresas a que fueran más cuidadosas con los intereses de sus empleados y accionistas. El título del seminario en cuestión, “Liderazgo en tiempos frágiles: una visión para un futuro compartido”, no alumbra demasiado sobre el giro radical que han experimentado los acontecimientos políticos y económicos mundiales en los últimos meses.

            Curiosamente, como contracara del de Davos-New York, se produjo una coincidencia temporal con el II Foro Social Mundial que se celebró en Porto Alegre bajo el lema “Otro mundo es posible”, y es que el mundo es sólo uno, con sus endémicas injusticias y sus profundas desigualdades. Se inició con una multitudinaria marcha por las calles de Porto Alegre, colmada de militantes y representantes de numerosas organizaciones políticas, no gubernamentales y religiosas, que buscan articular una propuesta alternativa al neoliberalismo y que el año anterior culminaron la edición correspondiente con un documento que rechazaba el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA). El alcalde Tarso Genro afirmaba que “éste es un foro para un mundo sin guerras y sin violencia”, mientras que el dirigente campesino francés Josep Bové, quien el año anterior había destruido una planta de soja transgénica en el norte del mítico estado de Río Grande do Sul, en una de sus llamativas protestas, señaló que “este año llego como profesor. Sólo actuaré si los compañeros del MST (Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra) deciden efectuar alguna acción en concreto”.

            Dadas las circunstancias, las 14 sucursales de la multinacional Mac Donald’s desparramadas por la ciudad extremaron sus medidas de seguridad. Flotaba en el ambiente la conciencia de que los presidentes paradigmáticos del neoliberalismo en América Latina fueron Carlos Salinas de Gortari, Fernando Color de Mello, Alberto Fujimori y Carlos Menem. Todos ellos sin excepción, y con alguna colaboración ulterior, dejaron sus respectivos países mucho peor de lo que los encontraron y con numerosos escándalos de corrupción. Para el futuro, deberían elaborarse propuestas para que la globalización sea a favor de la población y no para que los conglomerados multinacionales sigan acumulando un poder juzgado ilegítimo.

            Por su parte, los alcaldes de cuatro continentes y veintinueve países que asistieron al Foro de Autoridades Locales por la Inclusión Social, en el mismo marco, exigieron una globalización “más justa, más humana y que supere el actual dominio financiero”. La llamada “declaración de Porto Alegre” refleja las críticas de los doscientos alcaldes de ciudades de América, Asia, África y Europa al actual modelo globalizador. Entre otros, asistieron los primeros ediles de Buenos Aires, Sao Paulo, Montevideo, Roma, París, Ginebra, Bruselas, Caracas y Barcelona, que se comprometieron a “intervenir en el escenario internacional a favor de una globalización que supere el dominio financiero y acepte instancias democráticas internacionales”. También se comprometieron a trabajar en pro de un modelo que garantice el desarrollo sostenible y extienda “las políticas de solidaridad a aquellas ciudades que todavía no las practican”. En este sentido, expresaron su voluntad de reforzar el papel de las ciudades como actores políticos activos en el nuevo escenario mundial. Al reflexionar sobre estas demandas tan plausibles de los que mejor conocen -por su oficio diario- la problemática directa de los ciudadanos, quien esto escribe invita a meditar sobre aquella célebre frase de Alexis de Tocqueville [2]: “¿Cómo pueden nuestros políticos afrontar y resolver los graves problemas que aquejan a la humanidad si antes no son capaces de solucionar los que incumben a su ciudad, a su barrio o a su calle?”. Y no precisamente en sentido peyorativo, sino reconociendo la gran importancia que debe otorgarse a la opinión de los alcaldes en todos los temas públicos, por su conocimiento directo de la base de los mismos.

            Los responsables locales, en sus conclusiones, también criticaron la privatización creciente del espacio público, ya que reduce la capacidad de regulación y de prestación de los servicios públicos. Respecto a la crisis de Argentina, acordaron poner en marcha una iniciativa solidaria con las ciudades de ese país, que se traduciría en el envío de medicamentos y de material hospitalario. La grave crisis económica, social y política argentina dio pie a muchas críticas contra la actuación del FMI en dicho país y en pro de la defensa del derecho de los gobernantes autóctonos a aplicar las políticas que consideren más adecuadas. También acordaron los presentes defender en sus ciudades el derecho a las manifestaciones pacíficas contra la globalización, así como trabajar para la integración de los inmigrantes con todos los derechos y, asimismo, sumarse al programa de las Naciones Unidas, definido por su secretario general Kofi Annan, para desarrollar la cultura de la paz a través de las políticas públicas.


 

[1] Vide MILLET, M. en La regulación del comercio internacional: del GATT a la OMC. Colección de Estudios Económicos, nº: 24. “La Caixa”. Barcelona, 2001. Citada en la bibliografía.

[2] Escritor, político y estadista francés (1805-1859). Fue vicepresidente de la Asamblea Nacional en 1849 y ministro de Asuntos Exteriores.


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