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AGUA QUE NO HAS DE BEBER...
60 respuestas al Plan Hidrológico Nacional


José María Franquet Bernis

 

 

PRIMERA PARTE: EL AGUA

10. ¿Históricamente cómo ha sido nuestra relación con el agua?

Se cree que la tierra nació hace cuatro mil quinientos millones de años. Según Yves Coppens, los primeros prehumanos lo hicieron hace tan sólo unos ocho millones de años. Decimos esto porque, aunque parezca que no tiene nada que ver con el agua, para mí sí tiene sentido. Hemos sido los últimos en llegar a este planeta y nos comportamos como si fuéramos los dueños del “cotarro”. La verdad, ¡tampoco es para tanto!

Es cierto que hemos hecho algunas cosas buenas: hemos inventado el cine, el ordenador, las matemáticas, el amor; tenemos la música, la literatura, el pensamiento abstracto, el método científico, la medicina, algunas ideas filosóficas que no están mal y un par de metáforas realmente geniales… pero si lo miramos fríamente -y teniendo en cuenta que, por otro lado, también hemos inventado la televisión y el teléfono-, eso no nos da derecho a pensar que podemos hacer lo que queramos de esta casa común llamada Tierra. Somos los únicos animales de este planeta capaces de modificar el medio ambiente con nuestras actividades e incluso, si en breve no nos controlamos, mandarlo todo al traste. Lo cual no deja de ser, como mínimo, inquietante.

Al principio las cosas no fueron tan mal; parece ser que nuestro origen es africano, que de ahí nos extendimos por todo el mundo, y que los primeros humanos teníamos una relación de armonía con el medio ambiente que nos rodeaba. Nómadas y cazadores acampaban cerca de las fuentes naturales de agua fresca y los diversos grupos y pobladores estaban tan extendidos que la contaminación del agua no representaba un grave problema.

Por tanto, mientras las comunidades humanas eran de pequeño tamaño y con una tecnología primitiva, su incidencia sobre el medio ambiente fue de ámbito limitado. Es cuando se principia a usar y a controlar el fuego y, posteriormente, con la revolución agrícola y la domesticación de plantas, animales y el pastoreo cuando se empieza a erosionar el suelo y a modificar o eliminar la vegetación natural con el objeto de obtener cosechas, carne y leche para la alimentación humana. La exigencia de leña y carbón llevó a la denudación de las montañas y al agotamiento de los bosques, con la consiguiente erosión eólica e hidráulica por efecto de las lluvias torrenciales. Este fenómeno, precisamente, dio origen a la formación del delta del Ebro, por aporte de sedimentos de su cuenca a lo largo del tiempo: la desforestación causada por “la Mesta” durante muchos siglos alguna cosa tendría que ver en todo este proceso.

Los ríos siempre atrajeron a las comunidades humanas, en primer lugar por la seguridad que ofrecían en el continuo suministro de agua y también por la riqueza agrícola del suelo. Además, desde el punto de vista comercial, por los ríos se viajaba hacia nuevas regiones, se exploraban otros territorios o bien se transportaban productos para el comercio y la industria.

Por tanto, el desarrollo de todas las civilizaciones siempre ha estado unido a la proximidad del agua. Desde la antigua Mesopotamia, asentada entre los ríos Éufrates y Tigris, los grupos humanos siempre se han situado cerca del agua. Lo mismo vale para la civilización egipcia. Éstas y otras antiguas civilizaciones, al desarrollar la vida en comunidad en centros urbanos, empiezan a plantearse seriamente, a través de sus responsables, tanto el suministro regular de agua para sus súbditos como para el riego de los campos de cultivo. En estas civilizaciones la propiedad, el dominio y la gestión del agua constituían la verdadera esencia del poder. El gran historiador Wittfogel habla de ellas como de “civilizaciones hidráulicas”.

Los primeros canales artificiales para conducir el agua a través de importantes distancias fueron construidos y diseñados por los habitantes de Urartu, en la actual Turquía, en el siglo VIII antes de J.C. Los romanos fueron el primer pueblo en plantearse, no ya sólo una buena red para el suministro de agua, sino la calidad y sanidad de la misma. Además, griegos y romanos aprovechaban la energía del agua en ruedas hidráulicas para moler el trigo y otros cereales. Otro historiador, Pierre Grimal, ha llamado a Roma “la ciudad del agua” porque, a finales del imperio, once acueductos transportaban agua a la ciudad de Roma. En otro aspecto, los juegos náuticos necesitaron la construcción de circos específicos, las naumaquias, donde se representaban auténticas batallas navales.

El mundo árabe y los persas no sólo tuvieron en cuenta el agua como elemento de consumo humano, sino como deleite, ocio y juego: fuentes, termas, palacios en donde el agua es un elemento imprescindible de paz y de sosiego (pensemos en La Alhambra de Granada). Aficiones y costumbres que penetrarán en Occidente cuando en los siglos XVIII y el XIX se dé un redescubrimiento del cuerpo y el culto de la limpieza y de la higiene.

Pero no fue hasta la Revolución Industrial cuando, entre otras incidencias en el medio natural, el ser humano empezó a modificar de forma radical su relación con el agua. Tanto el aumento de la población como la demanda creciente por parte del desarrollo tecnológico e industrial están produciendo el deterioro constante de la calidad del agua, degradando el medio ambiente y no sólo cambiando el aspecto de la tierra sino también la naturaleza de nuestra atmósfera incidiendo, con todo ello y de forma negativa, en el sustento de las diversas formas de vida y en su capacidad de supervivencia y de adaptación al medio.


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