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AGUA QUE NO HAS DE BEBER...
60 respuestas al Plan Hidrológico Nacional


José María Franquet Bernis

 

 

PRIMERA PARTE: EL AGUA

4. ¿Cuándo se inicia la hidrología científica?

El libro fundacional de la hidrología científica es la obra de Pierre Perrault “De l’origine des fontaines”, publicado en 1674. Perrault efectuó el balance hidrológico de una cuenca situada en el curso superior del Sena. En 1687 otro científico, el británico Edmond Halley fue el primero que estimó la evaporación del Mediterráneo, comparando su evaluación con las aportaciones de los ríos que desembocaban en él.

5. ¿Qué es la lluvia ácida?

De lo primero que debemos ser conscientes es de que las actividades humanas o antrópicas producen un impacto en el llamado “ciclo del agua”. Tanto las industrias como las calefacciones de nuestras viviendas y nuestros automóviles queman diariamente una enorme cuantía de combustibles fósiles (carbón, gas natural, derivados del petróleo) que depositan en la atmósfera elementos contaminantes tales como cenizas, dióxido de carbono, óxido de nitrógeno y dióxido de azufre. Estos gases liberados en la atmósfera, y por efecto de la luz solar, reaccionan con el agua y después de pasar por la fase anhídrida se forma ácido sulfúrico y nítrico en cantidades variables. La lluvia retorna estos ácidos a la tierra y, al formar parte del ciclo del agua, contaminan ríos, bosques, plantas, aguas subterráneas y todos aquellos elementos que intervienen en el ciclo hidrológico. Las consecuencias son alarmantes, pues se pone en peligro a gran cantidad de especies de la fauna y la flora de nuestro planeta, tanto terrestres como marinas.

Debemos saber también que el aire, el agua y la tierra están interrelacionados y que los gobiernos, como representantes legítimos de los ciudadanos, son los máximos responsables no sólo del bienestar de los ciudadanos sino también de la salud del planeta y, por consiguiente, de nuestra especie y de todas las especies que pueblan nuestro planeta azul. Envenenar las aguas y no hacer nada o bien poco para evitarlo, no cumpliendo los compromisos y los acuerdos de las distintas cumbres internacionales, es una irresponsabilidad que, en breve, todos terminaremos pagando. Precisamente una de las primeras decisiones del presidente Bush, nada más llegar a la Casa Blanca, constituye una buena muestra de lo que estamos diciendo. Declaró que no pensaba aplicar la reducción obligatoria de emisiones de dióxido de carbono en Estados Unidos. Con ello, además de incumplir uno de sus primeros compromisos electorales, recogido en su propio programa, esta decisión es contraria al Protocolo de Kyoto, por el cual, en 1997, los países miembros de las Naciones Unidas se comprometieron a reducir las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera. Si tenemos en cuenta que la gran nación americana representa el 5% de la población de la tierra, pero emite el 25% de los gases contaminantes, es evidente que la decisión del señor Bush de seguir “gaseando” al planeta no deja demasiados resquicios para el optimismo.


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