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El potencial de sostenibilidad de los asentamientos humanos

Josep Antequera

 

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CCAPÍTULO 4

CEREBRO, HÁBITOS, ALGORITMOS COMPRIMIDOS Y ACCION SOCIAL



En este apartado volveremos a ocuparnos del ser humano como el principal agente estructurador de la ciudad y del territorio. Analizándolo como agente activo y generador de acción social, y como elemento constituyente de grupos sociales que mediante una estructuración socialmente diferenciada juega un rol activo en las repercusiones que los ecosistemas humanos generan sobre el entorno planetario.



4.1.El ser humano desde una perspectiva biológica


Como hemos visto antes la configuración neurofisiológica del ser humano le confiere particularidades especiales en su adaptación al entorno y en su capacidad transformadora de éste. La organización neuronal del ser humano podríamos decir que es la base fisiológica de la conducta y del comportamiento humano, y cabe destacar de esta organización el desarrollo del cerebro.

K.H.Pribram hace una analogía del cerebro humano con el funcionamiento de un ordenador, y los diferencia en que el sistema operador humano no se limita a un solo procesador periférico sino que se distribuye más bien por varios, recurriendo al modelo de Mclean, según el cual las regiones centrales se consideran cerebro “reptil”, las capas que las rodean, cerebro paleomamífero y las regiones más externas, cerebro neomamífero. Cada uno de dichos cerebros tiene funciones distintas, utiliza distintas sustancias químicas y a pesar de ello, actúan juntos, al unísono.

Henri Laborit, ha desarrollado más este concepto y extrae del desarrollo de cada uno de estas partes sobre las demás reflejos conductuales, que es interesante tener en cuenta desde el punto de vista del análisis de los comportamientos de los individuos en su relación con el entorno.

El cerebro humano, dice Laborit en la línea de Pribram, es una amalgama de organizaciones cerebrales anteriores desde la perspectiva filogenética. Poseemos todavía en nuestro cerebro, otro antiguo y reptiliano que se remonta a unos doscientos millones de años. Está representado por la formación reticular mesoencefálica, el mesoencéfalo, y las formaciones de la base del cerebro.

Este cerebro primitivo permite unos comportamientos estereotipados , programados por aprendizajes ancestrales. Domina ciertos comportamientos primitivos, como el establecimiento y la demarcación del territorio, la caza, el celo, el acoplamiento, el aprendizaje estereotipado de la descendencia, el establecimiento de las jerarquías sociales, la selección de los jefes, la fuga o la lucha, el hambre o la sed.

Se trata de un mecanismo que carece de poder de adaptación para el aprendizaje de un comportamiento distinto, en presencia de una situación nueva e inesperada. Resulta importante advertir que el perfeccionamiento del hombre se ha construido sobre tales cimientos, y reconocer la acción del cerebro reptiliano en el comportamiento humano, cerca de los ritos ceremoniales, las leyes, las opiniones políticas, los prejuicios sociales y los conformismos de cada época.

Sería útil determinar que conserva el hombre de este automatismo en la noción de propiedad, clase o patria; su funcionamiento reflejo, y por tanto inconsciente es ignorado, o, todavía más dramático, se lo juzga una derivación de principios fundamentales, valores éticos legados a la naturaleza humana, cuando en verdad forma parte de la naturaleza reptiliana que llevamos dentro.

La siguiente etapa de la evolución recubrió el cerebro reptiliano, en los mamíferos de un casquete cortical (lóbulo límbico). McLean sugirió el término de sistema límbico para designar el conjunto de las estructuras sub-corticales en estrecha relación con el córtex límbico. Continúa funcionando en el hombre a un nivel instintivo, y sus conexiones estrechas con el hipotálamo muestran que se ve obligado a jugar un papel esencial en las expresiones emocionales, tales como el miedo, la cólera, el amor, la alegría, etc. sentimientos que caracterizan a unas situaciones tanto individuales como de grupo. El sistema límbico cumple un papel importante en la fijación de las sensaciones memorizadas.

Finalmente y en una tercera etapa de la evolución, aparece en los mamíferos de mayor evolución un neocortex envolviendo a los otros dos. Su desarrollo es mayor cuando más capaz es la especie de efectuar adaptaciones originales respecto al medio ambiente. La parte más interesante del mencionado neocortex, a saber, la zona anterior asociativa del lóbulo orbito-frontal, caracteriza al cerebro humano. Esta zona asociativa permite la aparición de actividades estereotipadas, y constituye la base funcional de la imaginación creadora de nuevas estructuras funcionales, de actividades nerviosas más complejas, menos dependientes directamente del medio ambiente.

El paleo cerebro se vuelve hacia el porvenir empujado por sus experiencias pasadas. El neo encéfalo salta al futuro, apoyándose sobre el pasado, y mirando entonces al presente que sube hacia él: actúa con prospectiva. Imagina el futuro, y trata de conformar el presente a su imaginaria construcción. Formula hipótesis de trabajo y experimenta para tratar de conformarlas.

El resumen, el tronco cerebral y sistema límbico (paleocerebro) permiten buscar, orientados por la cualidad agradable o desagradable de las informaciones recibidas, la supervivencia inmediata, o sea la protección de la estructura jerarquizada del organismo. Nosotros no tomamos conciencia de su funcionamiento inconsciente sino a través de de los fenómenos vegetativos que le acompañan: vasoconstricción, aceleración del ritmo cardíaco, variaciones del ritmo respiratorio, transpiración, o al producirse placer la vasodilatación, el relajamiento muscular .

Lo que ya sabemos de la organización nerviosa nos permite comprender que determinadas necesidades quedan enlazadas al más primitivo cerebro reptiliano. Responden a la saciedad de los instintos. Otras quedarán ligadas a los automatismo, al funcionamiento del cerebro de los viejos mamíferos. Pero es importante hacer notar que la necesidad está íntimamente ligada a la noción de propiedad. La noción de territorio, la propiedad del Hueso, se halla profundamente engarzada en nuestro cerebro reptiliano.

Es indudable que la noción de territorio está enlazada con la necesidad de asegurar el alimento. La estrategia instintiva ha reunido desde el origen , al nivel de los centros hipotalámicos, la regulación del hambre, de la sed y de la agresividad. Agresividad que por medio de la lucha en el seno del territorio, y la huida fuera del mismo, asegurará el aprovisionamiento alimentario, o sea, la satisfacción de la necesidad de substratos energéticos. Territorio, éste, preciso y necesario también para la reproducción y el aprendizaje inmediato de las crías, y fenómenos todos estos hipotalámicos, necesarios en la supervivencia inmediata.

La noción de propiedad posee, sin duda, en el hombre idénticos mecanismos fundamentales, pone en juego los mismos centros nerviosos, los más instintivos, a menos que los automatismos adquiridos, al no haber permitido que se haga sentir una necesidad y estando así colmado el deseo, hayan inhibido la pulsión.

Puede decirse que la noción de propiedad ha salido, directamente del instinto sexual. El otro sexo es la primera posesión humana, y de ella derivan todas las demás: las del suelo, la del espacio construido, la de los objetos, la de los medios de intercambio. La propiedad corresponde esencialmente a las facultades agresivas de nuestro cerebro reptiliano, a nuestro hipotálamo primitivo favorecido por el ambiente o medio social donde hemos nacido, y por los automatismos, los juicios de valor, que hayan grabado y programado en nuestro sistema límbico .
 


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