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El potencial de sostenibilidad de los asentamientos humanos

Josep Antequera

 

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CAPÍTULO 3

LA EVOLUCIÓN URBANA



     3.8. La ciudad contaminadora: La revolución industrial


Si el capitalismo tendía a extender el dominio del mercado y a convertir todas las partes de la ciudad en un producto negociable, el paso del artesanado urbano organizado a la producción fabril en gran escala transformó las ciudades industriales en oscuras colmenas que diligentemente resoplaban, rechinaban, chillaban y humeaban durante doce y catorce horas por día, a veces sin interrupción el día entero. La rutina esclavizadora de las minas, el trabajo en las cuales constituía un castigo intencional para delincuentes, se convirtió en el medio normal del nuevo trabajador industrial .

a). La ciudad industrial.
Tal vez el hecho más colosal en toda la transición urbana fue el desplazamiento de población que se produjo en todo el planeta. Y este movimiento y reasentamiento fue acompañado por otro hecho de importancia colosal: el portentoso aumento de la población. Este aumento influyó sobre países industrialmente atrasados, como Rusia, con una población predominantemente rural y una tasa elevada de nacimientos y defunciones, tanto como influyó sobre los países progresivos principalmente mecanizados y que ya no eran rurales. El aumento general de la población fue acompañado por la atracción hacia las ciudad del excedente y una enorme ampliación de la superficie de los centros mayores. La urbanización aumentó en proporción casi directa con la industrialización: en Inglaterra y Nueva Inglaterra resultó finalmente que más del ochenta por ciento de toda la población vivía en centros con más de veinticinco mil habitantes .

Asì, el crecimiento de la población presentó dos rasgos característicos durante esta época: una concentración general en las regiones carboníferas, donde florecieron las nuevas industrias pesadas, la minería del hierro y el carbón, las fundiciones, las cuchillerías, la producción de ferretería, la fabricación de vidrio y la construcción de máquinas. Y, por otra parte, un aumento de la densidad de la población a lo largo de las nuevas vías férreas, con una notoria coagulación en los centros industriales situados a lo largo de las grandes líneas troncales y una segunda acumulación en las principales poblaciones de confluencia y terminales de exportación. Con esto coincidió una disminución de población y de actividades en el interior del país: el cierre de minas, canteras y hornos locales y el uso decreciente de carreteras, canales, fábricas pequeñas y molinos locales .

La fábrica se convirtió en el núcleo del nuevo organismo urbano. Todos los demás elementos de la vida estaban supeditados a ella. Por lo común, la fábrica reclamaba los mejores lugares: en el caso de la industria del algodón, de las industrias químicas y de las industrias del hierro, generalmente los sitios próximos a una ribera; porque ahora se requerían grandes cantidades de agua en los procesos de producción, para abastecer las calderas de vapor, enfriar las superficies calientes y hacer las soluciones químicas y los tintes necesarios. Por sobre todo, el río o el canal desempeñaba aún otra función importante: constituía un vertedero más barato y más conveniente para todas las formas de desperdicios solubles o flotantes .


El vapor trabajaba con más eficacia en grandes unidades concentradas, al no estar las diversas partes de la fábrica a más de medio kilómetro del centro energético: cada máquina de hilar o cada telar tenía que sacar energía de las correas y los ejes de transmisión accionados por la máquina de vapor central. Cuanto más unidades había en un punto determinado, más eficaz resultaba la fuente de energía y de aquí la tendencia al gigantismo. Las grandes fábricas, como las que se desarrollaron en Manchester y New Hampshire a partir de la década de 1820 —reiteradas en New Bedford y Fall River—, podían utilizar los instrumentos más nuevos para la producción de energía, en tanto que las fábricas más pequeñas se hallaban en una situación de desventaja. Una sola fábrica podría emplear doscientos cincuenta operarios. Una docena de fábricas de estas dimensiones, con todos los instrumentos y servicios necesarios, constituía ya el núcleo de una población considerable .

Las viviendas estaban situadas a menudo dentro de los espacios sobrantes entre las fábricas y los cobertizos y las estaciones del ferrocarril. Se consideraba una delicadeza afeminada prestar atención a problemas como los de la suciedad, el ruido y las vibraciones. Las casas para los obreros, y a menudo también las de la clase media, solían edificarse pegadas a una función de hierro, un establecimiento de tinturas, una fábrica de gas o un desmonte de ferrocarril . Tanto en las viejas como en las nuevas viviendas se alcanzó un grado tal de inmundicia como no se lo conoció, puede decirse, ni siquiera en la choza del siervo más abyecto de la Europa medieval .

El capitalismo renaciente del siglo XVII trató el lote y la manzana, la calle y la avenida como unidades abstractas para la compra y venta, sin respeto alguno por los usos históricos, las condiciones topográficas o las necesidades sociales. Si el trazado de un ciudad no tiene relación con niguna necesidad humana, fuera de los negocios, el plano urbano puede simplificarse: el trazado ideal para el hombre de negocios es aquel que puede reducirse a unidades monetarias uniformes para la compra y venta .

Ya el vecindario o el distrito no constituye la unidad fundamental sino el lote para la edificación independiente, cuyo valor puede medirse en términos de metros de frente: esto hace ventajoso el oblongo de frente angosto y gran profundidad, que proporciona una cantidad mínima de luz y aire a los edificios, los lotes hacían ventajosa la manzana de edificios rectangular, que volvió a ser la unidad corriente de extensión de la ciudad .

La tierra urbana se convirtió ahora en un mero artículo de consumo, como ya había ocurrido con la mano de obra: su valor comercial expresaba su único valor. Concebida como una aglomeración puramente física de edificios arrendables, la ciudad proyectada con este criterio podía extenderse en cualquier dirección, limitada tan sólo por insuperables obstáculos físicos y por la necesidad de transporte público rápido. Toda calle podría convertirse en una calle de tránsito; todo barrio podría convertirse en una calle comercial .


b). La relación con el entorno.
Los fundamentos económicos de este modelo fueron la explotación de las minas de carbón, la producción muy aumentada de hierro y el uso de una fuente constante y segura, aunque sumamente ineficaz, de energía mecánica: la máquina de vapor.

El hierro y el carbón dominaron este período. Su color se extendió por todos sitios, del gris al negro: las botas negras, el tubo negro de la estufa, el coche o las carrozas negras, el marco negro de hierro del hogar, y negras todas las cacerolas y cocinas. El hierro se convirtió en el materia universal. Uno se acostaba en una cama de hierro y se lavaba la cara en su palangana de hierro, se hacia gimnasia con palanquetas de hierro . En todos los aspectos más generales, la industria paleotécnica dependía de la mina, los productos de la mina dominaban su vida y determinaban sus inventos; de la mina llegó la bomba de vapor y la máquina de vapor, la locomotora y el barco de vapor, la escalera mecánica, el ascensor .

La migración agrícola extendida contribuyó, a su vez, a introducir en el sistema europeo de agricultura los recursos de partes hasta entonces inexploradas del mundo, en especial toda una serie de nuevos cultivos vigorizados, como el maíz y la patata, y ese punzante elemento de descanso y ritual social que es la planta de tabaco. Además, la colonización de tierras tropicales y subtropicales agregó otro cultivo vigorizado que, por primera vez, llegaba a Europa en gran escala: la caña de azúcar .

La primera marca de la industria paleotécnica fue la contaminación del aire y la de las aguas fue la segunda. En este mundo paleotécnico las realidades eran dinero, precios, capital, aciones: el ambiente mismo, como la mayor parte de la existencia humana, se trataba como una abstracción. El aire y la luz del sol, por su escaso valor de cambio, no tenían realidad alguna. En las nuevas industrias químicas que surgieron durante este período no se hizo ningún esfuerzo serio para combatir la contaminación del aire y de las aguas, ni tampoco para alejar dichas industrias de las zonas habitadas de las ciudades. Adonde fueran las fábricas, los ríos se ensuciaban y hacían tóxicas las aguas: los peces morían y el agua quedaba inutilizada para la bebida o para el baño, pero con la nueva concentración de la industria en la ciudad industrial existía una tercera forma de contaminación, la del excremento humano vertido sin consideración en los ríos y las aguas de las mareas sin ningún tratamiento previo. Careciendo de los primeros elementos de limpieza, de suministro de agua, de reglamentos sanitarios, de los jardines de la antigua ciudad medieval que hacían posible los medios más elementales para deshacerse de la inmundicia. Las nuevas ciudades industriales se convirtieron en caldo de cultivo de enfermedades. Florecían las enfermedades de la suciedad y las de la oscuridad .

Esta suciedad y esta congestión, malas en sí mismas, acarreaban otras pestes: las ratas que transmitían la peste bubónica, las chinches que infestaban las camas y hacían un tormento del sueño, las pulgas que difundían el tifus, las moscas que visitaban por igual la letrina en el sótano y la comida del bebé. Además, la combinación de cuartos sombríos y paredes húmedas constituían un medio casi ideal para el cultivo de bacterias, sobre todo considerando que los cuartos repletos de gente proporcionaban las posibilidades máximas de transmisión a través del aliento y el tacto .

Si la carencia de cañerías y de obras sanitarias municipales creaba espantosos hedores en estos nuevos sectores urbanos, y si la diseminación de excrementos conjuntamente con la contaminación de los pozos locales, significaba una difusión correlativa de la tifoidea, la carencia de agua resultaba aún más siniestra, eliminaba la posibilidad misma de limpieza doméstica o de higiene personal .

Si se considera la tasa de mortalidad infantil, la comprobación resulta aún más penosa. En la ciudad de Nueva York, por ejemplo, la tasa de mortalidad infantil en 1810 osciló entre 120 y 145 por cada millar de niños dados a luz con vida; ascendió a 180 por mil en 1850, a 220 en 1860 y a 240 en 1870. Este proceso fue acompañado por una constante depresión en las condiciones de vida, ya que, después de 1835, se difundió el hacinamiento en las casas de vecindario recién construidas. Estos cálculos recientes corroboran lo que ya se sabe sobre la tasa de mortalidad infantil en Inglaterra, durante el mismo período: allí el aumento tuvo lugar después de 1820 y correspondió principalmente a las ciudades. Hay, sin duda, otros factores que también son responsables de estas tendencias retrógradas; pero, como expresión del complejo social íntegro, de la higiene, de la dieta, de las condiciones de trabajo, de los salarios, del cuidado de los niños y de la educación, las nuevas ciudades desempeñaron un papel importante para llegar a estos resultados .

c) Las relaciones sociales
Los nuevos actores sociales eran ahora los banqueros, los industriales y los inventores mecánicos. La base política de este nuevo tipo de colectividades humanas descansaba sobre tres pilares básicos :

• La abolición de las corporaciones y la creación de un estado de inseguridad permanente de la clase trabajadora.

• El establecimiento de un mercado abierto competitivo para la mano de obra y para la venta de mercancías.

• El mantenimiento de dependencias extranjeras como fuentes de materias primas, necesarias para las nuevas industrias y como mercados listos para absorber los excedentes de la industria mecanizada.

La nueva religión del progreso surgió en esa era, también la supervivencia del más apto, tergiversación de las tesis de la evolución, y la limitación malthusiana del crecimiento. La lucha de clases y el estallido del nacionalismo facilitó el inicio de las guerras sangrientas de la época, que consolidaron a los importantes trusts industriales como suministradores materiales de las potencias armadas y la división del mundo en zonas de producción de máquinas y zonas de producción de alimentos y materias primas: esto hizo la existencia de los países superindustrializados más precaria , en la medida en que más separados estaban de su base rural de suministros: de aquí el comienzo de una ardua competencia naval .

La ordenación de la sociedad en la época anterior se convirtió en la aceleración del tiempo en ésta. El tiempo, en resumen, era un artículo en el sentido que el dinero se había convertido en un producto. El ahorro del tiempo se convirtió en una parte importante del ahorro en mano de obra. La expansión del transporte rápido causó un cambio en el método mismo de medir el tiempo. El planeta entero se dividió en este momento en una serie de zonas o husos horarios. La aceleración del ritmo se convirtió en un nuevo imperativo para la industria y el progreso , y así mismo para la ciudad.

Así se desarrollaron los medios de transporte masivos como elementos de conexión entre lugares, desplazamiento de personas y mercancías. El tren diseñó el paisaje de esta nueva era y el despilfarro energético sin límites, así como la contaminación y la explotación salvaje de la naturaleza la estructuró. Con mercados internacionales , la población tendió a amontonarse en las grandes ciudades terminales, los empalmes y las ciudades portuarias . Este fenómeno fue el origen de las grandes concentraciones urbanas con un crecimiento desordenado (conurbaciones) precursoras de las ahora denominadas áreas metropolitanas.

Los agentes generadores de la nueva ciudad fueron la mina, la fábrica y el ferrocarril. Pero su éxito en la empresa de desalojar todo concepto tradicional de ciudad se debió al hecho de que la solidaridad de las clases superiores se estaba rompiendo visiblemente: la corte se volvía supernumeraria e incluso la especulación capitalista pasaba del comercio a la explotación industrial, a fin de alcanzar las máximas posibilidades de engrandecimiento financiero. En todos los sectores los principios anteriores de educación aristocrática y cultura rural eran reemplazados por una devoción exclusiva al poder industrial y al éxito pecuniario, disfrazados a veces de democracia .


d) La expansión urbana generalizada.
La mayor parte de las primeras grandes capitales políticas y comerciales, por lo menos en los países del Norte, participaron de este crecimiento. Sucedía que no sólo ocupaban por lo común posiciones geográficas estratégicas, sino que también contaban con recursos especiales de explotación debido a su intimidad con los agentes del poder político y a través de los bancos centrales y las bolsas que controlaban la circulación de las inversiones. Además, contaban con otra ventaja: durante siglos habían ido congregando una vasta reserva de miserables en el margen de subsistencia, o sea lo que, con eufemismo, se llamaría el mercado de mano de obra. El hecho de que casi todas las grandes capitales nacionales se convirtieron ipso facto en grandes centros industriales contribuyó a dar más impulso a la política de engrandecimiento y congestión de la ciudad .

El enorme aumento en la provisión de alimentos fue lo que hizo posible el aumento de población. Y la colonización externa en nuevos territorios rurales contribuyó así a crear ese excedente de hombres, mujeres y niños que se canalizó hacia la colonización interna de las nuevas ciudades industriales y los emporios comerciales. Las aldeas llegaron a ser ciudades; las ciudades se convirtieron en metrópolis. El número de centros urbanos se multiplicó; el número de ciudades con poblaciones de más de quinientos mil habitantes también aumentó. Extraordinarios cambios de escala tuvieron lugar en las masas de los edificios y las superficies que cubrían; vastas estructuras se levantaron casi de la noche a la mañana. Los hombres construían con apresuramiento y apenas si tenían tiempo de arrepentirse de sus errores cuando ya estaban derribando sus estructuras iniciales para construir nuevamente, con el mismo descuido. Los recién llegados, niños o inmigrantes, no podían esperar que se construyeran nuevas viviendas, se hacinaban en lo primero que se les ofrecía. Fue un período de vasta improvisación urbana .
 


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