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Globalización, Inversiones Extranjeras y Desarrollo en América Latina

Mario Gómez Olivares y Cezar Guedes
 

 

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1. La integración de América Latina a la economía mundial capitalista, sus recientes transformaciones en el nuevo cuadro de desarrollo.

Asistimos, en el fin de siglo pasado, a la adopción generalizada de la tesis de que el proceso de globalización de los mercados se va a imponer en todo el mundo, cualquiera sea la política que los países vayan a seguir. Es como si se tratase de un imperativo tecnológico, semejante al que comandó el proceso de industrialización que moldeó la sociedad moderna en los últimos siglos.

Sin embargo, la transposición de los mercados y el derrumbe consiguiente de los actuales sistemas estatales en que encajan las actividades económicas, están generando grandes cambios estructurales que se traducen en la creciente concentración del ingreso y en formas de exclusión social acentuadas por el descompromiso por parte del estado con las políticas universalistas que se manifiestan en todos los países del cono sur, con la tenue excepción de Brasil. Esas consecuencias negativas hay quien llega a presentarlas como condiciones previas para una nueva forma de crecimiento económico cuyos contornos aún no están definidos (Furtado, 2000).

Como sistema mundial, el capitalismo es polarizante por naturaleza, los centros, las periferias y las distintas formaciones sociales que participan del sistema mundial no son simplemente formaciones desigualmente desarrolladas sino que son formaciones interdependientes en esta desigualdad.. El proceso de acumulación de capital requiere un sistema jerárquico en el que el excedente se distribuya en forma desigual, tanto en el espacio como entre las clases, por lo que históricamente, el desarrollo capitalista generó y requiere una creciente polarización socioeconómica de la población y, a su vez, espacial y demográfica. No existe ninguna posibilidad de desarrollo nacional independiente dentro del marco de la economía-mundo capitalista, sencillamente es imposible que todos los estados lo hagan simultáneamente ( Wallerstein, 2004; Arrigui, 1997)).

En general este proceso ha conducido a un padrón de especialización de los paises de A.Latina en el comercio internacional de bajo valor agregado, que conduce a una aceleración de la busca de inversiones, de financiamiento a las exportaciones a fin de mantener equilibrio en las cuentas externas y por causa de la reestructuración de la industria y los servicios, a un creciente proceso de importación de bienes, que permite concluir que la integración en la economía mundial se procesa por la vía de empresas que comercian, que invierten o participan de inversiones y que consumen bienes importados en una escala única. Dada la desconexión del sector exportador del resto del sistema productivo, su capacidad de arrastre de la economía, es muy restringida. De allí que no sea sorprendente la coincidencia, durante los noventa, de un alto crecimiento de las exportaciones y un mediocre comportamiento en materia de crecimiento económico. En ese sentido, para superar la etapa de países productoes de bienes primarios, debemos fabricar manufacturas de mediano o alto grado de complejidad; pero para ello es necesario que alguien las compre. Pues bien, por el lado de las exportaciones sudamericanas, de las manufacturas "nuevas" de origen industrial ( las de mayor complejidad tecnológica, tales como bienes de capital, material de transporte y productos farmacéuticos) se exportan el 55% a la misma Sudamérica, el 21% a Estados Unidos y el 12% a la Unión Europea. El problema no son sólo las exportaciones sino también las importaciones: con el arancel cero del ALCA, las manufacturas estadounidenses barrerán del mercado sudamericano a los productos nacionales ( SELA, 2001) .

El camino de la modernidad se procesa no solo por la importación de bienes duraderos y de equipos destinados a la producción, sino también por la importación de objetos de consumo y servicios a semejanza de lo que sucede en los países de Europa y EEUU. Si los procesos de expansión en los siglos anteriores se procesó integrando una pequeña parte de la población, este nuevo proceso, mas allá del clima de inestabilidad social, de desempleo y precariedad en el mercado trabajo, en esta fase de transición, sectores mayores de clase media se integran en la economía mundial, sea a través de los servicios prestados por las grandes empresas en América Latina, sea por el consumo equivalente al centro europeo o norteamericano, conduciendo a una segmentación social diferentede décadas anteriores, con la cristalización de zonas de pobreza, con el surgimiento de nuevos ricos, con el eventual regreso de actores políticos a nuevas posiciones como el ejercito y la iglesia, obligando a una contabilidad relativa sobre los ganadores y perdedores de este proceso.

La integración de las economías latinoamericanas se procesa históricamente desde sus orígenes en fusión con la expansión de las economías capitalistas europeas a partir del siglo 16; el trueque y el comercio permiten la creación de mecanismos de producción y reproducción de formas políticas y sociales de organización económica de tipo capitalista que permite una rápida penetración cultural, lo que conduce a una modernización de la vida productiva y de la cultura de los países del cono sur de América, en su sentido occidental: formación de mercados, libertad de circulación de los factores, surgimiento de un empresariado emprendedor, difusión de la tecnología y organización capitalista, gustos y preferencias de las elites, de la urbanidad y costumbres, de un modo peculiar y con rasgos específicos de naturaleza especifica. La elite mercantil exportadora que se forma en el periodo, simbiosis de los hidalgos ibéricos y de los criollos, privilegia la relación con el exterior a través del comercio con sus metrópolis, lo que aplaza esa modernidad o la circunscribe apenas a sectores ligados al consumo productivo externo ( materias primas dirigidas la industria o al consumo de las elites europeas: café, cacao, azúcar, minerales, insumos), pero se trata sobretodo de un capitalismo mimetizado y subordinado (Prebish, 1981)

La independencia política conseguida con las guerras de independencia no cambia sino muy lentamente esta realidad, conduciendo a una ampliación de este mecanismo, diversificando mercados, aunque la ideología liberal de los libertadores impregnase la mente de la mayor parte de las elites políticas y sociales, que al gobernar establecen paulatinamente un uso de los recursos reforzando la organización capitalista, imitando usos y costumbres de matriz europea, lo que irá a permitir un segundo encuentro con el capitalismo europeo y americano, post revolución industrial (Furtado, 1978).

Una segunda expansión de los capitalistas europeos, fundamentalmente ingleses, permite integrar la economía latinoamericana a escala global a través de las grandes empresas de: petróleo, cobre, hierro, ganado, cereales, etc. creando puestos comerciales o comprando industrias, para lo que financiaron y extendieron las infraestructuras necesarias en las comunicaciones, transportes, modernización de los servicios estatales, ejercito; financiaron los déficit de los gobiernos, comenzando a ejercer una grande influencia política, apoyando grupos políticos, grupos empresariales, etc.

Este dominio político y de disputa de grandes empresas europeas y americanas, se articula en determinadas circunstancias a enfrentamientos y guerras entre estados latinoamericanos, como la guerra del Pacífico y la guerra del Chaco. Este proceso es interrumpido, en parte por la depresión de 1929-32 y a seguir por la segunda guerra mundial, que permitió a los países latinoamericanos iniciar el processo llamado de sustitución de las producciones de productos importados.

Como consequencia de la Grande Depresión que conduce al aislamiento economico de America latina, los gobiernos de América Latina inician un proceso de desarrollo dando importancia a los propios procesos de industrialización y formación de mercados internos, aunque manteniendo un fuerte vínculo a través de la importación de bienes y equipos y a través de los vínculos financieros con los centros capitalistas, con la intención de catching in los países desarrollados. El modelo de sustitución de importaciones vigente en la mayor parte de los países latinoamericanos desde los años 30, se agotó en los finales de los años 70, proceso precipitado por las crisis políticas, la inflación, los desajustes macroeconomicos y la deuda externa y por la dinamica propia del modelo, que genera problemas de balanza de pagos y concentración de la riqueza. En los años 80, cuando América Latina se transformó en exportadora líquida de capitales, producto de la acumulación de la deuda externa, tuvo su economía estacionada por los efectos de la crisis cambial, lo que se evidenció en la imposibilidad de reproducción de las anteriores condiciones de crecimiento y en el hecho de no mantener su standard de desarrollo y ascenso.

El agotamiento del proceso llamado de substitución de importaciones, una forma de desarrollo capitalista autónomo basado en las propias fuerzas, agudizado por la crisis de 1973-74 que eleva drásticamente los precios de los combustibles, lleva a los países de A.L. a financiar su desarrollo con recurso al crédito en los mercados que se generan con la captación del excedente generado por alza de los precios del petróleo después de la crisis de 1973-74, que permitió a la banca internacional reabsorber el exceso de oferta de crédito y permitir la demanda a intereses más bajos que los instituciones tales como el Banco Mundial, el FMI o el BID, lo que permitió a partir de la mitad de los años 70 un creciente endeudamiento, sin que eso obedeciese a un criterio definido de expansión, aumentando la componente privada de la deuda. La abundancia de petrodólares en el sistema internacional en el decenio de 1970, junto con las crisis del petróleo y la posterior recesión internacional coadyuvaron en hacer estallar la crisis de la deuda en América Latina en el decenio de 1980.

La década de noventa permite afirmar que hubo, después de la década perdida, una retoma del crecimiento económico, con una abertura comercial y financiera, donde las empresas sobrevivientes aumentaron su competitividad, se especializaron, utilizaron sus ventajas comparativas, iniciando un proceso de internacionalización en el medio regional e internacional, iniciando un nuevo proceso de integración, pero sin que se produjese un despegue fuerte del crecimento económico que nos aproximase de los standard de desarrollo deseados o que los paises del norte hubieran alcanzado. El problema es que se partía de un modelo excesivamente simplista de la economía, aferrados como han estado siempre, a la vieja e incorrecta teoría del equilibrio los economistas ortodoxos, suponían equivocadamente que el problema central era la competitividad, reducida ésta a un asunto de eficiencia macroeconómica, y que los problemas sociales se resolverían por si mismos Como dice Stiglitz, se trataba de un modelo “fundamentalista de mercado”, equivocado y que no tuvo en cuenta las limitaciones derivadas de una información restringida y asimétrica de los mercados incompletos y la competencia imperfecta: todas ellas son limitaciones importantes en cualquier economía, pero especialmente en las economías en desarrollo(Stiglitz, 2002).

En la actualidad parece existir un relativo consenso sobre la relación existente entre desarrollo económico e inserción económica en los circuitos comerciales, financieros y productivos internacionales. El actual proceso de globalización económica parece haber enterrado de manera definitiva las estrategias autónomas de desarrollo económico basadas en el estímulo a la actividad económica doméstica, bien mediante políticas de oferta (caso de las estrategias de industrialización sustitutiva de importaciones) o de demanda. La apertura económica al exterior sería, sino una condición suficiente, un prerrequisito indispensable para garantizar un desarrollo económico sostenido, y sostenible, a largo plazo.

No obstante, aceptar este punto de partida no supone reconocer la existencia de un único modelo posible de inserción económica internacional ni que los posibles vías de inserción tengan los mismos efectos económicos o políticos. Cada modelo de inserción internacional supone una estrategia distinta de desarrollo económico a largo plazo y, por tanto, distintos efectos económicos, políticos y sociales ( CEPAL, 2002). En definitiva, las posibilidades de desarrollo y las políticas de desarrollo implantadas serán el resultado de las elecciones efectuadas en los siguientes ámbitos:

Una primera estrategia de inserción, denominada “de capital”, vincula a las economías periféricas con el centro mediante la apertura e integración de los mercados de capitales, lo que supone una liberalización plena de los movimientos de cartera y el mantenimiento de sistemas de tipos de cambio flexibles. La segunda estrategia, de inserción “comercial”, supone una integración comercial-productiva, siendo el motor de crecimiento las exportaciones al país central, lo que implica medidas de control de los flujos de cartera, mantenimiento de tipos de cambio depreciados, e intervenciones en los mercados cambiarios. Para estos autores, la estrategia de inserción-liberalización comercial se ha mostrado más eficaz como instrumento de promoción del desarrollo que la estrategia alternativa de inserción-liberalización pro cuenta de capital. La primera estrategia habría sido la adoptada por los países europeos durante la postguerra y por las “Consenso de Washington”, habría sido desarrollada por la mayoría de países latinoamericanos del como sur.

La magnitud de la crisis de los años 80 pudo también haber contribuido al cambio dramático en el foco de atención: las condiciones económicas y sociales calamitosas de la región habían ampliado el espacio político de maniobra para los dirigentes latinoamericanos, haciendo políticamente viables cambios radicales de política. Las autoridades responsables de esa política comenzaron a reconocer que finalmente se había agotado el modelo de desarrollo conducido por el Estado que se había utilizado en las décadas anteriores.

Las políticas financieras del Fondo y del BM estimularon la liberación y desregulación del mercado y del comercio internacional, una libertad absoluta para las inversiones extranjeras, y el aumento de la producción en aquellos sectores orientados a la exportación. , proclamaron la necesidad de la privatización de las empresas estatales, la creación de un ambiente de concurrencia incentivando la iniciativa privada de modo absoluto. El evidente éxito de Chile en la década anterior, el derrumbe de las economías estatistas de Europa oriental y de la Unión Soviética y el crecimiento acelerado de las economías del Asia oriental, animaron a los gobiernos latinoamericanos a aplicar reformas basadas en el paradigma del mercado: abertura financiera y al comercio internacional, estricta disciplina fiscal y privatización de empresas de propiedad del Estado.

Las condiciones de la “década perdida” se agravaron en varios países por una mala elección de políticas internas, abiertamente recesivas y generadoras de saldos positivos en las balanzas, lo que se extiende hoy a pesar de una fase expansiva del ciclo económico. Los hechos políticos de fin de los años ochenta, con el fin del bloque soviético, la forma concreta de resolver el pago de la deuda externa de los países de A.L. a la banca internacional, el clima internacional favorable a un desarrollo que privilegie las formas de mercado, la necesidad de ajustes macroeconómicos que reduzcan la inflación, el gasto fiscal, que estabilicen las tasas de cambio y las tasas de interés, lo que incita a un conjunto de medidas, que se condensan en el llamado Consenso de Washington, a fin de asegurar que de manera estable los compromisos financieros de los países de A.L. se realicen y que conducen a un nueva modalidad de desarrollo, donde el sector privado gana preponderancia, para lo cual se realizan cambios estructurales. A pesar de haber transcurrido casi una década de las reformas del mercado en América Latina, las crisis de los años 90 muestran que se mantiene la vulnerabilidad de la región a las perturbaciones externas (Birdsall e Lozada, 2000).

Desde una perspectiva histórica, este nuevo modelo de política económica fue experimentado de forma pionera en Chile y posteriormente en el resto del Cono Sur. Fue en la segunda mitad de los años ochenta que se propagó por todo el continente una visión de desarrollo diferente, en el contexto de renegociación de la deuda externa da región. Para todos os países endeudados la negociación fue única: a cambio de mejores condiciones de pago de la deuda, por lo que fueron exigidos mercados desregulados, economías abiertas, estados no intervencionistas y abandono radical de todo y cualquier tipo de proyecto de desarrollo autónomo y nacional. Pareció que se trataba de una simples compensación circunstancial de una política de crecimiento por una política de estabilización de tipo ortodoxa. Posteriormente fue constatado que la política de estabilización transformara-se de la vieja utopía globalizante de matriz liberal, en un nuevo modelo de desarrollo, ofrecida a los países periféricos del sistema mundial. A partir de esta data, tal como era conocido en el siglo XIX, la promesa de desarrollo y la esperanza de movilidad en la jerarquía de poder y riqueza internacional pasaban pela aceptación de las reglas librecambistas y de la política económica ortodoxa propuesta o impuesta por las potencias hegemónicas, como en los viejos tiempos victorianos.

En 1996, el asesor internacional de Tony Blair, Richard Cooper, publicó un pequeño libro, The Post-Modern State and World Order, donde explicaba con clareza las directrices estratégicas de este nuevo proyecto anglosajón para la periferia del mundo. Este autor constata la existencia de una relación directa y necesaria entre el proceso de la globalización financiera, las políticas económicas liberales de la última década y el proyecto de construcción de un nuevo tipo de dominación aceptable al mundo de los derechos humanos y de los valores cosmopolitas. Para él, las potencias hegemónicas no buscan enfrentarse o luchar entre si, pero se sienten obligadas a exportar estabilidad y libertad para los demás países.

De estas articulaciones jerárquicas nacerían las tres estructuras actuales de dominación existentes en el mundo. Un sistema de dominación cooperativa, que reglamentaría las relaciones entre el mundo anglosajón y el resto de los países desarrollados; una dominación basada en la descoordinación, típico de las relaciones entre este grupo de países que son honestos y los estados premodernos o fracasado, incapaces de protegerse en sus propios espacios y dominios nacionales, y, la dominación voluntaria de la economía global, dirigido por instituciones financieras tales como el FMI , propio para los países que admiten la nueva teología de auxilio, que destaca la gobernabilidad y amparo y apoyo a los estados que se abren y aceptan pasivamente la interferencia de las organizaciones internacionales y de los estados extranjeros. En síntesis, un proyecto de intra-dominación entre las potencias, el laissez faire para los estados premodernos y el dominio del libre cambismo.

Desde entonces, el ahondarse de la globalización y de la mundialización puede ser verificado en sus dimensiones comerciales, financieras y productivas, la economía mundial ha conocido un proceso de transformaciones marcado por la desregulación financiera y por las privatizaciones de sus principales industrias. Este proceso se confunde con la expansión de las empresas transnacionales y multinacionales, adquiriendo un concentrado peso financiero que aumenta la liquidez internacional y la demanda de lucros de curto plazo (Scherer, 1998). El surgimiento de mercados emergentes en el clima de liberación de los mercados internos, está articulado con una búsqueda de adaptación al novo ingenio de desarrollo de cariz neo-liberal, que permite canalizar medios financieros adicionales al crecimiento de los nuevos mercados abiertos a las inversiones extranjeras y una nueva inserción internacional. En las décadas de 1950 y 1960, los flujos de capital en dirección a los países en desarrollo estaban vinculadas al financiamiento del comercio internacional, a transacciones determinadas que financiaban operaciones reales, o que proporcionaban flujos de capitales oficiales sea de organismos multilaterales como de instituciones bilaterales que compensaban los shocks de term of trade. Hacia fines de la década de 1960 e inicios de 1970, con el advenimiento de los eurodólares, los movimientos de deuda de la banca privada internacional se inclinan hacia América Latina. Antes de la crisis de la deuda de comienzos de los ochenta, los desequilibrios de balanza de pagos eran transitorios. Los acuerdos que se establecían con el FMI, llamados stand by, suponían ciertas condicionalidades para el país, referidas a variables fiscales, monetarias y al tipo de cambio. Generalmente, el FMI postulaba la devaluación como mecanismo para recuperar el equilibrio externo. En los ochenta, se produjo un cambio radical en la estrategia del FMI en su relación con los países endeudados, en el marco de una crisis que se había extendido en la región, tras el default inicial de México, y de la instalación del pensamiento ortodoxo en los países centrales. De los condicionamientos previos, que se limitaban a ciertas variables estratégicas, el FMI pasó a presionar en la dirección del ajuste estructural, incidiendo en la totalidad de la política económica. Frente a esta política, algunos países se resistieron y otros fueron más complacientes. El problema de la deuda externa y la busca de alternativas para confrontarlas —especialmente el Plan Brady— dio origen a los mercados de instrumentos de deuda y al mercado de capitales en la región . Más de veinte años han pasado desde que América Latina experimentó la crisis de la deuda externa y comenzó a transitar hacia el modelo neoliberal y a trazar su derrotero bajo los parámetros establecidos por el Consenso Washington. Es cierto que en el caso de Chile y de Argentina el inicio del neoliberalismo está asociado a las dictaduras de Pinochet y de las juntas militares argentinas en la década de los setenta del siglo pasado. Sin embargo es un hecho que la crisis de la deuda externa de 1982 marca para nuestros países el fin del modelo de sustitución de importaciones (MSI) y el tránsito hacia un nuevo modelo neoliberal (MN) de economía abierta liderado por las exportaciones. En los ochenta, también, que se puede ubicar el comienzo de la globalización neoliberal con el ascenso de los gobiernos conservadores de Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos y Gran Bretaña, respectivamente.

En la década de los ochentas el discurso neoliberal generaba consensos. No sólo el capital financiero, así como los grandes grupos privados y los gobiernos de América Latina (Salinas de Gortari en México, Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil) impulsaron decididamente el Consenso de Washington, sino también amplios sectores empresariales y populares se plegaron ideológicamente al modelo, hastiados por más de una década de crisis y de inflaciones crónicas y en ascenso.

Las razones de esta liberalización las encontramos en el hecho de que en la mayoría de los países que habían registrado una fuerte desaceleración de su actividad económica durante la década anterior y encuadraron, en los noventa, en una política macroeconómica que facilita una política de estabilización, buscan en la economía de mercado una aproximación favorable de las inversiones extranjeras. En los años 90, con los cambios en el cuadro internacional que resultaron en nuevos esquemas de financiación, hubo una adaptación de los países de A. Latina a esta nueva emergencia en la que fueron dominantes las soluciones de mercado. Es este cuadro macroeconómico, este nuevo escenario de desarrollo de América Latina y de perspectiva de crecimiento económico, que nos permite comprender las vicisitudes de las inversiones portuguesas y españolas en América Latina.

La era Bush no rompió ni abandonó el proyecto de una nueva dominación aceptable al mundo de los derechos humanos. Por lo contrario, al atacar Afganistán e Irak, ingleses y norte-americanos demostraron que están dispuestos a aplicar la “ley da selva” a los estados premodernos. En varias instancias internacionales o multilaterales, han insistido, en la defensa del libre comercio y de la desregulación y abertura de las economías nacionales de los países en desarrollo, enfatizando la necesidad de que sus estados se abran y que acepten la tutela de los organismos internacionales. Ha sido así, en los acuerdos con el FMI, como en todas las demás negociaciones multilaterales en relación al tema del comercio y de las inversiones extranjeras, como se ha visto en las negociaciones de Doha de las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio, y mas recientemente, en la Reunión de Cancún, realizada en Septiembre de 2003.

Mas por otro lado, en el mundo de dominación voluntaria de la economía global, los números e indicadores económicos no dejan margen para dudas, la promesa de la convergencia de la riqueza no se ha realizado, las tasas de crecimiento han sido muy bajas y la renta se concentró aún más en los países que aceptaron y adoptaron la nueva teología de ayuda. Más allá de eso, las crisis financieras sucedidas en la Argentina, en México, en el Este Asiático, en Rusia, en Brasil, y de nuevo en la Argentina. A inicios de este nuevo siglo pocos creen aún en las virtudes de las políticas aconsejadas por el “consorcio mundial de los organismos financieros” liderado por el FMI .

En el conjunto de medidas que caracterizan la transición hacia esta nueva modalidad de desarrollo se destaca la política de privatizaciones en la industria, en los servicios, que busca modernizar la economía en bases capitalistas modernas, acelerar el desarrollo del potencial productivo, para lo que la abertura al capital extranjero se considera de vital importancia. Latinoamérica comienza a conocer una tercera fase integración, que resulta del deseo de las burguesías nacionales de incorporarse al proceso de expansión del capitalismo a escala global, participar en términos competitivos en sectores y procesos que les asegure su supervivencia como socio menor, es decir en cualquier momento se sepultan los proyectos de una burguesía nacional; la cuestión del estado nacional no se coloca como a ciertos países de Europa, pero la independencia económica es una cuestión casi resuelta, como lo demuestra el caso de México y los acuerdos de comercio de Chile con EEUU y Europa, excepto para Brasil, que busca mantener la idea de un camino de industrialización propio, aunque sectores de la burguesía brasileña aceptarían de buen grado el ALCA.

La instauración de la economía de mercado en América Latina ha abarcado paulatinamente todas las actividades económicas productivas y servicios, la salud, la educación, la seguridad social, las infraestructuras, comunicaciones, pasando una parte sustantiva de la propiedad social a manos de capitales nacionales o extranjeros, absorbiendo de ese modo la inversión, reorientando la actividad económica al desarrollo de condiciones de transformar el país en un país exportador de bienes primarios e manufacturados en una base tecnológica más avanzada.

Una política desindustrializante, liderada por el capital financiero, reorientó la inversión a sectores que construyesen la base de las llamadas exportaciones no tradicionales, y al mismo tiempo se abría la economía al capital extranjero en los mercados de bienes no transaccionales. Nuevas exploraciones de riquezas tradicionales fueron entregues en concesión o en propiedad a capitales extranjeros o nacionales. El sector financiero sufrió alteraciones importantes: la privatización de los bancos y seguros nacionales, la apertura a la banca internacional, la utilización de nuevos recursos financieros resultantes de la privatización de sectores de seguridad social y sobretodo con el recurso al crédito internacional privado.

Las familias alteraron sustancialmente la estructura de su gasto, teniendo el rendimiento disponible que integrar los gastos en salud, en educación, ahora privatizados, una parte importante de productos de consumo importados, susceptibles de variar con la política de cambios y monetaria. Las empresas supervivientes del shock monetario y financiero o de las maniobras de combate a la hiperinflación fueron obligadas a repesar su demanda en función del mercado mundial. La política de adelgazamiento del Estado, eliminó sustantivamente las funciones sociales del estado, fue llevada a cabo una política presupuestaria bajo el lema ortodoxo de la sound finance , practicándose apenas una política de subsidariedad .

La distribución del rendimiento nacional y las formas de su obtención así como la insuficiencia en los gastos públicos exacerbó bruscamente las desigualdades entre los sectores sociales del país. Disminuyó cualitativa y cuantitativamente la parte del trabajo en el rendimiento nacional, sea por la caída del salario real, como por un movimiento cíclico del empleo-desempleo, excluyendo una parte importante de la población al acceso de bienes públicos tradicionales, como salud, educación y previsión y, dejando a la tradicional clase media, soporte de los regímenes democráticos tradicionales, en una situación de empobrecimiento y desequilibrio.

Si bien es verdad que el nuevo modelo de desarrollo trajo cambios sustanciales en un proyecto de modernización productiva, modernizando todos los sectores económicos, también es verdad que las economías de estos países es más vulnerable a las fluctuaciones y vaivenes de la economía mundial, de la demanda externa, de los movimientos financieros, de la voluntad del capital extranjero que se instaló en los sectores tradicionales, nuevos servicios y en los sectores financieros, pero su flaqueza es que, sobretodo, no consigue evitar el deterioro de los term of trade, de la balanza comercial y de servicios, pues el mercado mundial esta super ofertado de commodities y hay poca margen para las ganancias de eficiencia obligando a una política cambial activa y sobretodo aumentando la deuda externa. Con su inserción en la globalización neoliberal, los países de América Latina – se decía- caminarían hacia el progreso y la modernización. El desarrollo sería alcanzado, si se dejaba actuar libremente a las fuerzas del mercado, si se abandonaban prácticas proteccionistas y se elevaba la competitividad microeconómica proyectando el sistema productivo hacia los mercados externos. La intervención económica del Estado se consideraba contraproducente, por lo que era conveniente diseñar y aplicar políticas o estrategias dirigistas por parte del Estado; su misión se reducía a mantener condiciones macroeconómicas sanas y establecer un marco legal propicio a la inversión privada .


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