David F. Camargo Hernández
4. Burócratas de Oficina.
El interrogante que surge es: ¿ Se les puede considerar a los oficinistas como
burócratas ?.
Max Weber separa el tipo de función que realiza el funcionario dentro de la
institución en dos categorías. La primera hace referencia a aquellos
funcionarios que prestan un servicio técnico y en segunda instancia a aquellos
que realizan labores administrativas. Plantea que tanto los unos como los
otros realizan actividades que son comunes para la organización a la cual
pertenecen, sin embargo, tal hecho no impide que las relaciones sociales sean
diferentes de acuerdo al trabajo que efectúan. Lo que expresa es que las
relaciones de autoridad y los lazos establecidos con la institución no son las
mismas.
Para los empleados que realizan una función de tipo técnico, considera que
tienen cierto grado de autonomía y que su desempeño puede ser mas eficiente,
siempre y cuando el jefe tenga las condiciones técnicas necesarias para el
control de la labor de los subordinados, es decir, que debe tener la misma
condición técnica que éste, si nó superior. La posición del técnico depende
más del trabajo que realiza que del lugar que ocupa en la organización social
de la institución. A un técnico sus conocimientos le permiten tener cierta
autonomía para pasar de una compañía a otra, lo que indica que el control
social suele ser nulo.
Las relaciones sociales de los funcionarios que se encuentran vinculados a la
empresa y prestan servicios administrativos, muestran otro tipo de
comportamiento. La jerarquía del empleo incide en la participación
burocrática. El estar en un escalafón alto o bajo permite conformar una
estructura autoritaria, de ahí que aquellos funcionarios que ocupan un empleo
con un bajo salario no se cataloguen como burócratas porque no ejercen un
cargo que los identifique con los fines de la Institución, esto no indica que
estén ajenos a la burocracia. Su posición es de dependencia. No está integrado
al sistema burocrático sino que lo soporta, pero tiende a hacer que adhiera a
él y esto ocurre cuando asume para sí el ideal de sus superiores, la promoción(1)
.
A el funcionario de bajo rango se le dificulta alejarse del medio burocrático,
porque su empleo está determinado por la organización social de la
institución, de la cual provienen los ingresos para su subsistencia,
percibiendo ese medio burocrático importante y necesario. La burocracia está
constituida por los mandos medios y superiores.
Finalmente Weber concluye que los burócratas son aquellas personas que poseen
un cierto nivel ó estatus que los diferencia de aquellos que realizan labores
de ejecución que gozan de prestigio, tienen privilegios salariales y ventajas
materiales, pertenecen a un medio aparte donde la otra cara de la
subordinación es el mando; por lo tanto, el grado de importancia del
burócrata, depende del personal que tenga a su cargo y la infraestructura que
tenga a su disposición, lo mismo que los recursos que le sean asignados para
desarrollar su trabajo.
Para los burócratas no hay reglas de estricto cumplimiento que les impida
pasar de un cargo a otro, no gozan de un estatus especial definido, que los
diferencie de los demás funcionarios. El acceso a puestos elevados se presenta
por elección, y no depende del conocimiento tecnológico que lo ligue a una
profesión.
La medida de la eficiencia del trabajo burocrático es la capacidad de
conservar y extender el campo de actividad de cuya organización se ocupan. Lo
único que los diferencia de los demás es su forma de agrupación(2)
.
Para Weber el tipo puro de funcionario burocrático es nombrado por una
jerarquía superior, no por los gobernados; y la carrera que realice no depende
de su jefe dentro de la administración, ni en la pericia, sino de los
servicios prestados al ¨cacique¨.
4.1 Un día de Trabajo Burocrático en una Oficina Pública
Los funcionarios se dirigen apresuradamente a la entrada del edificio. Se
agolpan frente al ascensor, levantando sus miradas ansiosamente, observan como
desciende de piso en piso hasta que finalmente se abre. La caballerosidad se
acaba y se lanzan hacia el interior hasta completar el cupo. La respiración es
agitada, los saludos se entrecruzan.
Una vez llegan al piso que les corresponde, salen en estampida rumbo a las
oficinas; algunos corren con esfero en mano para llegar primero a firmar la
entrada. Todos colocan la misma hora, sin embargo el reloj ya ha pasado por
ahí desde hace mucho rato. Se ubican en sus respectivos puestos. Algunos se
dirigen a la cocina y asedian a la empleada de los tintos para que les ofrezca
uno. Se hacen corrillos para comentar los sucesos del día . Las carcajadas se
sienten en el recinto por los chistes de uno de ellos. Las damas dejan sus
carteras colgadas en el espaldar de sus sillas, toman el maquillaje y se
dirigen al baño a acicalarse porque no han tenido tiempo antes. Los señores
con pocillo en mano se dirigen a la oficina y comienzan la discusión por el
partido de la noche anterior. En esto ya ha pasado por lo menos media hora.
Cansados de jugar a técnicos terminan su tertulia y se ubican en sus
respectivos lugares.
Los oficinistas se disponen a iniciar su jornada burocrática. El jefe irrumpe
y todos cambian de color, las palpitaciones de sus corazones son más rápidas.
Buenos días dicen al unísono, a lo que el jefe responde: iBuenos días! y se
dirige rápidamente a su oficina. Los retardados de siempre llegan haciéndose
los disimulados firman y fingen haber arribado a tiempo.
Se da inicio al movimiento cotidiano de la oficina. Papeles van papeles
vienen, los escritorios se atiborran de documentos y los visitantes comienzan
a llegar en busca de solución a sus problemas.
Son las diez de la mañana y los adictos a la cafeína van a la cocina, para
llenar nuevamente sus pocillos. Algunos se dirigen al pasillo a fumar un
cigarro, otros regresan al escritorio a continuar lo que estaban haciendo. Las
máquinas eléctricas y los computadores comienzan su cántico ¨monstruoso¨.
De repente el jefe pega un berrido llamando a alguien. La secretaria escucha
el llamado y prontamente va en busca del funcionario solicitado. Al poco rato
regresa y dice : Jefe ... no está , dejó dicho que se iba al banco a pagar los
servicios. El jefe se queda pensando por un instante, refunfuña diciendo:
Cuando regrese dígale que lo necesito.
Son las once de la mañana y aparece en la oficina la señora que vende los
comestibles, que ha tenido cuidado de entrar perfectamente camuflados, para
que los vigilantes no le pongan reparo. El lotero y el lustra botas son
figuras conocidas en el edificio, tienen tanta familiaridad con todos que no
tienen dificultad para ingresar. Los empleados más glotones se aproximan a
comprar las arepas, las empanadas y las mantecadas, hay de todo. La cuenta de
cobro se alarga en la agenda de la vendedora. Nuevamente se inicia el ritual
del tinto; el lotero sale satisfecho de haber realizado una buena venta,
dejando tras de sí a unos soñadores, que aspiran no trabajar más para la
burocracia. El lustrabotas refleja en su rostro el disgusto de no haber
prestado un solo servicio. Los visitantes siguen llegando y el lugar parece
más una plaza de mercado. Unos hablan de trabajo otros consultan pantallas,
liquidan cuentas ó simplemente dialogan alegremente.
El recinto está congestionado. El jefe se encamina en búsqueda del funcionario
que llamó hace algún rato. Cuando llega al puesto, observa el saco en la
silla. Posiblemente deambule por alguna otra dependencia ó quizás se encuentre
a ¨kilómetros¨ del lugar. Lo cierto es que está ¨evidenciando¨ su presencia .
El jefe regresa a su oficina. La secretaria le trae un cartapacio de
documentos y oficios para la firma.
El reloj marca las once y media de la mañana y los funcionarios que almuerzan
en la oficina, se dirigen a la cocina para calentarlo. Finalmente llega el
medio día y algunos salen, otros se reúnen en un lugar alejados de las miradas
curiosas y se disponen a almorzar. La mayoría prefiere el turno de la una de
la tarde para almorzar. A esa hora el lugar está en completa calma, muchos han
salido otros reposan.
A las dos de la tarde los funcionarios llegan con caras sonrientes, algunos
juguetean con un mondadientes, el bullicio regresa con ellos. Se hace
repetitiva la visita a la cocina en busca de tinto; los más responsables
llegan directamente a laborar. Los facilitas despachan rápidamente a los
visitantes que se acercan a cumplir con algún requerimiento. Las labores
continúan. Los procrastinadores siguen fingiendo trabajar cada vez que el jefe
asoma. Los fumadores se escabullen. Las máquinas de escribir continúan su
labor. Alguien pasa con prontitud a entregar un informe al jefe.
EL trabajo continua pero no con el ímpetu de la mañana, la lentitud en las
acciones se evidencia en algunos funcionarios, que hacen roña para que el
tiempo transcurra rápidamente. Entre dinamismo y parsimonia se acerca la hora
de la partida. Las mujeres comienzan a aplicar el maquillaje y colorete. Los
cajones se cierran los documentos se guardan, los señores se colocan el saco y
todos se aprestan a salir.
Las manecillas del reloj no han marcado aún la hora de salida y ya se aprecian
algunos funcionarios que corren hacia la puerta. Otros esperan que se cumpla
el tiempo, luego abandonan el edificio y se dirigen a tomar el autobús que los
lleve de regreso a sus hogares. Los más acomodados se encaminan al parqueadero
para abordar sus autos. Algunos se reúnen a la salida y se dirigen a la tienda
a beber cerveza. Otros salen con libros bajo del brazo rumbo a los planteles
educativos .
Ha llegado la oscuridad y el jefe aún permanece realizando alguna labor.
Finalmente sale despidiéndose de los vigilantes. Así termina la jornada
burocrática.
1.Oszlak, Oscar .Op. Cit. p. 36.
2. Ibid, p. 41