EN LA RESACA
Fecha: Lunes, 28 de marzo de 1983.
Lugar: Las Capitales de América Latina.
Entorno: Regalando deudas.
La asamblea del BID en Panamá concluyó el viernes 25 de marzo de 1983. En el
transcurso de los días sábado y domingo, la mayoría de los asistentes deudores
y acreedores- regresaron a sus respectivos países para, a partir del día lunes,
reanudar sus labores habituales. Pero los deudores retornaron acarreando una
perspectiva diametralmente distinta a la que habían adquirido los acreedores.
En la perspectiva de los deudores descollaba esa sensación de congoja que suele
brotar al concluir una gran farra, como deben haberlo comprobado en carne propia
los mexicanos que por tres días y tres noches bailaron en la Plaza del Zócalo.
Pero ellos no fueron los únicos en sentirla. La misma congoja invadió otros
países de América Latina una vez que esa gran parranda de préstamos que por una
década fue alimentada con abundantes petrodólares, finalmente concluyó.
Así, tras la
cruda mexicana vinieron la
ressaca brasileña, la
cañamala chilena, el
ratonado venezolano, la
chaqui boliviana,
la
encurda argentina, la
kaù koè paraguaya, el
chuchaque
ecuatoriano, el
guayabo colombiano, la
resaca peruana y uruguaya,
y la
mona, el
ratón y el
bolo centroamericanos.
En contraste, en la perspectiva de los acreedores descollaba esa sensación de
placidez que perdura tras una exitosa primera cita.
La alegría se originaba en el hecho de que -a pesar de las discrepancias que la
nacionalización a la mexicana provocó al interior del consorcio formado
por el Club de Paris, el Club de Londres y el Grupo Multilateral- los acreedores
habían logrado aglutinarse alrededor de una sola tesis: aquella que sostenía que
los gobiernos de América Latina, además de pagar la deuda pública, también
debían cubrir o solventar el pago de la deuda del sector privado.
La tesis obtuvo un entusiasta y poderoso apoyo en el ámbito continental. Sin
embargo resultaba difícil armar un mecanismo que sin nacionalizar- posibilite
al Estado absorber las deudas privadas y que pueda ser aplicado de manera
uniforme en los diversos y divididos países de América Latina. Para obviar ese
obstáculo se decidió que cada gobierno ensamblaría su propio mecanismo de
absorción de deudas, conforme a las condiciones sociales y políticas propias de
cada país.
Así, a partir del mes de abril de 1983, tanto los funcionarios de los países
deudores como los de la banca acreedora y de las instituciones multilaterales
-especialmente del FMI y del Banco Mundial- emprendieron una frenética cadena de
viajes de ida y vuelta entre las capitales de América Latina y Washington, ya
sea para recibir instrucciones o ya sea para impartirlas.
Esas correrías pronto dieron sus frutos. Antes de que el año de 1983 haya
finalizado, prácticamente en todos los países de América Latina se había logrado
ensamblar algún mecanismo a través del cual el Estado solventaba o garantizaba
el pago de las deudas contraídas en dólares por individuos, sociedades o por las
empresas del sector privado.
Para armar esos mecanismos se requería acoplar sofisticados laberintos de
ingeniería financiera. Felizmente todos pudieron ser ensamblados con éxito al
combinar trozos de los siguientes modelos: la capitalización chilena;
la chucuta venezolana; la sucretización ecuatoriana; y, la desdolarización
argentina. Comparémoslos.