AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

 

 

Neoliberalismo

Es el otro concepto que aún permanece envuelto en tinieblas, quizás porque hasta hoy nadie se ha tomado la molestia de tratar de definirlo o defenderlo. Esa ambigüedad ha permitido que el neoliberalismo sea una palabra multifacética, que puede ser esgrimida como un feo insulto por el atacante, mientras que al mismo tiempo es acogida con orgullo por el atacado.

En algún momento se creyó que el neoliberalismo podría ser incorporado en el llamado ‘Consenso de Washington’. Pero ya vimos que el propio autor del consenso desechó esa pretensión. En realidad la definición teórica del neoliberalismo -desde su perspectiva económica- puede resumirse en una simple frase: “Neoliberalismo es el conjunto de políticas que canalizan el dinero que controla el Estado, hacia los sectores que designe el Gobierno de turno”. [1]

A pesar de su sencillez, esa definición es aplicable tanto en el primer mundo como en América Latina. En Norteamérica, ya lo vimos, el neoliberalismo fue inicialmente denominado Trickle Down Economics -o economía del goteo- y ha servido de apoyo teórico para reducir los impuestos que, hasta 1982, pagaban algunas de las empresas ubicadas en la cúspide de la pirámide económica y social. Como la teoría asume que toda la cúspide es productiva y permeable, se deduce que todo el dinero que se canalice a las empresas de la cúpula, eventualmente fluirá hacia los sectores ubicados en los niveles inferiores; mecanismo que, además, se respalda en la irrebatible Ley de la Gravedad

La herencia más visible de ese experimento –que aún continúa- son los dos grandes agujeros que hoy perforan la economía de los Estados Unidos: el primero, su crónico déficit comercial; y, el segundo, su inmensa deuda que en el 2006 superará los 10 mil billones de dólares.[2] Hay quienes creen que cuando estalle esa inmensa burbuja financiera, también estallará en pedazos la cotización del dólar. 

En América Latina también se aplicó la receta que aconseja encauzar el dinero a favor de los sectores que los gobiernos designen, pero la receta se aplicó sin discrimen a todas aquellas empresas que tenían deudas externas, estén o no ubicadas en la cúspide. Así se gestó una sola consigna: privatizar las utilidades públicas y estatizar las pérdidas privadas.

Esa consigna -la vimos en detalle en el capítulo tres- fue inicialmente aplicada en México, Chile, Venezuela, Ecuador y Argentina. Y continuó a lo largo de las dos últimas décadas, si bien con mecanismos más sutiles. Aunque ya en el Siglo XXI la sutileza desapareció por lo menos en dos países: Ecuador y Argentina.

En Ecuador, el 11 de enero del año 2000, el Gobierno con un simple decreto redujo a una cuarta parte la deuda que varios banqueros mantenían con el Banco Central;[3] atraco que fue consumado a pesar de que en pocos días provocó un alzamiento popular que expulsó del poder a ese gobernante.

En Argentina, en el año 2002 y también con un simple decreto, el Gobierno redujo a una tercera parte la deuda que algunos banqueros y empresarios mantenían con el Banco Central. El decreto dictaminaba que esa deuda -adquirida en época de la  convertibilidad, cuando un peso era igual a un dólar- sería pagada en su valor original en pesos; aunque el peso después de la convertibilidad equivalía a solo una tercera parte del dólar.

Lo interesante de comparar lado con lado los casos de Ecuador y Argentina es que, bajo la óptica del neoliberalismo latino, no ha importado que los escenarios económicos sean radicalmente distintos -Ecuador entraba a la dolarización, mientras Argentina salía de la convertibilidad-, sino que lo que importa es proteger las ganancias de los pequeños grupos endeudados con el Estado pero vinculados al poder.

Así, recordando al banquero orador de Panamá que en la tarde del 21 de marzo de 1983 tuvo la suficiente inspiración para inventar la palabra neoliberalismo -o por lo menos para divulgarla- su exigencia se ha cumplido en toda su extensión: la deuda externa no ha sido pagada por los bancos transnacionales que la ofrecieron, ni por los dueños de las empresas que la recibieron, ni por los gobiernos que la aprobaron, sino por la gente común que ni la solicitó ni la cosechó.

Examinando las cifras y las consecuencias económicas bajo un prisma imparcial, se debe concluir que el principal problema que ha generado el neoliberalismo latino en los países que lo han aplicado, ha sido la exagerada concentración de la riqueza en muy pocas manos.

Esa conclusión es reconocida incluso por el Banco Mundial, que denomina línea internacional de pobreza extrema a la línea bajo la cual un ser humano logra sobrevivir con un ingreso menor a un dólar por día. Según ese banco, bajo la línea de pobreza vivían 36 millones de latinoamericanos en 1981. Pero para el 2001 -después de dos décadas de experiencia neoliberal, la pobreza extrema se ha duplicado.[4] Esos datos señalan que el neoliberalismo se ha ubicado en una orilla frontalmente opuesta al pensamiento del fundador de la economía como ciencia social, Adam Smith. Y también resaltan la urgente necesidad de que Latinoamérica empiece a caminar por el sendero de una economía democrática.

[1] Esa definición es de inspiración  personal. Aunque confieso que la encuentro muy coherente. 

[2] Cifra proyectada por el autor en base al gasto fiscal y a la recaudación tributaria de EEUU.

[3] El Gobierno decretó que a partir de ese día, el dólar sería la nueva moneda del Ecuador, para lo cual devaluaba al sucre –la antigua moneda- en un  400 %. Esa devaluación redujo a una cuarta parte el monto de las deudas, de los salarios y de las pensiones jubilares.  

[4] Banco Mundial: “Informe sobre el Desarrollo Mundial, 2000/2001”. Pág. 15, Cuadro A.1.

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